LA RELATIVIDAD DE UN GENIO
La personalidad que los bi¨®grafos de Albert Einstein han compuesto es tan apasionante, compleja, contradictoria e irritante a veces que se pasa con mucha facilidad de la veneraci¨®n al rechazo. Seguramente si este hombre de cabellera alborotada, abundante bigote negro y ojos negros e intensos, que parecen mirar, no lo que hay enfrente, sino algo que s¨®lo ¨¦l ve, no hubiese desarrollado la teor¨ªa general de la relatividad y con ella modificado nuestra concepci¨®n del espacio y el tiempo, se le considerar¨ªa un desastre como persona, al menos en lo que a su vida privada se refiere. No as¨ª en el ¨¢mbito de la p¨²blica en que se manifest¨® como un pacifista activo, siempre al lado de los derechos humanos y de la racionalidad y abogando por el desarme nuclear. No es de extra?ar que este aspecto preocupase profundamente a quien pas¨® por las dos guerras mundiales y que conoc¨ªa las posibilidades del conocimiento humano para generar destrucci¨®n.
La relaci¨®n del m¨¢s importante cient¨ªfico del siglo XX con las mujeres descubre su lado m¨¢s inmaduro
Tocaba el viol¨ªn desde ni?o, y desde ni?o empez¨® a leer libros de divulgaci¨®n cient¨ªfica
Fue con Elsa con quien comparti¨® el ¨¦xito, quien manejaba sus asuntos y con quien vivi¨® en Estados Unidos
Puede que esa imprecisa mirada que muestran sus fotograf¨ªas est¨¦ proyectando una estructura pura, estilizada, formada por leyes f¨ªsicas y matem¨¢ticas, suspendida en la realidad, y sin contaminaci¨®n de todas las miserias emocionales que nos debilitan en esta precaria vida nuestra. Le atra¨ªa la belleza de la m¨²sica y del universo. Tocaba el viol¨ªn desde ni?o, y desde ni?o empez¨® a leer libros de divulgaci¨®n cient¨ªfica que le pon¨ªan en contacto con misterios que ¨¦l tendr¨ªa que resolver porque pod¨ªan ser resueltos, porque como dijo alguna vez: "Dios es sutil, pero no malicioso". Pero al fin y al cabo exist¨ªa donde todos existimos, entre otras personas y entre lazos afectivos m¨¢s o menos gratos. Ten¨ªa un padre, un buen hombre algo fracasado llamado Hermann, que no sale mucho a relucir como suele suceder con los familiares no molestos, y una madre, Pauline, que sale constantemente porque era molesta y mandona. Ella fue la que comenz¨® a moldear su car¨¢cter y la que se empe?¨® en que su hijo sobresaliese. Se dice que acostumbraba a ocultar sus sentimientos, aunque no tanto como para no pegarse un berrinche el d¨ªa que Albert le anunci¨® que se casaba con Mileva Maric, mujer fundamental en la vida y obra de Einstein, y a quien su suegra profes¨® una incomprensible antipat¨ªa.
La relaci¨®n del m¨¢s importante cient¨ªfico del siglo XX con las mujeres descubre su lado m¨¢s inmaduro, aunque tampoco sea f¨¢cil de simplificar. Por un lado, le gustaban mucho y no necesariamente guapas ni delicadas. Por otro, cuestionaba su capacidad para la ciencia de una forma cruel, salvando a su amiga Marie Curie de la quema, aunque al mismo tiempo llam¨¢ndola fea. Sus juicios sobre los dem¨¢s sol¨ªan cambiar seg¨²n su estado de ¨¢nimo y a veces pod¨ªan ser bastante francos o despiadados, sobre todo en el caso de Mileva.
Cuando dudaba de la aptitud de las mujeres para la f¨ªsica, desde luego no pod¨ªa estar pensando en ella. Se conocieron de estudiantes en Z¨²rich y da la impresi¨®n de que en ese mismo momento empez¨® la perdici¨®n de esta chica un poco coja, un poco fea, un poco t¨ªmida, con la piel un poco oscura, pero muy inteligente y brillante, que se atrev¨ªa en un mundo donde ver a una mujer era raro. En f¨ªsica aparentemente iban a la par, hasta que Mileva no pudo superar el examen de la Polit¨¦cnica y, sobre todo, no fue capaz de superar este rev¨¦s. Ya estaba entregada en cuerpo y alma a ayudar a Einstein en sus investigaciones, tanto que ¨¦l siempre se refer¨ªa en plural a su trabajo. Trabajaban en equipo, eran camaradas, ella ten¨ªa una fe ciega en la clarividencia de ¨¦l y le aportaba una seguridad sin fisuras, y algunos investigadores sospechan que tambi¨¦n pudo aportarle ciertos hallazgos b¨¢sicos en la teor¨ªa de la relatividad especial, de 1905. Se le da muchas vueltas a este punto, que si hubo un momento en que firmaron juntos el trabajo, que si Mileva hizo dejaci¨®n de sus derechos en esa secular generosidad de las compa?eras de los genios, que si firmando ¨¦l era como si firmasen los dos. Es dif¨ªcil probarlo, sobre todo porque en ella pes¨® m¨¢s lo privado, no tuvo la sangre fr¨ªa de su marido para consagrarse a lo suyo y tal vez no tuvo el suficiente apoyo para superar los obst¨¢culos acad¨¦micos. ?l fue capaz de seguir, ella no, as¨ª que entre l¨ªneas se tiende a poner en cuesti¨®n que poseyera la misma capacidad de Einstein. Tampoco puede saberse, lo cierto es que trabajaron juntos en la relatividad y que tambi¨¦n le ayudaron dos amigos m¨¢s. Cuando en 1922 Einstein recibi¨® el Premio Nobel le envi¨® el dinero a Mileva, de la que ya estaba separado. Parece ser que a cambio ten¨ªa que concederle el divorcio.
Mileva se fue entristeciendo y aislando y perdiendo el atractivo que resid¨ªa en su listeza y tenacidad. Su marido la relegaba a la casa y sus confidencias cient¨ªficas eran para sus otros colaboradores, am¨¦n de las infidelidades que la convirtieron en una celosa enfermiza. Siempre sinti¨® el rechazo de su est¨²pida suegra y adem¨¢s sent¨ªa sobre su conciencia una primera hija con Einstein (Lieserl), concebida antes de casarse y que a instancias de ¨¦l se presume que entreg¨® en adopci¨®n. La vida de Mileva es tan penosa que hay que apartar la vista. Mientras estuvieron juntos, sigui¨® a su marido por Z¨²rich, Berna, Praga y Berl¨ªn con grandes penurias econ¨®micas y con sus dos hijos Hans Albert y Eduard, en el que enseguida se apreciaron trastornos mentales. Mileva tuvo que sentir dos terribles vac¨ªos: el amor de la persona que m¨¢s quer¨ªa y de la que nunca dej¨® de sentirse orgullosa, y el vac¨ªo de su vocaci¨®n cient¨ªfica, el ser excluida de ese equipo de dos, donde seg¨²n ¨¦l no iba a entrar nadie m¨¢s. El error de Mileva fue creer lo que Einstein, que era un perfecto zalamero sobre todo por carta, le dec¨ªa y le promet¨ªa. Cuando no pudo m¨¢s, regres¨® con los ni?os a Suiza y le dej¨® en Berl¨ªn, con el campo libre para verse con la que iba a ser la segunda esposa de Einstein, su prima Elsa.
Fue con Elsa, que no sab¨ªa nada de ciencia, con quien comparti¨® el ¨¦xito, quien manejaba sus asuntos y con quien vivi¨® en Estados Unidos, donde ambos murieron. Tambi¨¦n con ella sinti¨® la misma contradicci¨®n de siempre: primero se dejaba domesticar maternalmente para a continuaci¨®n sentirse agobiado y harto. Mileva muri¨®, cuando ¨¦l ya viv¨ªa en Estados Unidos, completamente sola.
A trav¨¦s de la vida de Mileva, Einstein queda muy mal parado, pero hay que pensar que era muy joven cuando se meti¨® en el berenjenal de los hijos y el matrimonio (Mileva era tres a?os y medio mayor que ¨¦l) y que se encontraba sin recursos econ¨®micos, sin trabajo y con grandes sue?os. Nada le result¨® f¨¢cil. Le pareci¨® una maravilla cuando por fin le dieron un puesto en una oficina de patentes, hasta que poco a poco pudo ir afianz¨¢ndose en la universidad. Y, sobre todo, hasta que lleg¨® el a?o 1905, en que public¨® tres revolucionarios trabajos sobre el movimiento browniano, el efecto fotoel¨¦ctrico (por el que recibi¨® en 1921 el Premio Nobel) y la teor¨ªa de la relatividad especial, de los que el mundo cient¨ªfico apenas si hizo caso. En 1916 coron¨® su teor¨ªa general de la relatividad. Einstein ya era inevitable. Y de qu¨¦ modo. Precisamente, el a?o de su divorcio, 1919, salt¨® al estrellato de la forma m¨¢s espectacular que se pueda imaginar para alguien que no era ni un actor de cine ni un deportista y cuyas ecuaciones no iban dirigidas al gran p¨²blico. Puso la ciencia de moda. Recorri¨® el mundo dando conferencias, la gente se volv¨ªa loca por conocerle, le pon¨ªan su nombre a cualquier cosa y resultaba irresistible para las mujeres. En realidad siempre lo hab¨ªa sido, le gustaba el juego de la seducci¨®n. Se habla de su magnetismo personal y de su atractivo f¨ªsico, de joven se le pod¨ªa considerar guapo y hasta bastante tarde conserv¨® un cuerpo fuerte e incluso musculoso, a pesar de su aversi¨®n al ejercicio f¨ªsico. Era olvidadizo y no cre¨ªa en la medicina moderna. Su capacidad de concentraci¨®n era tal que pod¨ªa trabajar con todo tipo de ruidos, con sus hijos en las rodillas e incluso mientras su esposa Elsa agonizaba en la habitaci¨®n de al lado. Y era conocida su resistencia al agua y el jab¨®n, al peine y al cepillo de dientes. Pensar era para ¨¦l la salvaci¨®n. Cuando muri¨® en Princeton, en 1955 (naci¨® en Ulm, Alemania, en 1879) le analizaron el cerebro y comprobaron maravillados que estaba m¨¢s desarrollado de lo normal. Sin embargo, humanamente Einstein fue un tipo muy normal y lleno de contradicciones. Lo que le hac¨ªa diferente era que trabajaba mucho para entender este mundo al que no cre¨ªa que hubiese llegado para malgastar su capacidad de crear. Puede que tuviese el cerebro que se empe?¨® en tener.
Un prodigio de fe en el ser humano
Albert Einstein, f¨ªsico, autor de la teor¨ªa de la relatividad (Ulm, Alemania, 1879- Princeton, 1955). Se doctor¨® en la Escuela Polit¨¦cnica de Z¨²rich en 1900 y en 1902 ingres¨® en la oficina de patentes de Berna, donde desarroll¨® su teor¨ªa de la relatividad. Publicada en 1916, no fue aceptada por la comunidad cient¨ªfica hasta 1930. Fue galardonado con el Premio Nobel de F¨ªsica en 1921 por su contribuci¨®n al estudio fotoel¨¦ctrico. Tras la ascensi¨®n de Hitler al poder, Einstein acepta una c¨¢tedra en el Institute for Advanced Study de Princeton. Particip¨® en el proyecto Manhattan y, como portavoz, mand¨® una carta a Roosevelt explic¨¢ndole la posibilidad de construir bombas at¨®micas, aunque no particip¨® en su construcci¨®n. Moralmente hundido por las explosiones nucleares de 1945, dedic¨® sus ¨²ltimos a?os a difundir ideas pacifistas y a luchar contra la proliferaci¨®n de las armas nucleares.
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