Un joven como cualquier otro
Los polic¨ªas antidisturbios se asemejan cada vez m¨¢s a quienes reprimen
Lleva barba de cuatro d¨ªas. Tendr¨¢ unos 30 a?os. Est¨¢ apoyado en la pared, en la esquina de Pelayo con La Rambla, con los dos pulgares metidos bajo el cinto. Se cubre con una gorra y unas gafas oscuras. En la nariz sobresale una herida reciente, de ayer quiz¨¢. Los pantalones, muy apretados, le marcan los huevos y unas botas negras le ci?en los camales. Sobre el pecho, en rojo, lleva la marca: Unidad de Intervenci¨®n Policial. Sus compa?eros leen y charlan en dos furgones pr¨®ximos. ?l vigila.
Uno entre tantos. Un polic¨ªa de combate. Un antidisturbios. Cobran algo m¨¢s que los polic¨ªas convencionales. No suelen trabajar en las ¨¢ridas noches en las ¨¢ridas garitas. Viajan. Viven desde muy cerca los momentos intensos de la vida: una cumbre europea, una final de Liga, un concierto masivo y salvaje. Cosas buenas para un joven. Su trabajo, adem¨¢s, tiene algunas de las agradables caracter¨ªsticas con que la milicia hace pasar el trago de la juventud: exige una camarader¨ªa sostenida, una invisible coordinaci¨®n sentimental; el grupo protege y les permite ser de alg¨²n lugar itinerante y cargado, un cuartel, un furg¨®n, un cuarto. Los j¨®venes lo buscan, eso. Corren riesgos. Pero nunca en fr¨ªo. Este aspecto de la cuesti¨®n tiene una importancia considerable; su riesgo de ser polic¨ªas est¨¢ siempre asociado a una generosa descarga de adrenalina: pueden romperles la cabeza, pero ser¨¢ frecuentemente en la peque?a guerra. No se parece al riesgo de caer sobre un bordillo solitario, con un tiro burocr¨¢tico en la nuca.
Viven de cerca los momentos intensos: una cumbre europea, una final de Liga
Hace 20 a?os, los antidisturbios sol¨ªan alimentarse de los casos problem¨¢ticos. Entonces hab¨ªa muchos problemas y muy variados. De forma autom¨¢tica, los problemas se enrolaban en la llamada Reserva. Es f¨¢cil pensar en ella: 200 hombres en un cuartel de las provincias del Norte, bebiendo como cosacos fieros y aburridos todo el d¨ªa y saliendo a disolver al caer la tarde. Entonces se pegaba con m¨¢s implicaciones. Con m¨¢s coraz¨®n.
La democracia quiere pocas implicaciones. S¨®lo las imprescindibles. Desde luego, para ellos nunca ser¨¢ lo mismo entrar en un nudo de gritos, piedras y fuego de Jarrai que en una manifestaci¨®n de camioneros, aunque se defiendan con llave inglesa. Un pulso distinto en las manos, una activaci¨®n distinta de recuerdos. Pero en la generalidad de su trabajo hay una t¨¦cnica, una frialdad, comprendida incluso una ausencia de piedad, plenamente deportiva. Echen un vistazo a los uniformes: cualquier polic¨ªa (incluso cualquier acomodador de cine), hace 20 a?os, iba disfrazado de generalito; ahora van de jugadores de rugby. Nada hab¨ªa m¨¢s distinto que un melenudo y el generalito que lo persegu¨ªa luchando contra sus r¨ªgidos faldones grises. ?Ahora? Ahora el joven de la media barba ha abandonado su pared y se ha metido en el furg¨®n. Ya hay movimiento. En 10 minutos estar¨¢ formado, con el casco, las espinilleras y el resto del utillaje. Al otro lado le esperan otros j¨®venes. Algunos, incluso, empiezan a venir con casco.
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