Las otras 'Chinas'
Lo que T¨ªbet revela es la difusa densidad nacional china, los 'kurdistanes' que la acechan
La doctrina oficial de Pek¨ªn es que China alberga casi un centenar de minor¨ªas nacionales, pero que un 90% de la poblaci¨®n es han, o sea, china-china. El pueblo tibetano es una de esas minor¨ªas que proyecta, aupada en los buenos sentimientos occidentales, el cine de Hollywood, y el exotismo de lamas que levitan, una imagen poderosamente distinta de la China circundante. Y esa nacionalidad no pod¨ªa dejar pasar la ocasi¨®n de los pr¨®ximos Juegos de verano en Pek¨ªn sin movilizarse, ante lo que las autoridades comunistas han parecido sentirse obligadas a cooperar, generando entre unos y otros los recientes disturbios de Lhasa y de provincias.
China proclam¨® el fiat imperial sobre T¨ªbet a mediados del XVII, y un siglo m¨¢s tarde, en 1751, tuvo que sofocar una primera gran revuelta popular; pero Pek¨ªn estaba m¨¢s atento a las formas, el vasallaje nominal, que a un gobierno efectivo de la provincia, con lo que la lamasocracia pudo gozar de una vasta autonom¨ªa.
La situaci¨®n s¨®lo cambi¨® en la segunda mitad del XIX con el establecimiento del raj brit¨¢nico en la India. En 1903 una expedici¨®n militar, que mandaba sir Francis Younghusband, tomaba Lhasa e impon¨ªa un protectorado informal, sin que Londres pusiera en duda la te¨®rica soberan¨ªa de Pek¨ªn. En 1911, mientras China se debat¨ªa entre el imperio y la rep¨²blica, los brit¨¢nicos apoyaron una sublevaci¨®n en T¨ªbet que fue de nuevo aplastada por el poder central; pero ese primer periodo republicano hasta la victoria de Mao en la guerra contra Chiang kai-chek, en 1949, fue una rebati?a de taifas al mejor servicio del Dalai Lama -Gywala Rinpoche en lit¨²rgico tibetano- porque apenas interfer¨ªa en la gobernaci¨®n local, m¨¢xime cuando en los a?os 20 las ¨²ltimas tropas chinas tuvieron que evacuar el territorio.
S¨®lo en octubre de 1950, cuando Pek¨ªn se movilizaba ante el avance de las fuerzas de MacArthur en Corea, Mao envi¨® al ej¨¦rcito para restablecer el dominio sobre la provincia; la India, como sucesora del imperio brit¨¢nico en el Hindust¨¢n, reconoc¨ªa en 1954 los derechos chinos en la zona; y el 10 de marzo de 1959 estallaba la primera gran revuelta contempor¨¢nea del Tibet. A partir de entonces, la dominaci¨®n han se hizo mucho m¨¢s absorbente y el poder de los lamas y de la nobleza feudal fue efectivamente destruido; el que a¨²n es hoy Dalai Lama se refugi¨® en la India, donde comenz¨® a gestarse un irredentismo con gran ¨¦xito de p¨²blico en Estados Unidos y Europa; el trek al Himalaya y la obra de autores como Alan Watts o Krishnamurti hab¨ªan creado un espacio para el T¨ªbet en el imaginario colectivo de una cierta juventud occidental, as¨ª como un p¨²blico fiel para la causa del monje de cr¨¢neo escrupulosamente rasurado.
La meseta tibetana se halla estrat¨¦gicamente situada entre la China han y el subcontinente indio, con el Himalaya como glacis particularmente conflictivo porque la delimitaci¨®n de la frontera en 1913-14, la llamada l¨ªnea MacMahon, largamente favorable a Delhi que para algo estaba entonces bajo dominio brit¨¢nico, nunca fue aceptada por Pek¨ªn, y acab¨® por provocar entre los dos pa¨ªses un enfrentamiento militar que dur¨® 40 d¨ªas en el techo del mundo, en 1962. Y aunque T¨ªbet no posee grandes riquezas naturales, todo lo que una vez fue del imperio, China lo va a mantener, o reivindicar eternamente -como al norte del Amur, las tierras perdidas ante el zarismo-, adem¨¢s de que cualquier flojera en el control de la provincia repercutir¨ªa negativamente sobre la credibilidad de las pretensiones chinas en Taiw¨¢n.
Lo que T¨ªbet revela es la difusa densidad nacional china; los kurdistanes que la acechan, como el mismo Uigurist¨¢n, que en los confines del ex imperio del centro agita tambi¨¦n su diferencia. Hay una doctrina han sobre la unidad de China que no consiente ni sombra de duda; pero esa unidad es m¨¢s fr¨¢gil de lo que aparenta. En los a?os 30 del pasado siglo, Chiang Kai-chek juguete¨® con la idea de imponer la graf¨ªa occidental, lo que fue imposible -adem¨¢s de indeseable por el suicidio cultural que habr¨ªa supuesto marginar la escritura ideogr¨¢fica- porque habr¨ªa mostrado al mundo como, pese a la existencia de la lengua oficial, el mandar¨ªn, las diferentes Chinas hablaban un chino tambi¨¦n diferente, y s¨®lo ten¨ªan ling¨¹¨ªsticamente en com¨²n la transcripci¨®n de un l¨¦xico fon¨¦ticamente muy dispar. China es una algarab¨ªa de lenguas con vocaci¨®n de llegar a ser pol¨ªtica. Por eso, China es un acto de fe. Y en T¨ªbet perdura una fe alternativa.
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