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Reportaje:

Hijos de la limpieza ¨¦tnica

Las madres violadas en la guerra de los Balcanes rompen el silencio y empiezan a exigir justicia

Ana Carbajosa

Las violaron una y otra vez, noche y d¨ªa, hasta cansarse. Mataron a sus maridos, hijos y hermanos, delante de sus ojos. Eso fue durante la guerra declarada en Bosnia (1992-1995) por el recientemente fallecido l¨ªder serbio Slobodan Milosevic, cuando la antigua rep¨²blica yugoslava opt¨® por la independencia. Hoy, 10 a?os despu¨¦s de que los l¨ªderes pol¨ªticos firmaran la paz en los Acuerdos de Dayton, estas mujeres son a¨²n la viva imagen del conflicto. Mientras que los hombres ca¨ªdos en la guerra son shaheed, h¨¦roes, de ellas nadie quiere o¨ªr hablar; la palabra violaci¨®n es demasiado fea como para estar presente. Estas mujeres son las v¨ªctimas olvidadas, que han necesitado de una pel¨ªcula, Grbavica, ganadora del ¨²ltimo festival de Berl¨ªn, para que su pa¨ªs y el mundo se acuerden de que existen. M¨¢s de 20.000 bosnias musulmanas fueron sistem¨¢ticamente violadas por las fuerzas serbias en la campa?a de limpieza ¨¦tnica orquestada por Milosevic. Algunas dicen que les cuesta demasiado vivir, y que si no se matan es por sus hijos, muchos de ellos fruto de las violaciones que rompieron sus vidas.

M¨¢s de 20.000 bosnias musulmanas fueron sistem¨¢ticamente violadas en la limpieza ¨¦tnica orquestada por el l¨ªder serbio Milosevic
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El Tribunal de La Haya no olvida ni perdona

Para ellas, la guerra y la barbarie de los campos de concentraci¨®n no ha terminado. Viven presas de las im¨¢genes de horror que reaparecen sin aviso y sin falta a diario en sus cabezas. El momento en el que el soldado maloliente dice "vas a tener un hijo serbio" y la violan entre varios, cuando el uniformado coge el cuchillo y le rebana el cuello a su hijo, o el instante en que comienzan a cortarle los pechos. Pero ni siquiera pueden permitirse pensar en todo esto, porque les toca sacar adelante a lo que ha quedado de sus familias. Sus hijos ya son adolescentes y quieren saber la verdad.

Se desconoce cu¨¢ntos ni?os son hijos de los violadores, pero las organizaciones hablan de miles. Muchos fueron entregados en adopci¨®n en Europa, otros viven en orfanatos bosnios y muchos otros han crecido junto a sus madres, creyendo que su padre fue un shaheed, un musulm¨¢n que muri¨® en la guerra defendiendo a su patria. Jasmila Zbanic, la directora de Grbavica, que realiz¨® un intenso trabajo de campo para preparar la pel¨ªcula, explica que "las mujeres, cuando sal¨ªan de los campos, se hallaban en estado de choque y no quer¨ªan saber nada de sus hijos. Muchos ni?os acabaron en el norte de Europa. Nadie les ha seguido la pista ni se sabe cu¨¢ntos son. Las madres que entregaron a sus hijos viven ahora atormentadas". En el Consejo Internacional para la Rehabilitaci¨®n de las V¨ªctimas de la Tortura de Sarajevo explican que los soldados serbios no entregaban a las mujeres al bando enemigo hasta el s¨¦ptimo mes de embarazo, cuando ya no hab¨ªa vuelta atr¨¢s y ten¨ªan la certeza de que no abortar¨ªan. "Quer¨ªan que tuvieran hijos serbios, quer¨ªan estigmatizar a toda la familia", dice Dubravka Salvia, la directora de la asociaci¨®n.

Hasija: "Mataron a mi padre, y mi hermana de tres a?os no pudo escapar del campo. Si no fuera porque debo ocuparme de mi familia, me har¨ªa algo"

Sin ayudas estatales, estas mujeres malviven en los arrabales de las ciudades bosnias. Pese a los enormes problemas psicol¨®gicos que arrastran, carecen de seguridad social y sus ingresos se reducen a la pensi¨®n de viudedad, cuando toca. Dayton y el Gobierno bosnio insisten en que deber¨ªan volver a las tierras de las que fueron expulsadas, pero a ellas les aterroriza la idea del regreso, porque temen verse las caras con sus violadores, la gran mayor¨ªa a¨²n libres. Y las autoridades bosnias se escudan en la falta de acuerdo entre las dos entidades que forman el pa¨ªs -la Rep¨²blica serbia de Bosnia y la Federaci¨®n croato-musulmana- para no dar caza a los criminales. Muchas han permanecido todos estos a?os calladas y s¨®lo ahora empiezan a hablar, muy poco a poco. Saben que sus testimonios podr¨ªan encarcelar a sus agresores, aunque a duras penas conservan la fe en la justicia. Los expertos insisten en que vomitar el dolor es el primer paso hacia la curaci¨®n, pero la mayor¨ªa no son capaces de verbalizar tantas atrocidades. Ni siquiera sus maridos -los que a¨²n viven- lo saben y muchos de sus hijos tampoco, porque temen que las abandonen.

Un tema que no se toca

En una de las cinco colinas que rodean Sarajevo, la ciudad que estuvo cercada 43 meses durante la guerra, vive Hasija Brankovic. A sus 35 a?os, casi nunca habla de lo que le hicieron los soldados durante el mes que pas¨® en un campo de concentraci¨®n en Rogatica, en la Rep¨²blica Serbia de Bosnia. Su hermana mayor y su madre, que medio ha perdido la cabeza, tambi¨¦n pasaron por los campos, pero ese tema no se toca, a pesar de que las tres viven en la misma casa raqu¨ªtica y duermen en una ¨²nica habitaci¨®n, junto con otros dos hermanos peque?os.

Maida: "Me violaron delante de mi marido y mis dos hijos. Estaba disponible para los soldados 24 horas. Me gritaban: '?Musulmana in¨²til!"

Llegaron a esa casa en un tumbo m¨¢s, despu¨¦s de que les echaran de las nueve anteriores por no pagar el alquiler. Hazira habla de las penalidades que pasa para sacar adelante a esa familia, sin trabajo y sin m¨¢s ayuda que la pensi¨®n de su padre, muerto en la guerra. En total, 170 euros a los que hay que restar los 100 de alquiler. Hasija salta de un tema a otro y pronto explica que las pastillas para los nervios le impiden centrarse. Sentada en el suelo de un cuarto de estar que hace las veces de cocina y de despensa, empieza a hablar de su encierro en el campo de concentraci¨®n. "?Calla!", le corta enseguida la madre, con la cabeza cubierta con un pa?uelo y sin apenas dientes. La mujer teme a¨²n represalias.

Quedamos para otro d¨ªa, lejos de la presencia de la madre. "Los soldados nos llevaron a la escuela de Rogatica. Cada noche y cada d¨ªa ven¨ªan, con un calcet¨ªn en la cabeza, y nos preguntaban: '?quieres que te viole o prefieres mirar?'. A veces era un hombre, a veces un grupo. As¨ª durante un mes". Hasija llora, coge aire y piensa. "Mataron a mi padre y mi hermana de tres a?os no pudo escapar del campo. Si no fuera porque tengo que ocuparme de mi familia, me har¨ªa algo a m¨ª misma", asegura esta mujer que calla m¨¢s horrores de los que relata. Hasija todav¨ªa no sabe si alg¨²n d¨ªa testificar¨¢ ante los jueces; de momento, no se siente preparada.

En el tribunal montado hace un a?o en Bosnia para juzgar a criminales de guerra y que reemplazar¨¢ al Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia (TPIY), un equipo de psic¨®logas atiende a las que han decidido testificar contra sus violadores. Jasmina Pusina, una de las terapeutas, explica que muchas mujeres no hablan con la esperanza puesta en el olvido. "Intentan olvidar sin saber que nunca podr¨¢n. Conviven con sus secretos, hasta que un d¨ªa se vienen abajo. Tarde o temprano sucede, es s¨®lo cuesti¨®n de tiempo", asegura Pusina, quien explica que las terapias tratan de ensamblar las piezas del rompecabezas del horror. Los olores, los sonidos, las im¨¢genes de los d¨ªas de la tortura, para hacer a las mujeres conscientes del trauma, y para que aprendan a convivir con ¨¦l. Estas terapias las dirigen las ONG, que trabajan de forma intermitente, en funci¨®n de las ayudas internacionales.

Nusreta: "Encuentro por la calle a hombres que me maltrataron. Les miro a los ojos. ?Qu¨¦ otra cosa puedo hacer? Con esa gente no se puede hablar"

Marijana -nombre ficticio- hace tiempo que decidi¨® hablar y recomponer su espeluznante historia. La ha contado en La Haya. Haber testificado no le ha vacunado, sin embargo, contra el inevitable derrumbe cada vez que revive su paso por un campo de concentraci¨®n en Visegrado, al este del pa¨ªs. "Me violaron varias veces. Tantas que no sabr¨ªa contarlas. Mi hijo, de 16 a?os, lo vio todo. Ol¨ªan mal, a cebolla, a alcohol. Estaban muy sucios. Me ense?aron varios cuchillos. ?Cu¨¢l es el m¨¢s afilado me preguntaron?". Marijana rompe a llorar: "Vi c¨®mo pasaban el cuchillo por el cuello de mi hijo. Les ped¨ª que me mataran a m¨ª. No entiendo qu¨¦ hemos hecho para ser tan odiadas". Vuelve el llanto y la respiraci¨®n entrecortada, pero Marijana quiere continuar: "Lo ten¨ªan todo pensado, todo planeado para humillarnos y destrozar a nuestra comunidad. Ahora nosotras no valemos para nada, y el Gobierno hace o¨ªdos sordos, pero, si seguimos calladas, no llegaremos a ninguna parte", afirma esta mujer que vive en Sarajevo, y que dice adivinar la llegada del fr¨ªo invierno bosnio en las cicatrices de su cuerpo. Marijana reconoci¨® en el campo de concentraci¨®n a Milan Lukic, entregado por Argentina al TPIY el pasado febrero, despu¨¦s de siete a?os de fuga. Lukic operaba bajo las ¨®rdenes de los pr¨®fugos Radovan Karadzic y su jefe militar, Ratko Mladic, acusados de genocidio por la matanza de Srebrenica, en la que exterminaron a 8.000 musulmanes bosnios en 1995.

Maida Cupina tambi¨¦n testific¨® en Holanda. Fue contra Milosevic. Tampoco tiene trabajo y vive en un piso que le ha prestado el tribunal. A sus 50 a?os es alta y va muy arreglada. Pelo bien te?ido, colorete y labios perfilados. Su imagen esconde a una mujer hundida. "Tengo que ser valiente y seguir, por mis hijos", dice. "Me violaron delante de mi marido y de mis dos hijos. Me encerraron en casa de mi padre, donde estaba disponible para los soldados durante las 24 horas. '?Musulmana in¨²til!', me gritaban los serbios. Hac¨ªan org¨ªas durante d¨ªas enteros", relata mientras empalma un cigarrillo con otro en el apartamento, prestado, donde vive con su hija, enferma de anorexia, y sin acceso a un tratamiento m¨¦dico. Cupina, de 1,72 metros, lleg¨® a quedarse en 42 kilos. Fue entonces cuando los nacionalistas fanatizados estimaron que ya no serv¨ªa para sus prop¨®sitos y la intercambiaron por prisioneras serbias. Ahora dice vivir condenada a la cadena perpetua de esas im¨¢genes, del olor a alcohol y sudor de esos hombres, tatuados en su cerebro.

"No hay definici¨®n clara de qui¨¦nes son las mujeres v¨ªctimas de la guerra", dice el ministro bosnio de Derechos Humanos y para los Refugiados

Mientras Cupina habla, por el televisor desfilan las im¨¢genes del entierro de Milosevic en Pozarevac, la ciudad natal del caudillo ultranacionalista serbio. "Los soldados que vinieron a Nevesinje eran serbios, no bosnios. Esto no fue una guerra civil, fue un genocidio orquestado por Milosevic. Ha muerto despu¨¦s de haber consumido la mayor parte del tiempo y del dinero del tribunal de La Haya. ?Y ahora qu¨¦?", se pregunta esta mujer, que ya no conf¨ªa en la justicia.

Sospechosos en libertad

Junto a Milosevic y al resto de los grandes nombres del TPIY, fuentes judiciales del pa¨ªs estiman que alrededor de 10.000 sospechosos (en su mayor¨ªa procedentes de las filas de los fan¨¢ticos serbios, pero tambi¨¦n bosnios) siguen en libertad. La mayor parte de ellos vive en la Rep¨²blica Serbia de Bosnia, una de las dos entidades del pa¨ªs, y que, tras la expulsi¨®n de miles de musulmanes durante la guerra, se ha convertido en una zona ¨¦tnicamente limpia, sin apenas presencia musulmana. A pesar de que Dayton reconoci¨® el derecho al retorno de los desplazados y de que las autoridades alientan de boquilla el regreso, las v¨ªctimas insisten en que, si no se detiene a los agresores, no hay vuelta posible.

Nusreta Sivac es una de las pocas que opt¨® por el regreso y ahora le toca cruzarse en la calle con los hombres que la torturaron en los tres campos de concentraci¨®n en los que estuvo en 1992: Omarska, Trnopolje y Keraterm, conocidos por las im¨¢genes que dieron la vuelta al mundo y en las que se ve¨ªa a hombres fam¨¦licos tras el alambre de espino. "Estuve all¨ª casi dos meses. Hablar de lo que pas¨® dentro es dur¨ªsimo", dice Sivac, que cuenta que la tortura y las violaciones eran generalizadas y que antes de la guerra era juez en Prijedor, una ciudad entonces multi¨¦tnica a unos 20 kil¨®metros de la frontera con Croacia, y donde hoy d¨ªa los musulmanes forman una min¨²scula comunidad, asentada en Kozarac. All¨ª, las casas son nuevas, levantadas sobre las cenizas a las que quedaron reducidas las viviendas de los bosniacos, quemadas por los soldados y milicianos serbios.

El filme 'Grbavica', Oso de Oro en Berl¨ªn, podr¨ªa ser el catalizador de la esperada catarsis colectiva que anime a las mujeres violadas a hablar

"Siempre tuve claro que iba a volver. ?sta es mi ciudad. El primer d¨ªa que llegu¨¦ a mi casa, hab¨ªa un cartel que dec¨ªa: 'esta es la puerta de Omarska'. Ahora me encuentro por la calle con hombres que me maltrataron y otros que han salido despu¨¦s de cumplir dos tercios de su condena", explica Sivac. ?C¨®mo reacciona? "Les miro a los ojos. Es lo ¨²nico que puedo hacer, con esa gente no se puede hablar. Para nosotras, la mejor lucha es la verdad", dice esta mujer que ha testificado en el TPYI contra varios de los responsables de los campos.

Sivac, que pertenece a una asociaci¨®n de mujeres v¨ªctimas de la guerra, sostiene que muchas no quieren testificar porque tienen miedo. "Los agresores siguen teniendo puestos importantes en la Rep¨²blica Serbia de Bosnia. Muchos son h¨¦roes militares", asegura en una cafeter¨ªa con aire turco de Kozarac. Prueba de ello es lo que queda del campo de concentraci¨®n de Trnopolje, hoy reconvertido en escuela y asociaci¨®n de vecinos y en cuya entrada, una gran ¨¢guila esculpida en piedra rinde homenaje a "los soldados que han dejado sus vidas para formar los cimientos de la Rep¨²blica Srpska ". Ramos de flores frescas yacen sobre la nieve, al pie del monumento. En ese campo, los soldados eleg¨ªan cada d¨ªa a unas cuantas chicas a las que se llevaban para violarlas. Unas volv¨ªan marcadas por las torturas. Otras, ni siquiera volv¨ªan.

Ahora, Sivac no tiene trabajo y es dif¨ªcil que lo consiga en una comunidad en la que los musulmanes no son bienvenidos. A sus 55 a?os, tampoco tendr¨¢ derecho a una jubilaci¨®n. En la Rep¨²blica Serbia de Bosnia, las mujeres que estuvieron en los campos ni siquiera son consideradas v¨ªctimas del conflicto. En el resto de Bosnia, las mujeres que fueron violadas sistem¨¢ticamente durante la guerra est¨¢n consideradas v¨ªctimas desde el a?o pasado, y en teor¨ªa, tienen derecho a una pensi¨®n, igual a la de un hombre que perdiera una pierna por una granada. El problema, se?alan las terapeutas del tribunal, es probar el da?o psicol¨®gico. Por eso, algunas asociaciones piden al Gobierno que promulgue una ley espec¨ªfica que se ocupe de estas mujeres, igual que se aprob¨® una para los desaparecidos durante la guerra.

Sin derechos espec¨ªficos

"No hay una definici¨®n clara de qui¨¦nes son las mujeres v¨ªctimas de la guerra. No tienen ning¨²n derecho espec¨ªfico", reconoce el ministro bosnio de Derechos Humanos y para los Refugiados, Misrad Kebo, que defiende que las mujeres violadas no deben tener un tratamiento especial, y culpa a las autoridades serbias de que los violadores sigan en la calle y de que el reconocimiento como v¨ªctimas ni siquiera exista en la Rep¨²blica Srpska. "Esto es un problema regional, no s¨®lo interno. Estamos hablando de Mladic y de Karadzic, de gente que se encuentra a salvo en los pa¨ªses vecinos. Nosotros pedimos a las autoridades serbias su colaboraci¨®n", asegura Kebo en la sede del Gobierno, en Sarajevo.

Kebo echa tambi¨¦n el resto de balones fuera. Culpa a las mujeres de no querer hablar: "El Estado no puede hacer nada si ellas no reconocen lo que les ha pasado". Y asegura que su Gobierno no dispone de recursos para atender a estas mujeres. Sorprende, sin embargo, ver c¨®mo Sarajevo es hoy una ciudad completamente reconstruida, donde apenas queda rastro de los morteros y las granadas en los edificios, y donde el dinero no ha alcanzado para la reconstrucci¨®n de las vidas de los que quedaron da?ados de por vida por la barbarie.

A falta de iniciativas estatales, Grbavica, la pel¨ªcula bosnia recientemente premiada en Berl¨ªn, podr¨ªa ser el catalizador de la esperada catarsis colectiva que anime a las mujeres a hablar y que recuerde al Gobierno bosnio su cuenta pendiente con las v¨ªctimas olvidadas.

Como la espa?ola La vida secreta de las palabras, de Isabel Coixet, Grbavica cuenta la historia de una mujer violada durante la guerra. La cinta habla de la precariedad econ¨®mica en la que sobreviven las mujeres como Esma, la protagonista. Y habla de los hijos gestados en las violaciones, que hoy son adolescentes y que empiezan a preguntar por la identidad de sus padres.

Las mentiras de la guerra

Muchas de las madres que decidieron quedarse con sus hijos los han criado en los campos de refugiados, al amparo de las mentiras de la guerra. Pero estos ni?os y ni?as tienen hoy 14 a?os y quieren saber qui¨¦nes fueron sus abuelos paternos, qui¨¦nes son sus t¨ªas... y para eso no hay respuesta. Sus madres fueron violadas tantas veces que, aunque se atrevieran a decirles que su padre no fue un h¨¦roe, ser¨ªan incapaces de dar con su identidad. "Son ni?os muy inseguros y muy dependientes. Viven con el temor de que sus madres, traumatizadas y apenas capaces de arrastrar su propia vida, los abandonen. Se ha producido la transmisi¨®n generacional del trauma", estima Salvia.

Grbavica, cuya exhibici¨®n ha sido prohibida en la Rep¨²blica Serbia de Bosnia, y cuyo estreno en Belgrado cont¨® con la presencia de seguidores de Mladic y Karadzic que trataron de abortar la proyecci¨®n, est¨¢ batiendo r¨¦cords de taquilla en la Bosnia croata y musulmana. Esta pel¨ªcula ha sido capaz de llevar las violaciones sistem¨¢ticas del ¨¢mbito de lo privado al terreno de lo p¨²blico, algo in¨¦dito en Bosnia. Que no se olvide es algo que obsesiona a su joven directora. "Fueron actos dise?ados para humillar. Con ellos destruyeron tanto... sus creencias religiosas, su autoestima, sus vidas. Todav¨ªa soy incapaz de entender c¨®mo los hombres pueden ser capaces de utilizar la violaci¨®n como un arma, c¨®mo son capaces de tener una erecci¨®n fruto del odio", reflexiona Zbanic en Tuzla, en el noreste de Bosnia, donde recientemente se estren¨® la pel¨ªcula.

Esa noche en Tuzla, los espectadores -la mayor¨ªa mujeres- salieron conmocionados de la sala. Algunas, con los ojos todav¨ªa h¨²medos se han quedado sin palabras. Un poco m¨¢s tarde, Eilla Vickovic, con hiyab, ya est¨¢ en condiciones de hablar: "Esta pel¨ªcula puede ofrecernos un futuro mejor a los bosnios, sobre todo a las que tienen miedo de que la sociedad no las entienda si cuentan que han sido violadas. Pero todo el mundo conoce los hechos desde hace tiempo ?C¨®mo es posible que haga falta una pel¨ªcula para entender esto?", se pregunta.

Nusreta Sivac (a la derecha), junto a una antigua compa?era de cautiverio y tormento en varios campos serbios, en Kozarac (cerca de Prijedor), un islote musulm¨¢n en la Rep¨²blica Serbia de Bosnia.
Nusreta Sivac (a la derecha), junto a una antigua compa?era de cautiverio y tormento en varios campos serbios, en Kozarac (cerca de Prijedor), un islote musulm¨¢n en la Rep¨²blica Serbia de Bosnia.ANA CARBAJOSA
Refugiadas de Srebrenica, acampada a la intemperie cerce del aeropuerto de Tuzla, en 1995
Refugiadas de Srebrenica, acampada a la intemperie cerce del aeropuerto de Tuzla, en 1995

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Sobre la firma

Ana Carbajosa
Periodista especializada en informaci¨®n internacional, fue corresponsal en Berl¨ªn, Jerusal¨¦n y Bruselas. Es autora de varios libros, el ¨²ltimo sobre el Reino Unido post Brexit, ¡®Una isla a la deriva¡¯ (2023). Ahora dirige la secci¨®n de desarrollo de EL PA?S, Planeta Futuro.

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