Armstrong nunca ser¨¢ Indurain
El ciclista estadounidense busca su cuarto t¨ªtulo y acercarse a la marca del espa?ol, pero con un estilo completamente diferente
Lance Armstrong va camino de la marca de Miguel Indurain, pero ni se le parece. Indurain estuvo un d¨ªa muy cerca de sentir p¨¢nico. Giro del 93. Indurain de rosa. Subida al santuario de Oropa. Pen¨²ltima etapa. ?ltima llegada en alto. Argentin prepara el terreno y Ugrumov ataca. Ataque de escalador. Indurain comete un peque?o error: intenta seguirlo. Explota. Inmediatamente entra en funcionamiento el piloto autom¨¢tico. Marcha regular. A su ritmo. Pero no puede. Un segundo problema le aflige. La alergia. Siente que se ahoga. Por lo menos puede seguir con la vista a Ugrumov. Calcular la distancia que pierde. Su colch¨®n no es malo: aventaja al let¨®n en 1.34m. Y ma?ana se llega a Mil¨¢n. S¨²bitamente, a la vuelta de una de las curvas, Ugrumov desaparece. No est¨¢ a la vista. Una punzada de p¨¢nico aparece en la mirada de Indurain. Pero no est¨¢ solo. Detr¨¢s, bloqueado por un comisario, Jos¨¦ Miguel Ech¨¢varri padece al volante del Mercedes del Banesto. Ve a Indurain y, aunque no vea a Ugrumov, sabe por radio Giro que la ventaja nunca supera el medio minuto, que el Giro no corre peligro. A menos que Indurain pierda los papeles. Y est¨¢ a punto. Rozando la expulsi¨®n de la carrera, Ech¨¢varri sortea el bloqueo, se hace el sordo ante los silbidos del comisario que le manda parar y llega a la altura de Indurain. 'Tranquilo', le dice. 'Ugrumov no est¨¢ lejos. No est¨¢ ni a medio minuto. No se te puede escapar. El Giro no corre peligro'. A Indurain le cambia la cara. Es otro hombre. Recupera sus proverbiales tranquilidad y frialdad de los momentos dif¨ªciles. En la cima pierde s¨®lo 36s. Gana el Giro por 58s.
Armstrong es su jefe, elige su calendario, ficha corredores, los despide y les fija los salarios
Indurain fue un diamante en bruto que se dej¨® pulir por su director, Jos¨¦ Miguel Ech¨¢varri
Armstrong vio un d¨ªa partir a Pantani. Tour 2000. Pen¨²ltima etapa de monta?a. Llegada a Courchevel, un puerto largo y tendido. Armstrong, de maillot jaune. El Tour no corre peligro, en teor¨ªa, porque el Pirata est¨¢ a 10 minutos en la general. Pero Armstrong quiere estar seguro. No es buena cosa que se vaya Pantani, escalador explosivo y genial. ?Qu¨¦ hacer? Con la rutina de un bur¨®crata, el americano habla por el interfono y manda subir a su altura a Johan Bruyneel, su director. 'Johan, telefonea a Ferrari', le ordena. 'Preg¨²ntale qu¨¦ velocidad aer¨®bica m¨¢xima puede mantener Pantani. Y por cu¨¢nto tiempo'. Cuando el m¨¦dico italiano, un genio en matem¨¢ticas, seg¨²n Armstrong, le da la respuesta, el americano, otro genio cient¨ªfico, la procesa y act¨²a en consecuencia. Pone en marcha su piloto autom¨¢tico a un ritmo lo suficientemente fuerte para no perder a Pantani y, a la vez, condenar a Ullrich, que sufre detr¨¢s, pero no tan fuerte como para hacer sufrir a sus piernas en exceso. Pantani gana. Armstrong llega a 50s. Ullrich pierde 2.31m. El segundo Tour no se le escapa a Armstrong.
Indurain fue un diamante en bruto que se dej¨® pulir por el equipo dirigido por Ech¨¢varri y s¨®lo al final de su carrera fue consciente de su valor. Las decisiones las tomaban los dem¨¢s. Armstrong es un corredor que disputa una contrarreloj a su destino y ha construido a su alrededor una empresa para ayudarle. Armstrong es el jefe. Cada ¨¦poca tiene un campe¨®n, y cada campe¨®n, un estilo. Indurain y su gente crearon su propio estilo. Armstrong es heredero directo de Merckx y Anquetil.
'Bruyneel es muy bueno porque se sabe todos los datos, me informa muy bien. Pero las decisiones las tomo yo', suele decir el americano. Y con raz¨®n: no s¨®lo es el l¨ªder del equipo, tambi¨¦n es accionista mayoritario de la empresa que recibe el patrocinio de la compa?¨ªa de correos de EE UU. Es trabajador y empresario. Ejecutivo que decide: ¨¦l ficha a los corredores y los despide, decide la alineaci¨®n del Tour y escoge su calendario. Fija los salarios. Tiene un entrenador privado, Chris Carmichael, y un oste¨®pata y un cocinero. A Indurain le consultaban los fichajes y ¨¦l nunca se opon¨ªa. Pero decid¨ªa Ech¨¢varri.
Armstrong tiene un pod¨®logo llamado Russell Bollig que en primavera le visita, saca un molde en resina de sus pies y se marcha a su taller de Boulder (Colorado) con unos pares de zapatillas de montar de Armstrong. De la resina saca un molde en escayola y sobre ella trabaja las plantillas, que deben adaptarse como un guante a las cavidades e intersticios de sus pies para que nada se mueva y todo est¨¦ en su lugar.
A Indurain no le gustaba estrenar zapatillas. Nunca estrenaba un par en una carrera importante. S¨®lo le importaba que estuvieran usadas, que el cuero se modelara con su sudor y su calor, que su pie se sintiera c¨®modo.
Armstrong tiene un amigo que se llama John Cobb, que es un genio de la mec¨¢nica, un inventor, un especialista en aerodin¨¢mica. Todos los inviernos Armstrong se pasa por su t¨²nel del viento y prueba posturas y materiales nuevos, acoples de triatl¨®n para las contrarreloj, llantas aerodin¨¢micas, horquillas, potencias y tijas. Posturas. Rota la pelvis y su espalda se aplana. Posici¨®n ideal para contrarreloj, pero inc¨®moda. No hay problema: Armstrong se machaca ascendiendo duros puertos con la bicicleta de contrarreloj. Siempre sentado. Sin levantar el culo del sill¨ªn. Armstrong es un obseso.
A Indurain se le acerc¨® Ech¨¢varri en 1984 la v¨ªspera de la contrarreloj del Tour del Porvenir. '?Qu¨¦ es eso que llevas ah¨ª?', le pregunt¨®. 'Una cabra'. '?Y eso?'. Las cabras, las bicicletas deslizantes, con la rueda delantera m¨¢s peque?a y manillar en cuerno de vaca, eran el furor del momento. '?sala ma?ana en la contrarreloj', le dijo Ech¨¢varri. 'Mejor que no'. Indurain, 20 a?os reci¨¦n cumplidos, corri¨® y gan¨® (20s a Jean-Fran?ois Bernard) con una bicicleta tradicional. Ech¨¢varri lo llev¨® un d¨ªa al t¨²nel de viento de Pinarello y se decidi¨® que su postura no era nada aerodin¨¢mica, que ten¨ªa que bajar m¨¢s el pecho y cerrar m¨¢s los brazos. Tarea imposible: el pecho no le cab¨ªa, no pod¨ªa bajarlo m¨¢s sin darse con las rodillas, y as¨ª no pod¨ªa respirar. No cambi¨® nunca de postura. Nunca fue aerodin¨¢mico. Gan¨® todas las contrarreloj que se propuso y bati¨® el r¨¦cord de la hora. Ech¨¢varri lo llev¨® a ver a Conconi, el m¨¦dico del momento, que le dijo que con ese culo no pod¨ªa llegar muy lejos, que ten¨ªa que adelgazar si quer¨ªa subir alg¨²n puerto. Nunca pudo bajar de 80 kilos, pero en la monta?a del Tour nunca hubo nadie que le superara.
Armstrong le rob¨® el a?o pasado el mec¨¢nico a Ullrich. Hace un par de meses le llev¨® a su habitaci¨®n con la bici de contrarreloj. Hab¨ªa cambiado de marca de pedales y los nuevos eran siete mil¨ªmetros m¨¢s bajos. Necesitaba bajar siete mil¨ªmetros el sill¨ªn, pero la tija no da m¨¢s de s¨ª. El mec¨¢nico le lima el cuadro lo justo. Ni medio mil¨ªmetro m¨¢s. Armstrong est¨¢ c¨®modo.
A Indurain tambi¨¦n le gustaba cuidar esos detalles, agarrar plomada y escuadra y medir la posici¨®n del sill¨ªn y la altura del manillar, pero a Indurain hubo que convencerle a la fuerza, obligarle pr¨¢cticamente, a dejar de usar pedales con calapi¨¦s. Fue, con Kelly, el ¨²ltimo en cambiar a los pedales autom¨¢ticos. Lo hizo por una cuesti¨®n pr¨¢ctica: en caso de aver¨ªa no podr¨ªa haber intercambiado la bicicleta con ning¨²n compa?ero.
Una cosa les une. Indurain gan¨® su primer Tour a los 27 a?os, y sigui¨® gan¨¢ndolos ininterrumpidamente hasta los 31. Cuando termine el Tour que empieza hoy en Luxemburgo, Armstrong tendr¨¢ 30 a?os. Si lo gana, podr¨¢ plantearse ganar el quinto a los 31.
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