Josep Pla, d¨ªa a d¨ªa
1965
1 de enero
Josep Pla tiene 67 a?os. Vive solo en una vieja mas¨ªa de Llofriu, en el norte de Catalu?a, cerca de la frontera con Francia. Su ocupaci¨®n principal es la escritura. Lleva un diario. "No me he levantado en todo el d¨ªa. Es una manera plausible de empezar el a?o. Ha hecho un d¨ªa de poca visibilidad, neblinoso, m¨¢s bien fr¨ªo", anota. Luego a?ade que la censura ha prohibido la publicaci¨®n de su ¨²ltimo art¨ªculo.
Espa?a tiene ahora 30 millones de habitantes. No m¨¢s de 30 habr¨¢n probado el whisky de Escocia, el Beaujolais borgo?¨¦s, las endivias de B¨¦lgica y el Brie de Meaux. Un escritor espa?ol cen¨¢ndose suavemente una civilizaci¨®n
Pla empez¨® a leer a Proust por la influencia de la pe?a del Ateneo Barcelon¨¦s, y de su mantenedor principal, el rentista Joaquim Borralleras, que se?ore¨® la Barcelona intelectual
El periodismo es un oficio que favorece la ilusi¨®n circular del tiempo y que, practicado largamente, induce a una ir¨®nica meditaci¨®n sobre la novedad, santo y se?a del oficio
Un hecho frecuente. La dictadura de Franco ha cumplido 25 a?os y la libertad de expresi¨®n contin¨²a en precario. El art¨ªculo censurado deb¨ªa haberse publicado en la revista Destino, fundada por Josep Verg¨¦s en plena guerra civil espa?ola y donde Pla colabora desde septiembre de 1939. La revista naci¨® vinculada a los vencedores, pero pronto tom¨® algunas distancias con ellos. Durante la II Guerra Mundial, en especial a partir del hundimiento del ej¨¦rcito alem¨¢n en la Uni¨®n Sovi¨¦tica, apoy¨® a los aliados y su actitud pol¨ªtica y cultural se ha ido inclinando hacia un suave liberalismo no siempre tolerado por las autoridades. Pla escribe all¨ª en castellano. Una lengua que domina y que ha utilizado literariamente, pero que no es la que prefiere para expresarse. El diario y la mayor¨ªa de libros los escribe en catal¨¢n. En la prensa se ve obligado al castellano: las dificultades en el uso del catal¨¢n son innumerables y las publicaciones escritas en esta lengua son escasas y minoritarias. Gran parte de su vida de escritor ha sido un duro y trabajoso enfrentamiento con la censura. Sufri¨® la del dictador Primo de Rivera, y un art¨ªculo publicado bajo el Directorio le vali¨® el destierro. Sufri¨® la censura en Italia y Alemania, adonde fue a informar sobre el ascenso del fascismo. Sufri¨® la intimidaci¨®n de la Rep¨²blica. Y ahora sufre la censura de Franco. En su dietario Notas para S¨ªlvia, que publicar¨¢ dentro de unos a?os, escribe que la incansable censura de Franco es la peor que ha conocido: "A pesar de lo mucho que est¨¢ durando, jam¨¢s he conseguido adaptarme a ella. Habr¨ªa podido dejar de escribir, claro. Habr¨ªa sido lo m¨¢s decente. Pero, de haberlo hecho, ?de qu¨¦ habr¨ªa vivido? La censura me produce un descorazonamiento constante. Cojo la pluma para decir algo que me parece sensato y justo, pienso en la censura y se me cae el alma a los pies. Al pensar en sus reacciones, me quedo postrado e inerte. Pero lo que se pretende con la censura es esto, precisamente: descorazonar, inmovilizar, destruir. Es una situaci¨®n que s¨®lo pide fan¨¢ticos -pero fan¨¢ticos pagados-, es decir, funcionarios del fanatismo".
El cielo bajo y fr¨ªo lo pone de mal humor. Quiz¨¢ contribuya tambi¨¦n el ritual de la fiesta, el A?o Nuevo: s¨®lo sus ecos alcanzan a los hombres solitarios. "La obsesi¨®n de marchar, persistente", anota. La carretera que une Llofriu con el pueblo grande de Palafrugell pasa cerca de donde vive. Pero la casa, amplia y profunda, y rodeada de campos de cultivo, facilita el aislamiento. Hay ¨¢rboles solemnes: hileras de cipreses en el camino de entrada y soberbios casta?os de Indias, los marroniers que el escritor, a la vuelta de su primer viaje a Par¨ªs, pidi¨® a su padre que plantase en la era.
Pla se instal¨® en la mas¨ªa despu¨¦s de la Guerra Civil, aunque en los a?os cuarenta pas¨® alguna temporada junto al mar, en pensiones y casas alquiladas de Cadaqu¨¦s y L'Escala. La vuelta a Llofriu, y a la casa, cerr¨® una ¨¦poca de viajes y su dedicaci¨®n cotidiana al periodismo informativo. Durante los a?os veinte y treinta vivi¨® fundamentalmente en Par¨ªs, Berl¨ªn, Barcelona y Madrid, aunque su oficio le llev¨® por la mayor¨ªa de las grandes ciudades del continente. "Quise saber algo de Europa: lo consegu¨ª": as¨ª pensaba sobre su juventud. Cuando acab¨® la guerra ten¨ªa poco m¨¢s de cuarenta a?os: hab¨ªa encarado el fascismo, el nazismo, el comunismo, la rep¨²blica espa?ola y la Guerra Civil. Hab¨ªa escrito sobre todo ello a u?a de caballo. La mas¨ªa de Llofriu se convirti¨® en el s¨ªmbolo del retorno al origen. Y su operaci¨®n literaria, en un trabajo inequ¨ªvocamente proustiano. En la cama o al calor de los le?os, los dos lugares donde acostumbraba a escribir, Pla decidi¨® someter su pasado a una revisi¨®n constante. A veces, el pasado estaba escrito en sus cr¨®nicas period¨ªsticas o en los libros que public¨® antes de la guerra. La escritura era entonces reescritura. Tal vez en el fondo de esa operaci¨®n hubiese la confianza, y el miedo, de que el tiempo perdido acabara siendo el tiempo recobrado. Pla empez¨® a leer a Proust por la influencia de la pe?a del Ateneo barcelon¨¦s, y de su mantenedor principal, el rentista Joaquim Borralleras, que se?ore¨® la Barcelona intelectual en las primeras d¨¦cadas del siglo. El tiempo recobrado es el t¨ªtulo del ¨²ltimo libro de la Recherche. Habr¨¢ una nota en la vejez planiana sobre este libro: "... el efecto que siempre me ha producido el ¨²ltimo volumen de la novela de Proust -cuando el novelista halla y describe en un sal¨®n a los amigos de la juventud, a quienes encuentra envejecidos, extra?os, monstruosos, irrisorios, horribles-. Impresionante, inolvidable libro -el m¨¢s aturdidor de toda la novela".
4 de enero
El d¨ªa amanece soleado. Las incidencias meteorol¨®gicas y los modos y la fortuna de la comida no faltan nunca en el diario. Paul L¨¦autaud, al que Pla leer¨¢ en sus ¨²ltimos a?os, anotaba con frecuencia en su Journal Litt¨¦raire las cifras de su tensi¨®n sangu¨ªnea. Es probable que los diarios deban incluir estos mon¨®tonos rituales. Hoy inicia otro rito. Tan obsesivo como el paso del tiempo. "Carta de A. Poco afecto". Cuatro d¨ªas despu¨¦s: "Acabo una carta a A.". El 10 de enero: "A. obsesi¨®n de siempre". El 12: "A veces con A. no s¨¦ si dejarlo correr y no escribir m¨¢s o continuar a pesar de su simple y puro ego¨ªsmo". Dos d¨ªas despu¨¦s: "A. Obsesi¨®n intermitente. La preocupaci¨®n me da m¨¢s insomnio". El 20 de enero escribir¨¢, con desaliento: "Nada de A.".
Esta correspondencia parece anterior a la propia existencia del diario. Si no fuera as¨ª, no hablar¨ªa de liquidarla en esos t¨¦rminos fatigados. Cuarenta a?os despu¨¦s de ser escritas seguir¨¢ sin conocerse p¨²blicamente el contenido de estas cartas. Ni siquiera si fueron destruidas. Y si lo fueron, por qui¨¦n. Incluso habr¨¢ de pasar mucho tiemo para tener la primera noticia biogr¨¢fica de A.
Ella es Aurora Perea Men¨¦ y tiene 55 a?os. Escribe desde la ciudad de Buenos Aires, desde una casa en la calle de la Independencia llena de plantas y p¨¢jaros sueltos. Hay tantos p¨¢jaros que es dif¨ªcil ver a la mujer sin alguno de ellos sobre sus hombros. El suelo est¨¢ cubierto de papel de peri¨®dico para facilitar la recogida de las deposiciones. Animales. Aurora vive all¨ª con su marido, Pedro Carnicero Garc¨¦s, un jubilado de baja estatura y f¨ªsico extravagante que ha cumplido los 75 a?os. Los dos viven con gran modestia. Al borde de la miseria, probablemente.
6 de enero
Los d¨ªas y las noches del invierno. El escritor lleva ahora una vida mon¨®tona, sometido a un letargo parecido al de los campos. En la desolaci¨®n, el recuerdo de Aurora crece. Pla va trazando cruces en los d¨ªas. El correo que espera y no llega. Las cartas de la mujer son mucho menos frecuentes de lo que ¨¦l necesita. Cuando recibe alguna, anota un juicio sucinto. Suele ser desalentado. Pero siempre le sucede una respuesta r¨¢pida. Pla duerme buena parte del d¨ªa, en la plena excentricidad horaria. Lee, escribe, dormita. Algunas noches se arrastra. No parece que sue?e nunca. Al amanecer tiene la costumbre de beber un vaso de leche. Y, si es tiempo, come unas uvas. Antes de volverse a la cama anota el saldo. "No he dormido un solo momento en toda la noche. Taquicardia, fatiga del coraz¨®n, erotismo". Erotismo es, en apariencia, una palabra vaga. Pero es raro que en la sem¨¢ntica planiana una palabra no designe algo preciso. Tal vez sea la masturbaci¨®n. Tal vez algo menos ambicioso para un hombre ya viejo: la erecci¨®n complicada, gozosa, irresuelta, que acaba en dolor. Tal vez s¨®lo materiales del pasado que planean ingr¨¢vidos por su cabeza y que se funden cuando la memoria alcanza una temperatura demasiado alta. La vida de un viejo colgando todav¨ªa del sexo.
8 de enero
Su madre no est¨¢ bien de salud. Maria Casadevall tiene ya 88 a?os. Vive en Barcelona. A ojos de su hijo, los a?os la han secado y la han oscurecido. Pero la energ¨ªa y autoridad con las que dispuso de su vida a¨²n le permiten resistir. Maria fue la hija de un herrero con forja abierta en el pueblo de Palafrugell y hered¨® parte de la considerable fortuna de un hermanastro indiano. Este dinero sostuvo a la familia y ni siquiera los ruinosos proyectos de expansi¨®n rural de su marido, Antoni Pla, fueron capaces de agotarla por completo. El escritor reconoce dos deudas fundamentales con su madre: lo alumbr¨® en plena y exuberante juventud, d¨¢ndole buena madera, y educ¨® su boca. Durante toda su vida, Maria Casadevall cocin¨® poniendo de todo, aunque en cantidades discretas. Era su m¨¢xima. El hijo recuerda su sopa de puntas de esp¨¢rragos o la que hac¨ªa, fin¨ªsima, con pescado. Esta cocina fue el lado m¨¢s c¨¢lido de una educaci¨®n familiar que recurri¨® siempre a una fr¨ªa distancia como f¨®rmula de obediencia: "Esta obediencia se consegu¨ªa, en el caso de mi familia, no utilizando una u otra forma de m¨¦todo contundente, sino creando, entre padres e hijos, una sensaci¨®n de distancia. Era lo que se hac¨ªa entonces en el pa¨ªs -no hab¨ªa otro m¨¦todo- en caso de no utilizar el palo".
El padre lleva bastante tiempo muerto. Su vida discurri¨® entre las dos frases comunes que, con el intervalo de unos veinte a?os, le oy¨® pronunciar su hijo. "En este pa¨ªs est¨¢ todo por hacer". Y luego: "En este pa¨ªs no hay nada que hacer". En el intervalo quedaron un ambicioso proyecto agr¨ªcola, buena parte de la fortuna familiar y las naturales ilusiones que hab¨ªa depositado en s¨ª mismo. Acabado el periodo de la acci¨®n, Antoni Pla volvi¨® al caf¨¦ y a la monoton¨ªa. Su hijo cre¨ªa que de no haber salido de all¨ª, su fortuna y su felicidad se habr¨ªan doblado.
22 de enero
El editor se presenta en la casa. "A las cuatro llega Josep Verg¨¦s. Larga conversaci¨®n. Hacemos un contrato por las Obras completas. Me da un tal¨®n de 100. Le doy El cuaderno gris y -para leer- los papeles de las Notas dispersas". El tal¨®n. Cien mil pesetas. A principios del siglo XXI, la equivalencia estimada de esa cantidad ser¨¢ de un mill¨®n y medio de pesetas. La cotizaci¨®n puede parecer modesta. Y achacable a la fama de taca?o, algo exagerada, de Verg¨¦s. Pero aunque Pla es el escritor en catal¨¢n m¨¢s le¨ªdo de su tiempo, su mercado ling¨¹¨ªstico es reducido. Esta circunstancia siempre la ha tenido presente Verg¨¦s, que hasta hace poco no ha abandonado su proyecto de hacer de Pla un gran escritor en castellano, como Miguel Delibes o como Camilo Jos¨¦ Cela, a los que tambi¨¦n edita. Adem¨¢s, Pla no es todav¨ªa, aunque est¨¦ cerca de los setenta a?os, lo que ser¨¢ despu¨¦s de la publicaci¨®n de El cuaderno gris y del inicio mismo de esta obra completa cuyo contrato est¨¢ firmando. Ahora es un viejo periodista apreciado y popular, desde luego. Pero su consideraci¨®n literaria no est¨¢, ni mucho menos, generalizada.
Se trata de una tarde clave de su vida y, en especial, de su posteridad. El manuscrito de El cuaderno gris es el s¨ªmbolo de sus esfuerzos por trascender los l¨ªmites del periodismo, un oficio que muchas veces ha considerado puramente sanguinario y esterilizador, pero sin el que no se explica su escritura. El cuaderno es, aparentemente, un diario de los a?os 1918 y 1919. Es decir, un diario de juventud. Sin embargo, ha reescrito una y otra vez muchas de sus ochocientas p¨¢ginas. La madurez anal¨ªtica y estil¨ªstica de su prosa no es, desde luego, la de un muchacho que acaba de cumplir los veinte a?os. Siguiendo una estrategia de ra¨ªz stendhaliana, Pla no aclarar¨¢ nunca p¨²blicamente la pragm¨¢tica de la escritura de este diario e insistir¨¢ en presentarlo como un documento concebido y ejecutado en el tiempo que narra. Sin embargo, una carta a Josep Maria Cruzet, el editor de su primer intento de obra completa, hab¨ªa descrito con claridad, en junio de 1950, el proceso de reescritura: "Me habr¨ªa gustado poder enviarle muchas cuartillas de El cuaderno gris, pero a¨²n no tengo bastantes como para hacer una muestra. Esto es un trabajo de gran aliento y, aunque le parezca mentira, de una envergadura muy grande. Estoy recopi¨¢ndolo palabra por palabra, y esto da trabajo por las tentaciones constantes que se producen de modificar el texto".
La desatenci¨®n cr¨ªtica ante esta caracter¨ªstica vertebral del cuaderno planiano, que arranca del ambicioso e irregular pr¨®logo que el escritor valenciano Joan Fuster escribir¨¢ para la obra, durar¨¢ muchos a?os. Hasta que el profesor Joaquim Molas, primero, y luego, m¨¢s detalladamente, el periodista Llu¨ªs Bonada aclarar¨¢n el m¨¦todo. Bonada publicar¨¢ en 1985 El quadern gris, de Josep Pla, revelando mediante un sencillo e irrevocable estudio filol¨®gico las incongruencias y anacronismos del falso diario. Y subrayando lo que ser¨¢ una caracter¨ªstica general de la obra que Pla y su editor acuerdan ahora: el acopio de materiales narrativos de naturaleza diversa, in¨¦ditos o no, que van zurci¨¦ndose a un tejido central. Stendhal es, tal vez, la referencia m¨¢s ilustre de esta operaci¨®n literaria. Pero por detr¨¢s est¨¢ el periodismo. El oficio fragmentario, ahorrador, miscel¨¢neo del periodismo, donde todo se aprovecha y todo retorna. En una carta a Verg¨¦s de este mes de enero, Pla reflexionaba con iron¨ªa: "Veo que has publicado un calendario [Calendario sin fechas se titula su columna period¨ªstica] antiguo. Es curioso, hay papeles de este tipo que no han envejecido nada. Cuando me muera, como que Destino ir¨¢ saliendo, tendr¨¢s calendarios por siempre m¨¢s".
Contra lo que suele suponerse, el periodismo es un oficio mon¨®tono, cargado de ritos que se repiten de forma maquinal. Un oficio que favorece la ilusi¨®n circular del tiempo y que practicado largamente induce a una ir¨®nica meditaci¨®n sobre la novedad, santo y se?a del oficio. Hay periodismo en el m¨¦todo planiano de elaboraci¨®n de la obra. Y en la propia decisi¨®n de fabricar una obra completa hay una voluntad de luchar contra el estrago de la memoria que supone la sepultura hemerogr¨¢fica del periodismo. Esta voluntad de ordenaci¨®n, de limpieza, de fijaci¨®n de un texto can¨®nico que le obsesiona desde hace a?os y que ya ha dado origen al intento de los a?os cincuenta con la editorial Selecta de Cruzet: hasta el suicidio del editor, en 1962, se han publicado 29 peque?os vol¨²menes.
La visita de Verg¨¦s y la firma del contrato se completar¨¢n tres d¨ªas despu¨¦s con una carta del escritor. Diez puntos en los que precisa algunos aspectos de la edici¨®n de la Obra completa. Entre ellos, el formato "que ha de ser el de los vol¨²menes de la Pl¨¦iade-Obras completas" y el color de las cubiertas, "que han de ser rojas -las bibliotecas son en general f¨²nebres, y los libros rojos hacen un gran efecto-". El punto 8 es importante: "Los libros han de estar bien corregidos, puestos en las normas del Instituto [de Estudios Catalanes], pero no se ha de quitar ninguna palabra que yo haya escrito ni hacer ninguna filigrana preciosista ni medievalista ni cultista". La obsesi¨®n por hacerse inteligible: periodismo.
6 de febrero
Viaje a la ciudad de Tarragona. ?Para qu¨¦? Quiz¨¢ s¨®lo volver de nuevo. "Hotel Europa, en la Rambla. Los recuerdos de A. en esta ciudad". Pla no detalla los recuerdos. Est¨¢ escribiendo prosa de agenda, que es el m¨¢ximo formato en que su intimidad alcanza a expresarse. La frase puede aludir por igual a los recuerdos de Aurora que esta ciudad le trae o a los recuerdos que Aurora ten¨ªa de esta ciudad.
Aurora estuvo aqu¨ª. Un d¨ªa tras la ¨²ltima guerra civil, seg¨²n se deduce de un oficio del juez militar de Tarragona: "Esta ma?ana trajo estos avales la hermana del procesado Manuel Perea, llamada Aurora". Manuel era carabinero de la Rep¨²blica, huy¨® a Francia y volvi¨® luego. Al volver lo condenaron a muerte. Lo condenaron exactamente en el consejo de guerra del 31 de enero de 1940. Estuvo tres a?os en la c¨¢rcel. Dos veces le conmutaron la pena. Primero a treinta a?os. Luego a doce. Pero qued¨® libre mucho antes por la forzosa raz¨®n de que iba a morirse de tuberculosis. Mientras estuvo en la c¨¢rcel, y a horas convenidas, una amiga de la familia se paseaba con un beb¨¦ en brazos bajo la ventana de su celda para que el padre supiera c¨®mo era su hijo. El paseo no pod¨ªa darlo la madre, que hab¨ªa muerto en el parto.
Los recuerdos concretos de Aurora ser¨ªan los de aquella ma?ana o los de muchas otras ma?anas de avales y tr¨¢mites, en torno de la c¨¢rcel y el gobierno militar. O quiz¨¢ se remontara en el tiempo mucho m¨¢s all¨¢ cuando la familia, o parte de ella, viv¨ªa en Altafulla, un hermoso pueblo de mar cercano a Tarragona. Manuel estaba destinado en la guarnici¨®n tarraconense. Modesta, la otra hermana, ten¨ªa arrebatados amores con el alcalde republicano, Luis Punsoda. La ma?ana en que las tropas franquistas entraban en Altafulla, Modesta Perea alumbraba una ni?a con la ayuda del m¨¦dico de la tropa. Luis Punsoda iba ya camino del exilio y respecto a su hija y a su mujer de entonces el exilio dur¨® para siempre.
8 de marzo
El amigo Quint¨¤, que vive en Figueres, ya muy cerca de Francia, ha venido a verle. El escritor cumple 68 a?os y Quint¨¤ ha tra¨ªdo "una botella de whisky, endivias, un botella de Beaujolais y queso de Brie". En cualquier circunstancia, la mera enunciaci¨®n de esos alimentos trae la alegr¨ªa. Simples, n¨ªtidos y favorecedores de la convivencia. Pero es que, adem¨¢s, ¨¦sta es la Espa?a de mitad de los sesenta. Un pa¨ªs avergonzado de sus pucheros, que ha pasado abruptamente del mes¨®n al snack y cuyo tr¨¢nsito a la modernidad incluye la consideraci¨®n de que la comida s¨®lo es un engorroso freno en la fiebre del d¨ªa. Y donde el refinamiento m¨¢s inocente ha de adquirirse, tras grandes trabajos, en el extranjero. Espa?a tiene ahora treinta millones de habitantes. No m¨¢s de treinta habr¨¢n probado el whisky de Escocia, el Beaujolais borgo?¨¦s, las endivias de B¨¦lgica y el Brie de Meaux. Lo que Pla est¨¢ cenando, gracias a su paladar macerado y a que su amigo ha cruzado la frontera. Un escritor espa?ol, especie tan ¨¢rida, cen¨¢ndose suavemente una civilizaci¨®n.
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