BAJO EL FARO
A los pies de la Torre de H¨¦rcules los ni?os juegan a piratas, y en sus acantilados se juegan la vida los 'percebeiros'. 'Beatniks', filosof¨ªa y un bosque de nubes. Claroscuros de A Coru?a.
Encend¨ªa un cigarrillo y lo desplegaba al hablar como si fuese un pintor de nubes. Ahora entiendo que no era por fumar, sino por crear una atm¨®sfera. Caeiro era profesor de filosof¨ªa en el instituto coru?¨¦s de Monelos. Val¨ªa por dos, pues era a un tiempo bondadoso e ir¨®nico. Bajo de estatura, fornido como el bibliotecario de un convento, su cabeza era formidable, una mezcla de S¨®crates y el teniente Colombo. Su objetivo insoslayable era que aquella generaci¨®n de beatniks gallegos aprendiese el Imperativo Categ¨®rico de Kant. Su otra pasi¨®n era el debate entre Her¨¢clito y Parm¨¦nides. El todo fluye o todo permanece. La clase de filosof¨ªa tocaba a primera hora de la tarde, despu¨¦s de comer. As¨ª que, aunque Her¨¢clito ten¨ªa raz¨®n, a Parm¨¦nides tampoco le faltaba. Caeiro lo confirm¨® un d¨ªa: 'Quiz¨¢s los dos ten¨ªan raz¨®n'. Y se qued¨® clavado, en un ins¨®lito quietismo, ante el ventanal que ofrec¨ªa la pel¨ªcula del cielo de Coru?a, el v¨¦rtigo de nubes, aquella sucesi¨®n de claro-oscuros, el paisaje vivo de la desposesi¨®n, avanzando como el bosque de Birnam hacia Dunsinane, la fortaleza de Macbeth.
Su cabeza era formidable, una mezcla de S¨®crates y el teniente Colombo
En un encuentro de antiguos alumnos, me entero de que Caeiro ya no vive. Despu¨¦s de un brindis silencioso en su memoria, lo record¨¦ as¨ª, quieto y volando en la ventana, fascinado por el bosque de nubes, y pens¨¦ que quiz¨¢s en su cabeza rondaba algo parecido a lo que otro Caeiro, Alberto, uno de los heter¨®nimos de Fernando Pessoa, reflej¨® en un verso fulminante: 'Hay metaf¨ªsica bastante en no pensar nada'.
Pero hab¨ªa otro recuerdo, reconfortante, que enlazaba el paisaje con la filosof¨ªa. Hacia final de curso, y hablando del subconsciente colectivo en Jung, o algo as¨ª, surgi¨® el concepto de la saudade, que parece atornillarnos de forma irreparable a la convenci¨®n de la tristeza. Caeiro nos relat¨® la historia de un viejo rey que hizo recuento de alegr¨ªas en su vida y s¨®lo le sal¨ªan nueve, as¨ª que le sobraba un dedo de las manos y, ?zas!, se lo cort¨®. Nos re¨ªmos del susto. La saudade era mate y la alegr¨ªa brillante. A ver, examen, cu¨¦ntenme ustedes momentos de su vida en que han percibido una verdadera alegr¨ªa.
Pero, ?punt¨²a?
?C¨®mo no van a puntuar las alegr¨ªas?
Hoy, en la playa, contra el mar, con qu¨¦ alegr¨ªa los chavales proclaman: '?Al ataque!'. Y all¨¢ van, en guerrilla contra la ola que los zapatea en la arena, en un amasijo de extremidades y sargazos. Ellos salen del episodio sofocados, enrojecidos, escupiendo el mal trago. Tambi¨¦n se r¨ªen del susto.
Ha llovido esta ma?ana. 'Chove para que eu so?e' (Llueve para que yo sue?e), escribi¨® Ux¨ªo Novoneyra, que dejaba el camino abierto para que un amigo, el doctor Da Cruz, bordara el palimpsesto: 'Chove para que eu so?e... que non chove'. El faro amaneci¨® atl¨¢ntico, contando nubes, porque todas y cada una de las nubes, y todas y cada una de las borrascas de las Azores, saludan al faro con sus banderas blancas o de negro pirata. Con poderosas aspas de luz, se pele¨® toda la noche contra la noche, como un adolescente en una discoteca. Al alba, se fue apagando como un fr¨¢gil farol chino.
Desde antes del mediod¨ªa, luce el sol. Hay que saber esperarlo. Y siempre aparece limpio, fervoroso, como la canci¨®n de una lavandera de Castro de Elvi?a. La ciudad, que los constructores de galer¨ªas so?aron como una redoma de vidrio, adquiere entonces la luz de quien la pint¨® como nadie, Urbano Lugr¨ªs, el surrealista que ten¨ªa la mirada de un pez ne¨®n. Todo ha cambiado en un abrir y cerrar de ojos. Con el porte cl¨¢sico con que lo revisti¨® en el siglo XVIII el arquitecto Giannini, el faro parece enclavado en un conf¨ªn hel¨¦nico. ?El faro tiene los gustos cambiantes de Turner, el se?or de los pinceles!
Los chavales que con tanta alegr¨ªa gritan '?Al ataque!' contra el mar han bajado del Monte Alto, el barrio del faro. Hay tres playas interiores, contiguas, que forman parte de la t¨ªpica estampa veraniega coru?esa: Riazor, Orz¨¢n y el Matadero. Su mejor d¨ªa, sin duda, es una noche, la de las hogueras de San Juan, en la que arde hasta el mar. Pero esta otra playa, la del Arenal, entre el nuevo acuario y la monta?a del faro, es ¨ªntima, dom¨¦stica, como la horma de un hogar. En la peque?a ensenada se mecen las barcas de los ¨²ltimos mohicanos de bajura, pintadas como alegres ¨¢nimas. A sus espaldas est¨¢ la antigua prisi¨®n provincial. He o¨ªdo contar a presos que el faro era como un c¨®digo morse para la supervivencia.
Hay un lapsus en el G¨¦nesis. Y es que no dice cuando fueron concebidos los faros. Son obra humana, pero pertenecen a un orden especial de la naturaleza, como los barcos. Por muy prodigiosas o grandiosas que sean otras construcciones, no hay una arquitectura comparable.
Los faros son seres vivos. M¨¢s que formar parte del paisaje, lo crean. H¨¦rcules, Sisargas, Nariga, Roncudo de Corme, Laxe, Vilano, Mux¨ªa, Touri?¨¢n, y Fisterra. Los hay humildes, as¨ª el del Roncudo, como un exvoto forrado de azulejos y su candela velando las cruces de los percebeiros muertos. Los hay que sobrecogen, como el faro Vilano, gal¨¢ctico, remontando sobre un conf¨ªn casi inaccesible, donde se cobijan los ¨²ltimos araos. Al pie del de Nariga, una roca enorme se abre como una ostra. Es el faro m¨¢s reciente, obra de C¨¦sar Portela, pero ya pertenece a otro tiempo, a un futuro recordado. En Touri?¨¢n, un potro salvaje pasta espinas de tojo tiernas entre el p¨²rpura de los brezos. A igual que los barcos, ?qu¨¦ otro compa?ero tendr¨¢, sino el faro, cuando llegue el capit¨¢n invierno? En la mayor de las islas Sisargas, el faro ampara la gran incubadora de las aves del mar. La tierra cr¨ªa, la hierba es plum¨®n. Todo el suelo palpita, tiembla, gorjea, picotea gusanos en las nubes. El faro de Mux¨ªa, al lado del santuario de la Virgen de la Barca, ilumina una instalaci¨®n de genuino land-art. Piedras labradas por el mar. Piedras curativas. Piedras sagradas. Una de ellas ha tra¨ªdo a la Virgen. Por mar llegaron a esta tierra los santos y los piratas. Por tierra, los obispos y los alguaciles.
Bajo el faro, las piedras respiran con su piel de iguana al comp¨¢s de la luz. Muchos pintores estuvieron obsesionados por las ventanas. Tambi¨¦n yo lo estoy. Obsesionado por las nubes, los faros, las gr¨²as portuarias y las ventanas. Pues bien, en Fisterra, en la taberna cercana al faro, hay una ventana, una peque?a ventana, que es uno de los lienzos m¨¢s hermosos del mundo.
De faro en faro, vas perdiendo lastre. Te asilas en estos territorios despose¨ªdos donde solo gobierna una luz parpadeante. Donde te puedes hacer con la propiedad de un cuerno de caracola para mugir frente al mar. Despu¨¦s de merodear el faro, pronto sientes que tambi¨¦n ¨¦l te mira. No siempre el lugar m¨¢s inh¨®spito, el lugar l¨ªmite, es el lugar m¨¢s hermoso, aunque la belleza con frecuencia es apocal¨ªptica y perturbadora: la m¨¢s sensacional puesta de sol que se puede ver en Coru?a es la que tiene como encuadre la Refiner¨ªa de Petr¨®leos. Pero al lado del faro, est¨¢s protegido. Est¨¢s en un lugar donde el fin es la re-existencia, un punto del coraz¨®n donde se encuentran el pez, el ave y la invencible paciencia del liquen en el acantilado.
En el mapa interior, la partida y llegada de la ruta por los faros de la Costa da Morte es el faro de H¨¦rcules. La Torre. Es el punto m¨¢s visitado de la ciudad, la gran atracci¨®n, y, sin embargo, su territorio, el pa¨ªs de la Torre, era hasta hace poco una naturaleza suburbial, un espacio desconocido -y, en parte, prohibido, por ser zona militar- por donde s¨®lo se adentraban los percebeiros y pescadores, las parejas furtivas y los chavales Tom Sawyer de la orgullosa estirpe del Monte Alto.
Si nos fijamos bien, A Coru?a es una barca de piedra en la que se api?a la ciudad. La proa es el pa¨ªs del faro. En simetr¨ªa con la del Arenal, al otro flanco de este, est¨¢ la playa de Santo Amaro, cercana al cementerio marino del mismo nombre, y la m¨¢s querida del vecindario. All¨ª tiene su sede, en forma de puente de barco, una asociaci¨®n muy popular, el Club del Mar. Caminando por ese borde en direcci¨®n al faro, hay dos peque?as calas, Area da Cuncha y la de los Mouros, hechas con la materia de los mejores t¨¢lamos del Atl¨¢ntico norte. A partir de ah¨ª, el conf¨ªn del oeste se embravece. Se alza la grupa del Cabalo das Pradeiras, pero es el mar quien galopa. Entre el equino de piedra y el islote de la Marola, al otro lado de la bocana de la bah¨ªa, hay una frontera invisible que es tambi¨¦n una l¨ªnea de combate. All¨ª reciben las pandillas de gaviotas, con mucho jolgorio, a las bacas (buques de pesca de arrastre) que regresan del Gran Sol, en el mar de Irlanda. En el pa¨ªs de la Torre, hasta hace muy poco, hab¨ªa vacas terr¨ªcolas, hermosas esculturas vivas, que pac¨ªan con calma budista al borde de los acantilados. No s¨¦ si echarle la culpa a la globalizaci¨®n, pero lo cierto es que la historia se ha comido a esas vacas sagradas. Y es una pena para el paisaje y para el faro. Deber¨ªan mantenerlas, incluirlas en conservaci¨®n de monumentos. Crear un cuerpo de Vacas del Estado, o algo as¨ª. Menos mal que al pie de la Torre hay un archipi¨¦lago que es todo un reba?o. Los pescadores distinguen a primera vista O Boi (Buey), A Vaca, O Becerro y O Becerri?o. Justo al lado, y mete bastante respeto, est¨¢ la gruta de los Tocinos. En estos parajes, y otros pe?ascos cercanos, como O Gueivoteiro, Punta Herminia y O Altar, se cr¨ªan, dicen, de los mejores percebes de Galicia. La profesi¨®n de percebeiro es la m¨¢s peligrosa del mundo, pero la administraci¨®n se neg¨® recientemente a incluirla en un listado oficial. Alguien pens¨®, en alg¨²n lado, que crecen como las coliflores.
El faro tiene en el origen una leyenda. Parece un cuento de superh¨¦roes del comic, pero si lo vemos de otra forma se hace muy veros¨ªmil. Es el combate entre H¨¦rcules y Geri¨®n. Parece que este Geri¨®n era tipo cacique muy abus¨®n. Alguien de Monte Alto, con el alias de H¨¦rcules, le hizo frente y lo dejo KO. Fue un combate hist¨®rico, a campo abierto y sin l¨ªmite de asaltos, como en los inicios del boxeo. El primer faro fue como un enorme candil sobre una torre de piedra a la que se acced¨ªa por rampas. Pero el pa¨ªs del faro esconde historias m¨¢s recientes, estremecedoras, que se han ido desvelando, a medida tambi¨¦n que se desbrozaban los grandes matorrales del silencio. En el llamado Campo da Rata y aleda?os cayeron paseados o ejecutados muchos republicanos coru?eses. Hoy, bajo el faro, hay dos grupos escult¨®ricos que los recuerdan, obra de Isaac D¨ªaz Pardo y Manolo Paz. Piedras cromlech, piedras dolm¨¦nicas, piedras como tumbas contra la historia: ?Atravesadas por ventanas!
Tambi¨¦n hay, bajo el faro, una llanura donde se posa, en gran mosaico circular, obra de Correa Corredoira, la Rosa de los Vientos. A Coru?a est¨¢ llena de microclimas. Puede ser verano en el Cant¨®n e invierno en el Orz¨¢n, a cincuenta metros. Los 42 vientos, con sus respectivas temperaturas, se reparten, con raz¨®n o sin ella, las esquinas. Picasso, que vivi¨® aqu¨ª la primera adolescencia, la recordaba como 'la ciudad del viento' y pint¨®, creo, el pa¨ªs del faro sobre la piel de una pandereta. Contra el faro se fueron ya dos petroleros, el Urquiola y el Mar Egeo, pero era de d¨ªa, cuando estaba durmiendo.
No, bajo el faro, no se caer¨¢n las vigas del cielo. Si prestas atenci¨®n, entrel¨ªneas del pentagrama del mar, puedes escuchar las campanas de San Patrick en Dubl¨ªn, el Metro de la Jubilee Line en Londres, el clarinete de Woody Allen en Nueva York, el clamor de una cacerolada en Buenos Aires y un sonero que en el Malec¨®n de La Habana canta a un pez escribano: '?Vacil¨®n!'.
Gu¨ªa pr¨¢ctica
Datos b¨¢sicos
Poblaci¨®n: 236.379 habitantes.
Dormir
Meli¨¢ Tryp Mar¨ªa Pita (981 20 50 00). Barri¨¦ de la Maza, 1. En medio de la playa de Riazor. En fin de semana, 100 euros la habitaci¨®n doble con desayuno.
Riazor (981 25 34 00). Barri¨¦ de la Maza, 29. La doble, 78 euros.
NH Atl¨¢ntico (981 22 65 00). Jardines de M¨¦ndez N¨²?ez. 104 euros.
Ciudad de A Coru?a (981 21 11 00). Paseo de Adormideras, s/n. 84,84 euros.
Avenida (981 24 94 66). Alfonso Molina, 30. 55 euros, IVA incluido.
Nido (981 21 32 01). San Andr¨¦s, 146. 35 euros.
Almirante (981 25 96 00). Paseo de Ronda, 54. La doble, 30,05 euros.
Mar del Plata (981 25 79 62). Paseo de Ronda, 58. Habitaciones dobles por 40 euros.
Comer
Casa Pardo (981 28 00 21). Novoa Santos, 15. Su especialidad, el rape a la gallega. Precio medio, 35 euros. Una estrella en la gu¨ªa Michelin.
A la Brasa (981 27 07 27). Juan Fl¨®rez, 38. Pescados y carnes a la brasa. Entre 25 y 35 euros.
Coral (981 20 05 69). Callej¨®n de la Estacada, 9. Pescados y mariscos. Unos 30 euros.
La Penela (981 20 92 00). Mar¨ªa Pita, 12. Cocina casera. 20 euros.
Mundo (981 14 08 84). Cabo Santiago G¨®mez, 8. Potes y guisos caseros. Unos 20 euros.
Informaci¨®n
Oficina de Turismo (981 18 43 44; www.turismocoruna.com).
ISIDORO MERINO
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