Madrid-Buenos Aires
Me pareci¨® que ya conoc¨ªa la ciudad cuando llegu¨¦ por primera vez a Buenos Aires, el primer territorio americano que pisaba, con un puzzle en la cabeza, cuyas piezas de Borges a Per¨®n, pasando por Gardel y Maradona ajustaban en los huecos de un modelo para armar, Cort¨¢zar dijo, que se iba recomponiendo con las primeras im¨¢genes reales de una urbe que a ratos parec¨ªa Par¨ªs, Madrid o Roma, ensambladas en el Cono Sur de Am¨¦rica.
Incluso los porte?os, en su salsa, me parecieron menos porte?os, menos argentinos que sus compatriotas del exilio madrile?o, destierro pol¨ªtico que lo era tambi¨¦n econ¨®mico, como todos. Desde finales de los a?os sesenta yo hab¨ªa ido acumulando en Madrid una buena cantera, una pe?a de amigos, m¨²sicos o periodistas argentinos, algunos bohemios de vocaci¨®n y p¨ªcaros a veces de necesidad, otros brillantes profesionales que no tardaron en integrarse en los escenarios o en las redacciones de los medios. Gente creativa que en el terreno musical, por ejemplo, animaron la adocenada y vigilada noche de Madrid, abriendo precarios y peque?os boliches, pubs con m¨²sica en directo, donde al socaire del folclore y haciendo de su capa un poncho, velaron sus primeras armas cantautores de protesta, ib¨¦ricos con camuflaje de gauchos, que entre una de Yupanqui y otra de Larralde solapaban sus cantos de protesta antifranquistas, m¨¢s susurrados que gritados, mirando de reojo y haci¨¦ndose entender entre l¨ªneas.
A finales de los sesenta, un cantante amigo m¨ªo, madrile?o de pura cepa, que hace ya a?os cambi¨® la guitarra por la inspecci¨®n de Hacienda, actuaba en el circuito argentino de Madrid con poncho, sombrero y un acento gaucho aprendido en los discos de sus lejanos maestros. Atahualpa Yupanqui, el indio autor de las Coplas del payador perseguido, era el gur¨² de los progre-cantaores trasnochadores, sus Preguntitas a Dios era la canci¨®n m¨¢s solicitada en todo recital clandestino o semiclandestino en centros obreros, colegios mayores o parroquias. El dial¨¦ctico di¨¢logo entre un nieto y un abuelo de las preguntitas terminaba con la previsible conclusi¨®n de que Dios, en caso de existir, compartir¨ªa mesa y mantel con los ricos y los poderosos, declaraci¨®n subrayada por los aplausos de ateos convictos y curas pioneros de la Teolog¨ªa de la Liberaci¨®n.
Cuando Atahualpa vino a Madrid a finales de los a?os sesenta no pudo cantar la del abuelo pero se hinch¨® a cantar Los ejes de mi carreta, el ¨²nico tema de su amplio y magn¨ªfico repertorio que hab¨ªa trascendido al paisaje de la m¨²sica comercial. Cuando Yupanqui fue a grabarla a Prado del Rey, los funcionarios del ente hicieron todo lo posible para que no llegase a escuchar la versi¨®n pop que perpetraba alevosamente un grupo llamado Los Albas como presunto homenaje en el mismo plat¨®, plat¨® en el que aquel d¨ªa debutaba un exiliado espa?ol de Par¨ªs que se llamaba Paco Ib¨¢?ez.
En los primeros a?os setenta, Madrid se parec¨ªa cada vez m¨¢s a Buenos Aires, lo que entonces era bueno para Madrid pero no tanto para Buenos Aires, ciudad sometida con el resto del territorio argentino a pronunciamientos militares y golpes de estado heredados de la tradici¨®n espa?ola y madrile?a.
A finales de la misma d¨¦cada, cuando se fermentaban los primeros caldos de cultivo de la movida, los m¨²sicos argentinos, sin poncho y electrificados estaban presentes, artistas como Tequila y Moris, el primer roquero que habl¨® en sus textos de los barrios marginales de Madrid y de sus costumbres nocturnas.
Cuando pis¨¦ Buenos Aires por primera vez, a finales de los ochenta, Buenos Aires se parec¨ªa m¨¢s a Madrid y el trasiego de ida y vuelta de m¨²sicos, escritores, actores y cineastas se produc¨ªa m¨¢s intenso que nunca, aunque la crisis econ¨®mica de los inicios del menemismo amenazaba con torpedearlo en su endeble base; el ministro Cavallo ya andaba por all¨ª haciendo de las suyas, para los suyos y para ¨¦l. Por entonces, los grupos de teatro y m¨²sica de la capital argentina se mov¨ªan haciendo de la necesidad virtud y supliendo con creatividad, ingenio y sentido del humor, los achaques de una situaci¨®n de penuria y caos generalizado, algo que saben hacer desde siempre y que muchas veces hicimos juntos. Y aqu¨ª estamos.
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