Fuerte y herida LUIS GARC?A MONTERO
Carlos Cano ten¨ªa una voz fuerte y herida, una palabra hecha para competir con el viento y para quebrarse entre las sombras de la intimidad. Sus canciones flotaban en el escenario como himnos eleg¨ªacos, eran el paso firme de la fragilidad, los versos y las melod¨ªas de un luchador sentimental. Lo recuerdo en los a?os de Manifiesto Canci¨®n del Sur, cuando su guitarra indagaba los tonos de una nueva copla andaluza, una canci¨®n popular comprometida con las carencias sociales y pol¨ªticas de su tierra. A duras penas se titul¨® su disco de 1976, cuando Espa?a se part¨ªa m¨¢s que nunca entre un pasado mediocre y una ilusi¨®n limpia y vertiginosa de futuro. Carlos Cano sal¨ªa al escenario del teatro Isabel la Cat¨®lica, de Granada, muy joven y muy solemne, muy consciente de s¨ª mismo, dispuesto a dar la primera nota en la frente. S¨¦ a lo que vengo, repet¨ªa, mientras levantaba sus murgas contra los caciques, el desamparo y la emigraci¨®n, con una fuerza justa de blancos y de verdes, de andalucismo y de realidades vividas.Nuestros hijos est¨¢n acostumbrados a ver en las ma?anas de domingo los tenderetes que los emigrantes ilegales de Am¨¦rica y ?frica ponen en el paseo del Sal¨®n o en la carrera de la Virgen para tentar el bolsillo dif¨ªcil de las familias granadinas. Casi nadie recuerda aqu¨ª los trenes en blanco y negro, la estaci¨®n ara?ada todav¨ªa por el gris s¨®rdido de la posguerra, la soledad de los andaluces que cargaban enormes maletas en direcci¨®n al Norte, a Alemania o a Francia, a Barcelona o a Bilbao. Carlos Cano vio todo esto, asisti¨® al espect¨¢culo de la miseria y le puso voz al drama de Andaluc¨ªa, atendiendo no s¨®lo al color de las banderas, sino tambi¨¦n al desamparo del trabajador desarraigado, expulsado de su casa por la pobreza, que con letra torpe escribe una carta de amor, un amor m¨ªo lejano y triste que necesita ofrecer por la presente detalles de un viaje, de una nostalgia, de una campi?a ajena, de un cielo oscuro.
La reivindicaci¨®n de la dignidad andaluza no era entonces una cuenta pendiente de los andalucistas, sino de toda una izquierda, nacionalista o no, que intentaba solucionar los desafueros de un pa¨ªs sin equilibrios, maquillado con folclores baratos y con abusos impunes. Resulta curioso observar que hoy protestan los que menos sufrieron, aquellos que recib¨ªan emigrantes para alimentar la buena salud de sus industrias. La voz herida y firme de Carlos Cano se convirti¨® en un referente para todo el movimiento antifranquista de Granada, para la izquierda que intentaba defender una existencia m¨¢s justa. Carlos Cano represent¨® una lucha en la que est¨¢bamos implicados mucha gente, incluso los que no nos sentimos andalucistas. Y esto no significa rebajar el andalucismo de Carlos Cano, porque era un sentimiento inseparable de su piel, de su acento trabajado por el Sur y de sus rizos negros de perpetuo adolescente asombrado por las emociones. S¨®lo quiero decir que la dignidad de Andaluc¨ªa fue, por suerte y sabidur¨ªa colectiva, una cuesti¨®n no reducida al programa de los nacionalistas andaluces. En las canciones de Carlos vibraban ocho provincias cansadas de hacer las maletas y de aguantar se?oritos.
Despu¨¦s de la copla comprometida, Carlos Cano demostr¨® su personalidad en trabajos de muy variado tono. A m¨ª me gusta especialmente Qu¨¦date con la copla, porque significa el tratamiento de la m¨²sica popular sin ning¨²n tipo de concesi¨®n al populismo. Carlos consegu¨ªa que sonaran a verdad las viejas canciones Ay, Maricruz o Falsa monea, a fuerza de la voz propia, de la firmeza y de la fragilidad de su propia pasi¨®n. El luchador sentimental pod¨ªa comprender el impulso rebelde del melodrama. Eran las confesiones arrebatadas de una timidez profunda. Carlos Cano era t¨ªmido, ten¨ªa que defenderse del mundo y estaba siempre en guardia. Pero se mov¨ªa con ternura en el metro cuadrado de la intimidad y buscaba complicidades para montar entre dos una defensa ante el mundo o ante las ciudades dif¨ªciles.
Despu¨¦s de su primera operaci¨®n, cada vez que nos encontr¨¢bamos, le gustaba hablarme de la felicidad, de la vida cotidiana, de los placeres sin trascendencia. Siento mucho la muerte de este amante desesperado de la vida, y siento que antes de morir pudiera contarme en una charla de avi¨®n, por encima de las nubes, que los placeres cotidianos son tan peligrosos como las utop¨ªas.
Luis Garc¨ªa Montero es escritor y profesor universitario en Granada.
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