El polvor¨ªn de Ceuta
Espa?a es musulmana en el barrio del Pr¨ªncipe, en Ceuta, donde se cuentan dos cristianos entre sus 15.000 vecinos. Uno es el cartero. El otro es Diego D¨ªez, sacerdote de la orden de los Hermanos Franciscanos de la Cruz Blanca, responsable de la ¨²nica iglesia cat¨®lica del lugar, cuyo interior guarda el Cristo de Medinaceli, que es sacado en procesi¨®n cada Semana Santa entre amplias medidas de seguridad. Diego D¨ªez reconoce que su labor dentro del barrio no es pastoral ni evang¨¦lica: no pretende ganar fieles en un escenario adverso. Desarrolla all¨ª una labor humanitaria con disminuidos y necesitados, entre quienes sirve unas 700 comidas diarias. Diego es un personaje respetado en un entorno dif¨ªcil donde el Estado ha fracasado hasta el momento. No se puede afirmar otra cosa de un lugar golpeado por la marginaci¨®n, el paro, el fracaso escolar, la delincuencia y, de un tiempo a esta parte, el estigma del islamismo radical.
El barrio descansa encima de una colina en uno de los m¨¢rgenes de Ceuta. Sobre el terreno empinado nace un paisaje abigarrado de casas coloreadas, delgadas y verticales que han ido tomando estatura de forma caprichosa; algunos edificios se asientan sobre una min¨²scula superficie que no supera los 20 metros cuadrados. El interior est¨¢ marcado por una calle que cruza como una cicatriz todo el poblado a modo de arteria central, de la que se desprende a ambos lados un n¨²mero indeterminado de callejuelas que han terminado por dibujar un entorno muy parecido a un laberinto. La ubicaci¨®n del barrio no es caprichosa. Desde el Pr¨ªncipe, la ciudad de Ceuta se hace frontera con Marruecos a trav¨¦s del paso de El Tarajal, una estrecha porci¨®n de terreno donde Europa y ?frica se tocan; donde se comunican a diario dos culturas, dos sistemas econ¨®micos y pol¨ªticos, dos realidades sociales y religiosas. Por todas esas razones, all¨ª la tensi¨®n se vive a flor de piel.
Las viviendas del Pr¨ªncipe fueron en su tiempo chabolas edificadas sobre terrenos militares, residencia improvisada de las clases m¨¢s desfavorecidas de Ceuta all¨¢ en los a?os veinte, donde se mezclaron obreros cristianos junto a soldados musulmanes del Ej¨¦rcito espa?ol. De los or¨ªgenes del barrio se recuerda una realidad mestiza que fue perdiendo contraste con el paso de las d¨¦cadas, de manera que los cristianos fueron abandonando el lugar favorecidos por las pol¨ªticas sociales de la democracia, mientras a los musulmanes no les qued¨® otro destino que sobrevivir al desamparo y refugiarse en cualquier tipo de econom¨ªa sumergida. Y as¨ª lo hicieron. Sustituyeron las planchas de lat¨®n por paredes de ladrillo aun a costa de que los militares enviaran sus excavadoras para derribarlas, produci¨¦ndose escenas que hoy ser¨ªan inaceptables. La presi¨®n social deriv¨® con los a?os en una peculiar entente seg¨²n la cual los musulmanes pod¨ªan mejorar sus casas a fuerza de pagar una multa, que a¨²n hoy siguen abonando. Poco a poco, esas chabolas se convirtieron en ca¨®ticos edificios, tomaron altura y transformaron desordenadamente un poblado en un barrio. El Estado asisti¨® a esa mutaci¨®n urban¨ªstica mirando para otro lado: hoy puede afirmarse que una buena parte de las 4.000 viviendas del Pr¨ªncipe han prosperado con los beneficios del narcotr¨¢fico, que lleg¨® a ser, en los a?os ochenta, la principal actividad econ¨®mica del barrio.
Hasta los noventa no lleg¨® el agua potable, ni algo parecido a una red de saneamiento. Ahora las viviendas disponen de energ¨ªa el¨¦ctrica y tel¨¦fono, una excusa como otra cualquiera para que sus moradores comiencen a pagar impuestos aunque carezcan de t¨ªtulo de propiedad. Las deficiencias del barrio son todav¨ªa muy evidentes, a pesar de que en su interior se hayan edificado dos colegios, un centro de salud, un par de pistas polideportivas (unas sencillas canchas de f¨²tbol sala) y un centro social polivalente. No hay un solo parque, el alumbrado p¨²blico es deficiente, las aceras est¨¢n sin terminar y la recogida de basuras es una asignatura pendiente. Las ratas y las cucarachas disfrutan de actividad, a pesar de un t¨ªmido empe?o municipal por erradicar ese problema, tan t¨ªmido como los tres empleados que trabajan rematando aceras o los dos barrenderos que recogen del suelo lo que buenamente pueden. El transporte p¨²blico se limita a una l¨ªnea de autobuses que cruza el barrio por la ¨²nica calle transitable para ese tipo de veh¨ªculos. El conductor se arma de paciencia: para avanzar debe esperar a que todos los veh¨ªculos que circulen en direcci¨®n opuesta se aparten a un lado.
"Las ambulancias no tienen acceso a las casas; los coches de bomberos, tampoco", explica Mohamed Larbi, presidente de la asociaci¨®n de vecinos, que se declara militante del PP. Larbi fuma como un descosido, como casi todos los hombres en el barrio, y al igual que la mayor¨ªa es descendiente de aquellos militares que combatieron con Franco, de quienes todav¨ªa viven algunas viudas con pensiones lastimosas. Larbi obtuvo la nacionalidad espa?ola en la regularizaci¨®n de 1986, cuando los musulmanes de Ceuta adquirieron el derecho a ser espa?oles como consecuencia de la entrada de Espa?a en la Comunidad Econ¨®mica Europea. Su carn¨¦ de identidad es un reflejo de la falta de rigor que la Administraci¨®n aplic¨® en todo lo referente a esta poblaci¨®n: aun cuando todo el mundo le llama Larbi, su verdadero nombre es Mohamed Mohamed Mohamed, dado que se us¨® el criterio de poner como primer apellido el nombre del padre, y de segundo, el del abuelo. "El Mohamed al cubo es otra de las caracter¨ªsticas de este barrio", reconoce con cierta sorna. Esa diferencia entre nombres reales y nombres oficiales es una fuente de problemas en los censos electorales y en las gestiones oficiales, pero no es la deficiencia m¨¢s grave. Abdesalam, por ejemplo, es espa?ol. Su padre era espa?ol. Todos sus hermanos menos uno son espa?oles. El que falta no recibi¨® el derecho a la nacionalidad por tener antecedentes penales, y disfruta de una tarjeta de residencia. Es, por tanto, un ap¨¢trida. No es espa?ol y tampoco marroqu¨ª. Como ¨¦l, se calcula que puede haber m¨¢s de mil.
Hacer sociolog¨ªa en el barrio es complicado. "Los de Demoscopia me dijeron un d¨ªa que no pod¨ªan enviar a nadie al Pr¨ªncipe a hacer encuestas", recuerda Mohamed Al¨ª, diputado y l¨ªder de la Uni¨®n Dem¨®crata de Ceuta, una fuerza ascendente que recoge una parte del voto musulm¨¢n y se presenta a estas elecciones en coalici¨®n con Izquierda Unida. No se sabe a ciencia cierta cu¨¢ntos habitantes tiene el barrio, por el mero hecho de que un porcentaje indeterminado de sus vecinos son trabajadores marroqu¨ªes que cruzan la frontera para trabajar en Ceuta en la econom¨ªa sumergida y hacen noche en el barrio, en camas o habitaciones alquiladas.
La frontera. Cada ma?ana cruzan El Tarajal miles de marroqu¨ªes para comprar al por mayor comestibles, textil y productos de limpieza en un pol¨ªgono anexo donde se concentran decenas de grandes naves. Es un pol¨ªgono ilegal, como reconoce Mohamed Ahmed, portavoz de los propietarios: "Hay 203 naves en Ceuta dedicadas a este negocio. Todas carecen de licencia, salvo 108 que las han solicitado recientemente". Las mujeres cargan pesados bultos que atan a su espalda y las obliga a caminar encorvadas: las llaman "mujeres tortuga" por ello, porque si se caen no podr¨¢n levantarse. Los hombres llenan de objetos unos abrigos preparados con multitud de bolsillos hasta engordar de forma rid¨ªcula. Las mercanc¨ªas pasan a Marruecos ante la mirada tediosa de los polic¨ªas espa?oles, que vigilan el orden, pero no pueden impedir este contrabando generalizado. Todos saben que cada porteador lleva alg¨²n sello identificativo de la organizaci¨®n para la que trabaja, organizaci¨®n que habr¨¢ pagado su dinero a los aduaneros marroqu¨ªes para que hagan la vista gorda.
El barrio, como la frontera, lleva tambi¨¦n una vida sumergida. No todo es lo que parece. Siendo un barrio pobre, sorprende a primera vista el n¨²mero abrumador de antenas parab¨®licas que cuelgan de las fachadas. La gente pasea, acude a la consulta del m¨¦dico, camina hacia el colegio a recoger a los ni?os; pero para el extra?o es dif¨ªcil evitar la sensaci¨®n de que sus movimientos est¨¢n siendo vigilados. Hay demasiada gente en la calle que mira, que observa; existe una pasividad activa que llama la atenci¨®n. Muchos hombres j¨®venes dejan pasar el tiempo apoyados en las paredes –"cogiendo pared", como dicen ellos–, reunidos en las inmediaciones de cualquier teter¨ªa, animados en charlas a plena calle. Son la imagen cierta y evidente del paro.
Al¨ª es uno de ellos. Tiene 30 a?os, mujer y dos hijas, y no ha trabajado en su vida. Dice llevar cinco a?os "sellando la cartilla del paro" sin haber recibido oferta alguna. Percibe, como todo padre de familia, una subvenci¨®n semestral de 600 euros por sus hijos. No es suficiente para vivir. As¨ª que se dedica a robar. Lo dice abiertamente: pega un golpe, junta 3.000 euros o una cantidad similar, y espera a que se le agote el dinero. "No tengo otro remedio, qu¨¦ voy a hacer", se disculpa. A su lado, otro joven de 29 a?os afirma estar en la misma situaci¨®n, aunque no reconozca qu¨¦ otra actividad realiza para tener unos ingresos. Viste de forma impecable ropa de marca, seguramente falsa. Ninguno acab¨® sus estudios ni recibi¨® formaci¨®n. Otro compa?ero ocupa la tarde con unos amigos jugando al parch¨ªs: es un desocupado m¨¢s, pero en el exterior de la teter¨ªa tiene aparcado un flamante todoterreno de ocho cilindros. La mayor¨ªa de estos j¨®venes son los parados del narcotr¨¢fico. Vivieron muy bien durante un tiempo, arreglaron sus casas, derrocharon dinero. Eran tiempos en los que por una noche de trabajo cruzando en lancha el Estrecho se ganaba 1.800 euros. Pero aquel narcotr¨¢fico rampante acab¨® sus d¨ªas hace unos a?os. "No voy a trabajar por 400 euros como hacen los marroqu¨ªes. Yo necesito un sueldo de 1.000 euros al mes, un sueldo digno", dice Al¨ª. Son musulmanes, pero son espa?oles. Ellos establecen la diferencia a su manera. Es una generaci¨®n sin salida y sin disciplina de trabajo.
Ceuta tiene las tasas m¨¢s altas de desempleo de Espa?a (el 35% de la poblaci¨®n activa), tasas que aumentan considerablemente en lo concerniente a la poblaci¨®n musulmana, aunque no hay datos oficiales. Los mismos sindicatos reconocen que los hostales de Ceuta est¨¢n llenos de alba?iles procedentes de la Pen¨ªnsula. Hay trabajo, pero no para los musulmanes. El funcionariado p¨²blico ocupa un tercio de la poblaci¨®n activa de Ceuta: una m¨ªnima parte es musulmana.
A esta generaci¨®n se le escap¨® el tren del Ej¨¦rcito profesional, donde muchos j¨®venes musulmanes han encontrado una oportunidad de trabajo. Sin embargo, los rumores que circulan por Ceuta estos d¨ªas hablan de que el Ej¨¦rcito est¨¢ poniendo algunas restricciones en la contrataci¨®n. La culpa la tiene el peligro del islamismo radical: no se quiere formar a j¨®venes que luego puedan hacer un mal uso del aprendizaje en el empleo de armas y explosivos.
La marginalidad, el paro y el fracaso escolar (s¨®lo 4 de cada 1.000 estudiantes musulmanes acceden a la universidad, seg¨²n algunas estimaciones) fueron el campo abonado donde reclut¨® sus efectivos el narcotr¨¢fico. Ahora el temor es que el testigo lo recoja el fundamentalismo.
Islamismo radical es un t¨¦rmino maldito en Ceuta. Los pol¨ªticos rechazan cualquier insinuaci¨®n de riesgo, aunque expertos e informes policiales hayan coincidido en se?alar a la ciudad o al propio barrio del Pr¨ªncipe. Ceuta responde al un¨ªsono. Los pol¨ªticos cristianos hacen valer una id¨ªlica convivencia de las cuatro culturas en la ciudad. Los l¨ªderes musulmanes hacen gala de su espa?olismo y su af¨¢n de cooperaci¨®n. Larbi Mateis, presidente de la Uni¨®n de Comunidades Musulmanas de Ceuta, explica con detalle c¨®mo su organizaci¨®n acoge a 19 de las 21 comunidades de Ceuta, c¨®mo las 30 mezquitas y los 60 imanes est¨¢n bajo control, c¨®mo fomentan escuelas para el aprendizaje del Cor¨¢n y de la lengua ¨¢rabe, y c¨®mo promueven el deporte, como es el caso del Sporting de Ceuta, un equipo de f¨²tbol integrado por musulmanes. "Queremos recuperar el fracaso escolar a trav¨¦s de la religi¨®n. Queremos educar a nuestros hijos en la convivencia y en el trabajo. Estamos trabajando por la legalizaci¨®n de todas las comunidades en cooperaci¨®n con las autoridades para combatir cualquier tentaci¨®n de mezquitas garaje". Es el islam oficial.
Pero el islam tambi¨¦n puede no ser lo que parece dentro del laberinto del Pr¨ªncipe, donde ha calado una moral p¨²blica alrededor de sus nueve mezquitas, en los recovecos de cualquiera de sus estrechas calles; en el ambiente cerrado, a veces tenso, generalmente desconfiado, del barrio. El n¨²mero de mujeres que pasean sin velo o con vestimenta occidental es m¨ªnimo, inferior al de muchas ciudades del propio Marruecos. Las teter¨ªas son visitadas exclusivamente por hombres; no es posible ver en el interior a una mujer. Ning¨²n establecimiento despacha bebidas alcoh¨®licas. Esa moral p¨²blica contrasta con la inmoralidad que se le atribuye al barrio a consecuencia de su relaci¨®n con la delincuencia: abundan las armas de fuego, y las fuerzas de seguridad son frecuentemente apedreadas cuando act¨²an en su interior, un fen¨®meno que unos califican como gamberrada y otros como un suced¨¢neo de Intifada.
"Estamos creando un monstruo", dice un l¨ªder musulm¨¢n que no desea que se revele su nombre. "?Qu¨¦ queremos hacer con esta sociedad? Aqu¨ª nunca se ha desarrollado un plan, ni ha existido un proyecto. Est¨¢ creciendo la intolerancia, y eso est¨¢ pasando aqu¨ª, dentro del barrio. El problema est¨¢ en los ni?os que se vuelven intolerantes con sus madres o sus hermanas poco despu¨¦s de pasar por una escuela cor¨¢nica; en los adolescentes que justifican robarle a un infiel, que apedrean a los polic¨ªas porque son cristianos". Algunos expertos atribuyen al "bajo nivel cultural de sus habitantes" el conservadurismo del barrio y su incapacidad para relacionarse con el resto de la ciudad (poca gente accede a otros puntos de Ceuta), para crear asociaciones, para participar en la vida p¨²blica. Una profesora, sin embargo, reconoce que de un tiempo a esta parte observa c¨®mo "algunas alumnas se retiran de clase cuando se les pone una pel¨ªcula en la que puede presenciarse no digo una escena de amor, sino un simple beso. Eso es muy llamativo".
La madrugada del pasado 11 de diciembre, 300 polic¨ªas desplazados expresamente desde la Pen¨ªnsula invadieron el Pr¨ªncipe. Ni las autoridades pol¨ªticas, ni buena parte de los mandos policiales de Ceuta tuvieron conocimiento de los preparativos. A las cuatro de la madrugada, la polic¨ªa entr¨® en algunos domicilios sin contemplaciones. Era el comienzo de la Operaci¨®n Duna, dirigida por el juez Garz¨®n, que llev¨® a la detenci¨®n de 11 vecinos del barrio acusados de formar una c¨¦lula islamista. Entre ellos figuraban dos hermanos de Hamed Abderrahman, vecino del barrio, conocido familiarmente como Hmido o m¨¢s recientemente como "el de Guant¨¢namo", el preso espa?ol que estuvo en la prisi¨®n estadounidense tras la invasi¨®n de Afganist¨¢n. Aquellos j¨®venes celebraron reuniones, distribuyeron propaganda integrista y parec¨ªan dispuestos a pasar a la acci¨®n. Entre ellos estaba un ex soldado y un ex miembro de la Polic¨ªa Local. Se les atribuy¨® la autor¨ªa de un par de incidentes sucedidos unos meses antes: la quema de dos morabitos.
Unos desconocidos quemaron con gasolina los morabitos de las mezquitas de Sidi Embarek (enero de 2006) y Sidi Bel Abas (abril), dos tumbas de musulmanes piadosos. El culto al morabito es una tradici¨®n del Magreb que tiene connotaciones anteriores al islam; una tradici¨®n muy criticada por los sectores m¨¢s conservadores, que rechazan todo culto a im¨¢genes o s¨ªmbolos. El incidente se interpret¨® en su d¨ªa como un acto vand¨¢lico contra los musulmanes de Ceuta y se atribuy¨® a sectores de la extrema derecha. Pero no fue as¨ª. "Emplearon gasolina porque no dispon¨ªan de otra cosa", manifiesta un mando policial. "Era un aviso de que estaban dispuestos a pasar a la acci¨®n". Los j¨®venes del barrio califican la Operaci¨®n Duna como una chapuza propagand¨ªstica. "Los detenidos eran unos bocazas. No eran peligrosos. Los conoc¨ªamos. Ni siquiera les encontraron una pistola", dicen como para significar que la tenencia de armas es un hecho frecuente.
Desde los atentados de Argel y Casablanca, la polic¨ªa ha reforzado su estado de alerta en Ceuta, visible en los controles diarios a la entrada del barrio. La presi¨®n policial alimenta el victimismo de los vecinos y la rebeld¨ªa de esos adolescentes que conocen el uso de las armas, algunos de los cuales est¨¢n entre los autores de recientes asesinatos.
Un canal de televisi¨®n busc¨® con empe?o rodar alguna imagen de pintadas alusivas a Bin Laden en las paredes del barrio. No tuvo demasiado ¨¦xito. Pero hay una palabra que s¨ª abunda. Es la palabra "chibato", escrita con be. Tiene una explicaci¨®n: se sabe que el Pr¨ªncipe est¨¢ repleto de confidentes que trabajan para los servicios espa?oles, o marroqu¨ªes en alg¨²n caso. "Tengo m¨¢s confidentes que delincuentes fichados", dijo un mando policial en una reuni¨®n. Es otra forma de supervivencia. Demasiada gente en el barrio cree pertenecer a un lugar que ha sido borrado del mapa.
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