"Un kurdo vendi¨® a mi padre por dos piezas de oro"
Jerusal¨¦n es peque?a a la vez que inabarcable. Y su fisonom¨ªa ha sido, y lo es en este instante, alterada con frecuencia pasmosa. Kevork Kahvedjian, armenio de 62 a?os, lo tiene grabado en su retina. Es heredero del legado de su padre, Elia, un fot¨®grafo que comenz¨® a plasmar Palestina con sus c¨¢maras Rolleiflex en 1924. Kevork es puro entusiasmo. A cada pregunta sale a relucir un negativo o una foto captada por su progenitor. Busca y muestra, en su tienda de la ciudad vieja, im¨¢genes de Nazaret, Haifa, Jaffa, las colinas de Palestina en los a?os treinta del siglo pasado.
Fue casualidad. "En 1967, mi padre me dijo: '?Qui¨¦n necesita esas fotos hoy?". Entonces, nadie. Sin embargo, Kevork decidi¨® editar un libro, y hoy su clientela es de post¨ªn. "Lo he enviado a Laura Bush, Condoleezza Rice, Colin Powell. M¨¢ximo d'Alema vino a comprarlo personalmente. La mayor¨ªa de los dignatarios que visitan Jerusal¨¦n se lo llevan", dice orgulloso. Uno de sus hijos, tercera generaci¨®n de fot¨®grafos en la familia, digitaliza las 2.500 fotos de su abuelo.
Gestiona la 'memoria gr¨¢fica' de Palestina que inici¨® su padre en 1924
"El mejor periodo para vivir en Jerusal¨¦n fue desde 1963 hasta 1967", afirma tajante Kevork. Hoy son imperativos en los puentes fronterizos registros minuciosos para visitar Jordania o Egipto. Por tierra, imposible llegar a L¨ªbano. "Entonces cog¨ªamos el coche e ¨ªbamos a L¨ªbano, al cine a Amm¨¢n, o acamp¨¢bamos en Petra y, de regreso, nos ba?¨¢bamos en el mar Muerto antes de llegar a casa", relata mientras ense?a una fotograf¨ªa del hoy menguante lago salado, que d¨¦cadas atr¨¢s se ve¨ªa desde Jerusal¨¦n. "?Hoy es tan dif¨ªcil viajar!".
Su padre vag¨® errante hasta que arrib¨® a un convento de la ciudad tres veces santa. La madre de Elia, que escapaba junto a 5.000 armenios de las bayonetas turcas cuando el Imperio Otomano se desmoronaba, entreg¨® a su hijo a un kurdo. No volvi¨® a verla. "El kurdo vendi¨® a mi padre, que ten¨ªa cinco a?os, como esclavo a una familia ¨¢rabe-cristiana. Pagaron por ¨¦l dos piezas de oro. Pero la segunda esposa del due?o forz¨® que lo expulsaran de la casa. Mendig¨® en Mard¨ªn (Turqu¨ªa) y recibi¨® una pu?alada de un hombre que se lo quer¨ªa comer. Se refugi¨® en un convento asirio y los misioneros lo llevaron, al fin, a Jerusal¨¦n". "?Otro t¨¦?, ?un caf¨¦?", ofrece Kevork.
Habla armenio en familia, ingl¨¦s, ¨¢rabe y hebreo con vecinos y clientes. "Eso es natural para los 2.500 armenios que vivimos en Jerusal¨¦n", descendientes de las v¨ªctimas del genocidio perpetrado por la Sublime Puerta. Un asunto del que Occidente huye como de la peste. "S¨®lo Francia ha hablado en voz alta", lamenta. "Nadie nos ha prestado atenci¨®n. Cuando he preguntado a dirigentes israel¨ªes y estadounidenses por qu¨¦ desde?an nuestro genocidio, me contestan: 'Es una cuesti¨®n pol¨ªtica, necesitamos a Turqu¨ªa".
Demasiada pol¨ªtica. "Israel¨ªes y palestinos nos consideran neutrales. Yo creo que su conflicto no tiene soluci¨®n porque los extremistas mandan en ambos bandos. Israel est¨¢ encarcelando a una naci¨®n entera detr¨¢s del muro; no quieren la paz. Entre otros motivos porque saben que los palestinos no se conformar¨ªan con Cisjordania y Gaza. Puede que alg¨²n d¨ªa firmen un acuerdo, pero no durar¨¢". Kevork ya s¨®lo desea jubilarse. La historia se repetir¨¢. "Coger¨¦ mi c¨¢mara y me fotografiar¨¦ esta tierra".
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