Cuatro poetas fieles a la Rep¨²blica
Los ¨²ltimos avatares de Antonio Machado, Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, Federico Garc¨ªa Lorca y Miguel Hern¨¢ndez
Escritor irland¨¦s (naci¨® en Dubl¨ªn en 1939), Ian Gibson obtuvo tambi¨¦n, en el a?o 1984, la nacionalidad espa?ola. En 1975 decidi¨® fijar su residencia en Espa?a, pa¨ªs al que ha dedicado la mayor parte de sus investigaciones hist¨®ricas y literarias.
Desde 1958, los restos del poeta, que se neg¨® a poner los pies en la Espa?a de Franco, descansan al lado de Zenobia en el camposanto de Moguer, inmortalizado en su 'Platero y yo'
Lorca se convirti¨® en el m¨¢ximo s¨ªmbolo del sacrificio de su pueblo, v¨ªctima inocente de la vesania fascista. Nunca un escritor ha sido tan llorado
El director del reformatorio permiti¨® que desfilasen los presos delante del poeta
[Machado] fue amortajado en una s¨¢bana porque as¨ª lo quiso Jos¨¦ al interpretar aquella frase que dijera Antonio a prop¨®sito de las pompas innecesarias de algunos enterramientos
Cuando muri¨® Machado, seg¨²n referir¨ªa Matea Monedero, "tuvieron que sacar el cad¨¢ver alz¨¢ndolo sobre la cama donde mam¨¢ Ana estaba inconsciente". El poeta estuvo de cuerpo presente en la habitaci¨®n de al lado. "Luego fue amortajado en una s¨¢bana, porque as¨ª lo quiso Jos¨¦ al interpretar aquella frase que un d¨ªa dijera Antonio a prop¨®sito de las pompas innecesarias de algunos enterramientos: 'Para enterrar a una persona, con envolverla en una s¨¢bana es suficiente".
"Apenas hab¨ªan sacado el cuerpo sin vida de Antonio", contin¨²a Matea, "y por una de esas cosas que asombran, mam¨¢ Ana tuvo unos instantes de lucidez. Nada m¨¢s volver en s¨ª mir¨® hacia la cama de Antonio y pregunt¨®, como si la naturaleza la hubiera avisado de lo sucedido, con voz d¨¦bil y angustiada: '?Est¨¢ Antonio? ?Qu¨¦ ha pasado?'. Y Jos¨¦, conteni¨¦ndose como pudo, le minti¨® diciendo que ya sab¨ªa que Antonio estaba enfermo y que se lo hab¨ªan llevado a un sanatorio. 'All¨ª se va a curar', le dijo. Recuerdo que mam¨¢ Ana le dirigi¨® una mirada en la que se ve¨ªa que no aceptaba ninguna de aquellas palabras. Luego cerr¨® los ojos y tres d¨ªas despu¨¦s mor¨ªa. Estoy segura de que en aquellos tres minutos de lucidez se dio cuenta de que su hijo hab¨ªa muerto".
Jos¨¦ tambi¨¦n estaba seguro de ello (aunque sit¨²a el "momento de lucidez" dos d¨ªas despu¨¦s). "?Qu¨¦ ha sucedido? ?Qu¨¦ ha pasado?", preguntar¨ªa la madre al ver la cama de Antonio vac¨ªa. Y escribe Jos¨¦: "Trat¨¦ en vano de ocult¨¢rselo. Pero a una madre no se la enga?a y rompi¨® a llorar ?como una pobre ni?a!". (...)
La noticia de la muerte del c¨¦lebre poeta espa?ol se ha propagado en los medios de comunicaci¨®n, y van llegando a Colliure muchos espa?oles y franceses que quieren dar el p¨¦same y participar en el entierro. Entre ellos, el ex ministro socialista de Gobernaci¨®n Juli¨¢n Zugazagoitia, compa?ero de Machado en la redacci¨®n de La Vanguardia (que ser¨¢ fusilado por Franco en 1940). Las autoridades galas, al tanto ya de la importancia del poeta, permiten que 12 soldados pertenecientes a la Segunda Brigada de Caballer¨ªa del Ej¨¦rcito espa?ol y recluidos en el sombr¨ªo Castillo Real de Colliure -entonces prisi¨®n estatal- salgan para llevar a hombros, en dos grupos, el ata¨²d.
El entierro es estrictamente civil, y de una sobriedad acorde con el pensamiento y la manera de ser del poeta.
La comitiva se pone en marcha a las cinco de la tarde. Cuando el ata¨²d baja por la escalera del hotel Bougnol-Quintana va envuelto en la bandera republicana que ha cosido durante la noche Juliette Figu¨¦res. (...)
Poco despu¨¦s se coloca una placa en el nicho del poeta tan generosamente cedido por Mar¨ªa Deboher. Dice, con un laconismo digno del creador de Abel Mart¨ªn y Juan de Mairena: "Ici repose. Antonio Machado. Mort en exil. Le 22 f¨¦vrier 1939". (...)
El bello texto elegiaco de Juan Ram¨®n Jim¨¦nez
La muerte de Machado provoca en Juan Ram¨®n uno de los textos elegiacos m¨¢s bellos jam¨¢s escritos en espa?ol... y una de las semblanzas m¨¢s profundas que tenemos del poeta sevillano. J. R. J. sabe cu¨¢nto al amigo desaparecido le hab¨ªa acompa?ado, desde su infancia, la angustia de la muerte -"tuvo siempre tanto de muerto como de vivo, mitades fundidas en ¨¦l por arte sencillo"-, y le ha conmovido enterarse de que cruz¨® la frontera rodeado de su pueblo, "humilde, miserable, colectivamente, res mayor de un reba?o humano perseguido". "Toda esta noche de luna alta", sigue Juan Ram¨®n, "luna que viene de Espa?a y trae a Espa?a con sus montes y su Antonio Machado reflejados en su espejo melanc¨®lico, luna de triste diamante azul y verde en la palmera de rozona felpa morada de mi puertecilla de desterrado verdadero, he tenido en mi fondo de despierto dormido el romance Iris de la noche, uno de los m¨¢s hondos de Antonio Machado y uno de los m¨¢s bellos que he le¨ªdo en mi vida". (...)
Lorca, asesinado por los fascistas en Granada al principio de la guerra. Y ahora, cuando la fratricida contienda toca a su fin, Machado, muerto de dolor en el exilio de Colliure. ?Qu¨¦ pena m¨¢s honda! ?Qu¨¦ rabia!
Las cr¨ªticas de Juan Ram¨®n a otros escritores, antes, durante y despu¨¦s de la Guerra Civil, eran a veces duras. ?l siempre insisti¨® en que s¨®lo dec¨ªa la verdad como ¨¦l la ve¨ªa y entend¨ªa, sin querer herir a nadie. Y ello por la necesidad, inexcusable en ¨¦l, de ser fiel a s¨ª mismo, que, poeta de vocaci¨®n, viv¨ªa por, en y para la poes¨ªa. El autor de Platero y yo cre¨ªa que el aut¨¦ntico poeta era el que tiene "voz en pecho", no "voz en cabeza". Consideraba que las voces de Jorge Guill¨¦n y Pedro Salinas eran "de cabeza", y lo dec¨ªa, abiertamente (lo cual no equival¨ªa a denigrarlas). No pod¨ªa ver a Jos¨¦ Bergam¨ªn. Y lo dec¨ªa. Despreciaba a Le¨®n Felipe. Y lo dec¨ªa. Tampoco le cay¨® en gracia, al principio, Pablo Neruda. Pero Juan Ram¨®n era de los que saben rectificar. Lo hizo en el caso de Neruda y se lo dijo en una carta de 1942, a la cual el chileno, conmovido, contest¨® desde M¨¦xico, DF.
Los Jim¨¦nez, con Estados Unidos ya en guerra (?no se lo hab¨ªa dicho?), viven ahora en Washington, donde el poeta ha ofrecido sus servicios al Departamento de Estado. Desde la Espa?a de Franco le llegan de vez en cuando recortes de prensa con insidiosos ataques. El 3 de febrero de 1945 hab¨ªa publicado en El Espa?ol de Madrid una semblanza de un amigo suyo, el ex vicepresidente de Estados Unidos Henry A. Wallace. Provoca la rabia de Gaspar G¨®mez de la Serna, que desde Informaciones acusa al poeta de haber vivido ajeno a las realidades sociales de su pa¨ªs, de tener un lenguaje vac¨ªo de sentido, de ser un "superpoeta puro". "Por lo visto ha vuelto a forrar de corcho su habitaci¨®n", termina con sorna la arremetida, "y sigue sin querer escuchar el tr¨¢gico ruido de la calle. Pero ese aislamiento, que est¨¢ muy lejos de ser espl¨¦ndido, se asemeja, en cambio, a la fr¨ªa paz de los sepulcros. ?Descanse en paz don Juan Ram¨®n!". J. R. J. guarda el recorte, sin duda para incluirlo en su proyectado libro Guerra en Espa?a.
Juan Ram¨®n est¨¢ acostumbrado a la carga de ser un poeta apartado de cualquier preocupaci¨®n social, un ego¨ªsta ajeno a las preocupaciones del mundo que le rodea. Lo que acaba de decir Gaspar G¨®mez de la Serna no es excepci¨®n a la regla. Nueve a?os atr¨¢s, en Desterrado (Diario po¨¦tico), a los pocos d¨ªas de salir de Espa?a y mientras cruzaba el Atl¨¢ntico, Jim¨¦nez hab¨ªa apuntado: "Mi 'apartamiento', mi 'soledad sonora', mi 'silencio de oro' (que tanto se me han echado en cara, y siempre del rev¨¦s mal¨¦volo, y tanto me han metido conmigo en una supuesta 'torre de marfil', que siempre vi en un rinc¨®n de mi casa y nunca us¨¦) no los aprend¨ª de ninguna falsa aristocracia, sino de la ¨²nica aristocracia verdadera y posible". (...)
Desde Washington, los Jim¨¦nez se mudan a la ciudad de Riverdale, para estar m¨¢s cerca de la Universidad de Maryland, donde Zenobia ya tiene un puesto como profesora de espa?ol. Van pasando los a?os y va envejeciendo el poeta. En Riverdale recibe, en 1948, una invitaci¨®n para dar unas conferencias en la capital argentina, que no conoce. (...)
En Buenos Aires, la revista Espa?a Republicana le pregunta sobre la Guerra Civil, sobre el hecho de que, casi diez a?os despu¨¦s de terminada, no haya vuelto a Espa?a, sobre el rumor de que "huy¨®" de la contienda por razones ego¨ªstas. Impregna el intercambio la nostalgia de la Rep¨²blica perdida. "Prosigue la conversaci¨®n", consigna el entrevistador, "y hemos evocado a Fernando de los R¨ªos, el sutil socialista granadino, que en tierras yanquis agoniza en su pasi¨®n humanista por una Espa?a Libre, y al desaparecido Aza?a; y al gran Unamuno, muriendo con el dolor de Espa?a en el tu¨¦tano de los huesos; y al inmenso Antonio Machado, cuyos ojos moribundos atalayaban, desde la playa francesa de su ¨¦xodo definitivo, las cumbres nevadas del Pirineo esquivo..., y al pobre y genial Federico Garc¨ªa Lorca, asesinado en su tierra natal...".
S¨ª, tantos muertos preclaros, tantos amigos idos para siempre. A Juan Ram¨®n le hablan constantemente, como no pod¨ªa ser de otra manera, de la triunfal estancia argentina de Lorca en 1933-1934 (cuando el granadino conoci¨® por vez primera a Pablo Suero). Juan Ram¨®n cree ahora que el poeta del Romancero gitano, tan obsesionado por la muerte -por la muerte en general y por la suya propia en particular- presinti¨® en julio de 1936 que se iba acercando su momento de la verdad, y que, por ello, decidi¨® ir a afrontarlo cara a cara en Granada. ?Qui¨¦n sabe! (...)
La documentaci¨®n publicada por ?ngel Crespo demuestra que Juan Ram¨®n Jim¨¦nez estuvo orgulloso, hasta el final, de la dignidad con la cual se hab¨ªa comportado antes, durante y despu¨¦s de una guerra que supuso para ¨¦l, como para millones de sus compatriotas, la ruptura de sus esperanzas m¨¢s hondas.
Demuestra tambi¨¦n que muri¨® con el dolor del pa¨ªs natal clavado en el alma. Desde 1958, los restos del poeta, que se neg¨® a poner los pies en la Espa?a de Franco, descansan al lado de Zenobia en el camposanto de su nunca olvidado y siempre a?orado Moguer, inmortalizado en las p¨¢ginas de aquel Platero y yo que tanto hab¨ªa molestado a Dal¨ª y Bu?uel. (...)
El fusilamiento de Lorca, "la peor burgues¨ªa de Espa?a"
Por la ma?ana del 18 de agosto de 1936, ya corre por Granada la noticia del fusilamiento de Lorca. La noticia, no el rumor. Ya hemos visto el testimonio al respecto del propio Juan Luis Trescastro, muy repetido por quienes se lo escucharon. La prueba contundente de la fecha lleg¨® en 2005, al editarse el libro de Manuel Titos Mart¨ªnez Verano del 36 en Granada, que contiene un valios¨ªsimo testimonio al respecto encontrado casualmente en el archivo de la familia Rodr¨ªguez-Acosta, los c¨¦lebres banqueros. Resultaba que el encargado de los negocios de dicha familia, Jos¨¦ Mar¨ªa B¨¦rriz Madrigal, informaba entonces del curso de los acontecimientos en Granada a dos miembros de la familia que pasaban sus vacaciones en Estoril cuando estall¨® la sublevaci¨®n: los hermanos Miguel y Jos¨¦ Mar¨ªa Rodr¨ªguez-Acosta Gonz¨¢lez de la C¨¢mara (el conocido pintor). El 18 de agosto les cuenta que el otro hermano, Manuel, y el suyo propio, Bernab¨¦ B¨¦rriz, inscritos ambos en las milicias de los "Espa?oles Patriotas", acaban de llegar a casa -ser¨ªa alrededor de las dos de la tarde- y "me dicen que han matado anoche las fuerzas de Falange a Federico Garc¨ªa Lorca".
Tambi¨¦n estaba ya al tanto, seg¨²n parece, Emilia Llanos, gran amiga del poeta, a quien cinco personas, nada menos, dos de ellas asimismo pertenecientes a los "Espa?oles Patriotas", le dir¨ªan la ma?ana del 18 de agosto que a Lorca le hab¨ªan matado aquella madrugada en V¨ªznar. Entre ellos, Ram¨®n P¨¦rez Roda, Enrique G¨®mez Arboleya y Antonio Gallego Bur¨ªn, ¨ªntimos del poeta.
La misma carta de B¨¦rriz confirma que el car¨¢cter brutal de Juan Luis Trescastro era sobradamente conocido en Granada. Hab¨ªa llegado a la ciudad el rumor de barbaridades cometidas por los "rojos" en Alhama. "Han matado a todos los que eran de derechas, mujeres y ni?os", relata B¨¦rriz. "Dicen que ha sido respetado Arturo Martos. Juan Luis Trescastro est¨¢ dado de voluntario para cuando la fuerza vaya a Alhama y dice que est¨¢ dispuesto a degollar hasta a los ni?os de pecho". Y, como si para disculpar dicha monstruosa pretensi¨®n, y d¨¢ndonos al mismo tiempo la confirmaci¨®n de la manera de pensar entonces de la por Lorca denominada "peor burgues¨ªa de Espa?a", a?ade B¨¦rriz: "Estamos en Guerra Civil y no se da cuartel, y cuando la piedad y misericordia habla (sic) en nuestra alma la calla el recuerdo de tantos cr¨ªmenes y de tanto mal hecho por esa innoble y ruin idea que de hermanos nos ha convertido en enemigos". Toda la culpa, claro, es de quienes se han opuesto a la sublevaci¨®n militar.
A partir de aquel momento, y durante a?os, no se podr¨ªa hablar de Federico Garc¨ªa Lorca en Granada, "como no fuera para difamarle y ofenderle, y estaba a¨²n m¨¢s prohibido publicar algo de lo que escribiera y todo cuanto a ¨¦l se refiriera". Se corri¨® una espesa cortina de silencio sobre el poeta y las circunstancias de su muerte. Incluso era peligroso poseer sus libros y, en vista de los constantes registros domiciliarios, no pocas personas se deshicieron de ellos o los ocultaron cuidadosamente. Lorca era un maldito. Y pronto, muy pronto, se convirti¨® en el m¨¢ximo s¨ªmbolo del sacrificio de su pueblo, v¨ªctima inocente de la vesania fascista. De verdad, nunca ha habido, en la historia de la literatura mundial, un escritor tan llorado.
Las ¨²ltimas l¨¢grimas de Miguel Hern¨¢ndez
El 21 de marzo de 1942 llega una orden para trasladar al enfermo al sanatorio de Porta-Coeli en Valencia. Acaso, despu¨¦s de la boda, Almarcha hab¨ªa decidido por fin intervenir. Pero es ya demasiado tarde y los m¨¦dicos deciden que no vale la pena mover al poeta. Josefina, acompa?ada de Elvira, la hermana de Miguel, le hace la que ser¨¢ su ¨²ltima visita. Al constatar que ha venido sin el ni?o, el poeta llora amargamente. "Te lo ten¨ªas que haber tra¨ªdo", murmura. "Ten¨ªa la ronquera de la muerte", escribir¨¢ Josefina en sus memorias, "yo le toqu¨¦ los pies y los ten¨ªa fr¨ªos y con rodales negros". Despu¨¦s, idas ya su mujer y Elvira, s¨®lo consuela al moribundo, cubierto todo el cuerpo de pus, la presencia de Joaqu¨ªn Ram¨®n Rocamora, que recoge una de sus ¨²ltimas frases, una exclamaci¨®n: "?Ay, hija, Josefina, qu¨¦ desgraciada eres!".
Fallece a las 5.30 horas de la ma?ana del s¨¢bado 28 de marzo de 1942.Tiene los ojos abiertos, como su primer hijo malogrado, y nadie se los lograr¨¢ cerrar (es el resultado del acusado hipertiroidismo que padece el poeta). Se deniega el permiso para hacerle una mascarilla mortuoria. Por suerte, el preso Jos¨¦ Mar¨ªa Torregrosa, que es escultor, burla la vigilancia y logra ejecutar dos dibujos a l¨¢piz del cad¨¢ver, los ojos abiertos de par en par. S¨®lo faltaba captar el hedor. Los amigos del poeta consiguen poner a salvo sus escritos, conservados en dos bolsas.
Hubo, al final, un poco de caridad cristiana cuando el director del reformatorio permiti¨® que desfilasen los presos delante del poeta, amortajado por sus amigos y expuesto en el patio, y hasta que la banda de la instituci¨®n tocase la Marcha f¨²nebre de Chopin. A la puerta esperaban Josefina y unos familiares para hacerse cargo del ata¨²d y llevarlo al cementerio. Entre ellos no estaba el padre del poeta, que hasta el final se hab¨ªa negado a verle. "Llegados al camposanto alicantino de Nuestra Se?ora de los Remedios", relata Ferris, "nadie pudo quedarse a velar el cuerpo de Hern¨¢ndez aquella noche, por ser lugar a donde a¨²n llevaban a fusilar a los presos condenados". Lo enterraron, pues, a la ma?ana siguiente.
Unos d¨ªas despu¨¦s, el padre de Miguel declar¨®, cuando fueron a darle un p¨¦same que ni necesitaba ni se merec¨ªa: "?l se lo ha buscado".
Pablo Neruda lo experiment¨® de otra manera, all¨¢ en M¨¦xico. "Un asesinato m¨¢s se agrega a los muchos y terribles", escribi¨® a Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, pensando acaso en Lorca. "Pero, tal vez nunca me sent¨ª m¨¢s mal herido y creo que a usted le pasar¨¢ lo mismo".
A Juan Ram¨®n, s¨ª, le pas¨® lo mismo. En 1948, en Argentina, despu¨¦s de criticar la actuaci¨®n durante la guerra de Le¨®n Felipe y de elogiar la del poeta cubano Pablo de la Torriente (el comisario amigo de Miguel) y del m¨²sico Gustavo Dur¨¢n, general del Ej¨¦rcito republicano, escribi¨®: "De los poetas espa?oles muertos durante la guerra, los m¨¢s se?alados fueron Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Federico Garc¨ªa Lorca y Miguel Hern¨¢ndez. De ellos, el que pele¨® en los frentes y no quiso salir de su c¨¢rcel, donde se extingu¨ªa t¨ªsico y cantando sus amores, mientras otros compa?eros siguieron detenidos, fue Miguel Hern¨¢ndez, h¨¦roe de la guerra. Decir esto que yo digo es justo y es exacto".
S¨ª, justo y exacto. Con la muerte de Miguel Hern¨¢ndez, el nuevo r¨¦gimen, ahora consolidado gracias a la traici¨®n de las llamadas democracias europeas, mostr¨® una vez m¨¢s su verdadero rostro.
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