La maestr¨ªa del descalabro
Como los grandes marinos, ?lvaro Mutis encuentra una patria donde desembarca. Naci¨® en Colombia y fue de los primeros entusiastas de un periodista que escrib¨ªa en el sopor de Cartagena, Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez. Su ¨¦pico sentido del afecto ha reunido a una constelaci¨®n dispersa de grandes escritores, del venezolano Juan S¨¢nchez Pel¨¢ez al chileno Gonzalo Rojas. Desde hace 45 a?os vive en M¨¦xico, donde se volvi¨® famoso como el tronante narrador de la serie Los intocables y donde ha escrito la mayor parte de la obra impar que ha sido se?alada con el Premio Cervantes.
En 1953, Mutis public¨® un libro de poemas con un t¨ªtulo que pod¨ªa leerse como una carta de creencia: Los elementos del desastre. La ca¨ªda moral, la descomposici¨®n org¨¢nica, la inutilidad de toda empresa eran algunos de sus temas. En este libro memorable aparece por primera vez Maqroll el Gaviero. En su intervenci¨®n inicial como personaje pronuncia una eleg¨ªa irritada, donde el escarnio hace las veces de alabanza: 'Se?or... haz que todos conciban mi cuerpo como una fuente inagotable de tu infamia'. Las heridas son los rezos de quien se encomienda al trabajo destructor de la materia. Maestro del descalabro, Mutis concibi¨® a un protagonista capaz de sobrevivir a todas las desgracias, incluida la de la muerte.
De modo l¨®gico, su siguiente libro se situ¨® en un sanatorio. Rese?a de los hospitales de ultramar transita por territorios intermedios, entre el poema y el relato, la vigilia y el sue?o, el frenes¨ª de la agon¨ªa y la torva supervivencia. En la atm¨®sfera espesa de los hospitales, los muertos viajan m¨¢s que los vivos: un tren cargado de cad¨¢veres baja a la costa sobre rieles oxidados. En esta est¨¦tica de los residuos, todo lo org¨¢nico posee una energ¨ªa misteriosa. Los hombres, fijos en su suerte, son asediados por la inquietante lecci¨®n de las cosas: 'Una hoja es el vicio, dos hojas son un ¨¢rbol, todas las hojas son, apenas, una mujer'.
Pocos autores han castigado a un personaje con tan fecunda diversidad. ?De d¨®nde provienen estos malestares? La infancia perdida y la proximidad de la muerte son los extremos que determinan las elocuentes penurias de Maqroll.
La poes¨ªa de Mutis se desplaz¨® con ritmo tranquilo hacia la narrativa, y en muchas de sus mejores p¨¢ginas la prosa regresa sin sobresaltos al verso. La mansi¨®n de Arauca¨ªma entrega una historia contada por muchas voces po¨¦ticas, donde la trama recomienza con la aparici¨®n de cada personaje. En los relatos de Caravansary, El Gaviero se pierde en una mina donde escucha el 'manso llamado de la muerte'; tambi¨¦n deambula por el estrecho pasillo de una taberna marcado con rudas sentencias po¨¦ticas: 'Dos metales existen que alargan la vida y conceden, a veces, la felicidad. No son el oro, ni la plata, ni cosa que se les parezca. S¨®lo s¨¦ que existen'.
La taberna se llama La Nieve del Almirante y anuncia la novela que Mutis publicar¨ªa en 1986, donde el frenes¨ª ad¨¢nico de su poes¨ªa se mezcla con una historia de interminables posposiciones. Ah¨ª, Maqroll embarca como Conrad y se mantiene a bordo como Kafka. ?Por qu¨¦ insiste en estos recorridos sin recompensa? En aguas salobres, junto a un motor ronco, el piloto impone un orden singular, navega sin otro prop¨®sito que demostrar que eso es posible. En ocasiones naufraga en sitios que son una rigurosa inversi¨®n del oc¨¦ano. Amirbar se ubica en una mina. Encerrado bajo la tierra, el marino practica una navegaci¨®n del desasosiego.
Un personaje l¨²cido y atormentado, el fraile de La mansi¨®n de Arauca¨ªma, comenta: 'Mis palabras necesitan ser escritas porque son la mentira, y s¨®lo escrita es ¨¦sta, valedera como verdad. La oraci¨®n la sabemos todos de memoria y no necesita escribirse en ninguna parte'.
Contra las obviedades que sabe la memoria, se alzan los poemas y las novelas de ?lvaro Mutis, la verdad rebelde que debe ser escrita.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.