Ojal¨¢ Juan Cruz
La relaci¨®n padre-hijo es la m¨¢s intensa entre dos hombres. La literatura la re-crea con grados de acercamiento muy diversos. Tel¨¦maco sale en busca de su padre Ulises seguro de que le asistir¨¢n los dioses. Su ruta es "la ancha espalda del mar". Juan Preciado sale en busca de su padre Pedro P¨¢ramo incierto si le asistir¨¢n los muertos. Su ruta es un camino de cacto y polvo. Abraham es puesto a prueba por Jehov¨¢ sacrificando a su hijo Isaac. Turgu¨¦nev, en Padres e hijos, pone a prueba la relaci¨®n cuando dos generaciones entran en conflicto, y Hamlet, el hombre de la duda, s¨®lo act¨²a, como Cristo, en nombre del padre, para vengarse.
Juan Cruz nos entrega una bell¨ªsima obra, Ojal¨¢ octubre, en la que la relaci¨®n padre-hijo se atreve a violar la regla del desplazamiento (Tel¨¦maco, Juan Preciado) y la de la querella generacional (Padres e hijos). En Ojal¨¢ octubre leemos con una cierta emoci¨®n maravillada el relato del amor de un hijo hacia su padre, un cari?o intenso pero ajeno al drama de la venganza o a la prueba de la fe. Hablo de una dificil¨ªsima apuesta: Juan Cruz da cuenta de un amor filial cotidiano, sin grandes sobresaltos, sin desplazamientos dram¨¢ticos. Nos da cuenta de algo muy dif¨ªcil de escribir o descubrir: la felicidad.
El hijo igual al padre lo es porque cumple un destino que pudo ser el del padre
Dif¨ªcil por definici¨®n es hacer cre¨ªble al hombre bueno. Don Quijote, Pickwick, El Idiota de Dostoievski son las grandes excepciones a la larga galer¨ªa de h¨¦roes oscuros o antih¨¦roes que van, en la novela, del Rastignac de Balzac al Raskolnikov de Dostoievski al Gatsby de Fitzgerald. Bastan estos nombres -apellidos de la bondad y de la maldad- para sugerir el argumento dram¨¢tico (o melodram¨¢tico) que semejantes figuras denotan.
Cruz se atreve a contarnos la historia de un hombre bueno, su padre, al que no le ocurren cosas dram¨¢ticas. Le gusta poner derechos los cuadros en las paredes. La envidia le aburre. Compra cosas innecesarias. No quiere que nadie lo vea en calzoncillos. Sus trabajos son muy modestos. Come en silencio, como si comiera en secreto. Y sin embargo, este hombre es un ser extraordinario, no porque su vida lo sea, sino porque su traj¨ªn diario est¨¢ animado por una inmensa y conmovedora busca de la felicidad.
El color del cuadro empieza a llenarse con toques delicados. El padre tiene un car¨¢cter atrabiliario, forzado, "casi an¨¢rquico", compensado por una "intensa ambici¨®n de equilibrio". Sabe que vive un mundo injusto de fantasmas feudales y dictaduras nada espectrales. La madre se encarga de re¨ªrse de la aristocracia pueblerina que "se tira el pedo por encima del culo". El padre se sonr¨ªe ante la gente "que se pein¨® para siempre". Pero ¨¦sta es una familia consagrada a sobrevivir con energ¨ªa y discreci¨®n, lejos de "las tertulias vociferantes y machistas".
Sugiero que el arte narrativo de Juan Cruz va adquiriendo un tono de grandeza melanc¨®lica mediante la sugesti¨®n, la alusi¨®n y, a veces, la indignaci¨®n. Hay en este libro un angustiante dolor interno ante la fugacidad de las cosas. Se aprende que "todo lo que sucede se borra". Se sabe que "el pasado era el d¨ªa anterior, y ¨¦se le parec¨ªa ya un pasado remoto". Sin embargo -y ¨¦sta es una de las claves de la belleza de este libro- cuanto sucede sucede porque queremos ser felices.
El tema de la felicidad es como el cielo de Ojal¨¢ octubre, nublado a veces, confiado en el renacimiento del sol. ?Qu¨¦ es, al cabo, la felicidad? Convertirlo todo en acontecimiento, "comer, levantarse, jugar a la loter¨ªa, ganar, perder, re¨ªr, que todo fuera un acontecimiento". Leemos con emoci¨®n estas palabras, todos los que perseguimos, con Buena o mala fe, el dinero, la fama, el poder, la forma de sobrevivir... Juan Cruz nos ofrece el espejo de la felicidad que a nosotros no nos procurar¨ªa una alegr¨ªa que hemos dejado de considerar, obsesionados con nosotros mismos, nuestra propia importancia y, acaso, nuestra raz¨®n. Juan Cruz nos recuerda lo que es la felicidad no s¨®lo de la vida diaria, sino del vivir mismo. ?ste es un retrato del valor esencial de la persona humana. De todos y en todas las circunstancias.
S¨®lo entonces, Cruz nos conduce a un espl¨¦ndido desenlace en tres actos. Primero, el padre se va quedando solo. La madre muere y el padre se debate entre "la soledad de sus recuerdos y la confianza tozuda en la vida". Cree, empecinado, que "si no nos mor¨ªamos, vivir¨ªamos para siempre" y si nos mor¨ªamos es s¨®lo porque "la ciencia" nos abandona. La vida desemboca, cada vez m¨¢s, en demasiadas zozobras. Y cada vez m¨¢s -segundo acto- el hijo se va pareciendo al padre, "la vida nos va haciendo iguales". Sin embargo, el hijo igual al padre lo es porque cumple un destino que pudo ser el del padre. Y ese destino es el del hijo que escribe el libro que estamos leyendo.
Hay un tercer acto que autoriza a pensar en este destino. Poco antes de morir, el padre lleva al hijo a un lugar de la isla donde ha ca¨ªdo un meteorito. ?ste parece "un disparo del cielo, o del interior de la tierra". La piedra es s¨®lo el secreto que el padre le reservaba al hijo. Una sorpresa. Un legado. Un descubrimiento personal que el padre le hereda al hijo. Es la interrogante de la historia.
Desciendo en parte de canarios y como tal, le agradezco a Juan Cruz esta historia que re¨²ne los destinos dispersos de los isle?os con la misma gracia y la misma angustia con que Truman Capote, secreto protagonista del libro, empu?a un martini seco como si all¨ª residiera la vida.
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