"Dejamos los cuerpos a los perros"
Un superviviente de la matanza de la iglesia pentecostal de Eldoret, en el oeste de Kenia, narra la quema del templo lleno de mujeres y ni?os
Ser¨ªan las doce de la ma?ana del 2 de enero cuando el joven luo El¨ªas Ogutu oy¨® silbatos. Sali¨® de su choza y vio a unos 300 j¨®venes de la etnia kalenyin correr como posesos hacia la iglesia pentecostal donde se hab¨ªan refugiado decenas de mujeres y ni?os. "Iban armados con arcos y flechas, cantaban y hac¨ªan sonar sus silbatos tradicionales para que los kikuyus salieran de sus casas para matarles". Se agazap¨® detr¨¢s de unos ¨¢rboles y, cuando vio la ocasi¨®n, ech¨® a correr. Cuando regres¨® al d¨ªa siguiente, comprob¨® que su casa estaba intacta entre otras quemadas.
"Los l¨ªderes se han vuelto locos. Est¨¢n alentando estas cosas", dice El¨ªas
Gente de otras etnias est¨¢ escondiendo en sus casas a kikuyus
A escasos metros del lugar donde se escondi¨® El¨ªas, Daniel, un kikuyu (la etnia del presidente al que se acusa de trampas en las elecciones), opt¨® por esprintar para salvar su vida. Le dio tiempo a ver c¨®mo los asaltantes entraban en la iglesia, una peque?a estructura de adobe, madera y chapa oxidada en la que se hab¨ªan refugiado kikuyus que se cre¨ªan protegidos por el nombre de Dios. No fue as¨ª. Los kalenyin se cebaron. Armados con pangas (machetes), derribaron la puerta y los encontraron rezando. Bloquearon las ventanas y las empaparon de gasolina antes de prender la iglesia. Algunos de los encerrados trataron de escapar con sus ni?os, pero los kalenyin los devolv¨ªan al interior a machetazos.
Daniel prosigue su relato a trompicones, como si todav¨ªa estuviera huyendo de las im¨¢genes: "Estuve corriendo durante una hora sin saber ad¨®nde ir. Me encontr¨¦ con muchos heridos, pero no pod¨ªa dejar de correr. Hab¨ªa cuerpos por todos lados. Era horrible".
Horas m¨¢s tarde, otro de los kikuyus, que logr¨® escapar, le dijo que su padre estaba cerca de la iglesia y que cre¨ªa haberle visto muerto. Poco despu¨¦s, en el mortuorio, Daniel vio el cad¨¢ver del anciano con el cuello desgarrado por un machete.
Cuando la polic¨ªa y la Cruz Roja llegaron al lugar s¨®lo pudieron cubrir con mantas los 35 cad¨¢veres de la iglesia, aunque los habitantes de Eldoret aseguran que hab¨ªa muchos m¨¢s repartidos por la zona.
Cuatro d¨ªas despu¨¦s de la matanza, el escenario ayuda a comprender los relatos de los supervivientes. El¨ªas ense?a los restos del templo y marca un gesto duro en su rostro cuando se agacha para tocar parte de los huesos que a¨²n humean. Aqu¨ª un zapato; all¨¢, un jersey rojo. A unos minutos de all¨ª, un perro devora un cad¨¢ver putrefacto al que s¨®lo le queda entero el tronco y las piernas. El perro se marcha al advertir la presencia de El¨ªas, que se lamenta de que nadie se haya ocupado de recoger y enterrar a las v¨ªctimas. "Esto es una locura. Los l¨ªderes se han vuelto locos. Est¨¢n alentando a que este tipo de cosas ocurran. No puede ser que dejemos los cuerpos de los nuestros como comida para los perros", se lamenta.
El camino a la iglesia pentecostal ha sido cortado con troncos por la polic¨ªa, pero la medida no se dirige a los habitantes que a¨²n deambulan por all¨ª, sino a los kalenyin, que seg¨²n todos los testimonios siguen movi¨¦ndose por la zona para saquear. Muy a lo lejos, quiz¨¢ en otra aldea, se escuchan disparos. Impulsado por un resorte natural, El¨ªas da por terminada la visita, se sube al coche y se marcha hacia Eldoret. Daniel se queda. Es kikuyu y no podr¨¢ pisar su pueblo hasta que las cosas se calmen en todo el pa¨ªs.
La violencia empez¨® tras la sospecha de que las elecciones del 27 de diciembre hab¨ªan sido manipuladas por el presidente Mwai Kibaki para proclamarse vencedor y permanecer en el poder. Pero incluso si las cosas se resuelven y tanto Kibaki como el aspirante Odinga llegan a un acuerdo para gobernar en coalici¨®n o repetir las elecciones, los kikuyus lo tienen mal para regresar. La mayor¨ªa han sido expulsados de sus casas y tiendas, y ahora se hacinan en lugares como la comisar¨ªa de polic¨ªa de Eldoret o la iglesia cat¨®lica. Llegan cada rato camiones con sacos de mazorcas de ma¨ªz y arroz, que son distribuidos por los mismos desplazados bajo la atenta mirada del Ej¨¦rcito.
Todos esperan que se decida pronto qu¨¦ hacer con ellos. Los que tienen m¨¢s suerte, o m¨¢s dinero, han optado por refugiarse en Nairobi. Otros, ante la imposibilidad de salir de sus poblados, vigilados estrechamente por las tribus rivales, han conseguido refugio en las casas de sus vecinos.
En los pueblos de Moiben y Kesses, varios testimonios aseguran que gente de otras etnias esconde en sus casas a kikuyus, y que las casas est¨¢n rodeadas por j¨®venes de otras etnias con la intenci¨®n de atacarles. La polic¨ªa, seg¨²n cuentan, teme acercarse porque las casas est¨¢n rodeadas por los violentos, que portan palos y machetes.
"No creo que tengamos tantos enemigos", asegura Daniel. "La prueba es lo que est¨¢ pasando en Moiben y Kesses. En cuanto todo esto acabe, podremos volver". Alrededor de Daniel se forma un corro de gente que se enzarza en una discusi¨®n sobre su situaci¨®n. "?Por qu¨¦ nos odian? Invertimos en estas tierras y las hemos trabajado. ?Qu¨¦ han hecho los dem¨¢s? Holgazanear y asesinar. ?Odio? Claro que lo siento, y no se me quitar¨¢ por mucho que esos dos pacten", explica un anciano a todo el corrillo.
El conflicto que atemoriza estos d¨ªas a Kenia parece sustentarse en la idea de todos contra los kikuyu, tribu emprendedora seg¨²n se definen a s¨ª mismos; tribu pegada siempre al poder, seg¨²n la definen las dem¨¢s etnias. En cualquier caso, una tribu amenazada que durante alg¨²n tiempo no dejar¨¢ de o¨ªr en muchos lugares del pa¨ªs el sonido de los silbatos.
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