Que Am¨¦rica vuelva a ser Am¨¦rica
'Cuando el poder conduce al hombre a la arrogancia, la poes¨ªa le recuerda sus limitaciones, cuando el poder corrompe, la poes¨ªa limpia'. Estas palabras de John Fitzgerald Kennedy, pronunciadas en honor del laureado poeta americano Robert Frost, merecer¨ªan servir de tema de meditaci¨®n para los actuales dirigentes de la Casa Blanca. Kennedy invit¨® a Frost a su toma de posesi¨®n presidencial, rog¨¢ndole leyera unos versos en tan se?alada ceremonia. El escritor contribuy¨® a celebrar la ocasi¨®n con dos poemas. Uno de ellos, La ofrenda total, lo recit¨® de memoria ante los miles de invitados congregados en la plaza del Capitolio y es ya un cl¨¢sico en la literatura americana contempor¨¢nea. La ofrenda total, seg¨²n Frost, es la que los ciudadanos de Am¨¦rica hicieron de s¨ª mismos a un pa¨ªs que se constru¨ªa 'imprecisamente hacia el oeste'. 'El acto de la ofrenda -puntualiza el poeta- lo constituyeron muchos actos de guerra'.
Los Estados Unidos son el fruto hist¨®rico de la combinaci¨®n entre el poder militar y econ¨®mico y las convicciones espirituales de un pueblo en busca de su propio destino. A lo largo de m¨¢s de dos siglos, han construido su fortaleza bas¨¢ndose en la defensa de la libertad individual y del derecho de las personas a la b¨²squeda de la felicidad. Pa¨ªs de inmigrantes, es un ejemplo de multiculturalismo, aunque en sus elites predomine a¨²n el rancio orgullo de los viejos colonos brit¨¢nicos que, durante d¨¦cadas, supieron hacer del 'sue?o americano' una meta alcanzable para cuantos creyeran en la libre iniciativa y estuvieran impacientes por poner a prueba sus capacidades frente a las de sus competidores. En nombre de esos principios acudieron repetidas veces en ayuda de una Europa amenazada por el totalitarismo y las mismas creencias les sirvieron de oportunidad o pretexto para intervenir, abierta o clandestinamente, en numerosos puntos del globo a lo largo de la segunda mitad del pasado siglo. Pero nunca como hoy el Gobierno de Washington hab¨ªa mostrado antes tan a las claras la faz del imperio, nunca, hasta ahora mismo, hab¨ªa puesto en pr¨¢ctica, de manera unilateral e inequ¨ªvoca, una pol¨ªtica imperial que vela por los intereses de su poder, al margen o incluso en contra del esp¨ªritu que dio origen a la construcci¨®n del pa¨ªs. Nunca tampoco, por eso, se ha echado tanto de menos en sus ceremonias oficiales la voz de los poetas, capaz de poner el contrapunto a las invectivas doctrinarias y la intolerancia c¨ªnica que los asesores del presidente Bush exhiben sin complejos.
Pueden ser los efectos del 11 de septiembre, o quiz¨¢ se trata de una tendencia ya entrevista en los albores de la era Reagan, incluso en la visi¨®n primitivamente global de Richard Nixon. En cualquier caso, los atentados de hace un a?o contra las Torres Gemelas y el Pent¨¢gono marcaron, como era previsible, una inflexi¨®n hist¨®rica en las relaciones internacionales, pero tambi¨¦n un cambio profundo en el comportamiento del poder respecto a los propios norteamericanos. Tras su declaraci¨®n de guerra total al terrorismo, los Estados Unidos optaron por el unilateralismo casi absoluto en la pol¨ªtica mundial mientras en la interior asumieron el sacrificio o la erosi¨®n -moment¨¢nea, dicen- de un buen pu?ado de libertades y derechos constitucionales, a fin de combatir m¨¢s r¨¢pida y eficazmente a las fuerzas del eje del mal. Apenas una cr¨ªtica, por cierto, ni siquiera entre los aliados europeos, respecto a esa divisi¨®n del mundo entre el mal y el bien, un manique¨ªsmo de ra¨ªz orientalista que desdice de la tradici¨®n ilustrada en la que se inspiraban los padres fundadores, aunque pueda ampararse en lo m¨¢s granado de los h¨¢bitos de Hollywood, en cuyo cine aprendimos que la realidad se compon¨ªa casi exclusivamente de indios y vaqueros. A estos ¨²ltimos les correspond¨ªa el papel de victoriosos h¨¦roes.
La descripci¨®n del panorama es relativamente simple. Los gobernantes de la Casa Blanca est¨¢n convencidos de que, antes o despu¨¦s, probablemente antes, habr¨¢ un nuevo ataque terrorista contra objetivos civiles en los Estados Unidos, y as¨ª lo han anunciado a la poblaci¨®n. La cuesti¨®n no es preguntarse sobre si ese acto suceder¨¢ o no, sino cu¨¢ndo y c¨®mo ha de ocurrir. Los servicios de inteligencia han denunciado la acumulaci¨®n de armas de destrucci¨®n masiva por parte de algunos Estados y el tr¨¢fico probable o posible de bombas nucleares, procedentes del desvencijado arsenal de la antigua Uni¨®n Sovi¨¦tica. Ante amenaza tan insidiosa e indiscriminada, de acuerdo con el popular refr¨¢n de que m¨¢s vale prevenir que curar, se preparan ataques preventivos contra pa¨ªses que albergan, o pueden hacerlo, bases terroristas. Esta teor¨ªa de que la mejor defensa es un ataque no es nueva en Washington y fue discutida con sus aliados durante a?os en el seno de la OTAN, incluso a la hora de plantearse el empleo de bombas at¨®micas. Todo parece posible bajo la bandera de la guerra contra el terror, una guerra que, como tal, es dirigida por los militares y sometida a las leyes b¨¦licas, pero no tanto que se respete la Convenci¨®n de Ginebra en el caso de los prisioneros de Guant¨¢namo.
Aunque las autoridades norteamericanas tratan de hacer compatible esta nueva cruzada con el respeto a la libertad religiosa y la protecci¨®n a las minor¨ªas musulmanas del pa¨ªs, la confrontaci¨®n creciente con el mundo isl¨¢mico, claramente simbolizada por el conflicto palestino-israel¨ª, comienza a adquirir los caracteres, premonitoriamente anunciados por Huntington, de un aut¨¦ntico choque entre civilizaciones. Progresivamente el mundo occidental, judeo-cristiano, comienza a considerar el Islam como enemigo a abatir, mientras el fundamentalismo musulm¨¢n se comporta con actitud sim¨¦trica respecto a los enemigos de la fe. Y esto que digo sigue siendo v¨¢lido en lo esencial, aunque bajo ese choque de civilizaciones se oculte una sorda disputa por el control de las fuentes del petr¨®leo y de los enormes yacimientos de gas de Asia Central.
Un balance somero de los efectos conseguidos por la pol¨ªtica del Pent¨¢gono en los ¨²ltimos 12 meses nos hace sospechar que es bien poco. A estas alturas todav¨ªa ni siquiera se sabe si Bin Laden est¨¢ vivo o muerto, aunque las bases de Al Qaeda y sus m¨¦todos de financiaci¨®n parecen seriamente perjudicados. A cambio, el sentimiento de odio hacia Occidente, mezclado de enormes dosis de miedo y humillante frustraci¨®n, crece en grandes ¨¢reas de poblaci¨®n isl¨¢mica. Hemos vivido una peligrosa crisis entre India y Pakist¨¢n, contemplamos un reforzamiento de las posiciones extremistas en las naciones de la Liga ?rabe, y asistimos a la p¨¦rdida de prestigio del Gobierno israel¨ª entre sus aliados, pese a las matanzas y brutalidades cometidas por extremistas palestinos; la econom¨ªa financiera se ha debilitado, en los pa¨ªses democr¨¢ticos la confianza de las poblaciones disminuye y el apoyo que prestan a sus gobiernos se basa m¨¢s en los terrores y alarmas que los propios dirigentes propagan que en los programas u objetivos que proponen; un ambiente de pesimismo general se ha adue?ado de los l¨ªderes de opini¨®n y las recetas cl¨¢sicas para reavivar la econom¨ªa no parecen suficientes a la hora de conjurar situaci¨®n como la que vivimos; las crecientes demandas de solidaridad con los pa¨ªses m¨¢s desfavorecidos y los pobres de la Tierra chocan por doquier con pol¨ªticas de recorte presupuestario y con la impotencia o la indecisi¨®n de los gobernantes occidentales; Europa, sumida en un marasmo de dudas, encabezada por l¨ªderes que no ocultan su escepticismo respecto a los viejos proyectos de uni¨®n pol¨ªtica, debilitados sus gobiernos por la crisis, no encuentra modo ni oportunidad de hacer o¨ªr su voz y de condicionar su apoyo a las pol¨ªticas de la Casa Blanca, m¨¢s interesada en obtener el pl¨¢cet de pa¨ªses estrat¨¦gicamente clave para sus prop¨®sitos, como Rusia o Turqu¨ªa. En resumen, un a?o despu¨¦s de los atentados, el mundo no parece m¨¢s seguro pero es, desde luego, m¨¢s pobre y se encuentra m¨¢s desorientado. ?se es un buen tanto que pueden apuntarse los fan¨¢ticos seguidores de Bin Laden.
Por eso dec¨ªa que ha llegado el momento de que los bur¨®cratas de Washington desentierren las tradiciones kennedyanas y atiendan al pensamiento iluminador de sus poetas. Probablemente, entonces, la soluci¨®n a los complejos problemas con que se enfrenta el mundo podr¨ªa obtener respuestas tan sencillas como la que se?ala la necesidad de que los pol¨ªticos de los Estados Unidos recuperen valores cl¨¢sicos que alumbraron e hicieron poderosa a la naci¨®n americana. Esos valores de respeto a la libertad, de defensa de los derechos humanos, de fe en el individuo, de influencia de la opini¨®n p¨²blica y de protagonismo del di¨¢logo y la controversia en los asuntos de la gobernaci¨®n. Let America be America again es el t¨ªtulo de otra poes¨ªa del escritor negro Langston Hugues. Que Am¨¦rica sea Am¨¦rica de nuevo, que sea verdad el sue?o que predica y sus gobernantes se muestren capaces de combinar la pol¨ªtica del poder con un proyecto de libertad y solidaridad para el mundo, es condici¨®n indispensable para salir del agujero y poder despejar el horizonte de la actual crisis. No existe indicio alguno de que est¨¦n dispuestos a hacerlo, pero s¨®lo as¨ª, desde la fortaleza moral de la democracia, podremos luchar con ¨¦xito contra la insidiosa amenaza del terrorismo de cualquier especie.
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