F¨ªsica y metaf¨ªsica del v¨¢ter
Hace muchos a?os le¨ª en una novela de Ernesto S¨¢bato (o quiz¨¢ lo so?¨¦) que el v¨¢ter es el lugar metaf¨ªsico de la casa. O que es el ¨²nico lugar metaf¨ªsico de la casa. O que es el lugar m¨¢s metaf¨ªsico de la casa. En fin: sea lo que sea lo que le¨ª, lo cierto es que sonaba con el tintineo inconfundible de la verdad. Tiempo despu¨¦s le o¨ª decir a Mario Vargas Llosa que hab¨ªa le¨ªdo en el v¨¢ter casi toda la obra ingente de Fi¨®dor Dostoievski, y pens¨¦ en S¨¢bato y en que, a juzgar por el modo en que Vargas Llosa hab¨ªa asimilado al novelista ruso, S¨¢bato ten¨ªa raz¨®n, as¨ª que a partir de aquel mismo d¨ªa decid¨ª imitar a Vargas Llosa, con la ¨²nica diferencia de que, por alguna raz¨®n que todav¨ªa no he entendido, o simplemente para ser a¨²n m¨¢s fiel al dictamen de S¨¢bato, lo que me llev¨¦ al v¨¢ter fue Sobre la esencia, el libro capital de Xabier Zubiri. Desde entonces creo haber le¨ªdo en el v¨¢ter la obra completa de nuestro ¨²ltimo gran metaf¨ªsico. Puedo asegurarles que, pese a mis encarnizados esfuerzos, a¨²n no he entendido ni una sola palabra -ni siquiera s¨¦ con seguridad de qu¨¦ demonios habla ese buen hombre-, pero jam¨¢s se me ha pasado por la cabeza cambiar de lectura, en parte porque ya considero a Zubiri un amigo del alma y en parte desaconsejado por mi m¨¦dico, que ha comprobado el efecto laxante que tiene la lectura del fil¨®sofo y desde hace tiempo se la prescribe con ¨¦xito a sus dem¨¢s pacientes.
As¨ª que, igual que existe una f¨ªsica evidente del v¨¢ter, existe tambi¨¦n una metaf¨ªsica del v¨¢ter. La segunda es casi imposible de desentra?ar del todo (o quiz¨¢ ser¨ªa posible hacerlo en el caso improbable de que alguien llegara a su vez a desentra?ar de qu¨¦ demonios habla Zubiri); la primera, en cambio, es de dominio p¨²blico. Quiero decir que todo el mundo ha vivido experiencias notables en el v¨¢ter, cosa l¨®gica si se piensa en la cantidad descomunal de horas que al cabo de una vida consagrada a comer y beber nos pasamos en ese lugar injustificadamente desprestigiado. Hay quien ha hecho amistades indestructibles en el v¨¢ter y quien ha tenido hijos en el v¨¢ter y quien ha gozado de la mejor experiencia sexual de su vida en el v¨¢ter y quien ha descubierto su vocaci¨®n verdadera en el v¨¢ter y quien ha visto a Dios en el v¨¢ter y quien ha conocido a su padre en el v¨¢ter y quien ha sabido en el v¨¢ter, sin posibilidad de duda, que su vida era un absoluto fracaso, y tambi¨¦n quien ha descubierto en el v¨¢ter que siempre hab¨ªa sido feliz sin saberlo, porque la felicidad consiste en estar vivo. Por mi parte, hu¨¦rfano a perpetuidad de tales epifan¨ªas y resignado sin tristeza a la mediocridad de la f¨ªsica del v¨¢ter, voy que ardo con salir ileso de alg¨²n encuentro inesperado.
El ¨²ltimo ocurri¨® hace unos meses, precisamente en una cena en honor de Vargas Llosa por su setenta cumplea?os. Antes de sentarme a la mesa fui al v¨¢ter y, mientras me lavaba las manos, se abri¨® la puerta y apareci¨® la infanta Cristina de Borb¨®n. No lo so?¨¦: era ella. Desconcertada, sonri¨®; desconcertado, sonre¨ª, pero menos: era evidente que uno de los dos se hab¨ªa equivocado de v¨¢ter. Fue un interminable momento de p¨¢nico, que a punto estuve de resolver tir¨¢ndome en plancha al suelo en una reverencia servil, con el fin de mostrar mi absoluta sumisi¨®n a la monarqu¨ªa y de evitar que cuatro previsibles guardaespaldas irrumpieran en el v¨¢ter y me estrangularan antes de que pudieran explicarse mi inexplicable presencia all¨ª. No aparecieron los guardaespaldas, pero tampoco desapareci¨® el p¨¢nico; entonces me acord¨¦ del rockero Ramonc¨ªn y del escritor Jorge Wagensberg.
A Ramonc¨ªn le preguntaron una vez qu¨¦ es lo que m¨¢s detestaba en esta vida; contest¨® que estar orinando en el v¨¢ter de una discoteca y que su compa?ero de mingitorio lo reconociera y, volvi¨¦ndose hacia ¨¦l, exclamara mientras le empapaba los pantalones: "?Co?o, Ramonc¨ªn!". En cuanto a Wagensberg, una vez acudi¨® a Michael's Bar, el club de Nueva York donde Woody Allen tocaba o toca cada semana el saxo. Antes del concierto, Wagensberg fue al v¨¢ter y, mientras estaba en su mingitorio, not¨® que alguien se colocaba en el de al lado; se volvi¨®: era Woody Allen. Como le pareci¨® rid¨ªculo estar orinando junto a su ¨ªdolo sin decirle nada, murmur¨®: "Cuando cuente esto en Barcelona, nadie me va a creer". "?Co?o!", le dije por fin a la infanta Cristina, que segu¨ªa sonriendo igual que Allen le hab¨ªa sonre¨ªdo a Wagensberg, igual que Ramonc¨ªn a sus admiradores de v¨¢ter de discoteca. "?Es la primera vez en mi vida que me encuentro a una Infanta en el v¨¢ter!". "No te creo", se ri¨® la Infanta, y luego pregunt¨® si aquel v¨¢ter era unisex. "Me temo que no", dije. "As¨ª que uno de los dos se ha equivocado", a?ad¨ª, rezando para que no fuera yo. Ri¨¦ndose todav¨ªa, la Infanta sali¨® del v¨¢ter, volvi¨® a entrar, triunfalmente dijo: "Fuiste t¨²". Y ah¨ª acab¨® todo. El resto de la cena transcurri¨® sin incidentes, aunque me mantuve vigilante por si aparec¨ªan los guardaespaldas; por lo dem¨¢s, hice cuanto pude para no mirar a la mesa donde se sentaba la Infanta -quien, seg¨²n me pareci¨®, apenas dej¨® de re¨ªrse en toda la noche- y tambi¨¦n para pasar inadvertido, enfrasc¨¢ndome en una conversaci¨®n de enorme altura intelectual. Incluso en alg¨²n momento llegu¨¦ a preguntarme para mis adentros, con verdadera curiosidad, qu¨¦ habr¨ªa opinado Zubiri al respecto.
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