'Se enchilaron luegoluego'
(...) Tantos a?os trabajados en ese mismo lugar debi¨® ser el muelle arbitrio de un alcalde colmilludo como lo era don Romeo. Otros¨ª: la redondez completada al fin y al cabo con un m¨ªnimo detalle: Enguerrando era mayor que Egrencito por tres meses. A estas alturas los dos contaban con veinte a?os, ciudadanos oficiales, ambos, pero, dicho sea: Enguerrando fue primero: ni tanta la diferencia, pero: por esa raz¨®n ¨¦l era el m¨¢s indicado para suplir a la viuda, aunque...
Lo de m¨¢s es lo de menos cuando de una orden se trata; sin embargo, falta un dato:
Hab¨ªan pasado tres meses de la famosa matanza. No es cuesti¨®n de hacer las cuentas pero todav¨ªa la viuda vivi¨® aquello en carne propia al no permitirle a nadie que utilizara el tel¨¦fono. Fue celosa hasta la muerte, cumplidora, intransigente. Ni ella misma se atrevi¨® a hacer una travesura. Cierto que: pod¨ªa entrar una llamada de alg¨²n desaparecido. ?S¨ª, pues s¨ª! Empero la tentaci¨®n se mantuvo como tal, y ahora esto: siendo ya jefe Enguerrando fue el primero que lo hizo nom¨¢s para comprobar si en verdad no se o¨ªan ruidos ni voces distorsionadas; a veces s¨ª, a veces no, y lo neto es que el bloqueo seguir¨ªa mientras la gente se acordara del siniestro. Aquel tardado enfriamiento: ?por cu¨¢nto m¨¢s?, ?todo un a?o? Agr¨¦guese de pasada que el pazguato de Enguerrando, prepotente y presionado, cual bur¨®crata ejemplar, no le permiti¨® a Egrencito comprobar por cuenta propia lo que ¨¦l ya hab¨ªa comprobado.
Asunto dificultoso el nuevo estira y afloja que por ser tan vulnerable se ten¨ªa que reventar. La postura de Enguerrando era una calca infeliz, maniaca a m¨¢s no poder, de lo que hac¨ªa Dora R¨ªos: sentarse junto al tel¨¦fono y con el radio prendido, s¨®lo que: o¨ªa canciones rancheras en vez de radionovelas. Y el otro, ?ay!, de mensajero... No pasaron ni dos d¨ªas cuando molesto Egrencito lo hiri¨® con todas sus ganas:
-?Te vas a morir all¨ª como esa vieja enmierdada!
-?C¨¢llate, pinche achichincle!
Se enchilaron luegoluego. Y llegaron a los golpes y a la sangre y ?el gan¨®n?... Se explica de otra manera: enfurecido Egrencito se fue en friega (en el trayecto fue h¨¢bil para contener los hilos de sangrer¨ªo aparatoso: con sus manos... ?con qu¨¦ m¨¢s?... Tuvo la enorme virtud de quitarse la camisa cuando la reyerta aciaga en la cual sali¨® perdiendo; por ende, no se manch¨® ni siquiera los zapatos; suerte de ir, pero sin lloro...) a su casa a redactar una carta desgarrada: su renuncia irrevocable; de una vez, con dignidad (primero se ech¨® un buen ba?o), hacerle frente al alcalde. (...)
Extracto de Porque parece mentira la verdad nunca se sabe (Tusquets), de Daniel Sada.
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