Lectura y revoluci¨®n
LA CR?NICA
De ni?o cre¨ªa que las letras entraban y sal¨ªan de la palabras, y ¨¦stas de sus l¨ªneas, como hormigas que, durante el verano, transportaban las frases m¨¢s bellas y nutritivas para, llegado el invierno, alimentarse y alimentarnos. Lo sigo creyendo. Y que leer es combatir, amar y combatir, me lo prueba y reafirma esa f¨¦rtil plaga, tan hermosa, que va creciendo silente, extendi¨¦ndose como una sociedad, mejor una hermandad, que custodiase un prodigioso tesoro en v¨ªas de extinci¨®n, un inapreciable don que nos mide con los dioses: los libros: la lectura: los clubes de lectura.
Un estudio de la Fundaci¨®n Ruip¨¦rez, seg¨²n trabajo de campo en 400 colegios y encuestas a 40.000 alumnos y 20.000 profesores, muestra que, en Espa?a, el 80% de los estudiantes no pisan las bibliotecas, no saben c¨®mo utilizarlas ni desenvolverse en ellas, son sitios raros y ajenos a su campo de inter¨¦s. Pero es que un 40% de los educadores tambi¨¦n las ignora, s¨®lo un 22% visita la de su lugar de trabajo y un escandaloso 77% de los profesores nunca desarrolla actividades vinculadas a los libros. La media europea de inversi¨®n en bibliotecas es de 16,5 euros por habitante; 6,22 la espa?ola. En cuanto a la adquisici¨®n de libros, rebasa los 3 euros, mientras que 88 c¨¦ntimos marcan la media en tierras de Quevedo, Juan de la Cruz, Cervantes...
De ah¨ª, la emoci¨®n, y hasta conmoci¨®n, que supone encontrarse con personas que voluntaria y gozosamente deciden reunirse en torno a un libro, leerlo y comentarlo. Enriquecerse con un pac¨ªfico poder que es placer. Ese acto -casi ceremonial-, que siento emparentado con el antiguo narrar y o¨ªr de la tribu alrededor del fuego, es hoy un acto revolucionario. Debieran los lectores ser declarados especie protegida, cual urogallo o lince, y recibir acicates y sugerentes est¨ªmulos para su orgi¨¢stica reproducci¨®n (si el lector lo es de poes¨ªa, hasta se le debe poner piso). El ejercicio volitivo de la lectura, que informa, forma, ejercita la inteligencia y activa la imaginaci¨®n -tan precisas en un mundo esquem¨¢tico, materialista, rampl¨®n- se convierte as¨ª en ¨ªntima subversi¨®n, en rebeld¨ªa cargada de esperanza e independencia contra la uniformidad y la cl¨®nica globalizaci¨®n. Elegir un libro, citarse con ¨¦l, mimarlo un poquito entre los dedos, acariciarlo como el amor antes de darse, retener voluntariamente el momento de entrar en sus p¨¢ginas y, luego, abrirlo y entregarse y gozarlo, es un encuentro con la vida, un abrazo de pasi¨®n y armon¨ªa a la existencia, transfusi¨®n fecundadora de pensamientos, transubstanciaci¨®n afirmadora de libertad. Trasplante de alas.
Verdad es que leer exige un peque?o esfuerzo frente a la pasiva facilidad de mirar una pantalla. Pero si ¨¦sta, televisiva o de ordenador, es una ventana, el libro ser¨¢ balc¨®n, terraza, explanada abierta a las estrellas, un viaje a y por otros seres humanos, un paso (de p¨¢gina) hacia nuestro lugar en el mundo. Y ahora que, en primavera, junto a romer¨ªas y alergias e inmaculados trajecitos de comuni¨®n, las ciudades cumplen con el rito anual de su feria del libro, es justo rendir homenaje a esos cientos, miles, de hombres y mujeres (en los clubes, ellas, las lectoras, son muchas m¨¢s: luchadoras, supervivientes, fant¨¢sticas; ellos, en los que visit¨¦, son islas, feraces ¨ªnsulas, igualmente heroicos y afirmativos), mujeres y hombres que, pueblo a pueblo, est¨¢n tejiendo una m¨¢gica red de resistencia y revivificaci¨®n de la lectura. Desde los presos de la c¨¢rcel de Huelva (amigos, qu¨¦ lecci¨®n: libros libres) al recient¨ªsimo Encuentro Provincial de Clubes de Lectura celebrado en Utrera, surge una guerra de guerrillas, c¨¦lulas multiplicadas y multiplicadoras, y su onda expansiva convierte las p¨¢ginas en alfombras voladoras sobre indignas fronteras sociales, pol¨ªticas, econ¨®micas, sobre alambradas sexuales, barreras religiosas, segregaci¨®n de razas. "?ste es mi primer libro, y he disfrutado tanto que lo he rele¨ªdo tres veces, para no olvidarlo", me confes¨® no ha mucho el miembro de un club, era anciano y sonre¨ªa; una mujer me aseguraba que hab¨ªa dejado de fumar y el dinero antes gastado en humo era ahora para libros. Otras me dijeron que ya sin la lectura no sabr¨ªan vivir, conoc¨ª despu¨¦s que hab¨ªan sido v¨ªctimas de malos tratos.
De ni?o yo cre¨ªa que los mayores leer¨ªan seg¨²n un orden alfab¨¦tico de autores o t¨ªtulos, pero nada fundamental se halla as¨ª, para encontrar hay que buscar por orden de emoci¨®n. De ni?o, yo pensaba que al final de los libros hab¨ªa otra p¨¢gina, una p¨¢gina invisible, si lograbas imaginar tangiblemente que t¨² escrib¨ªas en ella una palabra in¨¦dita, una palabra nueva y viva, entonces, esa noche los personajes de aquel libro te visitaban en sue?os y te revelaban su verdadera historia, lo que s¨®lo ellos y su autor sab¨ªan y callaron. Ah¨ª, en tal misterio, se inicia, y contin¨²a sin fin, todo. Y eso es la lectura, un libro es eso, quien lo vivi¨® lo sabe.
Juan Cobos Wilkins es autor de las novelas El coraz¨®n de la tierra y Mientras tuvimos alas (Plaza y Jan¨¦s)
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