Moral de servicio y respeto a la cultura
En la casa de un escritor sueco -o, simplemente, de un buen lector sueco- no suelen encontrarse libros en la proporci¨®n que los posee un buen lector espa?ol, y no digamos un escritor. La raz¨®n de la diferencia es sencilla: las bibliotecas p¨²blicas de Suecia dan un verdadero servicio p¨²blico a lo largo y ancho del pa¨ªs y uno s¨®lo se lleva a su casa lo que verdaderamente necesita, no lo que debe acumular por diversas razones, de la consulta a la mera curiosidad.
Por la misma raz¨®n, no hay un h¨¢bito del lector espa?ol de acudir a la biblioteca. Como ocurre con el anhelo de propiedad de la vivienda y el rechazo del alquiler, hay poca oferta (de bibliotecas y de pisos en alquiler) y aqu¨¦llas parecen quedar consagradas a estudiantes y estudiosos. Adem¨¢s -y cito mi experiencia- hay bibliotecas que muestran pereza, cuando no desinter¨¦s total, cuando uno ofrece lotes de libros que exceden la capacidad de almacenamiento de su propia casa. Pero, como en todas partes cuecen habas, hay bibliotecas vivas, y entre ellas, son mayor¨ªa (aunque muy justas de fondos) la biblioteca de barrio u otras de semejante perfil. Ah¨ª s¨ª que suelen acudir lectores que han descubierto una manera de leer barata y atractiva, e incluso conocer a gente con los mismos intereses, eso me consta. Lo del poco h¨¢bito del lector espa?ol es como lo del huevo y la gallina; pero hay una manera de decidir, que es eligiendo. Si se tiende una tupida red de bibliotecas p¨²blicas por los barrios, para ni?os y para adultos, se dan a conocer en el barrio y se las dota no s¨®lo para que tengan fondos ya contrastados, sino para estar al d¨ªa -¨¦se es el primer gancho, dar a leer aquello de lo que se habla-, descubriremos enseguida que no hay tal dilema. Es un problema de ¨®ptimos.
Para eso hace falta un gobierno -general o local- que no s¨®lo sea gestor (esa palabra tan detestablemente de moda), sino, sobre todo, que tenga una moral de servicio y un convencido respeto por la cultura (y hablemos de cultura como del saber, desde un libro de Cruyff a uno de Kant). Adem¨¢s, hacen falta bibliotecarios formados y motivados (que los hay, bastante de ellos verdaderamente vocacionales y profesionales, pero ni suficientes ni suficientemente motivados). Lo que no faltan son ni libros ni p¨²blico; esto es lo m¨¢s original: tenemos la materia prima y no tenemos ni el servicio ni la voluntad de servir.
Por cierto, esa tupida red ayudar¨ªa a la industria editorial, sobre todo al mediano y peque?o editor, que son los que est¨¢n m¨¢s indefensos ante cualquier contratiempo. Una industria en la que incluyo las revistas y aun la prensa diaria (que son otro gancho y que tambi¨¦n pueden ayudar a sus hermanas menores y m¨¢s especializadas). Pero hay un hecho: las bibliotecas p¨²blicas suelen coincidir en pa¨ªses laicos con gobiernos laicos, es decir, donde lo civil predomina sobre lo religioso y donde hay, por tanto, una buena escuela p¨²blica. Y la escuela p¨²blica, ¨²ltimamente, est¨¢ desasistida en Espa?a. Mal futuro si las cosas no cambian.
?Vendr¨¢ en nuestra ayuda Internet? Es impredecible, pero no cabe duda de que pudiendo descargarse libros en lo que en su d¨ªa ser¨¢n complejos e-books o cosa semejante, quiz¨¢ cambie la orientaci¨®n de las bibliotecas. La orientaci¨®n, no el destino ni qui¨¦n se ocupa del servicio; siempre habr¨¢ bibliotecas y bibliotecarios, pero sin voluntad y contacto pueden seguir siendo tan fantasmales y precarias como lo son ahora mismo.
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