"Ya no soy la hija, ahora soy la madre de Charlot"
La gracia y la sorna con la que Geraldine Chaplin torea el paso del tiempo, llenar¨ªa de orgullo a su padre. No s¨®lo se planta zapatillas molonas y acepta papeles de abuelas esot¨¦ricas, como la que hace en El orfanato, sino que se arroja sin dudarlo en brazos de la l¨®gica de los ni?os: "Cuando me ven por la calle y les dicen: 'Mirad, ah¨ª va la hija de Charlot', los chicos me miran, ya a mis a?os, y no se lo pueden creer. As¨ª que yo les aclaro que no soy la hija, sino la madre de Charlot, y les parece mucho m¨¢s l¨®gico".
"Me ofrecen todo tipo de abuelas, la mala, la buena, la simp¨¢tica"
Lo cuenta con una copa de vino blanco en la mano, sonriente, ante un plato de patatas fritas y canap¨¦s de gambas sobre los que se arroja a la hora del aperitivo en mitad de la plaza de Oriente. No hay duda de que est¨¢ orgullosa de su estirpe, ilusionada con esta etapa de su vida y su carrera en la que los j¨®venes debutantes se la rifan como una leyenda cercana y a mano para incluir en los t¨ªtulos de sus primeras pel¨ªculas.
Es lo que ha hecho Juan Antonio Bayona para la ¨®pera prima que ha rodado, que representar¨¢ a Espa?a en la lucha por una candidatura al Oscar y que es el taquillazo hispano del a?o: "He encontrado un chollo, un verdadero chollo con esta pel¨ªcula", dice Geraldine. "He acertado de lleno, y eso pasa muy pocas veces. Este chico tiene el cine en las venas".
Otra cosa, a lo mejor no, pero con ese apellido, Geraldine lleva instalado un radar gen¨¦tico para detectar las aptitudes. Las de su padre, el gran Charles Chaplin, la siguen emocionando: "Charlot era mi h¨¦roe; no mi padre". ?Su h¨¦roe o su antih¨¦roe? "Mira, las dos cosas. Charlot ten¨ªa una parte amoral, buscaba la chica m¨¢s guapa a toda costa, enga?aba a la gente, rehu¨ªa los golpes y, si perd¨ªa, como casi siempre, no le daba importancia a las derrotas".
Lo dice mientras un acordeonista, en la plaza de Oriente, toca la m¨²sica de Candilejas: "Mira, ¨¦sa era la grandeza de mi padre. ?l cre¨® esta m¨²sica y ese se?or que la est¨¢ tocando, a lo mejor ni lo sabe". Aunque la magia desaparece al rato, cuando el mismo acordeonista entona la melod¨ªa de Doctor Zhivago, otra pel¨ªcula en la que aparec¨ªa Geraldine a las ¨®rdenes de otro grande, David Lean: "?Vaya! ?Qu¨¦ pena! Por un momento nos lo hab¨ªamos cre¨ªdo. Ahora vendr¨¢ a pedirnos dinero, pero yo no pienso cobrarle derechos de autor". Luego rememora lo que era Chaplin con los ni?os: "?l necesitaba p¨²blico siempre, en casa y en la calle. Una vez nos mostr¨® La quimera del oro y mi hermano lloraba en algunos momentos. Mi padre dec¨ªa: '?Qu¨¦ le pasa a este ni?o! ?Que se lo lleven!' Si tocaba re¨ªrse, hab¨ªa que re¨ªrse".
Ella, ahora, trata de ser la mejor abuela para sus cinco nietos. En la vida real y tambi¨¦n en el cine: "Me ofrecen todo tipo de abuelas, la simp¨¢tica, la buena, la mala, la exc¨¦ntrica, la bruja... Las hago todas, es f¨¢cil. Los personajes mayores, en el cine, son muy planos. Pero en la vida es lo contrario. Cuanto m¨¢s envejecemos, m¨¢s retorcidos nos volvemos, o m¨¢s fr¨¢giles, con m¨¢s miedos e inseguridades".
Piensa pasar m¨¢s tiempo en Madrid, un lugar de referencia en su vida que no ha abandonado en 40 a?os. Cada vez tiene m¨¢s claro por qu¨¦: "Por la gente, que es lo que m¨¢s me gusta de esta ciudad, y por la luz, esta luz que tiene y que me da ganas de vivir...".
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