Los maestros
El primero de diciembre del a?o pasado, ese m¨¢gico d¨ªa que pareciera haber transformado mi vida, la ministra de Cultura de Espa?a me anunci¨® que hab¨ªa sido otorgado el Premio Cervantes, eran las nueve de la ma?ana y una hora despu¨¦s mi casa estaba atestada de una muchedumbre: un equipo de televisi¨®n, la radio, los periodistas locales, mis familiares, mis amigos, mis colegas de la Universidad, mis vecinos y una cantidad de transe¨²ntes desconocidos que entraron por curiosidad. Por la tarde fui a la ciudad de M¨¦xico para hacer una tregua.En el viaje de Xalapa a la capital dorm¨ª profundamente, quiz¨¢s una hora, pero en las cuatro siguientes, aletargado, entre el sue?o y la vigilia, aparec¨ªan visiones de infancia, personas de un pueblo al que no he visto desde casi sesenta a?os, mi abuela con un libro, algunos festejos en casa o en el campo, la nana de mi abuela que llegaba a pasar temporadas con nosotros a los noventa a?os, jardines espl¨¦ndidos, mi hermano jugando tenis y montando yeguas, trozos de conversaciones sobre el mal precio del caf¨¦ y de los cultivos que por sequ¨ªas o inundaciones siempre dejaban p¨¦rdidas, familias sentadas alrededor de la radio para saber la noticia de la Guerra Civil espa?ola, que siempre terminaban en estruendosas discusiones. Desde ese primero de diciembre he recordado imprevisiblemente fases de mi vida, unas radiantes y otras atroces, pero siempre volv¨ªa a la infancia.
Debo a Alfonso Reyes a los varios a?os de tenaz lectura de su obra la pasi¨®n por el lenguaje
Aquellos peregrinos, heridos por una guerra atroz y derrotados, crearon una atm¨®sfera intelectual
La enfermedad me condujo a la lectura; comenc¨¦ con Verne, Stevenson, Dickens y a los doce a?os ya hab¨ªa terminado La guerra y la paz. A los diecis¨¦is o diecisiete a?os estaba familiarizado con Proust, Faulkner, Mann, la Wolf, Kafka, Neruda, Borges, los poetas del grupo Contempor¨¢neos, mexicanos, los del 27 espa?oles, y los cl¨¢sicos espa?oles. A esa edad, encontr¨¦ algunos maestros excepcionales. Estoy seguro de que sin ellos no hubiera llegado a este d¨ªa, elegant¨ªsimo como estoy, en el Paraninfo de la prestigios¨ªsima Universidad de Alcal¨¢.
Llegu¨¦ a la ciudad de M¨¦xico a los diecis¨¦is a?os para cursar estudios universitarios. La que defini¨® mi destino, mi camino hacia la literatura, fue la Facultad de Derecho, y concretamente un maestro, Don Manuel Mart¨ªnez de Pedroso, catedr¨¢tico de Teor¨ªa del Estado y Derecho Internacional. Pedroso sol¨ªa hablarnos del dilema ¨¦tico encarnado en El gran inquisidor, de Dostoievski; del antagonismo entre obediencia al poder y el libre albedr¨ªo en S¨®focles y Eur¨ªpides; de las nociones de teor¨ªa pol¨ªtica expresadas en los tantos Enriques y Ricardos de los dramas hist¨®ricos de Shakespeare; de Balzac y su concepci¨®n din¨¢mica de la historia; de los puntos de contacto entre los utopistas del Renacimiento con sus antagonistas los te¨®ricos del pensamiento pol¨ªtico, los primeros visionarios del Estado Moderno: Juan Bodino y Thomas Hobbes. A veces en la clase discurr¨ªa ampliamente sobre la poes¨ªa de G¨®ngora, poeta que prefer¨ªa a cualquier otro del idioma, o de su juventud en Alemania, donde hab¨ªa realizado la traducci¨®n al espa?ol de poemas de Rilke, algunas obras de Goethe. Era un narrador espl¨¦ndido, nos relataba sus actividades durante la guerra civil, de sus experiencias en el sobrecogedor Mosc¨² de las grandes purgas, donde fue el ¨²ltimo embajador de la Rep¨²blica Espa?ola. Pedroso nos incitaba a leer, a estudiar idiomas, pero tambi¨¦n a vivir.
En el mismo periodo, frecuent¨¦ devotamente los cursos de Don Alfonso Reyes en el Colegio Nacional, y le¨ª gran parte de sus libros. Los le¨ªa, me imagino, por el puro amor a su idioma, por la insospechada m¨²sica que encontraba en ellos, por la gracia con que, de repente, aligeraba la exposici¨®n de un tema necesariamente grave. Releo sus ensayos y m¨¢s me asombra la juventud de esa prosa que no se parece a ninguna otra. Debo a nuestro gran escritor y a los varios a?os de tenaz lectura de su obra la pasi¨®n por el lenguaje; admiro su secreta y serena originalidad, su infinita capacidad combinatoria, su humor, su habilidad para insertar refranes y una radiante levedad re?ida en apariencia con el lenguaje literario, en medio de alguna sesuda exposici¨®n sobre G¨®ngora, Graci¨¢n, Virgilio o Mallarm¨¦. Lo que mi generaci¨®n le debe ha sido invaluable. En una ¨¦poca de ventanas cerradas, de nacionalismo estrecho, Reyes nos incitaba a emprender todos los viajes. Evocarlo, me hace pensar en uno de sus primeros cuentos: La cena. A?os despu¨¦s comenc¨¦ a escribir. Y s¨®lo hace poco advert¨ª que una de las ra¨ªces de mi narrativa se hunde en aquel cuento. Buena parte de lo que m¨¢s tarde he hecho no es sino un mero juego de variaciones sobre aquel relato.
Mi tercer maestro, Aurelio Garz¨®n del Camino, era modest¨ªsimo, baldado f¨ªsicamente, pobre, oscuro, pero como los otros dos viv¨ªa plenamente en la literatura. En 1956, a los veintitr¨¦s, comenc¨¦ a trabajar como corrector de estilo en la Campa?a General de Ediciones. En esa editorial hice amistad con Garz¨®n del Camino, un traductor infatigable que verti¨® al espa?ol la entera Comedia humana de Balzac, m¨¢s todas las novelas de Zola y muchos otros libros franceses. Era director de correctores en la editorial. Aquel modesto gram¨¢tico espa?ol, salvado por la Embajada mexicana de un campo de concentraci¨®n y transportado a M¨¦xico despu¨¦s de la hecatombe en Espa?a, me transmiti¨® su pasi¨®n por el idioma, que ¨¦l convert¨ªa casi en una religi¨®n.
De ¨¦l aprend¨ª que el mejor est¨ªmulo para un escritor se lograba acerc¨¢ndose a las ¨¦pocas de mayor esplendor del idioma. Por eso habr¨ªa de tener a la mano a los cl¨¢sicos mayores. Me explicaba, libro en mano, que el estilo era una destilaci¨®n de los mejores segmentos de la lengua. Escribir, dec¨ªa, no significaba copiar mec¨¢nicamente a los maestros. El objetivo fundamental de la escritura era descubrir o intuir el "genio de la lengua", la posibilidad de modularla a discreci¨®n, de convertir en nueva una palabra mil veces repetida con s¨®lo acomodarla en la posici¨®n adecuada en una frase.
El exilio espa?ol enriqueci¨® de una manera notable a la cultura mexicana. Aquellos peregrinos, heridos por una guerra atroz y derrotados, crearon una atm¨®sfera intelectual mejor, nos ense?aron a entender y amar a la Espa?a que ellos representaban y ampliar nuestros horizontes. En la filosof¨ªa, Mar¨ªa Zambrano y Jos¨¦ Gaos, en la teor¨ªa de la m¨²sica, Adolfo Salazar y Jes¨²s Bal y Gay, en la historia de las artes pl¨¢sticas Juan de la Encina, en el cine Luis Bu?uel, y en la literatura, Luis Cernuda, Jos¨¦ Moreno Villa, Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, Max Aub, Jos¨¦ Bergam¨ªn, al principio del exilio, el latinista Millares Carlo, y much¨ªsimos m¨¢s. Nosotros estudiamos con pasi¨®n a los cl¨¢sicos espa?oles desde siempre, por ser tambi¨¦n nuestros cl¨¢sicos. Fuera de los cl¨¢sicos, s¨®lo me interesaba Valle-Incl¨¢n, Ram¨®n G¨®mez de la Serna, Antonio Machado y los poetas del 27. La literatura del XIX no la toqu¨¦ en la adolescencia, ten¨ªa fama de mojigata y de un costumbrismo regionalista. De golpe, los espa?oles exiliados me descubrieron la grandeza de Gald¨®s. Mar¨ªa Zambrano, Luis Cernuda, Jos¨¦ Bergam¨ªn escribieron ensayos extraordinarios en aquel tiempo sobre ese novelista. Despu¨¦s de Cervantes estaba s¨®lo Gald¨®s.
El discurso que ley¨® Octavio Paz en este lugar en 1981 fue dedicado a Gald¨®s, al ¨²ltimo de la segunda serie de los Episodios Nacionales: Un faccioso m¨¢s y algunos frailes menos. El ensayo de Paz es magistral. Trata de la semejanza de la historia del siglo XIX en Espa?a y en M¨¦xico: la permanente guerra entre liberales y conservadores en los dos pa¨ªses, entre fanatismo contra tolerancia, Inquisici¨®n contra libertad, legionarios celestiales contra la vida p¨²blica laica.
La libertad en el Quijote. Uno de los ejes fundamentales del Quijote consiste en la tensi¨®n entre demencia y cordura. Cervantes fue desde joven un lector y admirador de Erasmo, por lo que logra intuir la superioridad de una vida interior que vencer¨¢ al fin de vacuidad de los cultos exteriores. Convierte la locura en una variante de la libertad.
Cervantes ejerce tambi¨¦n una libertad absoluta en la estructura del Quijote. La demencia le ofrece un marco propicio y la imaginaci¨®n se la potencia. Cervantes es un adelantado de su ¨¦poca. No hay ninguna ulterior corriente literaria importante que no le deba algo al Quijote: las varias ramas del realismo, el romanticismo, el simbolismo, el expresionismo, el surrealismo, la literatura del absurdo, la nueva novela francesa, y much¨ªsimas m¨¢s encuentran sus ra¨ªces en el libro de Cervantes.
Extracto del discurso de Sergio Pitol.
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