Elogio de la ruina
El discurso despiadado, lleno de sarcasmo y lucidez, de un pintor alcoholizado que estuvo en Auschwitz contra quienes le piden que abandone su casa y exponga sus cuadros ofrece a Jean Am¨¦ry, en ¨¦sta su ¨²nica novela, una v¨ªa de acceso al horror de los supervivientes.
A prop¨®sito de los supervivientes de Auschwitz, se ha utilizado hasta la saciedad el t¨¦rmino testimonio. Al mismo tiempo, se ha convertido en un t¨®pico el car¨¢cter inenarrable, y hasta meramente inexpresable, de la experiencia de la cual las v¨ªctimas eran portadoras. Uniendo estas dos determinaciones, obtenemos un enigma: ?c¨®mo testificar sobre algo que no se puede decir? ?Cu¨¢l es el secreto que los que han resistido saben y por qu¨¦ resulta tan dif¨ªcil de transmitir a quienes carecen de esa experiencia? Lefeu, la ¨²nica novela escrita por Jean Am¨¦ry, es una de las posibles respuestas a esta pregunta, porque se trata de una pregunta tan dif¨ªcil de formular que el distanciamiento que proporciona la ficci¨®n -la posibilidad de figurarse a s¨ª mismo como un personaje de cuyas palabras y acciones no hay que responder como de las propias- ofrece una v¨ªa de acceso a lo inexplicable.
LEFEU O LA DEMOLICI?N
Jean Am¨¦ry
Traducci¨®n y notas de E. Oca?a Pre-Textos.
Valencia, 2003
220 p¨¢ginas. 20 euros
Como Am¨¦ry (nacido Hans Meier), Lefeu no se llama "Lefeu": ha afrancesado su apellido (Feuermann) para disimular la brecha que le impide, a partir de cierto d¨ªa, seguir siendo el mismo. Como ¨¦l, es un superviviente de los campos de exterminio. Y, tambi¨¦n como ¨¦l, experimenta esa condici¨®n como algo insoportable. Dice en alg¨²n momento: "Todo cuanto he hecho o dejado de hacer desde 1945 est¨¢ condicionado por mi incapacidad para soportar mi propia victoria como superviviente". ?ste es el problema: quienes han sobrevivido a un horror de aquella naturaleza saben que hay algo peor que la muerte, algo que tienen grandes dificultades para expresar no s¨®lo por su horror, sino porque es casi imposible encontrar un lenguaje compartido con el cual comunic¨¢rselo a aquellos que, por no haber atravesado aquel infierno, quieren honrada y comprensiblemente "pasar p¨¢gina" y mirar al futuro con optimismo (?y qui¨¦n podr¨ªa reprocharles eso?). ?sa es la tragedia de Lefeu: es una incongruencia viviente; no entraba en los c¨¢lculos de sus verdugos que pudiera sobrevivir, y quienes son ahora sus vecinos no quieren torturarse pensando que aquello tan abominable, de lo cual el que ha resistido es la prueba, haya sucedido en su propio tiempo, les gustar¨ªa pensar que aquello pas¨® "en otro tiempo" que ya no es el suyo. Lo grave no es que a Lefeu le guste vivir en un estudio desvencijado que huele a alcohol y a tabaco, compartir lecho con una poeta enloquecida o pintar cuadros que nunca podr¨¢n exponerse en la Documenta de Kassel. Lo grave es que el progreso, implacable, quiere reparar esa incongruencia; le pide que se adapte, que no se resista, que acepte la demolici¨®n del edificio insalubre en el que habita y que se traslade a un apartamento ventilado y moderno, que se avenga a exponer sus cuadros en una galer¨ªa de renombre bajo el r¨®tulo de "realismo metaf¨ªsico" que los har¨¢ admisibles en los salones contempor¨¢neos. No est¨¢n dispuestos a dejar que desperdicie su vida y su talento. Pero a un superviviente no se le puede pedir que no resista (ya es tarde para ¨¦l: ya ha resistido). Y esta petici¨®n de conciliaci¨®n es la que desencadena el discurso despiadado de Lefeu-Feuermann a lo largo de doscientas p¨¢ginas -magn¨ªficamente traducidas por Enrique Oca?a- de sarcasmo y lucidez contra los constructores que le expulsan de su vivienda y contra el mercado del arte que le expropia sus cuadros. El lema de este progreso "urban¨ªstico" y "art¨ªstico" -nada debe desperdiciarse- recuerda demasiado al que, de hecho, reinaba en Auschwitz: no dejar perder ni un soplo de fuerza de trabajo, ni un cent¨ªmetro de piel, ni un diente; y un o¨ªdo entrenado en el terror no puede por menos que detectar en estas exhortaciones a la modernizaci¨®n un eco del esp¨ªritu que en el Lager invitaba a adaptarse, a abandonar toda resistencia, porque -como tambi¨¦n en los campos recomendaban los m¨¢s sensatos- resistirse es, a la larga, peor. Y, aunque ello no signifique identificar a Auschwitz con el mundo, e incluso aunque las esperanzas de victoria sean insignificantes y menos importantes a¨²n los deseos de sobrevivir, Lefeu tiene que testificar que adaptarse es, en muchos casos, lo peor. Aunque a muchos de sus contempor¨¢neos no les guste o¨ªrlo.
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