Gibraltar: heridas abiertas
Corr¨ªa, a poca velocidad, el a?o 1967. Se hallaba reunido el Consejo de Ministros presidido por el general Franco cuando el ministro de Exteriores y ex combatiente con la Divisi¨®n Azul, Fernando Mar¨ªa Castiella, esgrimi¨® su argumento supremo: 'Excelencia, propongo que elevemos globos cautivos para cerrar el espacio a¨¦reo de Gibraltar'. Castiella, al que llamaban ministro del Exterior por su idea fija en el Pe?¨®n, mir¨® a su Caudillo para comprobar el efecto que causaban sus palabras. Nada, no movi¨® un m¨²sculo facial. 'S¨®lo nos hemos cerrado un camino, el de la violencia', hab¨ªa dicho tambi¨¦n el ministro bilba¨ªno. Poco antes, Franco declar¨® al diario Pueblo: 'El caso de Gibraltar no merece una guerra... pero arruina una amistad'. Ya caer¨ªa 'como fruta madura'.
El refer¨¦ndum del 10 de septiembre de 1967, convocado por la ministra para la Mancomunidad Brit¨¢nica, Judith Hart, reflej¨® el efecto de la hostilidad hacia Espa?a
La noticia de los globos cautivos reverber¨® en el Pe?¨®n: fue un paso m¨¢s hacia el conflicto hispano-llanito. El 24 de octubre de 1967 se cerr¨® la verja
En el Pe?¨®n se miraba a los espa?oles con los prism¨¢ticos al rev¨¦s 'por su manera apasionada de gesticular', escribi¨® Paul Theroux
Fue en la II Guerra Mundial cuando Gibraltar empez¨® a presionar a Londres y cre¨® su primer partido, la Asociaci¨®n para el Progreso de los Derechos C¨ªvicos
De haber tenido los llanitos enfrente a ciudades como Bilbao, Valencia o Barcelona, los gibraltare?os hubieran sucumbido tal vez a la prosperidad de los vecinos
Ante la falta de respuesta de Franco, Castiella prosigui¨® su discurso: 'Debemos elevar una cadena de globos cautivos que rodee el Pe?¨®n. Gran Breta?a no s¨®lo invade el istmo en 850 metros que son nuestros, sino que se ense?orea de la bah¨ªa de Algeciras hasta el punto de que las autoridades brit¨¢nicas exigen impuestos de fondeo a los barcos extranjeros que anclan en nuestras propias aguas, esas a las que el poeta G¨®ngora llam¨® 'el sagrado mar de Espa?a'.
Otra vez nada. Franco, inmune a la ret¨®rica con la misma cara de p¨®quer de costumbre.
Los que s¨ª reaccionaron con viveza fueron los ministros militares.
-Por Dios, Castiella, ?sabe lo que eso significar¨ªa? Pondr¨ªa en grav¨ªsimo peligro el tr¨¢fico a¨¦reo, habr¨ªa accidentes...
El ministro del Exterior se pic¨® de inmediato:
-?Ustedes no son patriotas ni est¨¢n cumpliendo con la ley org¨¢nica que les ordena la defensa de la integridad del territorio nacional!
Al pronunciar tan desafiantes palabras, Franco, 'centinela avanzado de Occidente, vanguardia de ?frica y retaguardia de Europa', despert¨® de su falso letargo y lo par¨® en seco:
-Oiga usted, Castiella, eso s¨ª que no. En patriotismo, nadie nos gana a los militares. A todos nos duele la espina que llevamos clavada en el coraz¨®n, pero el ¨²nico que no tiene derecho a apasionarse por este asunto es el ministro de Exteriores.
La noticia de los globos cautivos reverber¨® en el Pe?¨®n: fue un paso m¨¢s hacia el desencuentro hispano-llanito. El 24 de octubre de aquel a?o se cerr¨® la verja para veh¨ªculos y mercanc¨ªas. A partir de ese d¨ªa s¨®lo pudieron cruzarla los peatones. Hab¨ªan transcurrido 272 a?os desde lo que la prensa franquista, y no s¨®lo ella, llamaba 'la usurpaci¨®n', la toma de la Roca por la escuadra angloholandesa del hipocondriaco almirante Rooke. 'Bloqueo salvaje', titulaban en Londres; 'Gibraltar, el cerrojo', en Madrid, un cerrojo que se correr¨ªa del todo en 1969.
Aquel 24 de octubre, Gib, la m¨¢s peque?a de las colonias brit¨¢nicas, se convirti¨® poco menos que en una isla. La noche era fr¨ªa y cay¨® un intenso aguacero. Hacia las nueve, ante las c¨¢maras de la televisi¨®n gibraltare?a, el gobernador, sir Gerald Lathbury, pronunci¨® un discurso destinado a levantar los deca¨ªdos ¨¢nimos e incitar a los gibraltare?os a que tomasen medidas para reconvertir una econom¨ªa abierta en otra insular. M¨¢s o menos una econom¨ªa de guerra.
Buenas verjas hacen buenos vecinos, debi¨® pensar Franco. Dos horas y media despu¨¦s se cerr¨® la parte espa?ola de la doble cancela en la carretera de La L¨ªnea de la Concepci¨®n a Gibraltar.
La noche de las banderas
Aquella noche, la Roca, la adormidera del franquismo, parec¨ªa Belfast en zona orangista, dado el ardor patri¨®tico y la profusi¨®n de banderas. Los llanitos se parecen por las banderas de la Union Jack y la verde, azul y blanca de la casa. El Pe?¨®n, como Ortega dijo de Castilla, era una bandera, una espada y una fon¨¦tica.
Fue la noche de las banderas. Pronto, con el cerrojazo total, ocurrir¨ªan escenas chuscas, que si no eran ciertas, al menos estaban bien inventadas, como la del pintor espa?ol que daba una mano a la verja del lado de su frontera. Se le cay¨® la brocha, que fue a parar a la Roca. Le dijeron los bobbies que para recogerla tendr¨ªa que ir a T¨¢nger, Marruecos. Espa?a hab¨ªa dejado de existir para los gribraltare?os, y Gibraltar, el 'le¨®n dormido' del vendedor de biblias Jorgito Borrow, para los espa?oles. Hubo gritos, alg¨²n canto patri¨®tico o sarc¨¢stico, y luego el silencio. Se apagaron los focos y los flashes. El chubasco devolvi¨® a llanitos y no llanitos a sus hogares.
El refer¨¦ndum del 10 de septiembre de 1967, convocado por la ministra para la Mancomunidad Brit¨¢nica, Judith Hart, reflej¨® el efecto de la hostilidad hacia Espa?a. El diario Gibraltar Chronicle, el primero que dio la noticia de la victoria de Nelson en Trafalgar, titul¨®: 'El 95,8% del voto: seguimos siendo brit¨¢nicos. 12.138 votaron por mantener los lazos con la Gran Breta?a... y 44 han preferido los planes de Castiella para Gibraltar'. Se contaron 55 votos nulos.
Liliput se cerraba sobre s¨ª mismo. Una nueva p¨¢gina de la historia que se abri¨® en 711 con la invasi¨®n de Tarik. En 1309, la Roca volvi¨® a manos espa?olas; en 1333, de nuevo pas¨® a los moros para volver a Espa?a en 1462. Hasta 1704, el a?o de la infamia.
Cuando pis¨¦ la Roca por primera vez, en 1965, bajo un cartel que dec¨ªa 'Nada de concesiones a Espa?a', el camarero llanito me recordaba que all¨ª no hab¨ªa limpiabotas como en la L¨ªnea, abandonada por Madrid a su suerte; que sus conciudadanos trabajaban para vivir y lo consegu¨ªan; que al otro lado de la verja trabajaban a¨²n m¨¢s para malvivir; que de este lado pod¨ªan expresar sus opiniones; que si alguien llamaba a la puerta a las cinco de la ma?ana, no era la secreta, sino el lechero; que en la Roca se pod¨ªa criticar al Gobierno; que la libertad era un preciado tesoro para los gribraltare?os. Libertad y nivel de vida.
Ante el Comit¨¦ de los Veinticuatro en las Naciones Unidas, que dio la raz¨®n a Espa?a en sus reclamaciones, el embajador de Espa?a, Pini¨¦s, que durante a?os tuvo que bregar con el dossier gibraltare?o, cit¨® las cifras de la renta anual per c¨¢pita: 45.000 pesetas en Gibraltar, menos de 20.000 en Espa?a.
Los espa?oles del sur, desde la autarqu¨ªa, la marginaci¨®n y el crujido del hambre, observaban con envidia el despegue de Europa, incluidos los derrotados alemanes e italianos desde sus ruinas humeantes. Todo gracias al Plan Marshall, el mismo general Marshall que inspir¨® a Berlanga y que acompa?¨® a Eisenhower en las galer¨ªas de Gibraltar durante el desembarco aliado en el norte de ?frica, la operaci¨®n Antorcha. En un c¨®nclave del Gabinete de Franco, al menos eso dec¨ªa el chascarrillo, un ministro se lamentaba de esta guisa:
-La ¨²nica soluci¨®n para salvar del hambre a Espa?a es que declaremos la guerra a Estados Unidos.
La propuesta era di¨¢fana:
-Entramos en guerra con los norteamericanos, la perdemos, nos incluyen en los planes de ayuda de Marshall y a vivir como reyes.
Franco tuvo, como siempre, la ¨²ltima palabra:
-?Y si ganamos?
La pobreza del vecino
La L¨ªnea de la Concepci¨®n es, todav¨ªa hoy, uno de los municipios m¨¢s pobres de Espa?a. Al llegar a este punto, el historiador George Hills se?alaba que de haber tenido los llanitos enfrente a ciudades como Santander, Bilbao, Valencia, San Sebasti¨¢n o Barcelona, o sea, zonas m¨¢s desarrolladas, los gibraltare?os hubieran sucumbido tal vez a los encantos y prosperidades del vecino.
?Por qu¨¦ los gibraltare?os, a los que llamaron escorpiones de la Roca, no quieren ser espa?oles? 'El problema de Gibraltar', me dijo un llanito (derivaci¨®n de la palabra italiana gianni) por esa ¨¦poca de las primeras restricciones, 'es que somos unos espa?oles que no queremos serlo'.
El cierre de la verja en 1969 tiene mucho que ver con esa desmembraci¨®n que se reflejar¨¢ sin duda, otra vez, en el refer¨¦ndum del pr¨®ximo d¨ªa 7. El caso es que los llanitos no han querido ser espa?oles ni con la monarqu¨ªa, la Rep¨²blica , la dictadura de Franco o la democracia.
El resentimiento contra el cierre hizo que algunas de las familias bien impidieran a sus hijos hablar en castellano, el idioma de los pobres y los subdesarrollados.
La pauta dada a la prensa y a la radio por el propio Franco, le?a a Gibrart¨¢ para olvidar problemas y carencias en el frente interno, hizo mucho da?o a la idea que los llanitos se hicieron de Espa?a. Los espa?oles, parientes muchos de ellos, pod¨ªan pasar, pero el r¨¦gimen, el que fuera, era otra cosa.
Don Juan Carlos, en su primer discurso como rey en las Cortes en noviembre de 1975, no olvid¨® el Pe?¨®n: 'No ser¨ªa fiel a la tradici¨®n de mi sangre si ahora no recordase que durante generaciones los espa?oles hemos luchado por restaurar la integridad territorial de nuestro solar patrio'. El mismo lenguaje utilizaron Adolfo Su¨¢rez o Felipe Gonz¨¢lez, este ¨²ltimo desde el balc¨®n del Palace tras su victoria hace 20 a?os. 'Las declaraciones de Juan Carlos y Adolfo Su¨¢rez', sostiene Peter Gold, profesor en la Universidad de Bristol y autor de A stone in the Spanish shoe, 'pod¨ªa haberlas hecho Franco o cualquiera de sus ministros'.
En 1954, cuando Isabel II visit¨® el Pe?¨®n, lo hizo en parte porque era lugar seguro mientras ard¨ªan otras colonias hacia Oriente. La prensa del r¨¦gimen, con su calentura, puso fuera de s¨ª a los llanitos. El enfado de Madrid fue may¨²sculo: impuso restricciones en los movimientos de brit¨¢nicos y espa?oles, salvo que ¨¦stos, unos 13.000, trabajaran en la Roca; retir¨® a su c¨®nsul de la plaza y emprendi¨® una l¨ªnea intransigente.
Las manifestaciones antibrit¨¢nicas '?Gibraltar espa?ol!' sacudieron las calles espa?olas, sobre todo en Madrid, donde marcharon hacia la Embajada del Reino Unido para comprobar, no sin asombro, que los mismos que los invitaban a manifestarse les cerraban el paso a porrazos.
'Durante los quince a?os siguientes', escribe George Hills en El Pe?¨®n de la discordia, 'prosigui¨® una forma de hablar con desprecio de los gibraltare?os, muy contraproducente. Espa?a perdi¨® la mejor ocasi¨®n de ganarse a una comunidad mucho menos diferente de sus vecinos que lo eran ¨¦stos de los espa?oles de Arag¨®n o de Castilla'.
Quien s¨ª aprovech¨® esa oportunidad fue el Reino Unido. Subi¨® el nivel de vida de los llanitos, unos 28.000 api?ados en casi seis kil¨®metros cuadrados; subieron los sueldos, bajos hasta entonces; mejoraron, dentro de lo que cabe, la vivienda, los servicios de seguridad social, la escolarizaci¨®n. Sobre todo durante la II Guerra Mundial, los ciudadanos de la Roca, malteses, genoveses, portugueses, corsos, menorquines, marselleses, chipriotas, griegos, indios, marroqu¨ªes, jud¨ªos de la Berber¨ªa, yugoslavos, sometidos a una evacuaci¨®n forzosa y un tanto humillante para ellos, se reconocieron a s¨ª mismos en una patria com¨²n. Lucharon por sus derechos y los consiguieron. Echaban en cara a los brit¨¢nicos que hubiesen concedido el voto 'a gente en sus colonias que todav¨ªa viste taparrabos, ?por qu¨¦ no nos lo conced¨¦is a nosotros?'.
La di¨¢spora de la guerra
Fue durante la di¨¢spora de la guerra cuando los gibraltare?os aprendieron a presionar a las autoridades de Londres y crearon su primer partido, la Asociaci¨®n para el Progreso de los Derechos Civiles, que durante tantos a?os timone¨® sir Joshua Hassan. 'Fue tambi¨¦n entonces, en la di¨¢spora', explica Timothy Foote, 'cuando se convirtieron en lo que son, ni espa?oles ni brit¨¢nicos, sino un grupo unido con vocaci¨®n de independencia'.
Los gibraltare?os regresaron del exilio hipersensibles a la cr¨ªtica. Al volver le¨ªan en la prensa y escuchaban en las radios espa?olas opiniones acerca de ellos que, no s¨®lo por estar hipersensibilizados, 'sino por el mero hecho de su idiosincrasia espa?ola, les dol¨ªan en lo m¨¢s profundo'.
Los llanitos, por diferentes que parezcan, se?al¨® John Stewart en La piedra angular, son todos una sola y la misma cosa en cuanto a su 'ansiedad social', su profundo deseo de respeto, su orgullo a flor de piel y 'su ira al primer signo de desprecio'. Por eso reaccionan como reaccionan cuando un visitante espa?ol les recuerda que la Roca es espa?ola.
'Como gran plaza fuerte brit¨¢nica', escribi¨® Paul Theroux, 'era inevitable que fuera reaccionaria, atrasada, ignorante y aficionada a la bebida, porque conservaba la larga tradici¨®n de la marina brit¨¢nica, el ron, la sodom¨ªa y el l¨¢tigo. Por ser tan ingl¨¦s, daba la impresi¨®n de ser seguro, ordenado, petulante, con sentido comunitario'.
En el Pe?¨®n se miraba a los espa?oles con los prism¨¢ticos al rev¨¦s 'por su manera apasionada de gesticular', a?ade Theroux, 'por sus cuarenta a?os de franquismo, el ta?ido de sus guitarras, su car¨¢cter provinciano, su irracionalidad, su afici¨®n a comer alubias y torturar toros. All¨ª los prejuicios eran bastante similares a los que encontr¨¦ en los lugares de veraneo de la costa inglesa, una divertida mezcla de bravuconer¨ªa y obstinaci¨®n'.
Amantes del g¨¦nero chico
Tal vez no sepa Theraux que muchos llanitos apoyaron a Franco durante la guerra civil, que llevan la sangre del toro en las venas, como el difunto ministro principal sir Joshua Hassan, admirador de Bienvenida o de Carlos Corbacho, el torero de La L¨ªnea, cr¨ªtico taurino en La Rep¨²blica, que son aficionados al g¨¦nero chico, al flamenco y a la guitarra que Andr¨¦s Segovia toc¨® en el Rock Hotel; que no desde?an las alubias , la paella, los callos, el turr¨®n, los polvorones de Estepa, el pesca¨ªto frito o la manzanilla y el fino.
Algo que he escuchado en numerosas ocasiones de boca de los gibraltare?os dice as¨ª: 'Si me diera un s¨ªncope y quedara tumbado en la acera, el espa?ol me socorrer¨ªa, el ingl¨¦s pasar¨ªa de largo'. El D¨ªa Nacional del Pe?¨®n no se amenizaba con Adi¨®s, rosa de Inglaterra, sino con Ese toro enamorado de la luna.
La clausura de la verja en junio de 1969, la ca¨ªda del tel¨®n Castiella, hizo el resto. Franco, irritado por el resultado del refer¨¦ndum y la Constituci¨®n gibraltare?a, temeroso ante una posible intervenci¨®n brit¨¢nica que echara por tierra su r¨¦gimen, dio el carpetazo. Tan s¨®lo, cancelado el transbordador a Algeciras, quedaron los vuelos de la BEA como enlace con Londres y, curiosamente, tambi¨¦n con Madrid durante al menos tres a?os despu¨¦s de cerrada la frontera.
Los palomos, con los hermanos Triay al frente, partidarios de la negociaci¨®n con Espa?a, se quedaron solos. Solos y baqueteados, agredidos por la hostilidad del ambiente. Los palomos cre¨ªan que la Roca podr¨ªa incorporarse un d¨ªa al Estado de las autonom¨ªas de la democracia espa?ola. Los halcones llanitos quemaron algunas de las posesiones de los Triay, que fueron evacuados bajo la protecci¨®n de las tropas en direcci¨®n a T¨¢nger. Y eso que faltaba un tiempo para la clausura de la verja. Todav¨ªa hoy pueden verse pintadas contra Jos¨¦ Canepa en Punta Europa, tachado de espa?olista.
'Lo que han conseguido con el cierre de la verja es que nos sintamos m¨¢s gibraltare?os'. Esto es, m¨¢s o menos, lo que se escucha de labios llanitos, obsesionados por los 13 a?os de aislamiento hasta que la verja se abri¨® en 1982 para los peatones y en 1985 para los veh¨ªculos. La primera brecha en el Pe?¨®n la abri¨® el Acuerdo de Lisboa en 1980 entre Madrid y Londres; luego, el proceso de Bruselas. Sin embargo, los sentimientos de los gibraltare?os apenas si han cambiado, al contrario. Rosmary Borge, de 51 a?os, vivi¨® su juventud con la frontera cerrada y asegura que las heridas no cicatrizan. 'Antes ten¨ªamos m¨¢s trato con Spain. Con el cierre de la frontera, nos unimos mucho m¨¢s entre nosotros, y ahora, aunque la verja ya est¨¢ abierta, las relaciones no son ya como antes'.
Manuel Leguineche es autor de Gibraltar. La roca en el zapato de Espa?a.
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