Jean-Paul Sartre vuelve a agitar la vida intelectual francesa en su centenario
Una gran exposici¨®n revela su conflictiva relaci¨®n con Raymond Aron
Sartre y su siglo se titula la gran exposici¨®n que hasta el 21 de agosto puede verse en la Biblioteca Nacional de Francia (BNF), en Par¨ªs. Todo el sentido descansa en ese su de propiedad que acerca y aleja a un tiempo, que identifica el siglo XX con un personaje y permite darlo por acabado cuando ¨¦l desaparece. Jean-Paul Sartre (Par¨ªs, 1905-1980) es evocado en el centenario de su nacimiento a trav¨¦s de sus manuscritos, diarios, cartas, fotos, ediciones originales, carteles o testimonios filmados. Su obra es puesta en relaci¨®n con los acontecimientos contempor¨¢neos, con su tiempo.
La actitud ante el comunismo se eleva como un muro entre los dos. El 68 culminar¨¢ el enfrentamiento
Si Sartre teoriza e inventa sistemas filos¨®ficos, luego los hace 'vivir' a trav¨¦s de personajes de ficci¨®n
En 1980, el entierro de Sartre supuso una gran manifestaci¨®n popular de respeto. Hoy sabemos que el multitudinario cortejo no s¨®lo enterraba al fil¨®sofo, dramaturgo, periodista, bi¨®grafo y novelista, sino y sobre todo al tipo que hab¨ªa rechazado la Legi¨®n de Honor en 1945 y el Premio Nobel en 1964, es decir, a alguien que rechazaba la comedia social a pesar de verse atrapado por ella. Una vez en la tumba el viejecito que lanzaba soflamas marxistas subido a un bid¨®n de gasolina, todo el pa¨ªs pudo pasar a otra cosa, es decir, se desentendi¨® del "compromiso", de la "obligaci¨®n de rebelarse", de los "horizontes inalcanzables" y, mal que bien, se ha adaptado al liberalismo y al paro masivo.
Raymond Aron (Par¨ªs, 1905-1983) coincidi¨® en el instituto con Sartre -y con Merleau-Ponty y Paul Nizan-, le precedi¨® dando clases en Alemania (1930-1933) y le descubri¨® la fenomenolog¨ªa. Si Sartre publica La n¨¢usea en 1938 y debuta en su carrera para "ser a la vez Stendhal y Spinoza", ese mismo a?o Aron da a conocer su Introducci¨®n a la filosof¨ªa de la historia. Si Sartre teoriza e inventa sistemas filos¨®ficos -nadie ha vuelto a hacerlo-, luego los hace vivir a trav¨¦s de personajes de ficci¨®n. Sus h¨¦roes de Los caminos de la libertad (1945-1949) son esa plasmaci¨®n vital de El ser y la nada (1943), como sus personajes de Los secuestrados de Altona (1959) debaten los problemas de la Cr¨ªtica de la raz¨®n dial¨¦ctica (1958-1960).
Aron es menos ambicioso o creativo, circunscribe su esfuerzo al mundo acad¨¦mico y period¨ªstico. Sartre, que renunci¨® a ser oficial en el momento de la ofensiva alemana contra Francia, reflexiona sobre la libertad mientras est¨¢ preso; Aron, que era jud¨ªo pero ateo, se ha sumado al rebelde De Gaulle desde un primer momento y participa en la Resistencia desde Londres.
Los dos compa?eros de Escuela Superior se reencuentran en la revista Les Temps Modernes, una publicaci¨®n que Sartre quiere que "escriba para su ¨¦poca", ambici¨®n que muy pronto aleja a Aron del proyecto. La actitud ante el comunismo se eleva como un muro entre los dos, un muro que tambi¨¦n aislar¨¢ a Sartre de Camus o de Merleau-Ponty, partidarios ambos de un socialismo reconciliado con la libertad.
Aron vuelve a la universidad mientras Sartre abandona la ense?anza en 1944 para vivir exclusivamente de la pluma. Aron es profesor de Sociolog¨ªa y fundador de la prestigiosa y elitista Escuela Nacional de la Administraci¨®n (ENA) mientras Sartre arremete contra las instituciones. En 1957, Aron publica El opio de los intelectuales, obra en la que pone en evidencia los argumentos a trav¨¦s de los cuales los sovi¨¦ticos se ganaban, si no la adhesi¨®n, s¨ª el silencio c¨®mplice de los intelectuales. Un a?o antes, Sartre ha dado a conocer Nekrassov, sobre los profesionales del anticomunismo.
El alejamiento entre los dos hombres es enorme, pero ser¨¢ Mayo del 68 la culminaci¨®n del enfrentamiento. Para Sartre, cuyo existencialismo pasaba por un romanticismo desfasado a los ojos cientifistas del estructuralismo, es la oportunidad so?ada para volver a cabalgar el tigre revolucionario. Qu¨¦ m¨¢s da si para ello tiene que adoptar los h¨¢bitos de un viejo guardia rojo, si todas las sutilezas de la dial¨¦ctica han de desembocar en catecismo mao¨ªsta. Sartre escribe y dice enormidades sobre Aron, y su odio antiburgu¨¦s y el menosprecio que siente hacia su propia persona -y al que no es ajeno el haber descubierto la fealdad y la injusticia en los ojos de su madre cuando ¨¦sta le miraba- le permiten lanzarse a ejercicios de demagogia desaforada que han quedado como s¨ªmbolo de todos los errores sartrianos. El fil¨®sofo de la libertad, el hombre que m¨¢s y mejor ha reflexionado sobre la cuesti¨®n, es hoy presentado, en el mejor de los casos, como un sat¨¦lite de Hegel, Husserl y Heidegger, y en el peor, como un impostor que ha ocupado la plaza que corresponder¨ªa a Aron, Camus o Merleau-Ponty. La exposici¨®n en la BNF, la reedici¨®n y necesaria relectura de sus obras, deber¨ªa servir para rescatarle de la condici¨®n de comisario pol¨ªtico.
Jean-Paul Sartre no ten¨ªa una gran opini¨®n de s¨ª mismo. Se sab¨ªa superiormente inteligente, pero era l¨²cido sobre la utilizaci¨®n que hac¨ªa de esa inteligencia. Se reprochaba sus excesos con las mujeres, el servirse de su talento y prestigio para llevarse a la cama a alumnas y admiradoras devotas que, de pronto, olvidaban que era bajito y bizco. Esas andanzas er¨®ticas poco gloriosas y las de su compa?era, Simone de Beauvoir, han sido y son materia de varios libros que intentan desmitificar a la c¨¦lebre pareja. En vano. Es cierto que Sartre no fue un resistente especialmente valeroso, pero tampoco fue un traidor ni un cobarde. Su obra literaria y filos¨®fica -como la de Beauvoir- no queda empa?ada por el hecho de que el personaje no estuviese siempre a la altura de su estatua. Quienes se lo exigen son a menudo los mismos que disculpan a Heidegger del menosprecio c¨®smico que sent¨ªa por la humanidad y por el que nunca sinti¨® necesidad de pedir perd¨®n. Si Sartre necesita -y merece- ser rehabilitado no es s¨®lo por sus m¨¦ritos e intuiciones, sino tambi¨¦n porque sus errores fueron los de millones de otras personas.
Babelia
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