El carb¨®n de los sue?os
Por un lado, inmensas cabezas de ni?os dormidos de razas diversas, y, por otro, con un formato semejante, representaciones de sat¨¦lites y planetas, como la Luna o Saturno, y de alguna nebulosa, todo ello dibujado al carboncillo sobre papel con una t¨¦cnica de tan primoroso fotorrealismo que, en principio, se duda si lo visto es, en efecto, una fotograf¨ªa retocada. Pero a¨²n hay otro material convergente, aunque, en este caso, de dimensiones mucho m¨¢s reducidas: sendas reproducciones, realizadas con carboncillo y grafito sobre papel de tres obras maestras: Saturno devorando a su hijo (1819), de Francisco de Goya; la Musa dormida I (1909-1911), de Constantin Brancusi, y One: Number 31 (1951), de Jackson Pollock. Por lo dem¨¢s, hay que decirlo, el autor de este aparentemente heter¨®clito conjunto es el estadounidense Robert Longo (Nueva York, 1953), uno de los artistas americanos que se ha hecho notar, durante los ¨²ltimos 25 a?os, en los foros internacionales de vanguardia, sean cuales sean las reservas y matices que se quieran adjuntar a estas plataformas promocionales en nuestro presente de la posmodernidad espectacular. En cualquier caso, la trayectoria de Longo ha girado sobre los estados extremos de energ¨ªa descontrolada y descontroladora, al margen de cu¨¢l fuera su causa o medio de producci¨®n; en suma: sobre la violencia, que, en absoluto, podemos restringir a una perspectiva antropol¨®gica.
Pero, volviendo sobre el tema de la presente muestra, ?qu¨¦ relaci¨®n tienen las im¨¢genes de reposo ensimismado o de materia inerte con la energ¨ªa desatada? Formando parte de un universo en expansi¨®n, cuyo primer origen atisbado fue una formidable explosi¨®n, no creo que haya hoy nadie que dude acerca de la naturaleza energ¨¦tica que configura el cosmos, incluso cuando, seg¨²n y c¨®mo, parezca transitoria y parcialmente estable o aquietado. En realidad, esto es algo que ha percibido el hombre desde siempre y as¨ª lo ha manifestado a trav¨¦s de los sucesivos medios que ha tenido a su alcance.
De todas formas, ?qu¨¦ tiene de magn¨¦tica la imagen de una cabeza infantil dormida, en aparente quietud? ?No ser¨¢ que, a trav¨¦s de ella, de esa pl¨¢cida c¨¢scara inmutada, adivinamos lo que rebulle en su interior, un hirviente magma org¨¢nico, atizado, en no poca medida, por los chispazos el¨¦ctricos de un cerebro, a cuya actividad incontrolada llamamos sue?o? ?No ser¨¢, a¨²n m¨¢s, la l¨ªrica relajaci¨®n fisiogn¨®mica del infante en estado de reposo la cara oculta del violento potencial entr¨®pico de todo ser org¨¢nico en efervescente desarrollo? ?No es, en fin, el inexpresivo rostro de un ni?o encalmado la replicaci¨®n de la yerta faz exterior de un planeta, debajo de cuya corteza se est¨¢ produciendo la m¨¢s formidable ignici¨®n? ?Por qu¨¦, si no, la inmemorial voluntad del sabio ha sido y es, en t¨¦rminos existenciales, construirse una coraza b¨²dica respecto a su propio interior? No creo, sin embargo, que haga falta seguir encadenando preguntas que, a la postre, no hacen sino revelar c¨®mo todo est¨¢ en todo en din¨¢mica interdependencia. De manera que, si nos preguntamos el porqu¨¦ del fascinante magnetismo de la imagen de un ni?o dormido, la respuesta es porque all¨ª est¨¢ todo en estado virginal: o sea: en clave de violencia pura.
Hastiados del racionalismo instrumental contempor¨¢neo, los surrealistas consideraron que los h¨¦roes del arte deb¨ªan ser los ni?os, los locos y los dormidos, no tan acosados por las fuerzas domesticadoras de una endurecida realidad que no puede ser sino excretada c¨¢scara de contenci¨®n. Significativamente, tales son los tres ases art¨ªsticos o exvotos con que Robert Longo ha armado formal y simb¨®licamente su exposici¨®n: un can¨ªbal devorador de su propia carne y una deyecci¨®n gal¨¢ctica de materia bruta, flanqueando ambos una cabeza durmiente con manifiesta forma ovoide. Es verdad que, entre estos iconos de Goya, Pollock y Brancusi, tambi¨¦n podr¨ªa estar el caparaz¨®n de nuestro planeta tal y como lo pint¨® El Bosco en la gris¨¢cea tapadera que cubre el Tr¨ªptico de las delicias (1503-1504), en cuyo interior descubrimos un cielo, una tierra y un infierno en pareja agitaci¨®n, pero ?acaso no est¨¢ toda la muestra de Longo plagada de huevos con yema, de cascarones ardientes, en alternante estado de explosi¨®n o de implosi¨®n?
Lo que, por tanto, nos quiere transmitir Longo es el latido c¨®smico de lo ¨ªntimo, cada una de cuyas ¨ªnfimas part¨ªculas replica el universo. Admirablemente lo hace encima con carboncillo, que es en s¨ª mismo atomizado polvo, que ¨¦l logra convertir en esmiralada forma. Esta paciente y virtuosa labor se focaliza ic¨®nicamente en sus extremos, espacial y temporalmente, opuestos, para que la conjunci¨®n visual de los mismos nos produzca una iluminadora descarga. En este purulento dripping de carbonilla, un Pollock se convierte en un Brancusi, tal y como s¨®lo se le puede ocurrir a un Goya, ese heraldo m¨¢ximo de la melancol¨ªa, porque, al fin y al cabo, pase lo que pase, esa nimiedad es la destilaci¨®n humana frente al terror¨ªfico silencio de las estrellas.
Siempre me ha gustado Robert Longo porque tengo debilidad por los artistas fronterizos, de naturaleza mestiza. Aqu¨ª, por ejemplo, hace fotos con la t¨¦cnica de un monje iluminador o, si se quiere, pop como un amanuense. Pone en relaci¨®n t¨¦cnicas, estilos y mundos contradictorios, buscando siempre el precipitado alqu¨ªmico inesperado. Me han interesado sus cuerpos contorsionados por la violencia interior y exterior: im¨¢genes hiperrealistas de cuerpos que se convulsionan como el cuerpo de un expresionista abstracto al pintar. Su fulgurante capacidad para interconectar lo m¨¢s disperso. Su manera para atravesar superficies y obligarlas a mostrar sus dos caras, que es lo mismo que descarar lo real...
Ya s¨¦ que muchas de estas actitudes son hoy caracterizadas como t¨ªpicas del artista posmoderno, un eufemismo que no hace sino se?alar que la modernidad se ha convertido en una consolidada tradici¨®n. Pero los artistas siempre se han tenido que perfilar frente a una ¨¦poca, que no es, a su vez, sino la ¨²ltima capa o cara del pasado. Lo que importa, ayer y hoy, es, dig¨¢moslo as¨ª, su radioactividad po¨¦tica, que es tanto m¨¢s potente por buscar lo inesperado a trav¨¦s de lo inesperado. Por ejemplo: la inmensidad a trav¨¦s de lo ¨ªntimo; la violencia a trav¨¦s de la quietud; la infancia a trav¨¦s de la noche de los tiempos; el interior a trav¨¦s del exterior; la instant¨¢nea a trav¨¦s de la paciencia; la realidad a trav¨¦s de la abstracci¨®n; la poes¨ªa a trav¨¦s de la prosa; la iluminaci¨®n a trav¨¦s de la oscuridad; la refulgente belleza a trav¨¦s del carb¨®n...
Robert Longo. Intimate Inmensity. Galer¨ªa Soledad Lorenzo. Orfila, 5. Madrid. Hasta el 7 de junio.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.