La voz de la calle
Otra vez en la calle. Hac¨ªa tiempo que en nuestro atribulado y hamletiano pa¨ªs no ten¨ªa lugar una manifestaci¨®n como la de este s¨¢bado, es decir, una marcha con pol¨¦mica previa y su dosis de intriga: ?qui¨¦n ir¨¢?, ?qui¨¦n no ir¨¢? La soluci¨®n hoy mismo, sobre el flamante asfalto del Bilbao del siglo XXI. Una ciudad en la que, por fortuna, en los ¨²ltimos a?os hemos podido recuperar las calles, hacerlas paseables y, de paso, adecentar la cloaca navegable de la R¨ªa.
Hay que reconocer que, en general, las calles de Bilbao han mejorado mucho. Lo podr¨¢n comprobar los ciudadanos que hoy se manifiesten en contra de la Ley de Partidos Pol¨ªticos. Uno recuerda las manifestaciones de los a?os 70, cuando la capital vizca¨ªna era un sombr¨ªo y largo callej¨®n; cuando escuch¨¢bamos a Paco Ib¨¢?ez cantando aquellos versos de Gabriel Celaya en donde se animaba al pueblo (todav¨ªa la izquierda forestal no hab¨ªa descubierto las ventajas de la ciudadan¨ªa europea) a salir a la calle a pasearse a cuerpo, aunque luego saliese Heredia Maya, un poeta gitano, recomend¨¢ndonos echar el cuerpo a tierra por si acaso llegaban los grises.
La democracia admite (y hasta podr¨ªamos decir que exige) la manifestaci¨®n del desacuerdo. Pero por ello mismo la calle no es lo que era. Ha dejado de tener el valor a?adido y simb¨®lico de anta?o (incluido el valor de los manifestantes que se expon¨ªan a perder un trabajo o un ojo o las dos cosas). Quiz¨¢s porque hemos visto infinidad de manifestaciones, creemos poco en ellas. Nuestra fe en la influencia pol¨ªtica del callejero urbano es por desgracia escasa.
No me f¨ªo -qu¨¦ le vamos a hacer- de la voz de la calle. A menudo se la traga la tierra o se interpreta mal o suena defectuosamente, lo mismo que los discos pasados de revoluciones. El ¨²ltimo reducto de mi fe callejera se fue por la cloaca un mes de julio de hace cinco a?os. Medio mill¨®n de ciudadanos vascos no logramos que ETA perdonase la vida a un inocente. Parec¨ªa que se iba a hundir la calle. Pero la calle es dura. Como algunas cabezas.
Inevitablemente, uno no puede dejar de recordar aquellos d¨ªas al hilo de la marcha de este s¨¢bado sobre la capital vizca¨ªna. Es como la pregunta t¨®pica del 68 (?d¨®nde estaba usted en mayo del 68? ?Estaba usted en Par¨ªs arrojando ladrillos a la Gendarmer¨ªa o preparando oposiciones a c¨¢tedra?), pero con todo el dramatismo absurdo de una pieza de Beckett o Ionesco.
Muchos de los que hoy se manifiestan esgrimiendo argumentos razonables contra la Ley de Partidos Pol¨ªticos lo hicieron hace un lustro sobre el mismo asfalto de la misma ciudad. ?Qu¨¦ diablos ha pasado en estos cinco a?os? Es la pregunta que uno se hace este s¨¢bado de junio. Y me temo que la respuesta no est¨¢ en la calle, ni en el viento precoz del verano.
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