Guau, guau, ?vaya guerra!
Delfines detectores de bombas, perros esp¨ªas y rescatadores, palomas paracaidistas? tuvieron una intervenci¨®n decisiva en las guerras mundiales. Una exposici¨®n en el Imperial War Museum de Londres recuerda el papel que desempe?aron los animales en los conflictos b¨¦licos
"Por entregar un mensaje bajo excepcionalmente dif¨ªciles circunstancias y contribuir con ello al rescate de una tripulaci¨®n de la Real Fuerza A¨¦rea" (RAF). As¨ª se justific¨® la medalla al valor entregada durante la II Guerra Mundial a? una paloma.
NEHU 40 MS1 era el contundente nombre oficial del ave, y se la premi¨® por el salvamento de los tripulantes de un avi¨®n torpedero brit¨¢nico Bristol Beaufort que, alcanzado por los alemanes durante una misi¨®n en Noruega, hubo de hacer un amerizaje de emergencia en el mar del Norte en un g¨¦lido febrero de 1943. Perdido el contacto por radio, encaramados desesperadamente en los restos del fuselaje, con mal tiempo y olas enormes, los aviadores soltaron como ¨²ltima esperanza la paloma mensajera que llevaban. El p¨¢jaro, exhausto, empapado y cubierto de petr¨®leo, consigui¨® llegar a los cuarteles del RAF Pigeon Service (!), donde los expertos fueron capaces de retrazar su ruta para dar con los n¨¢ufragos y rescatarlos. Dado que la denominaci¨®n num¨¦rica era algo fr¨ªa para un h¨¦roe, a la paloma se la rebautiz¨® con el telet¨²bico nombre de Winkie, en referencia a los gui?os que hac¨ªa con los ojos, una simp¨¢tica caracter¨ªstica que result¨® ser producto del estr¨¦s b¨¦lico.
?ste es s¨®lo uno de los extraordinarios casos de animales implicados en la guerra, un tema que ha originado una sorprendentemente copiosa bibliograf¨ªa y al que el Imperial War Museum de Londres dedica en la actualidad una amplia y sentida exposici¨®n, The animals' war (hasta el 22 de abril), con cuadros, esculturas, fotograf¨ªas, medallas, carteles de reclutamiento, curiosos objetos hist¨®ricos -un palomar m¨®vil de la I Guerra Mundial, dispositivos para artillar caballos o camellos- e incluso la estimulante presencia de algunos de los protagonistas (disecados). La exhibici¨®n permite conocer otras historias tan apasionantes como la del palomo Winkie: la de Voytek, el oso de Montecassino que abr¨ªa las latas de munici¨®n de la brigada polaca en la dura batalla por la abad¨ªa; la de Rob, el collie paracaidista del servicio secreto brit¨¢nico (SAS) que desafi¨® a la Gestapo, o la de Oskar, el gato del acorazado Bismarck, de azarosa vida.
El tema tiene aspectos divertidos, simp¨¢ticos y hasta entra?ables (el amor de los soldados por sus mascotas, la devoci¨®n de ¨¦stas?), pero la asociaci¨®n de animales y guerra produce en general bastante pena. Abundan, no vamos a enga?arnos, el dolor, la tragedia y el puro horror. Ya sean cabalgaduras, bestias de carga, mensajeros, guardianes, rescatadores, localizadores de explosivos, simples mascotas o directamente armas -perros bomba-, los animales lo pasan en las guerras igual de mal o peor que los seres humanos. Baste recordar que el jefe del servicio de palomas mensajeras belga inciner¨® vivas a 2.500 de sus queridas aves para impedir que cayeran en manos de las tropas del k¨¢iser en 1914. O que en la I Guerra Mundial murieron, seg¨²n algunos c¨¢lculos, ?ocho millones de caballos!
Los animales han jugado un papel destacado en las guerras desde el alba de la historia. El caballo ha sido indisociable de la batalla durante milenios. Tambi¨¦n el elefante, el camello o la mula. Menos conocido es el uso que los ej¨¦rcitos han dado a las ratas para detectar minas o a las focas y delfines como armas submarinas (Marine Mammal Program de la US Navy, por ejemplo; dos delfines, Makai y Tacoma, fueron empleados en 2003 en la guerra de Irak para detectar minas en el puerto de Umm Qasr). Tampoco sabe mucha gente que el crucero imperial alem¨¢n Dresden llevaba a bordo un cerdo marinero -y no un marinero cerdo- que atend¨ªa por Tirpitz (su cabeza puede verse en el Imperial War Museum: es toda una experiencia). Dado que el tema ser¨ªa inabarcable, la exposici¨®n del centro londinense se circunscribe a la ¨¦poca moderna, con especial atenci¨®n a la primera y segunda guerras mundiales, aunque hay alusiones a otros tiempos y conflictos.
A la entrada de la exposici¨®n, uno se topa con elocuentes im¨¢genes cinematogr¨¢ficas de la c¨¦lebre carga del regimiento de los Scots Greys en Waterloo -"Ces terribles chevaux gris! Comme ils travaillent!", exclamar¨ªa Napole¨®n-. De los 416 caballos de la famosa carga brit¨¢nica murieron 228. Cuando uno piensa en esas fren¨¦ticas y heroicas cargas de caballer¨ªa, a menudo se olvida de los caballos, que sufrieron (y se distinguieron) tanto o m¨¢s que sus supuestamente racionales jinetes. En otra de esas grandes ocasiones para la ¨¦pica, la carga de la Brigada Ligera en Balaclava, murieron (o hubo que matar luego) 500 de los 673 caballos participantes. ?sos s¨ª que, parafraseando a Tennysson, ni una r¨¦plica tuvieron.
La exposici¨®n muestra la cara y la cruz de la rutilante caballer¨ªa: hermosos uniformes de lanceros junto a una estremecedora maza para ultimar caballos malheridos. En su libro Animals in war (1983), Jilly Cooper recuerda un conmovedor caso sobre el particular: cuando al acabar la batalla de Vionville (guerra franco-prusiana), con centenares de caballos yaciendo sobre el terreno, el corneta del primer regimiento de Dragones de la Guardia alemanes toc¨® retreta, 602 corceles heridos se levantaron trabajosamente y en fantasmag¨®rica procesi¨®n, cojos, ciegos, mutilados, sangrando o arrastrando las tripas, emprendieron, obedientes, la marcha hacia sus cuarteles. Despu¨¦s de otra carnicer¨ªa equina similar, en la batalla de Omdurman, los jinetes del 21? de Lanceros llevaron a sus caballos heridos hasta el r¨ªo para, con l¨¢grimas en los ojos, darles de beber antes de pegarles el tiro de gracia.
Las penalidades de los caballos son incontables, como los propios caballos que han galopado en las guerras: 1.200.000 emple¨® s¨®lo la URSS en la II Guerra Mundial, buena parte agrupados en 30 divisiones de caballer¨ªa. Se habla mucho de las heroicas cargas de los polacos contra los Panzer, pero una de las mayores y m¨¢s est¨²pidamente valientes de la segunda contienda la efectu¨® una unidad sovi¨¦tica. Cerca del pueblo de Musino, en 1941, durante la blitzkrieg hacia Mosc¨², los alemanes fueron objeto del asalto de la 44? Divisi¨®n de Caballer¨ªa Mongola, al galope y esgrimiendo sus sables. Recibidos con una tormenta de fuego, apenas 30 atacantes llegaron hasta las l¨ªneas germanas. En 10 minutos, 2.000 caballos y sus jinetes yac¨ªan desangr¨¢ndose en el suelo nevado. Ni un alem¨¢n result¨® muerto o herido. M¨¢s amable es la historia del caballo del mariscal Rommel, un purasangre ¨¢rabe blanco que hered¨® el vencedor del Zorro del Desierto, Montgomery. En el teatro africano se hizo famoso tambi¨¦n Joe, el ganso de Tobruk.
En el siguiente ¨¢mbito, la exhibici¨®n londinense dedica un peque?o espacio a los elefantes. No a los de An¨ªbal, sino a los empleados en la campa?a de Birmania (1942-1945) por el ej¨¦rcito brit¨¢nico en su lucha contra los japoneses. Puede verse en una vitrina un amarillento colmillo recuerdo de Bandoola, paquidermo de la Elephant Company n¨²mero 1, que lider¨® una partida de 198 hombres, mujeres y ni?os en su peligrosa huida de los nipones a trav¨¦s de la jungla.
Los campos de la I Guerra Mundial fueron surcados por numerosos animales. La temible iperita los afect¨® igual que a los soldados. La exposici¨®n muestra ropas y m¨¢scaras de aspecto marciano para proteger a caballos y perros de esos ataques con el gas mostaza. Botiquines veterinarios de la ¨¦poca y la panoplia de instrumentos quir¨²rgicos muestran a las claras lo que esperaba a las bestias heridas, a las que muy a menudo se las operaba sin ning¨²n tipo de anestesia. Mientras el visitante se marea imaginando la nube de gas, los relinchos desesperados y la sofocada respiraci¨®n tipo Darth Vader bajo las m¨¢scaras, topa con la estatua y las pinturas de Gallipoli Murphy. Es una bonita aunque triste historia: en Gall¨ªpoli, donde las fuerzas de los anzacs (australianos y neozelandeses) sufr¨ªan una barbaridad para avanzar desde la playa bajo el inmisericorde fuego turco, el soldado Simpson se dedic¨® a recoger y transportar heridos ayudado por un burrito. Lo hac¨ªan sin reparar en peligros y el burro desarroll¨® un sexto sentido para prever la inminente llegada de los obuses. La recurrente acci¨®n del samaritano y su Platero ant¨ªpoda, que parec¨ªan entenderse a la perfecci¨®n, enterneci¨® a los rudos aussies, no as¨ª a los turcos, que a la que pudieron le pegaron un tiro a Simpson. No se sabe qu¨¦ fue de Murphy, aunque parece que finalmente fue evacuado con el 6? Regimiento indio de Artiller¨ªa de Monta?a.
Una de las sorpresas que produce la exposici¨®n es enterarte de que los animales m¨¢s premiados por su valor en las dos guerras mundiales han sido las palomas. De las 500.000 empleadas en la II Guerra Mundial, 20.000 fueron KIA (killed in action); a 16.544 de ellas se las lanz¨® en paraca¨ªdas tras las l¨ªneas alemanas "y, capturadas o muertas por el enemigo, s¨®lo 1.842 volvieron", se se?ala en la exhibici¨®n -y uno cree o¨ªr casi fanfarrias-. Se exhiben varias medallas for gallantry (al valor). Te dan ganas de cuadrarte y saludar ante el coraje de la paloma 2709, que vol¨® de noche y herida para librar con su ¨²ltimo aleteo un mensaje al cuartel general; ca¨ªda muerta al suelo al llegar, hubo que retir¨¢rselo p¨®stumamente de la patita fr¨ªa.
En su imprescindible libro Silent heroes (1944), Evelyn Le Ch¨ºne (sic), con familia ella misma en los servicios secretos brit¨¢nicos de la II Guerra Mundial, explica el uso de palomas y perros en misiones clandestinas del SAS, el MI6, el SOE y la OSS estadounidense. Si las palomas son parad¨®jicamente animales muy b¨¦licos, un ¨¢guila al menos ha destacado en la historia militar. Se trata de Old Abe, la mascota de la famosa 101? divisi¨®n aerotransportada. La historia del ave -en realidad, una serie de ejemplares que han ido sucedi¨¦ndose- se inicia con un indio chippewa, Sky Chief, que la apres¨® y vendi¨® a la compa?¨ªa C del 8? Regimiento de Wisconsin. La unidad, cuenta Evelyn Le Ch¨ºne, la llev¨® al frente durante la guerra de secesi¨®n en una percha portada por un sargento, entre los colores del regimiento y los de la Uni¨®n. Estuvo en 36 batallas y fue herida dos veces, una en el asalto a Vicksburg y otra en la batalla de Corinto, donde los confederados pusieron precio a su captura.
Entre las celebridades, quien firma estas l¨ªneas tiene debilidad por Bobbie, el peque?o terrier superviviente de la terrible batalla de Maiwand, en la segunda guerra afgana. Es una historia que debe contarse: Bobbie era la mascota del 66? regimiento de a pie y, cuando la unidad fue enviada a trav¨¦s del paso del Khyber para vengar la muerte del contingente brit¨¢nico asesinado en la Residencia de Kabul, march¨® con sus camaradas humanos. "Ten¨ªa un sentimiento innato del deber", escribe del bueno de Bobbie la entusiasta Le Ch¨ºne. Cuando el enorme ej¨¦rcito de Ayun Khan arras¨® al 66? en Maiwand, Bobbie permaneci¨® hasta el final en la delgada l¨ªnea roja -en su caso, peluda y color caf¨¦ con leche- y fue el ¨²nico superviviente, aunque malherido, del last stand de los 11 ¨²ltimos soldados de la unidad. C¨®mo se salv¨® de los salvajes ghazis afganos es algo imposible de saber, quiz¨¢ se hizo el muerto o lo tomaron por un gorro. El caso es que un d¨ªa apareci¨® cojeando en Kandahar. De regreso a Inglaterra, la propia reina Victoria lo condecor¨® con la medalla de la campa?a de Afganist¨¢n. A Bobbie se le puede ver en la exposici¨®n, sobre una canastilla. Incluso disecado, tiene una actitud arrogante, el peque?o y valiente bastardillo. Tanta batalla y fue a morir en un tonto accidente en Gosport (Hampshire). Dicen que la reina llor¨® al enterarse, algo que no hizo por Gordon de Jartum?
Cerca de Bobbie, en el museo est¨¢ otra estrella, Tiney, que particip¨® en la batalla de Tel el Kebir y gan¨® la medalla del Khedive (se la impusieron a la vez que a varios soldados: debe ser raro que te condecoren en la misma ceremonia que a un perro). ?Ah, los ingleses?! Un can menos estirado es el pastor alem¨¢n Brian, que particip¨® en el desembarco en Normand¨ªa. Y una perra muy sufrida es Judy, una pointer que fue prisionera de guerra (POW) de los japoneses y se la condecor¨® por ello. No podemos dejar de hablar aqu¨ª de los perros aviadores, uno de los cuales, Mustard, un cocker spaniel, acab¨® la guerra con m¨¢s de 500 horas de vuelo, siempre en la carlinga con su amo, piloto de la US Air Force.
Los gatos se han visto tambi¨¦n implicados en las guerras. M¨¢s listos, su papel se ha reducido normalmente a servir de mascotas, aunque alguno ha tenido un papel ciertamente importante, como el c¨¦lebre Sebastopol Tom -al que tuve el privilegio de conocer, disecado, en el National Army Museum, en Chelsea-. Dicho felino, un tabby, vivi¨® el terrible sitio de Sebastopol durante la guerra de Crimea y consigui¨® evitar a los zuavos franceses, que cazaban gatos para practicar con la bayoneta. Dejado atr¨¢s por sus amos rusos, el animal fue hallado en un s¨®tano por el capit¨¢n William Gair, del 6? de Dragones de la Guardia, que, siguiendo luego al gato, con el que trab¨® amistad, fue a dar con un imponente almac¨¦n de v¨ªveres oculto, para alborozo de las fam¨¦licas tropas brit¨¢nicas. Es dif¨ªcil saber si Tom condujo al enemigo hasta el almac¨¦n por cari?o o por hacerse con unas sardinas, pero fue considerado un h¨¦roe. En gratitud, lo llevaron a Inglaterra con los Dragones y acab¨® sus d¨ªas como una reverenciada figura simb¨®lica de los duros d¨ªas de Crimea, al estilo del general Faversham de Las cuatro plumas. Otros gatos imprescindibles en esta somera relaci¨®n son Simon, la mascota del destructor HMS Amethyst, que vivi¨® la emocionante aventura real en la que se inspir¨® el filme El Yang-Ts¨¦ en llamas -result¨® herido en el ataque al nav¨ªo durante la guerra civil china-, y el gato del acorazado Bismarck, Oskar. ?ste, cuya historia se cuenta en la exposici¨®n, junto a un cuadro en el que se le ve con cara estupefacta, fue rescatado del agua tras el hundimiento del gigantesco nav¨ªo nazi e izado a bordo del HMS Cossack, que a su vez fue torpedeado poco despu¨¦s. Salvado de nuevo de las aguas, Oskar fue a parar al portaaviones Ark Royal? hundido a continuaci¨®n por otro submarino. Vuelto a rescatar -siete vidas, ya se sabe, que se incrementaron a nueve al convertirse en un gato brit¨¢nico (all¨ª los gatos tienen nueve vidas)-, el gato del Bismarck acab¨® sus d¨ªas en la Casa del Marino de Belfast, donde pocos veteranos tendr¨ªan tantas an¨¦cdotas que contar?
No hay que olvidar a los gatos submarinistas: Adelbert era miembro de la tripulaci¨®n de un U-Boot nazi. Hundido el sumergible por un destructor brit¨¢nico, el gato fue rescatado y, seg¨²n sus nuevos due?os, "r¨¢pidamente se volvi¨® ingl¨¦s en apariencia y mentalidad".
El oso de la 2? Brigada canadiense Winnie, que, dejado en el zoo de Londres tras la I Guerra Mundial, sirvi¨® de inspiraci¨®n para la creaci¨®n del simp¨¢tico Winnie the Pooh; los guepardos de la Fuerza A¨¦rea surafricana; Bamse, el San Bernardo mascota de la Real Marina noruega que durante la II Guerra Mundial se especializ¨® en rescatar de los bares a los marinos ebrios y llevarlos de vuelta al barco, son otros de los animales a los que recuerda la exhibici¨®n.
A los animales se los ha involucrado en los aspectos m¨¢s sangrientos de la guerra, como verdadera carne de ca?¨®n, pero tambi¨¦n los ha habido dedicados a salvar vidas: los perros de la Cruz Roja y los canes especialistas en rescatar a v¨ªctimas de bombardeos, como Irma, que localiz¨® en Londres a 21 personas atrapadas entre las ruinas y ?a un gato!
De entre todas las historias de animales que se han visto mezclados en nuestras guerras, el cuerpo pide acabar con una muy especial: la de Rob, el laborioso collie de granja reclutado por los servicios secretos brit¨¢nicos que, tras participar en decenas de operaciones peligrosas -entre ellas, la destrucci¨®n de aviones en un aer¨®dromo- y saltar m¨¢s de 20 veces en paraca¨ªdas, fue desmovilizado y regres¨® a su tranquila vida en el campo, donde cuidaba ovejas y adoraba a los ni?os. Cuando muri¨®, el Ej¨¦rcito ofreci¨® una tumba en su ilustre cementerio de mascotas. Pero su due?o, valorando m¨¢s al pastor que al soldado, prefiri¨® enterrarlo en casa.
'The animals' war' puede verse en el Imperial War Museum de Londres hasta el 22 de abril de 2007.
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