La hora de la Capilla Sixtina
La obra de arte por excelencia ha cerrado sus puertas al guirigay de los turistas y ha recuperado su aire sagrado y misterioso. Tras la muerte de Juan Pablo II, es el escenario donde la Iglesia cat¨®lica celebra en c¨®nclave la elecci¨®n de un nuevo Papa.
Levantada por el papa Sixto IV della Rovere, al que debe el nombre, la Capilla Sixtina es el huevo de oro donde, desde hace algunos siglos, germina y saca sus primeras plumas blancas el nuevo Papa, incubado por los cardenales, a medias con el Esp¨ªritu Santo. El techo y sus cuatro paredes se hallan literalmente abigarrados por una cantidad exorbitante de personajes b¨ªblicos pintados por los artistas m¨¢s insignes del Renacimiento. El n¨²mero de estas figuras excede con mucho al de los turistas que las est¨¢n contemplando de pie en el suelo bajo una penumbra dulcemente sometida al incienso y al anh¨ªdrido carb¨®nico. M¨¢s all¨¢ de sus propios m¨¢rmoles, uno de los elementos m¨¢s s¨®lidos de la Capilla Sixtina lo constituye la cola perenne, que despu¨¦s de desarrollarse por los intrincados pasillos y estancias llega hasta la calle y all¨ª se convierte en una firme estructura exterior de los muros del Vaticano.
Por encima de esa cola pasan las cuatro estaciones del a?o, los soles, las lluvias, los vientos, las heladas, sin que se altere su sustancia, compuesta por gentes de todas las razas y creencias; pero este paciente hormiguero no es una m¨¢s entre las m¨²ltiples aglomeraciones de turistas que devoran los monumentos, ruinas y museos por todo el planeta. En este caso, cada una de estas hormigas lleva una carga muy creativa. De su actitud depende que la Capilla Sixtina se convierta en un lugar sagrado o en un espacio cultural, que sea una iglesia o una exposici¨®n de pintura, seg¨²n la intenci¨®n religiosa o est¨¦tica de cada mirada. Esta creaci¨®n subjetiva es una cuesti¨®n fundamental del arte.
La ¨²ltima vez que visit¨¦ la Capilla Sixtina, despu¨¦s de una hora de conformismo p¨¦treo bajo la lluvia mansa, la cola comenz¨® a arrastrarme hacia el interior del laberinto del Vaticano. Por diversas estancias forradas de damascos, logias abarrotadas de pinturas y m¨¢rmoles, por escaleras y pasillos cada vez m¨¢s herm¨¦ticos, el hormiguero avanzaba apacentado en cada rellano por alg¨²n servidor p¨¢lido y lev¨ªtico que desviaba su curso. Las flechas se?alaban el ¨²nico camino posible. En medio del rumor de los pasos o¨ª que una hormiga con acento venezolano dec¨ªa:
-?Cu¨¢nta riqueza, con el hambre que hay en el mundo. T¨² ves, si se vendieran todos estos cuadros, esculturas, custodias y c¨¢lices de oro, incunables, cristos de marfil, muchos pobres saldr¨ªan de su miseria!
-Los pobres se comen todo esto, y qu¨¦ -contest¨® la otra hormiga-. Al cabo de un a?o, ellos vuelven a tener la misma hambre y la Iglesia se queda sin nada. Y nosotras no estar¨ªamos aqu¨ª contemplando estas maravillas.
La multitud que llenaba la Capilla Sixtina aquella ma?ana divid¨ªa los ojos entre el fresco de la b¨®veda donde el dedo del Creador y el de Ad¨¢n est¨¢n a punto de hacer una s¨ªntesis, que dar¨¢ origen a este idiota furioso que es el hombre, y el espanto carnal del Juicio Final que ocupa el frontispicio detr¨¢s del altar. De vez en cuando se o¨ªa una voz de alg¨²n vigilante que reclamaba silencio, pero el rumor tur¨ªstico segu¨ªa llenando todo el ¨¢mbito. Muchos elevaban el dedo ¨ªndice a aquella escena cumbre de la Creaci¨®n, y daba la sensaci¨®n de que, por el simple hecho de se?alarlo, los turistas a su vez estaban creando a Jehov¨¢. De pronto, a mi alrededor se produjo un peque?o altercado con algunos gritos en varios idiomas. A un japon¨¦s que estaba mirando muy concentrado el fest¨ªn de m¨²sculos de aquel Olimpo cristiano le acababan de robar la cartera. Uno de los guardianes lev¨ªticos se acerc¨® a poner orden, y en vez de encontrar al ladr¨®n vio que una chica se hab¨ªa quitado la chaqueta dejando visible un escote pronunciado. El vigilante la conmin¨® duramente para que se cubriera.
-?Questa ¨¨ una chiesa! -le grit¨®.
-?Esto no es una iglesia, esto es un circo! -exclam¨® la mujer-. A este hombre le han limpiado el dinero, el pasaporte y las tarjetas de cr¨¦dito.
-Usted debe taparse ese escote, se?ora.
-?C¨®mo? Eso no es justo. Mire las pinturas de las paredes, se?or. Ad¨¢n est¨¢ completamente desnudo, todos los santos est¨¢n desnudos, los cuerpos de los que van al cielo o al infierno en el Juicio Final est¨¢n desnudos. ?Por qu¨¦ tengo que cubrirme yo un simple escote, que no soy m¨¢s que una pobre se?ora?
La orden tajante que le dio a la mujer aquel servidor de la Iglesia para que se recatara, ya se hab¨ªa repetido otras veces en la historia, aunque esta vez los reprimidos fueron los personajes desnudos que poblaban las paredes. En 1564, en pleno concilio de Trento, el papa P¨ªo IV mand¨® al pintor Daniele da Volterra que tapara los preclaros genitales que dej¨® al aire Miguel ?ngel, totalmente briago de hedonismo renacentista. Sixto V, en 1585, y Clemente XIII, en 1758, volvieron a ordenar que algunos pa?os y veladuras hicieran olvidar el sexo de los ¨¢ngeles y los bienaventurados, no as¨ª el de los r¨¦probos que ca¨ªan en el infierno despu¨¦s del Juicio Final. En la ¨²ltima restauraci¨®n, hace pocos a?os, patrocinada por una televisi¨®n japonesa, que ha costado casi cuatro millones de euros y se ha extendido a lo largo de 14 a?os bajo la direcci¨®n de Gianluigi Colalicci, algunos muslos de v¨ªrgenes y de santos han sido liberados de sus celajes ficticios para recuperar el esplendor de la carne.
En la Capilla Sixtina, unos rezan, otros s¨®lo admiran la belleza. Dudo que las pinturas tan atl¨¦ticas de Miguel ?ngel muevan m¨¢s a la devoci¨®n que a la fascinaci¨®n, y aunque es el rey absoluto de estas paredes, este artista fue el ¨²ltimo en incorporarse al trabajo de convertir este espacio en el s¨ªmbolo del poder y de la plenitud de la Iglesia cat¨®lica de aquel tiempo. Los primeros pintores que dejaron aqu¨ª su genio fueron los primitivos florentinos Perugino, Botticelli, Ghirlandaio y Cosimo Rosselli, que se trasladaron a Roma con sus respectivos talleres llamados por el papa Sixto IV della Rovere, que cubri¨® su cabeza con la tiara desde 1471 hasta 1484. Bajo su reinado se transform¨® la antigua Capilla Magna en esta que lleva su nombre. Su sobrino Julio II, llamado El Terrible, encarg¨® a Miguel ?ngel que pintara la b¨®veda y el frontispicio en 1508, y el Papa tuvo que arrearlo con un l¨¢tigo para que terminara el trabajo, que dur¨® cuatro a?os en medio de tormentos y ¨¦xtasis y guerras papales.
Sandro Botticelli lleg¨® al Vaticano en 1480 y fue el principal creador de la decoraci¨®n de la capilla. Su trabajo consisti¨® en pintar tres grandes frescos: La purificaci¨®n del leproso y la tentaci¨®n de Jes¨²s, Escenas de la vida de Mois¨¦s y el Castigo de Cor¨¦, Dat¨¢n y Abir¨®n. Dejando los rezos para otro d¨ªa, una de las b¨²squedas m¨¢s exquisitas que pueden realizar en la Capilla Sixtina consiste en descubrir, en medio de la abigarrada multitud de figuras, el rostro de Simonetta Vespucci, su modelo favorita, la misma que simboliza a Venus saliendo del mar y la primavera con las tres gracias. Tambi¨¦n es un lujo de degustadores estetas descifrar los rostros de amigos y enemigos, de personajes de su tiempo que Miguel ?ngel pint¨® enmascarados en la multitud, algunos condenados al infierno, entre ellos al propio Julio II, porque no le pagaba su ardua labor de permanecer en lo alto del andamio boca arriba cuando ya ten¨ªa m¨¢s de 60 a?os.
Muerto el Papa, mientras dura la sede vacante y se realiza el c¨®nclave, desaparece la cola, se aleja el guirigay tur¨ªstico y la Capilla Sixtina recupera el aire sagrado, misterioso, clausurado bajo llave, con las puertas selladas, donde el revoloteo de la paloma del Esp¨ªritu Santo se une al bisbiseo conspirativo de los cardenales electores que se re¨²nen es este espacio ma?ana y tarde para depositar la papeleta del voto en la urna plantada en el altar.
Hasta el ¨²ltimo c¨®nclave, los cardenales se acomodaban en habitaciones improvisadas con paneles en los pasillos, bajo las escaleras, en las peque?as estancias alrededor de la Capilla Sixtina, en los museos vaticanos. Esos compartimentos prefabricados en torno al huevo de oro carec¨ªan de cuarto de ba?o, los cardenales ten¨ªan que recorrer los pasillos en pijama y babuchas con una palangana en busca de agua; en cambio, dorm¨ªan coronados por un fresco de Ghirlandaio o por una Virgen de Rafael, un lujo para el mejor de los sue?os.
Juan Pablo II, que particip¨® en los dos c¨®nclaves de 1978 y pudo observar estos inconvenientes, decidi¨® construir un verdadero hotel en el interior del Vaticano, llamado la Domus Sanctae Marthae, donde habitualmente se aloja desde 1996 el personal de la curia romana, y que queda a disposici¨®n de los cardenales electores durante el c¨®nclave. Hoy la clausura del c¨®nclave no sirve de nada habiendo tel¨¦fonos m¨®viles, a no ser que, en el esc¨¢ner de entrada en el Vaticano, sus eminencias sean despojados o prometan bajo juramento usarlo s¨®lo para comunicarse con el Esp¨ªritu Santo.
Con el nuevo Papa en el balc¨®n, la Capilla Sixtina perder¨¢ el misterio y volver¨¢ a recuperar la cola, que es uno de sus elementos esenciales. Gentes de todas las razas y creencias dentro de aquel espacio la ir¨¢n convirtiendo en un templo o en un museo bajo el poder omn¨ªmodo de la mirada religiosa o est¨¦tica. Si rezas a una Virgen de Rafael te puede curar de cualquier enfermedad, si la contemplas como una obra de arte s¨®lo te sentir¨¢s maravilloso, si admiras las musculaturas de Miguel ?ngel podr¨¢s creer que est¨¢s en un gimnasio; pero si bajo los azules el¨¦ctricos de Ad¨¢n, de Ca¨ªn o de Jehov¨¢, del espanto y la gloria del Juicio Final, descubres el poder que un d¨ªa tuvo la Iglesia cat¨®lica, entonces la Capilla Sixtina volver¨¢ a recuperar toda la sugesti¨®n, todo su misterio.
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