El tebeo se hace novela
Un viaje al universo de la historieta de la mano de Miguelanxo Prado, Max y Daniel Torres para no perderse en el concurrido mapa del c¨®mic, g¨¦nero que se despoja de complejos
Por qu¨¦ algunos lectores experimentados son incapaces de acabarse un c¨®mic? La historieta suma cada d¨ªa nuevos devotos, pero tambi¨¦n son muchos los no iniciados que, tras algunas intentonas, abandonan. La deserci¨®n es en ocasiones fruto de prejuicios viej¨ªsimos. As¨ª, pese a que el noveno arte goza de un creciente reconocimiento social, ciertos malentendidos persisten. El principal: considerar que los c¨®mics son productos sencillos para pasar el rato entretenidos con una sucesi¨®n de dibujos y di¨¢logos de f¨¢cil comprensi¨®n. Basta con dar una ojeada a un gran (y complejo) cl¨¢sico contempor¨¢neo, Jimmy Corrigan (Planeta DeAgostini, 2007), de Chris Ware, para darse cuenta del error.
Miguelanxo Prado: "El lenguaje de la historieta es el ¨²nico en el que la elipsis narrativa es una constante"
Lo mejor para adentrarse en el universo paralelo de las vi?etas es cogerse de la mano de autores convertidos ya en referentes. En sus palabras se percibe aquel chispazo feliz que te deja atrapado para siempre en las p¨¢ginas de la narrativa gr¨¢fica. Nuestro primer cicerone es Miguelanxo Prado, creador de un relato inolvidable: Trazo de tiza (Norma, 1993). "Mi fascinaci¨®n por los c¨®mics nace de una intuici¨®n que tard¨¦ bastante en poder explicarme. Creo que el lenguaje de la historieta es uno de los m¨¢s potentes y sofisticados que existen. Adem¨¢s, me parece maravilloso que sea el resultado de lo que puedes hacer con algo tan sencillo como un l¨¢piz y hojas de papel. Algo m¨¢gico se produce al convertir la realidad o mundos po¨¦ticos o imaginarios en trazos", sostiene Prado, que desvela el principal misterio, o atractivo, de los c¨®mics. "El lenguaje de la historieta es el ¨²nico en el que la elipsis narrativa es una constante. Lo que el autor da al lector es una porci¨®n m¨ªnima de una historia, que en gran parte transcurre en ese espacio en blanco que separa una vi?eta de otra".
Una vez asumido eso, s¨®lo queda dejarse llevar y disfrutar. El mercado actual lo pone f¨¢cil, porque si algo no falta es oferta. No obstante, los escaparates de las librer¨ªas especializadas se sustentan en tres pilares: la reedici¨®n, la novela gr¨¢fica y el manga nip¨®n. Aunque el aluvi¨®n de t¨ªtulos se levanta a veces como una muralla desalentadora para el ne¨®fito, s¨®lo es necesario situar algunas coordenadas en el mapa para no perderse. Eso s¨ª, para que el juego tenga gracia se deben abandonar las suspicacias: en todos los g¨¦neros se encuentran obras maestras. Lo ideal es pasar de Las joyas de la Castafiore (Juventud, 1994), uno de los ¨¢lbumes m¨¢s c¨¦lebres del Tint¨ªn de Herg¨¦, a las historias ultraviolentas de Frank Miller, que puso una marca de prestigio en el c¨®mic de superh¨¦roes -los mismos campeones que ahora andan un poco de capa ca¨ªda en su versi¨®n papel- con Batman. El regreso del Caballero Oscuro (Planeta DeAgostini, 2006). O de un relato del Holocausto como Maus (Mondadori, en castellano, 2007; Inrev¨¦s, en catal¨¢n, 2006), de Art Spiegelman, a las aventuras de la saga de La Mazmorra (Norma), en cuyas p¨¢ginas se alterna el trabajo de autores consagrados de la historieta europea como Lewis Trondheim o Joann Sfar. Y de los tomos de Mortadelo y Filem¨®n (Ediciones B), de Francisco Ib¨¢?ez, al impresionante ejercicio de memoria hist¨®rica del ciclo Paracuellos (reunido en una integral por Debolsillo, 2007), del maestro Carlos Gim¨¦nez...
Por suerte, la lista de obras recomendables en el ¨¢mbito del c¨®mic es inagotable -lo que demuestra tambi¨¦n la madurez de este g¨¦nero- y juntas conforman una tradici¨®n en la que se entrelazan nombres de estilos y ¨¦pocas dispares, como Will Eisner, Jack Kirby, Steve Ditko, Charles Burns, Daniel Clowes, Hugo Pratt, Moebius, Tardi, Mike Mignola, Bilal, Marjane Satrapi, Giardino, Manara o Peter Bagge, por citar unas pocas apuestas seguras.
Muchos de estos autores gozan de una segunda juventud gracias a una estrategia comercial que ha dado muy buenos frutos. La reedici¨®n de joyas del c¨®mic, tanto de obras hist¨®ricas como de otras m¨¢s recientes pero que ya gozan del reclamo de ser prestigiosas, se ha convertido en una de las tendencias estrella. La f¨®rmula es muy sencilla: se coge un cl¨¢sico, se encuaderna en tapa dura y se le pone alg¨²n a?adido que no estaba en la versi¨®n original, como bocetos o descartes sacados de los archivos. Si hay pel¨ªcula a la vista, el negocio es redondo. As¨ª sucede, por ejemplo, con el crepuscular Watchmen (Planeta DeAgostini, en castellano; Edicions 62, en catal¨¢n, 2008), de Alan Moore y Dave Gibbons, publicado como serie limitada en los a?os ochenta y que ha resucitado en plan lujoso.
Max, primer Premio Nacional de C¨®mic, conoce bien los vaivenes de este sector y su biograf¨ªa resume a la perfecci¨®n la esencia de la escena local de los ¨²ltimos a?os, desde el auge ochentero de las revistas -comenz¨® en la m¨ªtica El Rrollo enmascarado con compa?eros como Mariscal y Nazario- hasta la larga crisis provocada por la p¨¦rdida de lectores adultos, recuperados hoy gracias al impulso del formato novela gr¨¢fica, entre otras causas de bonanza. Su obra tambi¨¦n es un compendio de dos estilos que parecen opuestos, el underground y el de la l¨ªnea clara de la tradici¨®n franco-belga, un empuje mestizo que se concreta en sus dos criaturas m¨¢s populares: Peter Punk y Bard¨ªn el Superrealista (ambos en el cat¨¢logo de Ediciones La C¨²pula). Nadie mejor que ¨¦l para explicar en breve al lector novel ambas pulsiones, con una peque?a incursi¨®n en el arranque de su afici¨®n comiquera. "En mi caso, como en el de otros autores de mi generaci¨®n, la lectura de tebeos era mi ocio principal, porque la televisi¨®n no lleg¨® a mi casa hasta que tuve 8 o 9 a?os. En la adolescencia conoc¨ª a otra gente que quer¨ªa dibujar y publicar su trabajo. Lo hac¨ªamos sin plan de futuro, simplemente porque nos gustaba", recuerda Max, que de ni?o estuvo enganchado durante muchas tardes a los entra?ables tebeos de la factor¨ªa Bruguera.
"Fue al entrar en ese ambiente cuando descubr¨ª el c¨®mic underground norteamericano, que ha sido una de las grandes influencias de mi carrera. Me sirvi¨® para darme cuenta de que se estaban haciendo c¨®mics de otra manera, pol¨ªticamente incorrectos y sin ning¨²n tipo de tab¨² social". Pese a esta adscripci¨®n, los dibujos de Max siempre han estado m¨¢s ligados al imaginario de Herg¨¦ y de Yves Chaland que al fe¨ªsmo de Robert Crumb. "He optado por la l¨ªnea clara por una cuesti¨®n de legibilidad. Con este estilo se lo pones muy f¨¢cil al lector, todo est¨¢ muy delimitado y limpio gr¨¢ficamente. Eso es bueno cuando la complejidad viene a otros niveles, como a trav¨¦s del gui¨®n".
No obstante, el underground no es cosa del pasado y su influencia todav¨ªa est¨¢ vigente, sobre todo en el mundo subterr¨¢neo de los fanzines. "Es verdad que el underground fue un movimiento hist¨®rico pero ocurre lo mismo con el punk, que tuvo su momento de esplendor en los a?os setenta pero que aport¨® una actitud iconoclasta que persiste hoy en mucha gente", concluye Max, que nunca ha tirado la toalla: "En ocasiones s¨ª que he tenido la sensaci¨®n de ser un resistente. Sobre todo en la larga ¨¦poca de la traves¨ªa en el desierto. Pero hago c¨®mics porque me gustan. Siempre he pensado que no iba a dejar de hacerlos porque no se vendieran. ?sa es mi actitud. Ahora han salido del gueto. En realidad, el c¨®mic te permite hacerlo todo, es un campo creativo en el que cualquier cosa es posible y donde queda mucho por explorar y descubrir".
Y entonces lleg¨® la revoluci¨®n del manga, el c¨®mic japon¨¦s, que ha conseguido una legi¨®n de seguidores -los otakus-, ha salvado editoriales de la bancarrota y ha impuesto un vocabulario propio con t¨¦rminos como shonen (dirigidos a chicos), shojo (para chicas), seinen (para adultos), hentai (de contenido sexual)... Hasta llegar a los miles de ejemplares vendidos por el hiperpopular Naruto (Gl¨¦nat), creado por Masashi Kishimoto, el manga ha tenido que recorrer mucho camino. Quedan lejos los tiempos en los que obras cl¨¢sicas como Adolf, de Osamu Tezuka, se editaban en Espa?a con el sentido de lectura occidental, en vez de respetar el japon¨¦s, que obliga a empezar desde atr¨¢s y de derecha a izquierda. Estrategias como aqu¨¦lla se demostraron absurdas porque provocaban resultados hilarantes. As¨ª, Adolf narraba una compleja intriga en la que Hitler trataba de ocultar unos supuestos or¨ªgenes jud¨ªos de su familia. Al cambiar el sentido de las p¨¢ginas, los nazis aparec¨ªan saludando con el brazo izquierdo, en vez de con el derecho, lo que creaba un efecto muy raro y bastante c¨®mico, especialmente en las escenas de masas.
El manga que se publica en Espa?a se dirige sobre todo a un p¨²blico juvenil, lo que no impide que tambi¨¦n lo puedan disfrutar los adictos a las aventuras y a los romances m¨¢s edulcorados. Gr¨¢ficamente son impolutos y sus autores han conseguido en sus vi?etas que una carrera de motos sea capaz de transmitir al lector una sensaci¨®n de velocidad real con hallazgos que fueron copiados hace dos d¨¦cadas por los grandes popes norteamericanos de la historieta, tal y como se?ala Scott McCloud en Entender el c¨®mic. El arte invisible (Astiberri, 2007), un sorprendente ensayo sobre c¨®mic en forma de c¨®mic.
A diferencia de lo que sucede con los mangas, las novelas gr¨¢ficas, ¨²ltima parada de este viaje, buscan un p¨²blico mayor de edad con t¨ªtulos intimistas como P¨ªldoras azules (Astiberri, 2006), de Frederik Peeters, una historia de tintes autobiogr¨¢ficos que se adentra en la relaci¨®n amorosa entre un dibujante de tebeos y una joven afectada por el sida. Daniel Torres, padre del gal¨¢ctico Roco Vargas (Norma), tambi¨¦n ha elegido ese formato -caracterizado por tener m¨¢s p¨¢ginas que el ¨¢lbum y por desarrollar tramas autoconclusivas- para la historieta en la que trabaja en la actualidad y que ser¨¢ un relato cotidiano.
Torres subraya que la novela gr¨¢fica no es un invento reciente, porque siempre ha existido narrativa en c¨®mic para adultos, pero se alegra del prestigio y la buena acogida que ha logrado en los ¨²ltimos a?os, algo que se percibe en los grandes puntos de venta en los que ocupan un lugar predominante. "Mientras sirva para vender m¨¢s, me parece estupendo", sentencia el autor, que lleg¨® a principios de los a?os ochenta a Barcelona -la capital espa?ola del c¨®mic- desde su Valencia natal con una carpeta de dibujos bajo el brazo: "Hac¨ªamos los c¨®mics a base de ilusi¨®n. Hab¨ªa una gran curiosidad por parte de todo el mundo. La gente quer¨ªa hacer cosas nuevas y eso se enmarcaba en una inquietud creativa general".
Esa inmensa creatividad tambi¨¦n es uno de los rasgos de los c¨®mics actuales, que ya no s¨®lo son consumidos vorazmente por un reducto de personas a las que antes se catalogaba de frikis, sino que tambi¨¦n han sido bendecidos por esa suerte de seudotribu urbana integrada por los llamados modernillos. En definitiva, como dice Prado, el c¨®mic es pura magia. "Si no puedes creer en lo que lees en los c¨®mics, ?en qu¨¦ puedes creer?", reza una cita recogida por Paul Hornschemeier en su novela gr¨¢fica Las tres paradojas (Astiberri, 2008). Los comiqueros de toda la vida dir¨ªan am¨¦n a una frase que s¨®lo tiene una peque?a pega: son palabras de un chistoso alce de dibujos animados, Bullwinkle J. Moose. O, quiz¨¢, ese defectillo sea en realidad parte de su encanto.
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