La muerte del tiempo
He aqu¨ª la pen¨²ltima parte de la larga serie de siete que configuran la magna obra de Marcel Proust (1871-1922) En busca del tiempo perdido, en la que consumi¨® toda su vida y con la que revolucion¨® el arte de narrar de su tiempo y hasta nuestros d¨ªas, "de la misma manera", dijo el gran cr¨ªtico alem¨¢n Ernst-Robert Curtius, "como Albert Einstein revolucion¨® y abri¨® nuevos horizontes a la f¨ªsica contempor¨¢nea". Bueno, quiz¨¢ s¨ª, pero mientras casi todo el mundo sabe qu¨¦ es la teor¨ªa de la relatividad, no sucede lo mismo con En busca del tiempo perdido: ?es una cr¨®nica social, un an¨¢lisis de las pasiones humanas, una investigaci¨®n est¨¦tica o el aprendizaje de una vocaci¨®n?
Para empezar por esta sexta parte, aqu¨ª llamada La fugitiva, no estamos seguros de su texto, ni de su t¨ªtulo mismo. Pues la primera contradicci¨®n se plante¨® desde el principio, cuando entreg¨® la obra como si estuviera terminada -hasta con la palabra "Fin" incluida- bajo un primer t¨ªtulo Las intermitencias del coraz¨®n en dos vol¨²menes (El tiempo perdido y El tiempo recobrado) a Bernard Grasset, que s¨®lo public¨® -a cuenta de autor- una primera parte, Por el camino de Swann, que antes hab¨ªa sido rechazada por otros tres editores. Publicaci¨®n pronto interrumpida por la guerra, lo que permiti¨® a Proust seguir corrigiendo y ampliando su manuscrito hasta la exasperaci¨®n durante el resto de su vida. As¨ª pues, Proust public¨® aquel primer tomo basado en su infancia, Por el camino de Swann, en 1913, luego vino la guerra, en 1919 pas¨® su obra a Gallimard (uno de quienes la hab¨ªan rechazado antes, Andr¨¦ Gide dio al final su brazo a torcer), con quien gan¨® el Premio Goncourt y empez¨® a triunfar contando su adolescencia en el segundo, A la sombra de las muchachas en flor; al a?o siguiente cont¨® su entrada en el mundillo aristocr¨¢tico en El mundo de los Guermantes y la muerte le sorprendi¨® tras entregar los dos tercios de la cuarta parte (Sodoma y Gomorra, donde descubre la homosexualidad), dejando in¨¦dita m¨¢s de la mitad de una obra que estando terminada iba a quedar, por tanto, en realidad inacabada. Y aqu¨ª empezaron en verdad los problemas, pues, aprovech¨¢ndose del retraso en la publicaci¨®n de los vol¨²menes, Marcel Proust los correg¨ªa y enriquec¨ªa continuamente, a?adiendo nuevos textos y papelotes que cambiaban sus manuscritos sin parar, de tal manera que los dos primeros vol¨²menes previstos al principio se convirtieron en las siete partes definitivas cuya ¨²ltima versi¨®n interrumpi¨® la muerte. Se dice que fue la inacabable correcci¨®n final -de La fugitiva, en concreto- la que le llev¨® a la muerte por no querer o no saber cuidarse de verdad, algo sorprendente en un hijo y hermano de grandes m¨¦dicos.
Las tres partes finales, La prisionera, La fugitiva y El tiempo recobrado se publicaron despu¨¦s de su muerte, aunque en el fondo esta divisi¨®n final no lo es de verdad. La obra entera no est¨¢ dividida en tomos ni vol¨²menes (que son muy desiguales), sino en "secuencias", agrupadas en estas secciones seg¨²n sus reescrituras, sus -felizmente- mani¨¢ticas ampliaciones, las correcciones de los textos y de sus editores seg¨²n las sucesivas publicaciones, tanto propias como ajenas tras la muerte del autor. La fugitiva fue el primer t¨ªtulo pensado para esta parte, que luego su hermano y heredero, en colaboraci¨®n con el editor, cambi¨® por el de Albertina desaparecida, para no coincidir con otra obra del mismo t¨ªtulo del Nobel hind¨² Tagore. Luego Clarac y Ferr¨¦, los primeros editores de la obra en la colecci¨®n La Pl¨¨iade, recuperaron el t¨ªtulo anterior, y de all¨ª lo tradujo Consuelo Berg¨¦s, que complet¨® la traducci¨®n al espa?ol iniciada por Pedro Salinas y Quiroga Pla antes de nuestra guerra, mientras las nuevas de hoy -de Mauro Armi?o y Carlos Manzano- est¨¢n todav¨ªa en curso de edici¨®n. Mientras, la ¨²ltima edici¨®n francesa de Tadi¨¦ ha recuperado el t¨ªtulo anterior, el colmo.
El principio de esta parte es fulminante, con la desaparici¨®n de uno de los personajes centrales de la serie, Albertina, a la que la obsesi¨®n er¨®tica del narrador hab¨ªa "secuestrado" en su domicilio (La prisionera) y que huye de sus garras para desaparecer de escena, sumiendo al protagonista en el gran tormento de los celos, uno de los motivos centrales de toda la obra. ?Repite as¨ª el narrador con Albertina la historia de Charles Swann con Odette de Cr¨¦cy, ya contada en el tercio central de la primera parte? As¨ª podr¨ªa parecerlo si no fuera porque el desenlace es otro y porque las historias de amor -y de sus inseparables celos- nunca son las mismas aunque lo parezcan. Pues aqu¨ª vendr¨¢ la muerte, el olvido, el descubrimiento de Venecia, la reaparici¨®n y metamorfosis de los personajes, todo tiembla, todo muere, cambia y sobrevive, como este texto inmortal que a su vez no deja de moverse, temblar y cambiar, porque al seguir inacabado para siempre es objeto de infinitas batallas acad¨¦micas sin cuento, pues todav¨ªa se nos siguen proporcionando indefinidas variantes de todo ello. Pues lo que aqu¨ª ha muerto no es una historia de amor, sino el Tiempo mismo con ella, y ¨¦se s¨ª que es el gran protagonista de la novela, que s¨®lo resucitar¨¢ en la parte final, a trav¨¦s del Arte, que al sustituir a Dios nos proporciona una de las se?ales de identidad de nuestra propia modernidad.
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