Escribir/actuar
En literatura, uno de los m¨¢s duros aprendizajes que lleva a la madurez es el del d¨ªa en que uno cae en la cuenta de que es una actividad sin padre, sin origen. En literatura uno mismo es su propio padre. Aprende de su propio modelo, de la reflexi¨®n sobre su propia experiencia. Y sin embargo, el escritor es incapaz de escribir sobre lo que le pasa "realmente". Como mucho, lo mixtifica en la f¨¢brica de la literatura. La ficci¨®n pasa a ser, as¨ª, liberaci¨®n o venganza de la propia vida, salpicada por aqu¨ª y por all¨¢ en sus novelas y poemas.
La vida del escritor es, pues, un emerger tortuoso hacia la acci¨®n. Es la conquista de algo a¨²n no logrado del todo, pero que se encuentra in progress. Una de las obras obsesivas de mi vida ha sido el dif¨ªcil Tractatus Logico-Philosophicus, de Ludwig Wittgenstein, y tard¨¦ mucho tiempo (veinticinco a?os) en comprender que la lectura de esa obra inaugural puede ser, por su intensidad, una gran revelaci¨®n en el campo literario. Ense?a ideas, provoca revelaciones, intuiciones, asume planteamientos, forma moldes de conocimiento aplicables a la vida y a la literatura, aparte del objetivo intencional de su autor: la l¨®gica, el pensamiento. Lo primero y b¨¢sico que revela es una determinaci¨®n activa. Ense?a la acci¨®n, que es una obsesi¨®n del escritor: hacer acci¨®n, no estar en la pasividad; quiz¨¢s porque ser escritor es algo en esencia pasivo: mirar, escrutar, describir las acciones de los otros, de lo otro, ser, por tanto, otro. Todo el arranque del Tractatus es fundamental para entender la vida como actividad. Y la literatura, para casi todos los escritores, es el hecho y el lugar de ese tr¨¢nsito a la acci¨®n, a la actividad. Pero, ?qui¨¦n transita? Lo an¨®nimo, es decir, nadie. O quiz¨¢ Dios, el No-Existente por excelencia, que es un imitador del escritor, que a su vez es un imitador de Dios.
Roland Barthes lo expresa en S/Z cuando escribe acerca de la base de la literatura como una no-respuesta a la pregunta de "?qui¨¦n habla?". Dice Barthes: "Flaubert opera un malestar saludable en la escritura: no se sabe nunca si es responsable de lo que escribe (si hay un sujeto detr¨¢s de su lenguaje); pues el ser de la escritura (el sentido del trabajo que la constituye) es impedir que se responda a esta pregunta: ?qui¨¦n habla?". Esto recuerda a lo que dec¨ªa Forster acerca de lo an¨®nimo como base de lo literario.
Al escritor de verdad s¨®lo le interesa la revelaci¨®n. Lo que de pronto aflora de la realidad y siempre ha estado en ella, esperando el momento de revelarse. La literatura, entonces, sirve para dar respuestas, como aspiraba Wittgenstein encontrar en la filosof¨ªa. La lectura, por obvia derivaci¨®n, es una b¨²squeda de respuestas, que se agudiza con la edad.
Quiz¨¢ proceda todo esto de la lecci¨®n de Leibniz acerca de la analog¨ªa entre el orden del mundo, la realidad en suma, y el orden gramatical de los s¨ªmbolos en el lenguaje, algo que est¨¢ muy presente en el Tractatus y en toda la obra de Wittgenstein. Leibniz/Wittgenstein: una muy interesante mezcla para la reflexi¨®n del escritor sobre su propia pr¨¢ctica de escritura. Baudelaire la aprobar¨ªa. -
Adolfo Garc¨ªa Ortega (Valladolid, 1958) es autor de novelas como El comprador de aniversarios (Seix Barral) y Aut¨®mata (Bruguera).
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