Los derechos confusos
Hace unas semanas la actual Miss Cantabria se vio despose¨ªda de su altivo t¨ªtulo al saberse que era madre, algo incompatible con las reglas de ese concurso, lo cual origin¨® las protestas no s¨®lo de la descoronada c¨¢ntabra, sino de un mont¨®n de asociaciones nominalmente feministas, entre ellas el siempre tontaina Instituto de la Mujer. La organizaci¨®n de ese certamen fue acusada de machista, de atentar contra la igualdad de oportunidades, de discriminaci¨®n y no s¨¦ de cu¨¢ntas cosas m¨¢s. Acusaciones ins¨®litas por redundantes, ya que un concurso de belleza es por fuerza y en esencia machista, atentatorio contra la igualdad de oportunidades (las feas no pueden ganar) y desde luego discriminatorio (las feas, etc). Ahora bien, dado que presentarse a ese certamen es una elecci¨®n libre de las concursantes, que no es comparable al derecho al trabajo ni a ning¨²n otro fundamental, y que se trata de algo privado y no estatal, quienes lo convocan son muy libres de establecer unas bases e imponer unas normas arbitrarias, que pueden aceptarse o no. Y si a uno le parecen mal, o rid¨ªculas, o desfasadas, o denigrantes, no tiene m¨¢s que no participar en lo que le merece tan negativa opini¨®n. Lo contrario viene a ser como aspirar a protagonizar una pel¨ªcula porno, ir a los correspondientes castings y luego, llegada la hora del rodaje, soliviantarse porque le piden a uno follar.
Cada vez es mayor la confusi¨®n sobre los “derechos” y la “discriminaci¨®n”. Esta ¨²ltima es intolerable ?y anticonstitucional? en materia de edad, sexo, raza, religi¨®n, condici¨®n social ? en lo que no es privado y en lo que s¨ª es fundamental. Una mujer no deber¨ªa nunca perder su empleo por serlo, ni por convertirse en madre, ni tampoco cobrar menos que un hombre, lo cual, sin embargo, ocurre sin cesar. Un blanco o un negro no deber¨ªan tener prohibido el acceso a un trabajo por el color de su piel, o encontrarse con dificultades para alquilar una vivienda. A un anciano no deber¨ªa imped¨ªrsele ir a la escuela o a la Universidad, si no pudo hacerlo antes o desea ampliar sus conocimientos. Ahora bien, quien organiza algo privado, probablemente festivo y m¨¢s bien superfluo (un concurso, un premio, un club, una hermandad), est¨¢ en su perfecto derecho a exigir unos requisitos y establecer unas normas, de la misma manera que todos estamos en nuestro derecho a dejar entrar en nuestras casas a quienes nos plazca y no a cualquiera con el antojo de visitarlas. Que yo sepa, existen tertulias y clubs que son exclusivamente para mujeres porque as¨ª lo han decidido sus fundadoras, y nadie suele protestar por ello. Hasta hay una orquesta para tocar en la cual es imprescindible ser del sexo femenino, y nadie la acusa de ser una banda “hembrista”. S¨ª se acusa de machistas, en cambio, a las cofrad¨ªas gastron¨®micas del Pa¨ªs Vasco que s¨®lo admiten a varones, o a la Real Academia de la Lengua porque en ella hay pocas mujeres, como si no cupiera la posibilidad de que los miembros de esa instituci¨®n no vean en la actualidad suficientes personas de ese sexo merecedoras de pertenecer a ella, y sin que el factor determinante sea por fuerza una ojeriza generalizada contra la mujer.
Demasiada gente cree tener hoy “derecho” a todo, sean cuales sean sus m¨¦ritos y circunstancias. Yo he conocido a escritores que se consideraban con derecho a que les publicaran sus obras, no con el derecho a intentarlo (que no se le niega a nadie), olvidando que para lo primero hace falta el libre acuerdo de otra parte, en este caso un editor. Estamos hartos de o¨ªr a individuos y a asociaciones “exigiendo” que su opini¨®n sea tenida en cuenta, cuando a lo ¨²nico que tenemos derecho todos es a poder expresarla, en modo alguno a que se le haga caso, ni tan siquiera a que se la escuche (nadie podr¨ªa obligarme, por ejemplo, a prestar atenci¨®n a las opiniones de sujetos con cerebros propios de una gallina, tipo Losantos o Drag¨®). No son escasos los j¨®venes que proclaman su “derecho” a divertirse berreando a la hora que les parezca, sin acordarse del derecho de muchos otros ciudadanos a dormir y descansar. En otros ¨¢mbitos menos n¨ªtidos de la vida, nos encontramos con pretensiones equivalentes a las de futbolistas medianos que reivindicaran su derecho a jugar en el Bar?a o el Madrid, olvidando que estos clubs algo tendr¨ªan que decir al respecto y son libres de poner sus condiciones, igual que los organizadores de los concursos de misses, misters o drag-queens. No s¨¦ qu¨¦ se requiere con exactitud para aspirar a estos t¨ªtulos, pero supongo que si a alguien le parece humillante pasearse en traje de ba?o o calzarse unos tacones imposibles de plataforma, no deber¨ªa presentarse a esos cert¨¢menes. Es como si yo montara en mi casa un club de fumadores ateos y elevaran luego una queja, por “discriminaci¨®n”, la Ministra Salgado, Rodrigo C¨®rdoba, monse?or Rouco Varela, los gemelos polacos Kaczynski y el devoto Prada porque no les abro la puerta cuando quisieran entrar. Vade retro, qu¨¦ pesadilla, ser¨ªa como admitir en mi casa, todos juntos, a los cristianos renacidos, a los cu¨¢queros, a los impulsores de la Ley Seca, al Santo Oficio y al Ej¨¦rcito de Salvaci¨®n.
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