Oto?o rural en la Garrotxa

S¨®lo por sus vistas ya se gana uno el cielo en esta antigua masover¨ªa de la Garrotxa. Cuatrocientas hect¨¢reas de finca ganadera y forestal dibujan el horizonte de las sierras de Medes y Collsacabra, ¨¢mbito protegido del parque natural de la Zona Volc¨¢nica de la Garrotxa, cuya casa pairal ha sido transformada en un hotel con mucho encanto de folleto y poco de genius arquitect¨®nico. Algo anticuado para una comarca reconocida entre las vanguardias gracias al experimento hostelero de Les Cols, en Olot.

El Vent¨®s, obra del arquitecto Joan Albesa, gui?a a la modernidad apenas con el muro de cristal que recibe al viajero en el vest¨ªbulo. Una maqueta en la pared opuesta reproduce la orograf¨ªa y marca los senderos que surcan la finca. En la sala hogar, en el sal¨®n de estar y en la biblioteca, los suelos de tarima flotante contrastan con el mobiliario de ¨¦poca; los picaportes r¨²sticos, con el corte seriado de las puertas, y los sanitarios, con los requerimientos higi¨¦nicos de hace veinte a?os.

La casa madre alberga cuatro habitaciones nugatorias para lo que el paisaje se merece. Ni las ventanas regalan demasiada luz natural, ni la iluminaci¨®n interior proporciona la debida temperatura a la hora de leer o rezongar en una cama dura con s¨¢banas sedosas. Tampoco convencen los cuartos de ba?o, que sirven cosm¨¦ticos de baratillo junto a toallas de gran calidad. La negrura de los televisores se mata con las volutas isabelinas de la 101, con el abuhardillado r¨²stico de la 102, con el cabecero de forja de la 103 y con los sillones de mimbre que amueblan la amplia terraza de la 104. M¨¢s atemperados se muestran los cuatro apartamentos exteriores, un d¨²plex con capacidad para dos parejas, organizados en torno a una chimenea apetecible en las fr¨ªas noches de oto?o.

Porque el verdadero atractivo de este hotel es el paisaje que lo rodea. Montes, bosques y prados sin una sola construcci¨®n a la vista. Un silencio grueso de p¨¢jaros y reba?os procedente de no se sabe qu¨¦ parte de la espesura. Ese resplandor nocturno que baliza, a lo lejos, la Costa Brava.