El orgullo de Zabel
El alem¨¢n gana su noveno 'sprint' en la ronda despu¨¦s de una etapa animada
S¨®lo Sean Kelly, rostro de rudo campesino, irland¨¦s curtido por la lluvia, el fr¨ªo y el viento, sonre¨ªa en la salida. Los directores miraban al cielo, a las nubes empujadas por el viento feroz, y torc¨ªan el gesto. Manolo Saiz consultaba a su ordenador y certificaba viento y lluvia. Los ciclistas, serios, veteranos y novatos, todos, se pertrechaban de chubasqueros, preguntaban cu¨¢ntas rotondas ten¨ªan por delante, miraban caer la lluvia desde los autobuses y se pon¨ªan el casco como quien se prepara para la guerra. La etapa no fue para tanto. Tuvo momentos de drama, de comedia bufa; tuvo todo lo que, dicen, ten¨ªa el ciclismo a la antigua, pareci¨® una cl¨¢sica del norte, con sus dosis de abanicos, cunetas, codos, l¨¢tigos y ca¨ªdas, y termin¨® en sprint. No llovi¨®. Pura rutina, al final.
Gan¨® Erik Zabel en la playa de Boulogne y eso que no tiene en el equipo a su lanzador Fagnini. El alem¨¢n gan¨® f¨¢cil y no levant¨® los brazos, quiz¨¢s en gesto de orgullo hacia Ullrich, que exigi¨® a un escalador en el Telekom antes que a Fagnini. Es el noveno triunfo de Zabel en sus siete Tours. Una victoria que le pone en el buen camino para su sexto maillot verde consecutivo. Moreau sigue de l¨ªder.
El Tour, el ciclismo, busca justificarse, como competici¨®n, como deporte, ante la sociedad, demasiado escamada como para creerse todo lo que le cuentan. Daniele Nardello, sangrante campe¨®n de Italia, involuntariamente, contribuy¨® a la buena imagen. El l¨ªder del Mapei, el ¨²nico del equipo que pensaba en la general, se cay¨® a 40 kil¨®metros de la meta. Se qued¨® sentado en el suelo, solo, mientras los m¨¦dicos le vendaban un codo que no paraba de sangrar. Nadie del equipo le esper¨®. Nardello no abandon¨®. Como pudo sigui¨® pedaleando. Todos los componentes del ciclismo heroico en su decisi¨®n de terminar. Se par¨® una vez. Volvi¨® a sentarse en el suelo. Parec¨ªa que no terminar¨ªa. Pero le cambiaron la venda, se refresc¨® el muslo izquierdo con el botell¨ªn de agua y volvi¨® a la bici. Lleg¨® a Boulogne 12 minutos m¨¢s tarde que Zabel. No s¨¦ sabe si hoy podr¨¢ salir.
Un poco m¨¢s y el bravo, y gordito por su desaforada afici¨®n a la nocilla, Nardello coge por el camino al grupo de cortados. En los abanicos de la ¨²ltima parte de la etapa, forzados cuando el Rabobank o el ONCE-Eroski se pusieron delante en previsi¨®n de vientos racheados, se quedaron en la cuneta una veintena de corredores, que perdieron m¨¢s de cinco minutos. Entre ellos, algunos outsiders como el desgraciado Millar, que se hab¨ªa ca¨ªdo en el pr¨®logo, o el americano Vaughters. Tambi¨¦n, unos cuantos espa?oles, Flores, el gigante del Euskaltel, y Rubiera, el de la maltrecha rodilla.
Hubo tambi¨¦n una escapada larga, la del inevitable Jacky Durand, siempre aspirante al premio de la combatividad, y Christophe Oriol. Por su culpa, se vinieron abajo todos los planes de Kirsipuu, el sprinter estonio que ech¨® el resto en el pr¨®logo para tener el maillot amarillo a tiro de bonificaci¨®n (15s) y contaba con los tres sprints intermedios para desbancar a Moreau. S¨®lo pudo ganar el primero (6s). Los dos fugados le levantaron los segundos en los otros dos. Su escapada dur¨® m¨¢s de 100 kil¨®metros no s¨®lo por su tenacidad y arrojo, sino por la ayuda del jurado, que les regal¨® m¨¢s de tres minutos salt¨¢ndose el reglamento del Tour. Durand y Oriol tuvieron que pararse 3 minutos y 20 segundos hasta que pasara un largu¨ªsimo, y lento, mercanc¨ªas por un paso a nivel cerrado. El reglamento del Tour dice que si a los escapados les alcanzan los perseguidores mientras la barrera sigue bajada tienen derecho a una nueva salida manteniendo sobre el pelot¨®n la ventaja que tuvieran al pararse; pero que si el pelot¨®n llegaba con la barrera alzada, mala suerte para los fugitivos: ser¨ªa considerado un incidente de carrera y no tendr¨ªan derecho a resarcirse. Eso ocurri¨®, pero el comisario se apiad¨® y, apelando a las normas de la UCI, par¨® al pelot¨®n un par de minutos am¨¦n de otros tantos haci¨¦ndole marchar lento.
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