"La mirada del otro nos da parte de nuestra propia mirada"
Un ni?o en la playa teclea en una m¨¢quina de escribir invisible palabras inventadas cuyo sonido es "id¨¦ntico al de las neuronas de los locos". Cincuenta a?os despu¨¦s, su nombre es mentado entre t¨®picos, an¨¦cdotas, querencias y malquerencias en el mundo period¨ªstico y editorial espa?ol. No se puede estar quieto, dice que padece del mal de la memoria y muchos podr¨ªan atribuirle el don de la ubicuidad.
Es Juan Cruz Ruiz (Puerto de la Cruz, Tenerife, 1948), quien asegura que el Juan que todos ven no es el aut¨¦ntico. Que el de verdad es el de estas memorias noveladas tituladas La playa del horizonte (Destino), un reencuentro con su infancia, con el amor de su vida que lo ha sacado de una soledad de 11 a?os y con las personas que lo han cambiado. El libro de este editor, y que actualmente dirige la Oficina del Autor del grupo Prisa, se presenta esta tarde en el C¨ªrculo de Bellas Artes de Madrid, con Juan Jos¨¦ Mill¨¢s, Luis Landero y Javier Rioyo.
Pregunta. ?El libro surge como un conjuro contra la soledad?
Respuesta. Surge porque no sab¨ªa c¨®mo describirla. Necesitaba entenderla y contar 11 a?os de soledad. Me imagin¨¦ a un hombre recluido en un hospital, porque se supone que est¨¢ loco. Est¨¢ junto a una playa, y escucha todas las voces y los ruidos de la playa sin poder acercarse a ella. El hombre quer¨ªa desarrollar una vida normal pero no pod¨ªa. Empec¨¦ y descubr¨ª que ese hombre era yo. A m¨ª las im¨¢genes me producen enso?aciones y me descubren cosas que no hab¨ªa percibido. La casualidad ha perseguido mi vida. El azar. El encuentro.
P. ?Cree en el destino?
R. Siempre he tenido la sensaci¨®n de que un azar tambi¨¦n me va a salvar de la soledad o de cualquier infortunio. Es un factor que me persigue desde mi infancia, y que no ha dejado de ayudarme. Y aunque todo es ef¨ªmero, todo tiene sentido. La clave es estar dispuesto a todo. Es un elemento de la juventud. Uno quiere que lo que pas¨® no sea lo ¨²ltimo, sino que siga pasando. Que no acabe nunca.
P. La b¨²squeda de lo eterno.
R. Quiz¨¢ tom¨¦ de los personajes de Rayuela esa sensaci¨®n de que all¨ª nada parece acabar. Fue un deslumbramiento. Cuando la le¨ª en el Colegio Mayor, en Tenerife, le ped¨ª a la se?ora de la limpieza que nunca me hiciera la cama mientras la le¨ªa. Quer¨ªa prolongar ese libro en m¨ª mismo.
P. El libro tambi¨¦n es un homenaje a personajes que han pasado por su vida.
R. Todos los seres humanos que aparecen es porque ten¨ªan una mirada peculiar que aliment¨® la m¨ªa, o que cambi¨® la m¨ªa. De hecho, la persona cuya mirada me ha impactado siempre, y que no he resuelto, es la de mi padre cuando ya estaba muy enfermo.
P. ?Y de los escritores?
R. La de Bowles, cuando lo llev¨¦ a la cl¨ªnica vi su mirada de desamparo total. Nunca ha dejado de estar presente en mi manera de ver la desolaci¨®n. O la mirada de un ciego, Borges. Onetti tambi¨¦n me pareci¨® sensacional. Yo no hablo de escritores, sino de personas.
P. Y del tiempo en ellas y usted.
R. Un d¨ªa leyendo a Lowry le¨ª que el tiempo es una simulaci¨®n para que todo no ocurra a la vez. Es que yo padezco de memoria. Yo lo asocio todo. Pienso en un banco y en enseguida aparecen escenas asociadas, y as¨ª sucesivamente.
P. "Soy incapaz de escribir algo que no viv¨ª", dice en el libro.
R. Por eso tengo imposible la novela, a pesar de tener una gran capacidad para la mentira. Cuando me di cuenta de que las historias con las que me entreten¨ªa mi madre eran mentira decid¨ª escribir lo que de verdad me hab¨ªa ocurrido. Rico, o pobre, pero aut¨¦ntico. Cuando escribo necesito contar algo que me ara?a el alma.
P. Es un libro muy ¨ªntimo.
R. Y el m¨¢s arriesgado. Est¨¢ escrito sin pudor, para decir de veras qu¨¦ siento. Como una carta dirigida a la mujer que fue mi primer amor en la que cuento qu¨¦ pas¨® a partir de mi primer viaje a Mil¨¢n, donde adem¨¢s llevaba la m¨¢quina de escribir que aparece en la portada. Considero que es una obligaci¨®n pensar dos veces acerca de lo que sucede. No quiero quedarme con la primera impresi¨®n. La gente no tiene s¨®lo palabras, sino miradas. Me fijo much¨ªsimo en los ojos. Es una obsesi¨®n saber qu¨¦ me est¨¢n diciendo con ellos. No profundizamos en lo que vemos. Tendr¨ªamos que aprender de la mirada de la gente para saber qu¨¦ nos falta. La mirada del otro nos da parte de nuestra propia mirada. Estamos demasiado ausentes de la vida cotidiana. Por la prisa, el agobio, algo que en m¨ª se ha convertido en un t¨®pico; la gente me ve atareado, pero en realidad hay otro que no lo est¨¢ y que mira.
P. Siempre se dice que est¨¢ corriendo, en tr¨¢nsito.
R. Pero el Juan de verdad es el que est¨¢ en mi libro. El otro tiene que hacer esfuerzos enormes para no dejar que ¨¦ste se trasluzca.
P. ?Lo dice en serio?
R. S¨ª. Si este libro sirve para algo ser¨¢ para saber que es como el manuscrito de un hombre que no quiere marcharse sin decirle a alguien c¨®mo sinti¨® la vida. A veces me desespera la propia prisa que se manifiesta en mi vida. Quisiera ser m¨¢s pausado, m¨¢s riguroso, m¨¢s interior. Parece que me han obligado a ser m¨¢s exterior. Hay gente que me quiere y otra que no. Si supieran lo que no me quiero y c¨®mo no me quiero yo, probablemente se sorprender¨ªan.
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