Contra la ignorancia programada
El actual debate sobre la educaci¨®n, que alcanza afortunadamente a cada vez m¨¢s pa¨ªses, es sin duda una de las cuestiones esenciales del siglo en rodaje. Y su alcance, si nos lo tomamos en serio, va mucho m¨¢s all¨¢ de tiquismiquis acerca de rev¨¢lidas e itinerarios docentes (que, por otra parte, tampoco carecen desde luego de importancia). En el fondo, lo que se trata de determinar es si nuestros establecimientos de ense?anza s¨®lo pueden aspirar a preparar el recambio de gestores y clientes necesario para mantener el sistema socioecon¨®mico vigente o ciudadanos cr¨ªticos capaces de transformarlo, sin concesiones a la violencia o a la demagogia irracional. No se trata de adoctrinar para la rebeli¨®n pueril, como hacen a veces adultos irresponsables deseosos de que los ni?os venguen sus fracasos y derrotas, sino de potenciar una inteligencia c¨ªvica que pudiera llegar a ser tan inconformista frente a lo vigente como frente a los vetustos estereotipos que se le ofrecen como recambio. En una palabra, posibilitar la formaci¨®n de nuevas actitudes democr¨¢ticas sin cortocircuitarlas pedag¨®gicamente desde la resignaci¨®n 'realista' o la frustraci¨®n 'ut¨®pica'.
LA ESCUELA DE LA IGNORANCIA
Jean-Claude Mich¨¦a Traducci¨®n de Isabelle Marc Mart¨ªnez Acuarela Libros. Madrid, 2002 101 p¨¢ginas. 10 euros
Como permanecemos chapo-
teando entre las querellas partidistas a corto plazo y la falta de ideas para el futuro, quiz¨¢ venga bien la sacudida ocasional de alg¨²n tratamiento de choque. Para ello, nada como echarse al plato un buen panfleto. Esta obrita de Jean-Claude Mich¨¦a lo es, sin duda alguna, y me atrevo a decir que a mucha honra. La gracia del panfleto reside en que opta por la exageraci¨®n y la desmesura caricaturesca para llamar la atenci¨®n sobre algo sistem¨¢ticamente pasado por alto por el pensamiento conservador: si prefiriese una matizada sobriedad, la unanimidad coral de los bienpensantes har¨ªa inaudible su mensaje. El panfletario es como la mam¨¢ que ante la salpicadura de sopa en la camisa del ni?o grita: '?Te has puesto perdido!'. En caso de protestar menos, no habr¨ªa posibilidad de convencerle para que se cambiase de camisa.
De todas formas, la mancha se?alada por Mich¨¦a en la camisa educativa es de bulto. Frente a los constantes lamentos sobre el fracaso escolar y el aumento de efectiva ignorancia entre los alumnos, presentados como disfunciones del sistema, se pregunta: ?y si tales carencias fuesen en realidad logros de una agenda no expl¨ªcita, empe?ada en conseguir una sustancial reducci¨®n de la inteligencia cr¨ªtica, es decir, de 'la aptitud fundamental del hombre para comprender a un tiempo el mundo que le ha tocado vivir y a partir de qu¨¦ condiciones la rebeli¨®n contra ese mundo se convierte en una necesidad moral'? Desde luego, la respuesta de Mich¨¦a es desafiantemente afirmativa. La ideolog¨ªa del capitalismo globalizado quiere maximizar beneficios y minimizar la voluntad c¨ªvica. Para perpetuar y prolongar sus instrumentos tecnol¨®gicos le basta con formar una ¨¦lite de privilegiados que reciban en centros privados (y selectivamente caros) una formaci¨®n cient¨ªfica a la altura de los tiempos, debidamente exigente y disciplinada. Para los dem¨¢s, basta con urdir un espacio de entretenimientos y juegos, abierto a la ch¨¢chara de los buenos sentimientos, en el que los profesores dejen de ser sujetos de saber y se conviertan en animadores de indefinidos debates, concebidos seg¨²n el modelo de los talk-shows televisivos, algo semejante a un gran parque de atracciones escolar. En este empe?o colaboran ya voluntariosamente los nuevos pedagogos, desde la buena conciencia de un progresismo sin l¨¢grimas ni coacciones que ha encontrado su primer y definitivo mandamiento en el 'prohibido prohibir', completado por su corolario '?considerad vuestros deseos como realidades!'. El resultado es esa proliferaci¨®n de 'borriquitos con ch¨¢ndal', seg¨²n la ya inmortal acu?aci¨®n de S¨¢nchez Ferlosio.
Jean-Claude Mich¨¦a pertene-
ce a la a¨²n escasa pero creciente cohorte de los anticapitalistas conservadores, que desconf¨ªan razonablemente de una acepci¨®n de 'progreso' y 'modernidad' equivalente en casi todos los casos a la simple desaparici¨®n de trabas culturales a la expansi¨®n sin l¨ªmites del mercado. De George Orwell (al que dedic¨® una obra anterior, Orwell, anarchiste Tory) toma la noci¨®n de common decency, conjunto de pautas de solidaridad y dignidad laboral anteriores al capitalismo mismo y que parad¨®jicamente posibilitaron sus logros m¨¢s positivos, aunque ahora se vean arrolladas por su expansi¨®n multinacional descontrolada. Pese a que de vez en cuando sus advertencias suenen un tanto a la via Camenbert a la revoluci¨®n tipo Jos¨¦ Bov¨¦, ni mucho menos pueden todas ser echadas en saco roto. Sea como fuere, lo bueno de los panfletos inteligentes es que dan una voz de alarma sugestiva incluso para quienes no comparten del todo los presupuestos del panfletario. Tal es el caso de esta obrita, escrita con la intensidad y el debido mal genio que cuadran al g¨¦nero, pero en la que yo habr¨ªa agradecido un poquito m¨¢s de humor y no s¨®lo malhumor. Son cosas m¨ªas.
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