Un pa¨ªs arrancado del mundo
Cuando esto acabe, voy a enmarcar tres documentos como recuerdo de los d¨ªas y las noches de Beirut. Uno, la codiciad¨ªsima entrada que consegu¨ª para asistir la noche del s¨¢bado, ayer para ustedes, al concierto de la diosa Fairuz en el festival de Baalbek (pospuesto indefinidamente). Dos, un folleto del Museo Nacional. Y tres, el billete de mi regreso a Barcelona, por Air France, previsto para el pr¨®ximo d¨ªa 21 y en absoluto realizable, por razones de bombardeos israel¨ªes repetidos, del aeropuerto de Beirut, y de las rutas que a ¨¦l conducen.
En realidad, deber¨ªa enmarcar tambi¨¦n el mensaje electr¨®nico que Air France acaba de enviarme, amabil¨ªsimo, anunci¨¢ndome que mi vuelo ha sido anulado. Mira t¨².
Sal¨ª a la noche beirut¨ª y lo encontr¨¦ todo cerrado, todo oscuro
Todos esos papeles, que antes representaban el cotidiano fluir de la vida en circunstancias normales, han devenido en objeto de culto porque son el s¨ªmbolo, en papel, de algo much¨ªsimo peor: la destrucci¨®n de una porci¨®n de L¨ªbano por parte de una fuerza invasora que responde como un Goliath, armado con los ¨²ltimos adelantos, a un David (Hezbol¨¢) que hace lo que puede para aumentar su predominio en el pa¨ªs y el de Siria e Ir¨¢n en la zona.
Esos papeles pertenecen a los d¨ªas antiguos. En los de ahora hay lo que ustedes ya han visto por televisi¨®n y en las fotos de los diarios, y que me voy a ahorrar describir porque una imagen de personas que huyen del horror -hacia no saben qu¨¦ otro horror-, arrastrando sus pertenencias, no s¨®lo vale m¨¢s que mil palabras. Es la insignia de nuestro tiempo: refugiados, desplazados, perseguidos.
L¨ªbano ya pas¨® por esto, por demasiados estos y aquellos, y aqu¨ª en Beirut todos los que tienen edad para recordar, incluida esta reportera, sabemos que estamos abandonados a nuestra suerte, pero no solos. Pegadas a cada nuca se encuentran las sombras de la ruina y el dolor de nuestros ayeres. Y no podemos creer que en este pobre pa¨ªs lo peor est¨¦ sucediendo de nuevo. Un pobre pa¨ªs con una de las sociedades m¨¢s vitales y una iniciativa privada de las m¨¢s ingeniosas que conozco; frenadas, sin embargo, por la inoperancia de su clase pol¨ªtica y por el exceso de sectarismo que marca a todos, del Gobierno y el Parlamento abajo.
El conflicto de la regi¨®n levantina, de la que constituye un punto estrat¨¦gico, es la guinda que corona el desastre. L¨ªbano no tiene otro tesoro que su situaci¨®n, su belleza, su gente y su agua, que mana de las monta?as y brota de los manantiales subterr¨¢neos. Agua que, por cierto, cuando le apetece le roba Israel, saqueando el sure?o r¨ªo Litani, cuyos puentes tambi¨¦n ha volado ahora el invasor.
S¨®lo horas antes de que los papeles de que hablo se convirtieran en parte de mi historia en esta historia, recib¨ª la llamada de mi colega Tom¨¢s Alcoverro, de La Vanguardia, decano de los corresponsales en Oriente Pr¨®ximo, ac¨¦rrimo beirut¨ª y tan hamriota -ciudadanos de Hamra, el barrio m¨¢s apasionante de la ciudad- como quien esto firma. "Hezbol¨¢ ha secuestrado a dos soldados", me anunci¨®. "Se te han acabado las vacaciones, porque se va a armar". Calcul¨¦, con esa absurda l¨®gica que se impone cuando avistas un abismo, que, por poco que tardara la reacci¨®n israel¨ª, me daba tiempo a visitar, una vez m¨¢s, el Museo Nacional.
Les contar¨¦ por qu¨¦. Una raz¨®n personal: por el entonces llamado "paso del museo" corr¨ªa yo como loca en la primavera del 89, para pasar de zona musulmana a zona cristiana y viceversa, en medio de los bombardeos entre sirios y las tropas del general Aoun. Y el edificio semidestruido del museo, con su estilo neofara¨®nico, segu¨ªa en su sitio, como un pil¨®n de resistencia. Las extraordinarias antig¨¹edades que cobija -todo L¨ªbano es un vivero subterr¨¢neo de civilizaciones anteriores- se encontraban en el s¨®tano, protegidas de la destrucci¨®n por ba?os de cemento que las hab¨ªan convertido en bloques fantasmales. Igual que, en la Banque du Liban, se encontraban las reservas de oro, en sus cofres, con el director viviendo all¨¢ abajo, ejerciendo de vig¨ªa.
Por tanto, fui al reconstruido museo porque para m¨ª constituye un monumento a la belleza y al orden y a la perseverancia. A la persistencia de la idea de que puede existir un mundo mejor: conservado, no derruido. Pero hab¨ªa otra raz¨®n: quer¨ªa relativizar. Pasear lentamente desde la prehistoria hasta el siglo XVI. Llenarme de la Fenicia sometida a los persas, conquistada por Alejandro, descontrolada por los sel¨¦ucidas, anexionada por Pompeyo, regalada por Marco Antonio a Cleopatra; del pa¨ªs ¨¢rabe en que se convirti¨® 637 a?os despu¨¦s de Cristo, de su periodo bizantino, y de la conquista de los mamelucos. Este museo calienta el coraz¨®n y enfr¨ªa la cabeza. Del mismo modo, las placas que otros ej¨¦rcitos invasores de los dos siglos pasados dejaron en el Nahr el-Kelb, en las afueras de Beirut, hacia el norte, para conmemorar que estuvieron all¨ª, y es la prueba palpable de que todos, lo digan o no las placas, tuvieron que irse. Tambi¨¦n se han ido otros conquistadores de tiempos m¨¢s recientes, Israel especialmente. Esas se?ales en la agreste monta?a forman parte en este momento del patrimonio m¨¢s vol¨¢til, el que m¨¢s se necesita. El de la esperanza. Tarde o temprano, acabar¨¢n y¨¦ndose.
Sin embargo, el presente viene mordiendo la yugular, y los hospitales rebosan de heridos, hasta el punto de que el ministro de Sanidad va a (o dice que va a) obligar a los hospitales privados y car¨ªsimos, que aqu¨ª rebosan y resultan inaccesibles, a atender al pueblo soberano.
Y anoche sal¨ª a dar una vuelta por Beirut. Previamente hab¨ªa estado en el caf¨¦ El Rawda, inocente merendero situado junto al mar que ahora cuenta con el inconveniente de hallarse cerca de los barrios chiitas en los que Hezbol¨¢ huronea e Israel bombardea. Las enormes terrazas, vac¨ªas. Cuatro clientes. Un par de camareros. Se notaba que ten¨ªan cargo, porque lo hac¨ªan fatal; los camareros de verdad, que son pobres, est¨¢n escondidos en sus peligrosos suburbios, o han huido a las monta?as.
Debajo, en las rocas, unos viejecitos en ba?ador, en mesas de c¨¢mping, jugaban al baggamon. Nos saludamos y nos dirigimos una pat¨¦tica V de victoria. Entonces retumb¨® un proyectil m¨¢s al sur, en el mar, y luego son¨® otro. En dos minutos estaba en el coche, camino del hotel, en donde me informaron de que Hezbol¨¢ hab¨ªa acertado a un barco israel¨ª.
Sal¨ª a la noche beirut¨ª y lo encontr¨¦ todo cerrado, todo oscuro. Las dicharacheras discotecas, los bares de moda, los restaurantes refinados de Monnod y Gourad, las calles hace poco inundadas de j¨®venes, parec¨ªan sepulturas. Cerca, la fat¨ªdica calle Damasco parec¨ªa recuperar su antiguo maleficio, del tiempo en que durante m¨¢s de tres lustros dividi¨® en dos la ciudad como un frente y tambi¨¦n como un nido de ratas humanas armadas. Los boquetes que a¨²n quedan en bastantes casas parec¨ªan, anoche, torvos anuncios de lo por venir.
Se hace muy cuesta arriba tanto dolor aqu¨ª y tanto cinismo internacional, ah¨ª fuera. Ah¨ª, en el mundo del que este pa¨ªs ha sido arrancado de cuajo.
![Una unidad del Ej¨¦rcito israel¨ª dispara su artiller¨ªa desde Kyryat Shmona contra posiciones de Hezbol¨¢ en L¨ªbano.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/K6BNYWINRGGKLNSG4WNJ6GPFQY.jpg?auth=32b0ac2f19fdf6d52b60947f8b031bce4744c9c11c4d6169e73ec78c3f685d6b&width=414)
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