De imaginarios e identidad
Durante el siglo XIX y sobre todo en las primeras tres d¨¦cadas del XX, si alguien entre nosotros hablaba de estudiar en Europa se refer¨ªa casi siempre a Francia; m¨¢s todav¨ªa: a su capital. Par¨ªs fue la Meca de los latinoamericanos. Si un escritor mexicano aprend¨ªa un idioma extranjero, era casi seguro que el primero, o el ¨²nico, fuera el franc¨¦s. En Par¨ªs exist¨ªan dos editoriales, la de Ollendorff y la de la viuda de Bouret, que publicaban libros en lengua castellana. La aceptaci¨®n de un manuscrito en cualquiera de esas dos casas situaba ya a su autor en los c¨ªrculos literarios de todo el continente. Se publicaban tambi¨¦n all¨ª dos revistas literarias importantes en nuestra lengua, con difusi¨®n en Espa?a e Hispanoam¨¦rica, La Revista de Am¨¦rica, dirigida por el peruano Francisco Garc¨ªa Calder¨®n, y otra por el venezolano Rufino Blanco-Fombona. Rub¨¦n Dar¨ªo publicaba en ambas revistas. En el periodo de entreguerras, no hab¨ªa un joven escritor o pintor en Am¨¦rica que no deseara vivir en Par¨ªs. Algunos lo lograron con becas, con ayudas familiares o con ingresos casi de mendigos. Las familias pudientes enviaban a sus hijos para estudiar carreras serias, las de siempre: leyes, medicina e ingenier¨ªa. Pocos llegaban al fin. En pocas semanas hab¨ªan ya conocido a la heterog¨¦nea pl¨¦yade hispanoamericana dispersa en la ciudad. Le¨ªan poes¨ªa, discut¨ªan de literatura, de pol¨ªtica, de mujeres, de los ballets de Stravinski y de Milhaud, del Ulises de Joyce, de la ri?a entre Breton y Aragon. ?Estaban al d¨ªa! Despertaban al comenzar la tarde, conoc¨ªan los caf¨¦s adecuados, viv¨ªan extasiados y al mismo tiempo hartos de todo, sin saber bien por qu¨¦; llegaban pronto a moverse con soltura dentro de la cultura francesa, es m¨¢s, algunos participaron activamente en los movimientos de vanguardia, sobre todo en el surrealista. Pero tambi¨¦n por caminos oscuros descubrieron la historia y literatura de aquellos borrosos pa¨ªses que hab¨ªan dejado a sus espaldas y a rebelarse ante su atraso, sus injusticias, sus caudalosos problemas. Sin advertirlo casi, fueron reconquistados por Am¨¦rica. Cito algunos nombres: los cubanos Alejo Carpentier y Lidia Cabrera, los venezolanos Uslar Pietri y Teresa de la Parra, el uruguayo Enrique Amorim, los guatemaltecos Luis Cardoza y Arag¨®n y Miguel ?ngel Asturias, los chilenos Gabriela Mistral, Huidobro, Neruda a ratos, los peruanos C¨¦sar Vallejo y C¨¦sar Moro, los mexicanos Alfonso Reyes, Carlos Pellicer y muchos, much¨ªsimos m¨¢s. Gran parte de nuestra pintura se forj¨® all¨¢: Diego Rivera, Agust¨ªn Lazo, Rodr¨ªguez Lozano, entre los mexicanos, el guatemalteco Carlos M¨¦rida, los cubanos Amelia Pel¨¢ez y Wifredo Lam, el uruguayo Torres-Garc¨ªa, el chileno Matta, unos participaron en el cubismo y el futurismo, otros en el surrealismo. Julio Cort¨¢zar le refer¨ªa en una carta a Lezama Lima sobre c¨®mo desde Par¨ªs, pasados varios a?os all¨ª, comenz¨® en un momento a esbozar las l¨ªneas desva¨ªdas de Argentina para posteriormente irlas precisando, y ya no s¨®lo las del propio pa¨ªs sino las del continente.
Por caminos oscuros descubrieron la historia y la literatura de aquellos borrosos pa¨ªses que hab¨ªan dejado a sus espaldas y a rebelarse ante su atraso
Dentro de cincuenta o cien a?os, la imagen de Europa se transformar¨¢ por estos nuevos pobladores
El caso de Borges es peculiar. Viaja muy joven a Europa. Estudia en Ginebra y pasa despu¨¦s algunos a?os en Mallorca, Sevilla y Madrid. En esta ¨²ltima ciudad se adhiere al ultra¨ªsmo. De vuelta en Buenos Aires, repudi¨® con estruendo ese pasado inmediato europeo, sobre todo el espa?ol. Decidi¨® ser un criollo total y utilizar el lenguaje de los criollos. (Criollo en Argentina significa nativo y no hisp¨¢nico como entre nosotros). Le llev¨® a?os recuperar el equilibrio. Sin desistir del fervor por los poemas gauchos y los tangos de arrabal, recuper¨® el viejo placer de la filosof¨ªa, las literaturas cl¨¢sicas, sobre todo la inglesa; vislumbr¨® el Oriente. A la mitad de su vida se hab¨ªa convertido ya en nuestro escritor universal por antonomasia.
II. El esfuerzo latinoamericano para no quedarse atr¨¢s del mundo ni a la sombra de las metr¨®polis ha sido ¨ªmprobo. Partimos en busca de una deseada madurez y en la cultura lo hemos logrado, no obstante las mil trabas, reproches, barreras, zancadillas y asedios puestos en el camino. Parecer¨ªa que cada uno de nuestros pa¨ªses albergaba a dos Am¨¦ricas, la que marchara a la Utop¨ªa mientras la otra, la perversa, pusiera todos sus esfuerzos en liquidarla. Las fases m¨¢s dif¨ªciles se registraron con el nacimiento mismo de la independencia. ?Cu¨¢ntos de entre los americanos en 1820 lograban orientarse sobre el significado de un t¨¦rmino tan novedoso como el de 'rep¨²blica'? S¨®lo un m¨ªnimo pu?ado perdido y disgregado de francmasones en la infinidad de un continente pol¨ªticamente ineducado. En respuesta surgi¨® un sentimiento de americaner¨ªa andante. Lo inicia Andr¨¦s Bello al ponerse al servicio de Venezuela, su pa¨ªs natal, y de Chile, y ense?ar todo lo que hab¨ªa aprendido en su laboriosa y larga estancia en Inglaterra, y culmina con Mart¨ª y Dar¨ªo, recorriendo diversos pa¨ªses con un fervor cultural nunca antes registrado.
La clara visi¨®n de Alfonso Reyes ilustra esa larga marcha: 'En tanto que el europeo no ha necesitado asomarse a Am¨¦rica para construir su sistema del mundo, el americano estudia, conoce y practica a Europa desde la escuela Primaria (...) La experiencia de estudiar todo el pasado de la cultura humana como cosa propia -sigue apuntando Reyes- es la compensaci¨®n que se nos ofrece a cambio de haber llegado tarde a la llamada civilizaci¨®n occidental. Estamos en postura de hacer s¨ªntesis y de sacar saldos sin sentirnos limitados por estrechos orbes culturales como otros pueblos de mayor abolengo. Para llegar a su conciencia del mundo, el hijo de un gran pa¨ªs europeo no necesita casi salir de sus fronteras. En cambio para llegar a Roma nosotros tuvimos que caminar por muchos caminos'.
La esperanza de Reyes en poder ver realizada una utop¨ªa americana, su optimismo en el presente y en el destino de nuestra Am¨¦rica es ferviente: 'Hemos tenido que buscar la figura del Universo juntando especies dispersas en todas las lenguas y todos los pa¨ªses. Somos una raza de s¨ªntesis humana. Somos el verdadero saldo hist¨®rico. Todo lo que el mundo haga ma?ana tendr¨¢ que contar con ese saldo nuestro'.
Lamentablemente no ha sido as¨ª, a¨²n no; pero perseveraremos.
Sobre los esfuerzos de un intelectual en la periferia de las grandes culturas, para no quedarse paralizado en un rinc¨®n de su aldea, cito dos p¨¢rrafos de Cioran a Fernando Savater: 'Nunca me han atra¨ªdo los esp¨ªritus confinados en una sola forma de cultura. Mi divisa ha sido siempre y contin¨²a si¨¦ndolo, no arraigarse, no pertenecer exclusivamente a una comunidad. Vuelto hacia otros horizontes, he intentado siempre saber qu¨¦ suced¨ªa en otras partes. A los veinte a?os, los Balcanes no pod¨ªan ofrecerme ya nada m¨¢s. ?se es el drama, pero tambi¨¦n la ventaja de haber nacido en un medio 'cultural' de segundo orden. Lo extranjero se hab¨ªa convertido en un dios para m¨ª. De ah¨ª esa sed de peregrinar a trav¨¦s de las literaturas y de las filosof¨ªas, de devorarlas con un ardor m¨®rbido. Lo que sucede en la Europa Oriental sucede tambi¨¦n en los pa¨ªses de Am¨¦rica Latina, y he observado que sus representantes est¨¢n infinitamente m¨¢s informados y son mucho m¨¢s cultivados que los occidentales, irremediablemente provincianos. Ni en Francia ni en Inglaterra he conocido a nadie con una curiosidad comparable a la de Borges, una curiosidad llevada hasta la man¨ªa, hasta el vicio, y digo vicio porque, en materia de arte y de reflexi¨®n, todo lo que no degenere en fervor es superficial, es decir, irreal...'.
Es la sed sudamericana lo que hace a los escritores de aquel continente m¨¢s abiertos, m¨¢s vivos y m¨¢s diversos que los europeos occidentales, paralizados por sus tradiciones e incapaces de salir de una prestigiosa esclerosis'.
Coda. Hace un a?o en Mil¨¢n, en Navidad, visit¨¦ una impresionante exposici¨®n del fot¨®grafo Sebasti?o Salgado. El tema era s¨®lo uno, el de las migraciones de los diez ¨²ltimos a?os en todos los continentes. Vi inmensas muchedumbres marchando de un lado a otro, pueblos expulsados de su lugar por un r¨¦gimen pol¨ªtico, por el miedo a la guerra, pero, sobre todo, por el hambre. Son hijos de la pol¨ªtica neoliberal, son sus frutos. Pa¨ªses y continentes enteros en ruinas. Lo m¨¢s impresionante era el rostro de las mujeres. M¨¢s que temor, uno encontraba signos de fortaleza, de dignidad, la seguridad de sobrevivir a todos los desastres. Junto a ellas, sobre ellas, abajo de ellas revoloteaban parvadas de ni?os. En algunas fotos, en los campamentos de socorro, los ni?os dorm¨ªan en el suelo, jugaban o aprend¨ªan a leer y a escribir en unas salas escuetas. Al salir del Palazzo donde se expon¨ªa la obra de Salgado, y atravesar la inmensa plaza del Duomo reconoc¨ª las mismas caras contempladas en las fotograf¨ªas: much¨ªsimos suramericanos, algunos paup¨¦rrimos, en especial los de Per¨², Bolivia y Ecuador. Unos paleaban nieve, otros vend¨ªan paraguas, juguetes folcl¨®ricos de sus pa¨ªses, discos, videocasetes; otros m¨¢s tan s¨®lo conversaban; africanos procedentes del ?frica negra o del norte, de los pa¨ªses ¨¢rabes, miles de asi¨¢ticos, y tambi¨¦n de europeos del este y de los Balcanes mal vestidos, p¨¦simamente abrigados, poco aseados: albaneses, kosovares, serbios, rusos, bosnios, b¨²lgaros, ucranianos, rumanos, bielorrusos... italianos, una minor¨ªa raqu¨ªtica. Esa noche de Navidad la plaza se transform¨® en una torre de Babel. Imposible saber cu¨¢ntos idiomas y dialectos se emit¨ªan en ese espacio. ?Qu¨¦ inmensa colonia de parias! ?Los pobres del mundo! Pero sorprendentemente de ellos se desprend¨ªa una vitalidad primaria, una propensi¨®n a moverse en el relajo, en la bulla. Los italianos los detestan, igual que en cualquier pa¨ªs pr¨®spero de Europa, pero no pueden deshacerse de ellos. Los golpear¨¢n, encerrar¨¢n a algunos en sus miserables refugios y les prender¨¢n fuego, los escupir¨¢n, les robar¨¢n sus m¨ªnimos harapos, les destruir¨¢n sus toscas artesan¨ªas, violar¨¢n a sus mujeres y a sus hijas, pero perdurar¨¢n, otros m¨¢s seguir¨¢n llegando, huyendo a la miseria de sus pa¨ªses, y algunos de ellos encontrar¨¢n trabajo porque las tasas de natalidad de Europa son ahora casi todas negativas; cada a?o hay menos ni?os en Italia, en Europa entera, y menos j¨®venes, faltan manos para ocuparse de los trabajos sucios y fatigosos.
No soy ni soci¨®logo, ni mucho menos profeta, pero de esa visi¨®n invernal me qued¨® la convicci¨®n de que dentro de cincuenta o cien a?os, para fijar cifras nada lejanas, la imagen de Europa se transformar¨¢ por estos nuevos pobladores. Las l¨ªneas econ¨®micas de ahora al empobrecer su entorno los ha despojado de sus lugares natales. En el futuro ser¨¢n los ciudadanos del mundo, y si no ellos f¨ªsicamente, s¨ª parte de la marea infantil que los acompa?a a todas partes. La historia se repetir¨¢, ellos reemplazar¨¢n a las civilizaciones ab¨²licas, como hace quince siglos los godos, los visigodos, los normandos, los ilirios, los rutenos, los magiares, los kazhubes, y tantos y tantos grupos temidos entonces se 'desbarbarizaron', reconstruyeron algo de las ruinas y los ¨¢ureos jardines que los fatigados romanos no pudieron mantener, y dieron inicio a otros estilos desconocidos en Roma, el g¨®tico por citar un ejemplo soberbio.
El mundo, no cabe duda, a pesar de las grandes zozobras que el presente nos asesta seguir¨¢ su larga, su infinita marcha.
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