Destino Miami, con escala en Bogot¨¢
Tres m¨¦dicos cubanos que huyeron de Venezuela a Colombia viven en un limbo legal mientras esperan el visado estadounidense
Con una mochila en la que llevaban una muda de ropa y a sus santos venerados -santa B¨¢rbara, san Judas, la Virgen de la Caridad del Cobre, el Ni?o Dios-, Ariel, Jorge y Antonio, tres m¨¦dicos cubanos del contingente de 20.000 cooperantes de la isla que trabajan en programas de ayuda sanitaria en Venezuela, cruzaron, el 18 de marzo de 2005, de manera ilegal, la frontera con Colombia. Era un primer paso para lograr su sue?o: alcanzar "la libertad", que para ellos es sin¨®nimo de vivir en Estados Unidos. Entre los tres no llevan m¨¢s de 1.300 d¨®lares (1.000 euros) en los bolsillos.
No son los ¨²nicos que han tomado este azaroso camino. Atrapados en Colombia, hay medio centenar de cubanos que desertaron de misiones m¨¦dicas y deportivas en Venezuela, el pa¨ªs vecino. Llegaron a cuentagotas y por caminos distintos.
Del primer grupo de nueve 'desertores', uno est¨¢ en Miami y a dos les negaron la entrada
Pero todos ven, en una reciente pol¨ªtica estadounidense que facilita el asilo a los profesionales cubanos que trabajen en terceros pa¨ªses, una puerta de entrada segura a Estados Unidos. Pocos han obtenido sus visados. La mayor¨ªa vive en un limbo legal: Washington no les ha dado respuesta o les ha negado la solicitud de asilo; y para permanecer en Colombia, en calidad de refugiados, cada tres meses deben renovar un salvoconducto ante las autoridades. Algunos ya tienen fijado un plazo para abandonar el pa¨ªs.
Ariel, Jorge y Antonio fueron tres de los primeros nueve desertores cubanos que acudieron a la Embajada de EE UU en Bogot¨¢, el pasado agosto, cuando entr¨® en vigencia la nueva ley norteamericana (Programa para el Personal M¨¦dico y Profesional Cubano). Rellenaron formularios, respondieron una y otra vez a preguntas, y conocieron a otros seis compatriotas que estaban en las mismas condiciones. Una de ellas, Nora, odont¨®loga de 46 a?os, tiene un sue?o claro: reunirse en Miami con su marido, psiquiatra, que se arriesg¨® hace un a?o a escapar de su pa¨ªs como balsero. Nora trabajaba en Maracaibo; una noche pidi¨® permiso para ir a casa de unos amigos a llevar medicamentos. En lugar de eso, busc¨® un autob¨²s para viajar a Maicao, en la Guajira colombiana. Tuvo que pagar una suma considerable para que la llevaran sin documentaci¨®n.
De ese primer grupo de nueve, Antonio, m¨¦dico de 35 a?os, ya est¨¢ en Miami; a dos colegas les negaron la opci¨®n; los otros seis siguen a la espera.
A Yovany ya se le cerr¨® el c¨ªrculo. Es uno de los 11 que recibieron la negativa de Estados Unidos el pasado 22 de enero y uno de los que debe abandonar Colombia en pocos d¨ªas. Tiene 29 a?os y es profesor de educaci¨®n f¨ªsica. "?Qu¨¦ puerta toco?"; "?Qu¨¦ hago?" son preguntas que se formula una y otra vez. Luego, con sus manos inmensas, se envuelve la cabeza. No tiene respuestas. "El mundo se me cae encima", dice despu¨¦s; "estoy en el limbo migratorio".
?l, como todos, tiene pavor a una posible deportaci¨®n. Es un rumor que no saben qui¨¦n ech¨® a rodar, pero los tiene paralizados. Sigue con atenci¨®n las noticias, teje conjeturas sobre los hilos de la pol¨ªtica internacional, calcula qu¨¦ hecho los puede afectar. Yovany no ahorra precauciones: no le dice a nadie d¨®nde vive. Prefiere hablar en cafeter¨ªas con los periodistas.
Ariel, Jorge y Nora son m¨¢s abiertos. Comparten un peque?o apartamento de dos cuartos y un sal¨®n donde acomodaron, apretados, los muebles que les prestaron los vecinos: un sof¨¢, una mesa redonda y un armario donde guardan de todo. Encima est¨¢n los santos y un vel¨®n que arde d¨ªa y noche. "Si nos va mal no ser¨¢ por falta de rezos", dice Ariel con el desparpajo caribe?o. Es m¨¦dico, tiene 36 a?os y, como los dem¨¢s, dej¨® parte de su familia en Cuba; otro pedazo est¨¢ en Miami, esper¨¢ndole. Se?ala el techo manchado de negro por el humo. "El Ni?o Dios ya est¨¢ en Miami", dice. El santo viaj¨® en el equipaje de Antonio a mediados de enero.
En el barrio de Bogot¨¢ donde viven son conocidos; sus vecinos los quieren. Los buscan para consultarles por una gripe, de los males de los ni?os, de las mujeres. En este barrio popular, al sur de la ciudad, de casas de dos o tres pisos, divididas en tres o m¨¢s apartamentos, se ha formado una especie de colonia cubana. Desde la terraza -casi todas las casas tienen una-, Ariel mira un paisaje urbano atiborrado de antenas y dice: "Aqu¨ª llegamos a vivir 16 cubanos: 6 de ellos ya est¨¢n en Estados Unidos; otros se mudaron de ciudad o de barrio".
Con la notificaci¨®n de los primeros visados se sintieron contentos. Despu¨¦s empezaron a llenarse de incertidumbre: ?en qu¨¦ orden est¨¢n llamando?, ?por edad?, ?por experiencia?, ?por apellido?, ?por especializaci¨®n? "Hemos llorado mucho en Colombia", dice con los ojos h¨²medos Nora. Tratan de controlarse pensando que el tr¨¢mite debe ser demorado, que Estados Unidos se tomar¨¢ su tiempo para estar plenamente seguro de a qui¨¦nes van a abrir sus puertas.
Prefieren no pensar en el rechazo. Se aferran a la idea de que el Gobierno estadounidense cumplir¨¢ con ellos. Matan el tiempo y la angustia caminado, visitando hospitales y cl¨ªnicas -obviamente, no pueden trabajar-, cocinando comida t¨ªpica de su pa¨ªs.
El peor d¨ªa fue el pasado 22 de enero, cuando se conoci¨® la noticia de 11 peticiones rechazadas. "Lloramos; ¨ªbamos de ac¨¢ para all¨¢". Viven de la "caridad humana", del dinero que les dan amigos, conocidos y lo que les env¨ªan desde Estados Unidos.
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