C¨®mo sacar una muela a una mujer con el 'burka' puesto
Las penurias y restricciones impuestas por la polic¨ªa religiosa del r¨¦gimen talib¨¢n a los m¨¦dicos de Afganist¨¢n han infringido un da?o colosal a la profesi¨®n
Cuando la inconfundible furgoneta Toyota de la polic¨ªa religiosa se detuvo ante el hospital Yamhuriat de Kabul, casi todos los doctores corrieron a esconderse. 'No huyan, no venimos a pegarles', grit¨® un talib¨¢n, 'traemos a un enfermo'. Los m¨¦dicos ten¨ªan motivos para sentir miedo.
Mientras el doctor Wali Hayati, internista, estaba examinando a una mujer, irrumpieron en su consulta un grupo de barbudos tocados con turbante negro. A ella empezaron a insultarla y a golpearla con palos y l¨¢tigos de cuero. A ¨¦l intentaron detenerlo, pero un alto funcionario del temido Ministerio para la Promoci¨®n de la Virtud y la Prevenci¨®n del Vicio, antiguo paciente suyo, logr¨® que le dejaran en libertad.
Los alumnos aprend¨ªan anatom¨ªa en la pizarra, y la borraban antes de que les descubrieran
Una turba moli¨® a palos a pacientes y m¨¦dicos por no interrumpir la consulta para la oraci¨®n
Por esa misma ¨¦poca, principios del a?o 2000, el doctor Hoshang, dermat¨®logo, caminaba por una c¨¦ntrica avenida de Kabul cuando seis hombres armados le cerraron el paso. No llevaba gorro y la longitud de su pelo exced¨ªa lo que el r¨¦gimen consideraba decoroso. Intent¨® explicarles que era m¨¦dico y se dirig¨ªa al hospital para atender un caso urgente, prometi¨¦ndoles que se pelar¨ªa m¨¢s tarde. Ni siquiera le escucharon. En plena calle, con unas grandes tijeras, le raparon la cabeza.
Tras conquistar Kabul, en septiembre de 1996, los talibanes dictaron una serie de edictos que regulaban de forma inflexible los aspectos m¨¢s nimios de la vida cotidiana, seg¨²n su particular interpretaci¨®n de la sharia, la ley isl¨¢mica. La pr¨¢ctica de la medicina no se qued¨® al margen.
Las mujeres no pod¨ªan ser atendidas por m¨¦dicos varones, salvo casos excepcionales. En estos supuestos, la enferma deb¨ªa ir acompa?ada siempre por un pariente var¨®n y permanecer oculta bajo el burka o chadr¨ª, una prenda que cubre de los pies a la cabeza salvo una rejilla para los ojos. 'El m¨¦dico no deber¨¢ tocar otras partes de la paciente que no sean la afectada', aclaraba la orden, de una refinada morbosidad.
Algunas situaciones provocan hilaridad cuando se las recuerda ahora. Un jefe talib¨¢n, que llev¨® a su mujer al m¨¦dico, le quit¨® el fonendo de las manos al facultativo para auscultar ¨¦l mismo a su esposa. Un dentista tuvo que sacar una muela a una mujer sin que se despojara del burka, aunque su marido admiti¨® que la agujereara a la altura de la boca.
Pero no tuvo nada de c¨®mico que una turba la emprendiera a palos con pacientes y m¨¦dicos porque no hab¨ªan interrumpido la consulta, como era obligatorio cinco veces al d¨ªa, para acudir a rezar a la mezquita. La polic¨ªa religiosa ten¨ªa miles de funcionarios y un n¨²mero mayor de colaboradores y chivatos que se infiltraban en los lugares p¨²blicos para denunciar a los infractores.
La sanidad es el ¨²nico sector donde los talibanes permitieron a las mujeres seguir trabajando, ya que de otro modo nadie habr¨ªa podido atender a las pacientes. Pero les impusieron severas restricciones. Las doctoras no pod¨ªan hablar con sus hom¨®logos varones sin ponerse el velo ni pod¨ªan entrar en habitaciones donde hubiera hombres hospitalizados.
Los talibanes mostraban escaso inter¨¦s por la salud de la poblaci¨®n. 'Cuando ped¨ªamos dinero nos dec¨ªan que el pa¨ªs era pobre, aunque no faltaba nada al Ej¨¦rcito, y las escasas medicinas que llegaban desde Pakist¨¢n o Ir¨¢n estaban con frecuencia caducadas', recuerda el doctor Abdullah Fahim, jefe de relaciones exteriores del Ministerio de Salud P¨²blica del actual Gobierno afgano. Como pediatra, ten¨ªa que recurrir a todo tipo de tretas para hablar con las madres y que le explicaran los s¨ªntomas de sus hijos.
Al frente de cada hospital, los talibanes colocaron a un mul¨¢, tan escrupuloso en el cumplimiento de las normas religiosas como ignorante en medicina. El de Yamhuriat, por ejemplo, ten¨ªa por costumbre utilizar las habitaciones del centro como hotel gratuito para parientes y amigos.
La indiferencia por la salud de la poblaci¨®n se tornaba en desprecio absoluto cuando se trataba de la mujer. Aunque ten¨ªa camas libres, el doctor Hoshang tuvo que mandar a su casa a pacientes gravemente enfermas porque no pod¨ªa internarlas. Las mujeres s¨®lo pod¨ªan ingresar en alas especiales de algunos centros y en hospitales espec¨ªficamente femeninos.
El principal de ellos era el de Rabia-e-Balji. La doctora Mina Rasuli asegura que jam¨¢s dej¨® a ninguna mujer sin asistencia, aunque sus 250 camas eran insuficientes y no era raro que dos pacientes tuvieron que compartir una cama. A los varones no se les permit¨ªa traspasar la verja exterior del centro y muchas enfermas murieron sin que sus maridos o padres pudieran siquiera verlas.
Entre los hombres que ten¨ªan vedado el acceso al hospital estaba el antiguo jefe de ginecolog¨ªa, quien s¨®lo clandestinamente y por la noche pod¨ªa entrar para atender los casos m¨¢s graves.
Adem¨¢s, cada vez hab¨ªa menos mujeres doctoras. Las 1.200 estudiantes del Instituto de Medicina de Kabul, la mitad del alumnado, fueron expulsadas por los talibanes, igual que del resto de universidades y centros de ense?anza, por lo que a partir de 1996 no hubo ninguna nueva licenciada.
La facultad perdi¨® tambi¨¦n a sus 30 profesoras y el departamento de medicina forense tuvo que cerrar. Como en la Ginebra del siglo XVI, donde fue quemado el m¨¦dico espa?ol Miguel Servet, descubridor de la circulaci¨®n pulmonar, la pr¨¢ctica de la autopsia se convirti¨® en Afganist¨¢n en una grav¨ªsima herej¨ªa.
Pero no era la ¨²nica. Los mul¨¢s 'tan iletrados como salvajes', seg¨²n el profesor de microbiolog¨ªa Abidullah Obaid, que dirig¨ªan la facultad prohibieron la reproducci¨®n de la figura humana en libros o ilustraciones, as¨ª como el empleo pedag¨®gico de huesos o calaveras. Los alumnos deb¨ªan aprender anatom¨ªa sin m¨¢s ayuda que unos garabatos en la pizarra, r¨¢pidamente borrados antes de que alguien los descubriera, y alg¨²n dibujo distribuido a escondidas por los maestros m¨¢s osados.
El da?o infringido por los talibanes a la formaci¨®n de los m¨¦dicos se suma a la devastaci¨®n causada por 23 a?os de guerra, la malnutrici¨®n de gran parte de los afganos y la falta de vacunas o medicinas.
Ocho profesoras se han reincorporado a sus puestos en el Instituto de Medicina de Kabul y 500 alumnas est¨¢n ya matriculadas. El profesor Obaid reconoce que necesitar¨ªan un curso intensivo para recuperar los cinco a?os perdidos, pero la facultad carece de medios incluso para poner calefacci¨®n en las aulas y se dar¨ªa por satisfecho si consigue reanudar las clases a finales de febrero. Inch Al¨¢ (Si Dios quiere).
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