El fantasma de Casanova
Gracias a la comedia bufa alrededor de la devoluci¨®n a la ciudad de Barcelona del castillo de Montju?c se han citado algunos nombres ilustres que estuvieron detenidos en la fortaleza, aunque no s¨¦ si, entre ellos, ha sido mencionado Giacomo Casanova. Hace muchos a?os que o¨ª hablar, creo que por primera vez en Italia, del encarcelamiento barcelon¨¦s de quien, tras las conquistas femeninas, deb¨ªa su mejor fama a la c¨¦lebre fuga protagonizada en I Piombi de Venecia. Me qued¨¦ con la idea de que Casanova hab¨ªa estado encerrado en Montju?c.
Pero en la Historia de mi vida el lugar de encierro permanece confuso, al menos para m¨ª. Casanova cita con exactitud la posada en la que se aloj¨®, la fonda Santa Mar¨ªa, en el actual barrio de la Ribera, el palacio de la Capitan¨ªa General o el teatro Principal. En el momento de su detenci¨®n, en cambio, las descripciones se difuminan. Al principio, durante poco tiempo, es recluido en lo que llama "la ciudadela" y despu¨¦s, a lo largo de 40 d¨ªas, en una torre perteneciente a una "construcci¨®n militar". Esta ¨²ltima cita es la que seguramente ha dado pie a la posibilidad de que se tratara de Montju?c.
El motivo de la detenci¨®n de Giacomo Casanova en Barcelona queda oculto en una niebla que, por otro lado, domina las enteras memorias del gran hedonista. A Casanova le gusta envolverse de un halo de secreto y en el episodio barcelon¨¦s lo consigue una vez m¨¢s. El lector no sabe muy bien si el h¨¦roe de la historia -el autor mismo- va a parar a la l¨®brega c¨¢rcel por ser esp¨ªa, por ser simplemente sospechoso en cuanto a extranjero, por un error burocr¨¢tico cometido en Madrid o por ser el amante de una oscura actriz que, a su vez, es la amante del capit¨¢n general, al que sarc¨¢sticamente los barceloneses y Casanova mismo llaman "el virrey". El autor da a entender que es un c¨²mulo de circunstancias lo que determina su destino.
Por lo dem¨¢s, los comentarios de Casanova son siempre jugosos y en las situaciones m¨¢s adversas sale a relucir su capacidad para la iron¨ªa y el placer. Aun limitado de movimientos, se las ingenia para comer y beber bien, para cortejar a las mujeres que en su opini¨®n el puritanismo hace m¨¢s propensas y para escribir un libro, Refutaci¨®n de la historia del gobierno de Venecia... El mejor momento literario corresponde a la s¨²bita aparici¨®n, como vigilante en la torre, de un italiano llamado Tadini, un curandero al que Casanova hab¨ªa conocido en Varsovia haci¨¦ndose pasar por un oculista inventor de una t¨¦cnica infalible para la curaci¨®n de las cataratas. El pobre Tadini, tras recorrer media Europa, se hab¨ªa enrolado en el ej¨¦rcito espa?ol y, de oculista, hab¨ªa pasado a ser carcelero de su viejo conocido veneciano. En la Historia de mi vida abundan los reencuentros de este tipo, de manera que el azar acaba transform¨¢ndose en la ara?a que teje la tela de una existencia.
Antes de llegar a Barcelona, desde la que retornar¨¢ a Francia, Giacomo Casanova aprovecha bien su viaje por Espa?a aunque nunca sepamos con claridad por qu¨¦ ha viajado en esta direcci¨®n, y no en otra, ese magn¨ªfico vagabundo de Europa. Su retrato del Madrid de Carlos III es impagable, por m¨¢s que su periplo se reduzca a los cuatro ¨²ltimos meses de 1768.
Acostumbrado al cosmopolitismo de Venecia o Par¨ªs, las ciudades espa?olas, con Madrid a la cabeza, le parecen extremadamente provincianas. Queda asombrado por el poder cotidiano de la religi¨®n a pesar de que ya se han producido hechos como la expulsi¨®n de los jesuitas, y tiene p¨¢ginas brillantes sobre el laberinto burocr¨¢tico que rodea a los espa?oles. En opini¨®n de Casanova la causa del retraso de Espa?a no es otro que la opacidad, la desidia y una innata tendencia a la crueldad.
Excelente, a este respecto, la rememoraci¨®n de una corrida de toros en Madrid (est¨¢ descrita otra en Zaragoza). Casanova rinde homenaje a la valent¨ªa de los toreros, casi indefensos frente a la furia de los toros, pero se horroriza ante la impasibilidad de los espectadores cuando los caballos, inevitablemente heridos de muerte, van perdiendo los sanguinolentos intestinos en su lenta agon¨ªa por la arena. La sensualidad de esta "fiesta de sangre" poco tiene que ver con la sensualidad del carnaval de su querida, y perdida, Venecia.
Los retratos individuales de Casanova son casi siempre tolerantes y respetuosos. Con dos excepciones: el conde de Peralada en Barcelona y el pintor Antonio Rafael Mengs en Madrid. Al conde de Peralada el libertino Casanova le reprocha un libertinaje vil y vulgar, exclusivamente basado en el poder, algo que siempre es ajeno al talante de un seductor.
Con Mengs, el pintor de la corte, Casanova tiene una desagradable experiencia, pues, por miedo a ser tachado de heterodoxo en materia de religi¨®n, el artista le niega la hospitalidad previamente acordada. Casanova cita a Ovidio: "Es m¨¢s deshonroso expulsar a un hu¨¦sped que no acogerlo"; y arremete contra Mengs, cuyo talento queda ahogado en su persuasi¨®n e hipocres¨ªa. Pese a ser el pintor de Carlos III Casanova no se priva de un envenenado dardo est¨¦tico a costa del doble nombre de Mengs que le llev¨® "a la loca convicci¨®n de poseer la pintura de Antonio Correggio y de Rafael de Urbino".
No s¨¦ si Giacomo Casanova pas¨® sus 40 d¨ªas de encarcelamiento en la fortaleza de Montju?c, pero como ya me he formado desde hace tiempo esta idea creo que su fantasma vaga por all¨ª. Y como el suyo el de tantos otros. De respetar este hecho se acabar¨ªa con la comedia bufa. Ni centro para la guerra, ni centro para el desarme, ni centro l¨²dico, ni centro comercial, ni centro cultural. Barcelona est¨¢ tan saturada de "centros", tan dise?ada, tan acotada, tan controlada que necesita lugares que no sean "nada", donde uno pueda acercarse sin finalidad alguna. O s¨®lo con la finalidad de dejar que los fantasmas vivan en paz.
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