La indiferencia
Cuando se ha cerrado el ¨²ltimo bazar electoral tenemos dos posibilidades: olvidarnos de ¨¦l a la espera del siguiente o, aun a riesgo de caer en el agotamiento, recordar una vez m¨¢s en qu¨¦ punto se hallan lo que en su momento fueron las ilusionantes elecciones democr¨¢ticas. Supongamos que, aunque nuestro deseo fuera olvidarnos lo antes posible, recordamos un poco lo recientemente sucedido. La primera pregunta ser¨ªa ¨¦sta: ?puede una democracia aguantar indefinidamente un tan alto grado de apat¨ªa de los ciudadanos? ?Cu¨¢ntas elecciones llevamos ganadas por la indiferencia?
Las otras preguntas son menores, en comparaci¨®n con esta, pero no dejan de tener importancia. ?Por qu¨¦ no hay modo de disolver la impresi¨®n de nuestros pol¨ªticos como una casta que se perpet¨²a en el poder? ?Por qu¨¦ los programas de los partidos aparecen tan poco atractivos? ?Por qu¨¦ los propios pol¨ªticos son escasamente cre¨ªbles? Es m¨¢s, ?por qu¨¦ su imagen es tan desangelada?
Esta ¨²ltima cuesti¨®n, que deber¨ªa ser la menor, es sorprendente. En una ¨¦poca con gran capacidad de manipulaci¨®n visual, en la que los mecanismos del mercado parecen imbatibles, se dir¨ªa que es f¨¢cil construir carismas incluso desde la nada. De hecho la venta de humo a escala planetaria est¨¢ al orden del d¨ªa. Cualquier tramposo tiene a su disposici¨®n una sofisticada tecnolog¨ªa que le proporciona la posibilidad de presentarse ante el p¨²blico como un vendedor de virtudes. Estamos acostumbrados a comprar virtudes de los tramposos. S¨®lo se trata de obedecer a la apariencia. Y para eso est¨¢n los asesores de imagen, las campa?as de imagen y todas esas cosas con las que el humo se disfraza de fuego.
Hoy d¨ªa es casi imposible no conseguir grandes impactos publicitarios si se tienen los medios econ¨®micos para poner en marcha los engranajes. Los partidos pol¨ªticos los tienen. Y, no obstante, es asombrosa la tosquedad y la falta de imaginaci¨®n de la que hacen gala. No hay duda de que la mayor¨ªa de los partidos ya han aceptado definitivamente que sus electores son meros clientes pero, ?c¨®mo puede ser posible que tanto dinero y tanta asesor¨ªa lleguen a resultados tan nimios? La campa?a recientemente acabada ha sido particularmente sintom¨¢tica. No se sab¨ªa muy bien si la imagen del candidato habr¨ªa sido concebida por el bando opuesto, pues, con alguna que otra excepci¨®n, era dif¨ªcil llegar a una mayor torpeza. Unos parec¨ªan decirse a otros, en medio de una atm¨®sfera bastante triste: "?f¨ªjate, yo todav¨ªa soy menos cre¨ªble que t¨²!".
Claro que todo este asunto ser¨ªa lo de menos si una pregunta no llevara a la otra. La imagen, si no de falsedad, de falta de credibilidad de los candidatos, conduce a un ambiente pol¨ªticamente melanc¨®lico y fatalista. Los electores mal¨¦volos barruntan que la casta pol¨ªtica no dice nada -sustancial- porque tienen mucho que ocultar. Los electores ben¨¦volos, que son la mayor¨ªa, tienden a pensar que aunque no tengan nada que ocultar tampoco tienen nada que decir. Entre unos y otros la indiferencia gana terreno imparablemente.
Nunca hab¨ªa o¨ªdo tan pocos comentarios pol¨ªticos como a ra¨ªz de las dos ¨²ltimas confrontaciones electorales (tres, si contamos el refer¨¦ndum del Estatuto). No es que no haya discusiones apasionadas, apenas hay conversaciones que se refieran a los comicios. Cuando se alude a ellos las respuestas son evasivas y descorazonadoras: "voto porque toca votar"; "voto sin ganas"; "no s¨¦ a qui¨¦n votar"; "no votar¨¦". Ya que el voto en blanco no tiene una personalidad propia podr¨ªamos inventar el voto melanc¨®lico o el voto indiferente o el voto exhausto para contabilizar una cierta protesta democr¨¢tica.
Ante este paisaje la respuesta de los partidos pol¨ªticos es incre¨ªblemente autista, como si realmente permanecieran ajenos a los riesgos de un perpetuo estado de apat¨ªa social. No s¨¦ si en su interior, en sus discusiones internas, en el lenguaje dirigido a los electores clientes, este hecho adquiere relevancia, pero exteriormente, los partidos pol¨ªticos hacen gala de una extra?a y fr¨ªa satisfacci¨®n. Elecci¨®n tras elecci¨®n, como si nada sucediera, como si el entusiasmo fuera general, van perpetrando campa?as crecientemente cansinas, reiterativas hasta la n¨¢usea. La indiferencia de los ciudadanos ante los pol¨ªticos es compensada por la indiferencia de ¨¦stos ante aqu¨¦llos.
En estas circunstancias no puede sino imponerse la ley de los grandes n¨²meros, que invita a sustituir la calidad de las ideas por la cantidad de las cifras. Los candidatos que est¨¢n en el poder alardean del n¨²mero de inauguraciones recientemente realizadas, mientras que los que est¨¢n en la oposici¨®n fantasean con el n¨²mero de inauguraciones que realizar¨¢n cuando lleguen al poder. Los candidatos que est¨¢n en el poder exhiben estad¨ªsticas que muestran la bondad de su estrategia al tiempo que los que est¨¢n en la oposici¨®n poseen estad¨ªsticas que confirman el camino opuesto. En el bazar todo son grandes n¨²meros: veh¨ªculos en las carreteras, pasajeros en trenes y aviones, pernoctaciones tur¨ªsticas, exportaciones, construcciones; y en medio de los grandes n¨²meros se camufla la falta de ideas y se fomenta la desorientaci¨®n (ejemplo: las elecciones municipales en Barcelona habr¨ªan podido servir, al menos, para orientarnos acerca del trazado del AVE por la ciudad, pero hemos quedado m¨¢s desorientados que antes).
Supongo que, tras las elecciones, al trazar un resultado p¨²blico todos los partidos pol¨ªticos estar¨¢n satisfechos, como es habitual. No obstante, el aut¨¦ntico resultado es poco satisfactorio. Es muy dif¨ªcil que una democracia pueda prosperar rodeada de apat¨ªa e indiferencia. La ley de los grandes n¨²meros no basta. Y adem¨¢s puede acabar aplast¨¢ndonos a todos.
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