?ngeles y demonios
Acabada la guerra espa?ola surgieron multitud de testimonios del "horror rojo": desde P¨¦rez Madrigal y El Caballero Audaz hasta el Fern¨¢ndez Fl¨®rez, don Wenceslao, de Una isla en el mar Rojo o La novela n¨²mero 13, maniqueas como no pod¨ªan ser menos pero con cierta calidad literaria. Acabado el franquismo se publicaron dolorosos y valientes testimonios de v¨ªctimas de aquella represi¨®n. Es curioso que en unos pocos a?os hayan coincidido varios libros en torno a las 13 j¨®venes, las 13 rosas, fusiladas en agosto de 1939: Dulce Chac¨®n, Ferrero, Fonseca, ?ngeles L¨®pez. Estos libros, el de Dulce Chac¨®n, desde luego, otros igualmente importantes como los de Miguel Naveros o Isaac Rosa, y tantos otros, pertenecen a lo que podemos denominar como cierta ¨¦pica de la izquierda. Todos ellos, bienintencionados y justicieros, de desigual calidad literaria. Con una excepci¨®n sobresaliente: por supuesto, Los girasoles ciegos, de Alberto M¨¦ndez.
MALA GENTE QUE CAMINA
Benjam¨ªn Prado
Alfaguara. Madrid, 2006
428 p¨¢ginas. 19,50 euros
Benjam¨ªn Prado ha escrito una novela porque ten¨ªa un tema verdaderamente atroz: la Madre Patria antes que los milicos del Cono Sur supo traficar y purificar a los hijos de las rojas encarceladas d¨¢ndolos en acogida a familias de bien y adictas al Glorioso Movimiento. Un tema que con tan s¨®lo expresarlo en palabras, en voz alta, la garganta sangra. Prado se ha lanzado, inflamado de c¨®lera divina, a rebuscar en aquella atroz primera posguerra. Pero el problema es que se ha equivocado de tono, sostiene toda la historia -atroz, terrible, cuando se apoya en hechos reales, extra¨ªdos de los libros de memorias o de investigaciones hist¨®ricas o period¨ªsticas; m¨¢s previsible como profesor de instituto, en sus chascarrillos sobre el mundo acad¨¦mico-; sostiene toda la novela, digo, desde un eje escorado, y todo se resiente. A la carrera enumera, muy encolerizado, las atrocidades de aquel periodo y est¨¢ legitimado para denunciar los escritos eugen¨¦sicos de Antonio Vallejo N¨¢jera y dudar de los arrepentimientos de los la¨ªnes, con ese empecinamiento suyo en el Ridruejo de 1940 y en el de 1975, cuando muere; y por supuesto dolerse con el dolor de tantas y tantas memorias de vencidos: los vencidos, las v¨ªctimas siempre saben lo que intuy¨® un fil¨®sofo feo: el infierno son los otros. Pero el error de bulto de Benjam¨ªn Prado es que con esta santa y leg¨ªtima indignaci¨®n no se hace, siempre, una buena novela: y ¨¦ste es el caso de Mala gente que camina. Es un recurso un tanto sonrojante -y poco literario- esas conversaciones entre madre e hijo, aderezadas con buenos platos guisados por uno o por otro, en las que la Espa?a que vivi¨® aquello, y call¨®, y la Espa?a que quiere cavar zanjas a un lado y otro de la carretera de la memoria colectiva de este pa¨ªs, se enzarzan en duelos dial¨¦cticos. Esas conversaciones son un f¨¢cil Deus ex machina, del que abusa Prado. Por otro lado busca tanto la complicidad del lector -¨¦ste pocas veces hab¨ªa sido forzado a subir as¨ª al escenario, a estar tan cerca de los protagonistas- que enseguida sabe c¨®mo va a concluir la novela, qui¨¦n es qui¨¦n, y sin ADN. Creo, y es una l¨¢stima, que Prado se ha equivocado al utilizar este tono tan discutible literariamente: es de todo punto irrelevante que este lector, y tantos, coincidamos en la indignaci¨®n con el autor. Pero una novela necesita de otros mimbres para serlo.
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