El honor perdido de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar
Hab¨ªa dise?ado con tanta anticipaci¨®n su retirada de la pol¨ªtica, la boda de la hija rodeada de fastos imperiales, la designaci¨®n de un sucesor por su dedo todopoderoso, los estrechos lazos de amistad con esa clase internacional de dirigentes a los que la riqueza no basta para saciar su petulancia y ambici¨®n, y la analog¨ªa final, mentada por ¨¦l mismo, entre su decisi¨®n de no presentarse a unos nuevos comicios y el monacal retiro del emperador Carlos en Yuste; hab¨ªa mimado de tal forma su imagen de gobernante incorruptible y capaz, el milagro econ¨®mico espa?ol que sus decisiones propiciaban, su abanderamiento en la idea de una Espa?a trascendente y profunda, universal y ¨²nica, como corresponde a uno de los pa¨ªses m¨¢s importantes de la Tierra, que comprendo su decepci¨®n y su amargura, rodeado como est¨¢ hoy de im¨¢genes de cuerpos destrozados, v¨ªctimas del odio y la sinraz¨®n, abucheado por quienes ¨¦l mismo convoc¨® a manifestarse, criticado por sus colegas extranjeros y por la prensa internacional, derrotados sus compa?eros en las urnas cuando nadie daba un ¨¢pice por la victoria de la oposici¨®n. Imagino a Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar, en la ma?ana del domingo de las elecciones, sentado en el sal¨®n de columnas de Moncloa, la mirada solitaria y absorta, en medio de ese silencio sepulcral que encoge el ¨¢nimo de los que no tienen nada que decir, y siento cierta misericordia por ¨¦l, cierta humana solidaridad con el perdedor. Luego pongo el televisor, dispuesto a escuchar la primera entrevista que concede tras el desastre electoral. Ya es dram¨¢tico que no pueda hacerla en Televisi¨®n Espa?ola, la televisi¨®n de todos, porque sabe que nadie creer¨¢ entonces lo que diga, y lo que quiere es que le crean, que le den fe, que conf¨ªen en ¨¦l los espa?oles. Pienso que este pa¨ªs acaba de sufrir el trauma m¨¢s formidable de sus dos ¨²ltimas d¨¦cadas, con cientos de familias rotas, mientras un penetrante olor a chamusquina y p¨®lvora impregna las conciencias de los ciudadanos, pero el presidente del Gobierno, ahora en funciones, no va a los estudios a defender su pol¨ªtica, a explicar sus acciones, a debatir los problemas de Espa?a, a infundir confianza a los ciudadanos, a garantizarles su seguridad o explicarles en qu¨¦ fallaron las autoridades, si es que lo hicieron, para no poder prevenir una masacre de ese g¨¦nero, va a decir que ¨¦l es un hombre de honor y que no puede quedarse arrumbado en el rinc¨®n de la Historia, con esa fama de mendaz y manipulador que le est¨¢n echando algunos. Entonces, la ternura de juguete roto que me inspiraba desaparece. En medio de este monumental desastre de vidas destruidas, y en el umbral de un cambio copernicano en la pol¨ªtica espa?ola, lo ¨²nico que parece interesarle al pr¨®cer es su honor, por el que lucha tambi¨¦n a brazo partido en un largo art¨ªculo en The Wall Street Journal, en la cumbre de la Uni¨®n Europea en Bruselas, en peregrinas cartas de rectificaci¨®n, hasta un punto en el que no repara, incluso, en mancillar el honor y el prestigio de los dem¨¢s, con acusaciones y amenazas, veladas o menos veladas, a quienes no piensan como ¨¦l, con la aceptaci¨®n de la tesis de que la retirada de las tropas espa?olas en Irak es un triunfo de los terroristas y no una decisi¨®n aut¨®noma del nuevo Gobierno, avalada por las urnas. Esta calderoniana y reci¨¦n estrenada obsesi¨®n por el honor habla mucho del personaje que nos ha gobernado durante ocho a?os y que, aun y¨¦ndose voluntariamente, m¨¢s parece haber sido desalojado del poder a las malas.
?Minti¨® Aznar? ?Manipul¨® la informaci¨®n el Gobierno en las jornadas aciagas que van del 11 de marzo al domingo 14? ?Utiliz¨® el dolor ajeno, ¨¦l, que acusa a los dem¨¢s de violar el luto de estos d¨ªas, por motivos m¨¢s o menos electorales? ?Fueron los servicios de inteligencia, ora ensalzados, ora puestos en entredicho, los responsables de los errores cometidos? ?Existi¨® una conspiraci¨®n entre PRISA y el partido socialista para desalojar a la derecha del poder? ?Y tornar¨¢ este Gobierno, aunque sea en funciones, a propiciar la guerra de medios, gracias a la cual se encaram¨® a las poltronas hace ocho a?os? ?Volver¨¢ a desparramarse la basura, mezclada ahora con la sangre, por la pol¨ªtica espa?ola con tal de que el honor sea salvo? Parece una factura muy cara de pagar.
Para los que aprecian los hechos m¨¢s que las divagaciones, he podido construir una narraci¨®n, con la ayuda de un equipo de periodistas de El PA?S y la SER, sobre lo que ocurri¨® en los d¨ªas previos a las elecciones pasadas o, al menos, sobre c¨®mo se vivieron los acontecimientos en las redacciones de nuestros medios. La sola concatenaci¨®n de los sucesos habla por s¨ª misma, y dejo al albedr¨ªo del lector calificarla: ?mintieron, manipularon, fueron ineptos, simplemente, en el manejo de la crisis? ?Quiz¨¢ sucedieron las tres cosas a la vez? Ponga cada cual lo que le parezca. En mi opini¨®n, este relato prueba que la transparencia prometida por el Gobierno no es tal, que muchas aseveraciones rotundas que sus portavoces se permitieron hacer no ten¨ªan otro fundamento que sus personales y particulares deducciones, y que en todo el proceso se impuso la falta de rigor, atizada por el v¨¦rtigo electoral. Qui¨¦n sabe si no fue precisamente eso lo que les cost¨® el poder.
El t¨ªtulo de este art¨ªculo es un pr¨¦stamo literario de la novela de Heinrich B?ll El honor perdido de Katharina Blum.
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