En terreno movedizo

La nueva, y por algunos esperada pel¨ªcula de Sam Mendes viene a confirmar que a nuestro hombre le gustan las historias digamos "fuertes", esas en las que el director se la juega en los resbaladizos territorios que median entre el mostrar y el mostrarse; o dicho de otra manera, entre la narraci¨®n realista y el af¨¢n de discurso.

Como ocurr¨ªa tambi¨¦n en el filme m¨¢s famoso de nuestro hombre, American Beauty, hay aqu¨ª una cierta complacencia en mostrar s¨®rdidos aspectos de la realidad (all¨ª, los turbios deseos de un cuarent¨®n mal casado; aqu¨ª, la mentalidad b¨¦lica y sus siniestros juegos de aprendizaje), pero sin entrar demasiado en un juicio sobre ellos. Como si s¨®lo fuese suficiente con hacer ver c¨®mo se las gastan los mandos militares con los novatos, o c¨®mo se encarnan en ellos los ideales guerreros a menudo te?idos de mentiras cuidadosamente planificadas, Mendes se lanza a contar la odisea de un pelot¨®n de soldados, medio dejados a la buena de Dios en los desiertos de Arabia, en espera de entrar en combate contra la Bestia, el mism¨ªsimo Sadam Husein.

As¨ª, el interesado en la mentalidad castrense y sus limitaciones encontrar¨¢ buena materia prima para elaborar juicios. Pero desde luego, quien no se moja es el propio realizador, que realiza una faena de alta prestidigitaci¨®n pero salvando incluso lo insalvable: a la postre, y tal vez porque se ampara en un libro conocido y famoso (es decir, en la voz de otro), Mendes acaba por comprender los ardores guerreros de los soldados, su frustraci¨®n por no entrar en combate, su dolor casi f¨ªsico porque no los dejen matar. Es calculadamente ambigua y, trat¨¢ndose de lo que se trata, no poco artera; pero nadie puede negarle su capacidad para narrar con garra y oficio una historia extrema, en la que se encuentran los ecos de un salvajismo ancestral, terrible y no obstante tan de ahora mismo.