El sue?o, los hombres y la isla
Treinta y cinco documentos de Gilles Deleuze, de los a?os que refiere el subt¨ªtulo, componen este tomo. Se completa en Les ?ditions de Minuit (Par¨ªs, 2002-2003) con otro, Dos reg¨ªmenes de locos y otros textos, que recoge los del a?o 1975 hasta la muerte de Deleuze, en 1995, y que Pre-Textos tambi¨¦n publicar¨¢ en breve en castellano. Algunos son in¨¦ditos, otros hasta ahora poco accesibles, la mayor¨ªa de ellos conocidos pero dispersos en revistas, peri¨®dicos u obras colectivas. Juntos ofrecen una imagen viva y global de Deleuze, desde sus 28 a?os. En cierto modo nueva, para los no especialistas. Incluso una imagen general de la filosof¨ªa e ideales radicales de aquella generaci¨®n francesa "que cumpli¨® veinte a?os en el momento de la Liberaci¨®n". Una generaci¨®n (pos) sartreana.
LA ISLA DESIERTA Y OTROS TEXTOS. Textos y entrevistas (1953-1974)
Gilles Deleuze
Traducci¨®n de Jos¨¦ Luis Pardo
Pre-Textos. Valencia, 2005
379 p¨¢ginas. 24 euros
Un mes despu¨¦s de que Sartre renunciara al Premio Nobel, en noviembre de 1964, escribe Deleuze: "Sabemos que el arte, e incluso la verdad, no tienen m¨¢s que un solo valor: lo que es 'de primera mano', la aut¨¦ntica novedad de lo que se dice... Eso fue Sartre para nosotros... ?Qui¨¦n, excepto Sartre, supo decir entonces algo nuevo? ?Qui¨¦n nos ense?¨® nuevas formas de pensar?...". La obra de Merleau-Ponty era demasiado profesoral para ello. Camus representaba el virtuosismo inflado, el absurdo de segunda mano, que se reclamaba de la estirpe de los pensadores malditos: pero toda su filosof¨ªa, dice Deleuze, conduc¨ªa a Lalande y Meyerson, autores muy conocidos ya por los bachilleres. "Sartre sigue siendo nuestro maestro". Un maestro que tampoco depend¨ªa tanto de Heidegger: "Lo que nos estremeci¨® de El ser y la nada era absolutamente sartreano". (La teor¨ªa de la mala fe, del otro, de la libertad, del psicoan¨¢lisis existencial...).
Asistimos en primera fila
en este libro, por ejemplo, a las explicaciones directas de Deleuze y Guattari (1972) sobre su famoso El Anti-Edipo. Sobre un sistema, el capitalismo, que impide a los locos expresar la esencia misma de la locura, y dentro del cual s¨®lo les queda reaccionar (esquizofr¨¦nicamente) a la represi¨®n de la que son objeto y al sufrimiento que les causa. Sobre un psicoan¨¢lisis reformado, donde Edipo no es una mera representaci¨®n teatral, sino el efecto de la represi¨®n social de la producci¨®n del deseo: "Desear no es carecer de algo, el deseo produce". Por eso es tambi¨¦n revolucionario: capaz de hacer saltar algo, de desplazar el tejido social.
Todo era revolucionario entonces... Incluso el esteticismo o el individualismo nietzscheano, que "quiz¨¢" puedan pensarse de otro modo, dice Deleuze (1967). Es verdad que a Nietzsche no le interes¨® lo hist¨®rico, al menos como empresa de la dial¨¦ctica moderna (tampoco lo eterno, desde luego, como empresa de la metaf¨ªsica cl¨¢sica), sino lo intempestivo, que representa un singular elemento de inquietud en ambas otras dimensiones. Pero, por lo que importa a la primera, aunque para Nietzsche haya fines m¨¢s elevados que el Estado y la sociedad, aunque lo intempestivo nunca se reduzca, en general, ni pueda reducirse a ellos, puede en grandes momentos hist¨®ricos coincidir con un elemento pol¨ªtico creativo. Por ejemplo: "Cuando un pueblo lucha por su liberaci¨®n siempre hay una coincidencia de los actos po¨¦ticos y los acontecimientos hist¨®ricos o las acciones pol¨ªticas, una encarnaci¨®n gloriosa de algo sublime o intempestivo".
En marzo de 1972, es otro
ejemplo, conversan Deleuze y Foucault. Dice el primero: "El movimiento revolucionario actual tiene muchos focos, y ello no es muestra de debilidad o de insuficiencia, puesto que un cierto tipo de totalizaci¨®n es lo propio del poder y de la reacci¨®n". Foucault contesta, asintiendo, refiri¨¦ndose a luchas espec¨ªficas de mujeres, presos, homosexuales, soldados de reemplazo, enfermos de hospitales contra la forma peculiar de poder, coacci¨®n y control a que se ven sometidos. ?Todos ellos ser¨ªan aliados del proletariado en la lucha frente a un mismo poder! Y sus reivindicaciones concretas ("siempre que sean radicales, sin compromiso ni reformismo, sin intentar reconstruir el mismo poder para, como mucho, conseguir un cambio de titular") formar¨ªan parte de la generalizaci¨®n del movimiento revolucionario, que "no tiene lugar al modo de esa totalizaci¨®n te¨®rica de que hablabas antes, al modo de la 'verdad'. Lo que generaliza la lucha es el propio sistema del poder, las formas de su aplicaci¨®n y de su ejercicio".
?Qu¨¦ "tiempos modernos" aqu¨¦llos, que, por desgracia, parecen ya de te¨®logos medievales! La met¨¢fora de la isla desierta, mitol¨®gica, que significa o bien separaci¨®n (absoluta) del mundo, estar s¨®lo y perdido, o bien retorno (absoluto) al principio y sentido originario de las cosas, m¨¢s all¨¢ de ellas, le viene bien a esta -y a la- filosof¨ªa. Cuando los pueblos llegan a no poder comprender sus mitos (y de eso hace ya mucho tiempo en Occidente) comienza la literatura, dice Deleuze (comienza la filosof¨ªa, dir¨ªamos), como intento de interpretar ingeniosamente esos mitos, que ya no se comprenden porque ya no se sabe c¨®mo so?arlos ni reproducirlos. Puede que la mitolog¨ªa de la isla muera literariamente en la "soser¨ªa" de la Susana de Giraudoux o en la "pesadez" del Robins¨®n de Defoe ("nunca se vio un propietario m¨¢s moralizante"). Pero, filos¨®ficamente, lo que va muriendo, ¨¦poca a ¨¦poca, son esas interpretaciones ingeniosas de los mitos en que consiste tambi¨¦n la propia filosof¨ªa. (La verdad, recordemos, no tiene m¨¢s valor que la novedad de lo que se dice en cada momento). Ellos no mueren, la isla siempre permanece (desierta), porque, a pesar de todo, no mueren los sue?os humanos. "La isla no es otra cosa que el sue?o de los hombres, y los hombres la mera conciencia de la isla".
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