Un hombre bueno
He conocido a muy pocos pol¨ªticos a quienes no acompa?e una sombra permanente. Aquel descalabro electoral, cuyos cad¨¢veres y deudas andan todav¨ªa por ah¨ª, medio enterrados; aquella defenestraci¨®n despiadada, cuando se estaba en lo m¨¢s alto; la huelga que trunc¨® un camino y sigue supurando, gota a gota, por las laderas del insomnio; esa sospecha de corrupci¨®n, que no se disipa; la ambici¨®n sin l¨ªmites, que todo lo ensucia. Sombras. Sombras indestructibles. Ellos creen que no se les nota, porque cuando se vuelven a mirarlas, ellas tambi¨¦n se vuelven. Son como el ¨¢ngel negro, que sonr¨ªe sarc¨¢stico, pero siempre detr¨¢s.
Entre esos pocos a quienes nunca vi sombra alguna, estaba Alfredo P¨¦rez Cano. Un brillante ingeniero consagrado a la pol¨ªtica, al que nadie escuch¨® una voz m¨¢s alta que otra. Dominaba la administraci¨®n andaluza, de arriba abajo, con prudencia exquisita, pero con an¨¢lisis de hierro, que todo el mundo esperaba o tem¨ªa. Hasta que P¨¦rez Cano no ve¨ªa claro un asunto, lo mejor era abstenerse, esperar un poco. As¨ª a?os y a?os, presidente tras presidente. Sacando muchas casta?as del fuego, para que otros no se quemaran. (Lo que no siempre le agradecieron, por cierto). Hasta Manuel Chaves reconoci¨®, el pasado d¨ªa 6, en el homenaje civil que se le tribut¨® -por fin un acto p¨²blico sin curas, para un hombre que era profundamente agn¨®stico-, que sin ¨¦l se sent¨ªa menos seguro. Tambi¨¦n revel¨® que hab¨ªa fracasado varias veces en su intento de hacerle consejero. Qu¨¦ raro, ?verdad? Pues as¨ª era P¨¦rez Cano. Rehu¨ªa el fulgor de las c¨¢maras en la misma medida en que otros se ara?an ante ellas. Ciertamente, no parec¨ªa un pol¨ªtico, o por lo menos un pol¨ªtico de estos tiempos, demasiado a menudo transformados por el ejercicio del poder, hacia la mediocridad, desde luego. Hacia cosas peores, tambi¨¦n. Una de las razones, si no la principal, por la que nadie deber¨ªa ocupar el primer plano m¨¢s all¨¢ de dos veces, tres a lo sumo. Pero a esta democracia le queda mucho que aprender todav¨ªa de personas como P¨¦rez Cano, cuyo secreto en realidad era bien simple. Se resisti¨® mientras pudo a que nadie le robara ni le enturbiara el patrimonio de su condici¨®n natural. Qui¨¦n sabe si la muerte no acudi¨® en su auxilio cuando ya las c¨¢maras empezaban a perseguirlo demasiado.
Todos se deshicieron en elogios hacia este hombre bueno el pasado d¨ªa 6. Y apostaron por que su legado no se pierda. Pues bien, quiz¨¢s esto no sea demasiado dif¨ªcil. Adem¨¢s de proyectos concretos, como la fusi¨®n de todas las cajas de ahorro andaluzas en una sola -para lo que Chaves ha perdido a un aliado fundamental-, a otras muchas cuestiones pendientes les ser¨¢n de aplicaci¨®n aquel criterio con el que Alfredo despachaba una disposici¨®n, una medida, que se le resist¨ªa m¨¢s de la cuenta: "Eso en mi pueblo no lo van a entender". Bastantes cosas hay por delante en esta complicada hora a las que poder aplicar ese m¨®dulo primario -y primordial- de la pol¨ªtica. Pienso, por ejemplo, en la reforma del Estatuto. Mucho van a tener que sudar la camiseta nuestros parlamentarios para que la entiendan en el pueblo de Alfredo P¨¦rez Cano, como en el m¨ªo o en el de usted. Pero que no se olviden de esa regla de oro, porque seguro que aciertan. Y al contrario.
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