Breve historia de la micropol¨ªtica
Frente a la macropol¨ªtica, la micropol¨ªtica, a partir de las premisas de Mayo del 68. Una reflexi¨®n a prop¨®sito de la tercera de las exposiciones sobre este tema en Castell¨®n.
Aunque seguramente no fue el primero en utilizar esta expresi¨®n, la consagraci¨®n del t¨¦rmino "micropol¨ªtica" como consigna y emblema de la revoluci¨®n de Mayo del 68 se debe a Pierre-F¨¦lix Guattari: en su doble condici¨®n de psicoanalista y de militante de izquierda involucrado en aquel movimiento, estaba en condiciones inmejorables para captar lo espec¨ªficamente nuevo del saldo pol¨ªtico de la revuelta parisiense. Esta novedad puede describirse como una redefinici¨®n del terreno de juego mediante la cual ingresaban en la arena de lo pol¨ªtico toda una serie de ¨¢mbitos (las relaciones sexuales, familiares, laborales, institucionales, cl¨ªnicas o escolares) que hasta ese d¨ªa hab¨ªan quedado excluidas de ella por su presunta pertenencia a la esfera privada. En la d¨¦cada siguiente, esta aguda percepci¨®n de Guattari recibir¨ªa una triple confirmaci¨®n te¨®rica y pr¨¢ctica. En primer lugar, las obras de Michel Foucault Vigilar y castigar y La voluntad de saber elevaron aquella intuici¨®n hasta el umbral de la positividad hist¨®rica al poner de relieve la constituci¨®n, en las sociedades industriales, de toda una serie de microrredes de poder y disciplina que infectaban a la democracia avanzada y que inyectaban un r¨¦gimen pol¨ªtico miniaturizado, hasta entonces invisible, en los confines m¨¢s ¨ªntimos del individuo socialmente forjado.
En segundo lugar, el propio
Guattari se asoci¨® con otro de los grandes pensadores de la segunda mitad del XX, Gilles Deleuze, para escribir una obra monumental (los dos vol¨²menes de Capitalismo y esquizofrenia) que canonizaba filos¨®ficamente la micropol¨ªtica y esbozaba el programa de una inminente revoluci¨®n molecular. Finalmente, los movimientos feministas de la ¨¦poca, que llevaban d¨¦cadas teorizando el car¨¢cter de relaciones de dominaci¨®n de los v¨ªnculos supuestamente "privados" entre varones y mujeres, encontraron en el nuevo descubrimiento un apoyo para su convicci¨®n de que lo personal es pol¨ªtico. Los mismos Deleuze y Foucault figuraron entre los garantes intelectuales de una gran corriente con vocaci¨®n de multiplicar sus frentes: persuadidos de que la "macropol¨ªtica" (la de los parlamentos, los gobiernos, los tribunales y la prensa) carec¨ªa de poder real de transformaci¨®n social, los nuevos militantes optaron por intervenciones "micropol¨ªticas" en las prisiones, en los manicomios, en los hospitales, en las escuelas y en las familias, intervenciones que hab¨ªan de subvertir en sentido progresista esas instituciones, sin respetar fronteras nacionales. Debido a su radicalidad, estos movimientos llegaron r¨¢pidamente a un impasse: como les horrorizaba ser "recuperados" por los mecanismos "revisionistas" de las democracias de masas, no pod¨ªan presentar programas ni alternativas, y ten¨ªan que asegurarse de que sus reivindicaciones no pudieran ser negociadas por ning¨²n gobierno, incorporadas por ning¨²n partido, admitidas por ning¨²n tribunal ni toleradas por ninguna opini¨®n p¨²blica. Este fundamentalismo comport¨® la disoluci¨®n de aquellos colectivos o, en los casos m¨¢s lamentables, su complicidad intelectual con la violencia antidemocr¨¢tica. Pero, bajo esta apariencia de fracaso (?qui¨¦n pod¨ªa imaginar entonces que el fundamentalismo ten¨ªa un gran futuro ante s¨ª?) se oculta un ¨¦xito posterior, aunque seguramente de signo muy distinto al que imaginaban sus patrocinadores filos¨®ficos.
La revoluci¨®n del 68 termin¨® a su pesar siendo "cultural" y originando una nueva constelaci¨®n intelectual: la izquierda universitaria posmarxista, que compens¨® la escasez de sus ¨¦xitos pr¨¢cticos con la magnitud de su producci¨®n te¨®rica. Desde un primer momento, esta nueva izquierda opt¨® por un modelo de pensamiento aristocr¨¢tico-est¨¦tico que, apoyado como estaba en las figuras de Nietzsche y Bataille, compart¨ªa con las vanguardias art¨ªsticas su capacidad de "escandalizar al burgu¨¦s" (y al proletario integrado en el "Estado del bienestar") por su absoluta aversi¨®n hacia la ¨¦tica y el derecho. Tal connivencia propici¨® el lento tr¨¢nsito de los vocabularios t¨¦cnicos de Deleuze y Guattari (las "m¨¢quinas deseantes" o el "nomadismo"), de Foucault (la "microf¨ªsica del poder" y la "est¨¦tica de la existencia"), de Lyotard (los "dispositivos pulsionales" y la "condici¨®n posmoderna") o de Derrida al territorio de unas artes que a¨²n se quer¨ªan subversivas pero que hab¨ªan sido abandonadas por los "grandes relatos" cr¨ªticos que anta?o sostuvieron su impulso renovador.
Sin embargo, s¨®lo tras su co
lonizaci¨®n del mundo acad¨¦mico estadounidense, en los a?os ochenta, la micropol¨ªtica empez¨® a nutrir mayoritariamente el discurso te¨®rico de muchos artistas visuales contempor¨¢neos y de sus cr¨ªticos especializados. El motivo es que, en esa migraci¨®n transatl¨¢ntica, la revoluci¨®n molecular acab¨® por encontrar una coartada ¨¦tica, que es la que hoy la legitima socialmente y la etiqueta como "progresista" y democr¨¢tica, tambi¨¦n en el cat¨¢logo que acompa?a a la muestra que ahora se clausura en el Espai d'Art Contemporani de Castell¨® (EACC) y que presenta un largo recorrido hist¨®rico por el arte contempor¨¢neo acertadamente compilado. Se trata -nadie podr¨ªa haberlo previsto en 1968- de la doctrina de lo pol¨ªticamente correcto y del advenimiento de las llamadas pol¨ªticas de la identidad, que se han convertido a ojos vistas en la ideolog¨ªa de recambio para una izquierda que se qued¨® hu¨¦rfana en Bad Godsberg.
?Qui¨¦n iba a decirles a aquellos j¨®venes alborotadores de Mayo del 68 que, tras un discreto periodo de reclusi¨®n universitaria, acabar¨ªan imponi¨¦ndose en los bur¨®s pol¨ªticos y que su reclamaci¨®n de lo imposible ser¨ªa finalmente atendida? Porque una cosa es segura: el argumento es cl¨¢sico en su apariencia (alude a la justicia social que merecen los menos favorecidos, a la reparaci¨®n de los da?os causados a minor¨ªas marginadas, etc¨¦tera), pero la situaci¨®n a la que se aplica es radicalmente no-cl¨¢sica: este reconocimiento ya no tiene como horizonte la emancipaci¨®n de los individuos mediante su elevaci¨®n al plano p¨²blico de la ciudadan¨ªa, sino su repliegue hacia lo que de m¨¢s incivil hay en ellos (sus servidumbres biol¨®gicas, ¨¦tnicas, ling¨¹¨ªsticas, gen¨¦ricas o culturales), que es precisamente su identidad; y estas identidades que demandan reconocimiento chocan a veces frontalmente con los principios de la democracia. M¨¢s que una prolongaci¨®n del Estado del bienestar, parece que esta micropol¨ªtica est¨¦tica de la diversidad se?ala el nacimiento de un nuevo Estado del malestar. Pero quiz¨¢ haya que ser realista e irse acostumbrando a lo imposible: que por estar la pol¨ªtica denodadamente ocupada en lo "micro" y en lo privado, lo p¨²blico se ha convertido en cosa personal y m¨¢s bien minoritaria.
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