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Reportaje:

El santuario del Sol

Umma no se pod¨ªa creer lo que estaba viendo. Las moles de piedra se elevaban chispeantes bajo el sol, y un ¨¢guila pas¨® por encima del gran hueco que formaban mirando hacia abajo como si viese algo extraordinario. Pero ella casi no le prest¨® atenci¨®n, estaba deseando poner la rodilla junto a la roca para que se le pasara el dolor. Hac¨ªa unos d¨ªas, antes de emprender el viaje hasta aqu¨ª, se cay¨® de un caballo. Estaba tan nerviosa por la experiencia que le esperaba, por todas las cosas que le hab¨ªan contado que iba a ver, que no dorm¨ªa por las noches y por el d¨ªa se encontraba confusa. As¨ª que cuando aquel lobo atac¨® a su caballo y el caballo se encabrit¨®, ella no pudo dominarlo y cay¨® en tierra sobre la pierna derecha. Por supuesto no se lo dijo a nadie, habr¨ªa sido terrible que despu¨¦s de tantas emociones e ilusiones puestas en la visita al Santuario de Piedra la dejaran all¨ª. En cuanto pudo ponerse en pie, cojeando malamente, recogi¨® algunas hierbas que Ocra le hab¨ªa ense?ado que serv¨ªan para desinflamar los golpes, y por las noches o en ratos en que estaba fuera de la vista de los dem¨¢s hac¨ªa un emplasto con las hierbas y un poco de licor de miel caliente y se vendaba con una tira de tejido de hilo. De forma que cuando lleg¨® el momento de la partida ya apenas cojeaba, aunque le segu¨ªa doliendo.

Los d¨ªas anteriores, para poder estar sentada lo m¨¢s posible, se hab¨ªa prestado a hacer collares con peque?as piedras coloreadas a las que pacientemente les hac¨ªa un agujero con un punz¨®n y luego les pasaba una hebra de esparto muy trabajada y suavizada con cera de abeja. Sin embargo, para ella y para Ocra hizo dos con las conchas que la cham¨¢n de otro clan le hab¨ªa regalado a Ocra para tenerla contenta porque Ocra era la cham¨¢n m¨¢s vieja y poderosa de los alrededores. Ten¨ªa 40 a?os y el pelo largo, rubio y blanco, y tan rizado que apenas se le ve¨ªan los adornos de hueso que le gustaba ponerse y le ocultaban bastante las arrugas de la frente y de al lado de los ojos.

Escogi¨® cuidadosamente las conchas que ten¨ªan un tama?o parecido y luego las ti?¨® con tierra roja y colorante verde y amarillo extra¨ªdo de distintas flores. Estuvo a punto de quedarse con el m¨¢s bonito, pero no se atrevi¨® porque Ocra lo sab¨ªa todo y, si quer¨ªa, pod¨ªa verlo todo, incluso pod¨ªa conocer las intenciones de una persona. Con mirar a los ojos de alguien sab¨ªa lo que pensaba, lo que deseaba y hasta lo que iba a hacer. A veces sab¨ªa cu¨¢ndo iba a morir el que ten¨ªa enfrente s¨®lo con mirarle. La gente dec¨ªa que sab¨ªa cu¨¢ndo iba a morir ella misma y que por eso estaba preparando a Umma para que ocupase su sitio. De modo que ya era suficientemente arriesgado ocultarle lo de la pierna como para ofenderla no d¨¢ndole el mejor collar. Y si Ocra hasta ahora no se hab¨ªa percatado de su cojera y sus dolores era porque tambi¨¦n andaba muy atareada con los preparativos del viaje y ni siquiera reparaba en su pupila.

Ocra la eligi¨® como su alumna y posible sucesora porque un d¨ªa estuvo observando c¨®mo Umma grababa en una piedra, previamente alisada hasta la extenuaci¨®n, algo que hab¨ªa contemplado muchas veces en el cielo y que era como la concha de un caracol. Ese d¨ªa la cham¨¢n no dijo nada, despu¨¦s de mirar, se fue y ya est¨¢. Pero en otra ocasi¨®n en que Umma grababa con un buril en un cuerno de ciervo otras cosas que tambi¨¦n hab¨ªa visto en el cielo, le pidi¨® que la acompa?ara a recoger flores, hierbas, cortezas y resina de ciertos ¨¢rboles. Con todo aquello Ocra curaba a la gente, as¨ª que era algo muy importante, y Umma deb¨ªa fijarse bien, deb¨ªa memorizar todas aquellas cosas. Ocra ten¨ªa una memoria terrible. Conoc¨ªa miles de plantas diferentes, aunque casi iguales en la forma, y tambi¨¦n conoc¨ªa los nombres no s¨®lo de los miembros de todos los clanes conocidos, sino de sus antepasados, sab¨ªa cientos de historias de sucesos tristes y algunos graciosos que le hab¨ªan ocurrido a la gente de la tribu. Y ella lo que hac¨ªa era que en las situaciones tristes contaba los alegres, y en las situaciones alegres, los tristes.

-?Por qu¨¦ dibujas tan bien, qui¨¦n te ha ense?ado? -le pregunt¨® un d¨ªa Ocra mientras estudiaba una planta con sus penetrantes ojos azules y luego la met¨ªa en el cesto.

-No lo s¨¦ -dijo Umma-. Dibujo lo que veo.

-Ya, lo que ocurre es que yo no veo en ning¨²n sitio lo que t¨² dibujas.

Aquello desconcert¨® mucho a Umma, tal vez Ocra estaba enfadada, tal vez no estuviera bien que Umma hiciera semejantes dibujos. Algunos los hac¨ªa sin pensar, le sal¨ªan solos de la cabeza, en cambio, otros los hac¨ªa para sobrevivir, eran casi tan necesarios para ella como comer. Y empez¨® a notar cierta ansiedad ante la idea de no poder volver a hacerlos. Se sent¨ªa tan inferior a Ocra que no se cre¨ªa capaz de ser como ella alg¨²n d¨ªa. No ten¨ªa su descomunal memoria, ni tampoco pose¨ªa su don de saber con total certeza y en cada momento lo que estaba bien y lo que estaba mal. Dudaba si hacer los dibujos estar¨ªa bien o estar¨ªa mal, seguramente estar¨ªa mal. Y adem¨¢s, al contrario que Ocra, ella constantemente se entreten¨ªa con tonter¨ªas que no serv¨ªan para curar ni para adivinar los pensamientos del otro, por lo que varias veces al d¨ªa deb¨ªa tragarse la amarga sensaci¨®n de estar enga?ando a todo el mundo.

Lo que de verdad le gustaba era inventar canciones, y cuando se encontraba sola recogiendo hierbas, s¨®lo las hierbas y los tallos que reconoc¨ªa bien, se le ocurr¨ªan muchas. Pero como ten¨ªa poca memoria, luego no las recordaba enteras, por eso se le ocurri¨® grabar en piedras, cortezas, huesos y trozos de barro las cosas que dec¨ªan las canciones, eso s¨ª, sin que nadie la viera, porque si la gente del clan se daba cuenta de que no ten¨ªa tanta memoria como ellos, la repudiar¨ªan y la abandonar¨ªan en un bosque perdido. Por suerte, con su sistema de grabar en cualquier superficie s¨®lo ten¨ªa que echarles un vistazo a los grabados para recordar historias, plantas, fechas y nombres y as¨ª poder pensar en otras cosas m¨¢s entretenidas. Nadie podr¨ªa imaginarse cu¨¢ntas piedras y cortezas grabadas ten¨ªa. Las iba metiendo en los huecos de los ¨¢rboles y dejaba a la vista las que representaban los movimientos de los astros y las olas del agua, las que en realidad no ten¨ªan utilidad para ella. Si lo pensaba bien, ten¨ªa demasiados secretos, viv¨ªa a base de mentiras, y Ocra, tarde o temprano, lo descubrir¨ªa todo, y entonces m¨¢s vale que se largase por su propio pie al bosque perdido.

Desde que viv¨ªa con Ocra hac¨ªa cinco a?os no ten¨ªa que preocuparse por la comida. A Ocra siempre le estaban dando sopa o un trozo de carne de oveja, leche o miel, porque todo el mundo quer¨ªa tenerla contenta, y ella lo compart¨ªa con Umma. Umma por su parte tej¨ªa, la ayudaba con las medicinas y a veces cuidaba del ganado de alguien porque ellas no pose¨ªan reba?o. Sin embargo, en su casa hab¨ªa dos estupendas pieles, una de uro y otra de oso, con las que se tapaban en invierno y con las que no pasaban fr¨ªo. Casi todas las paredes estaban llenas de las plantas de Ocra, unas se estaban secando y otras ya estaban secas, otras las machacaba en un mortero y las reduc¨ªa a polvo, tambi¨¦n hab¨ªa palitos de distinta madera y grandes cantidades de semillas, algunas cortezas reci¨¦n arrancadas, hongos e higos secos y ra¨ªces con las formas m¨¢s extra?as. Algunas se las hab¨ªan tra¨ªdo otros chamanes de muy lejos, y ¨¦sas las usaba poco. Los hongos y flores sagrados no se deb¨ªan tocar bajo ning¨²n concepto y estaban guardados en un cesto tapado con hojas. Hab¨ªa un olor especial en esta casa que a veces se escapaba hacia fuera cuando mov¨ªan la piel de vaca que cubr¨ªa la entrada para entrar o salir.

Le llev¨® muchos soles y muchas lunas tejer las dos t¨²nicas que le encarg¨® Ocra, una para ella y otra para Ocra, con el hilo m¨¢s blanco que fueron capaces de encontrar, y que se pondr¨ªan antes de entrar en el Santuario de Piedra. Umma puso los cinco sentidos en esta tarea, no quer¨ªa estropear nada. Cuando la tela empez¨® a surgir del telar tan fina y hermosa se sinti¨® muy feliz, era una buena se?al. Y tambi¨¦n cosi¨® unas sandalias de esparto que igualmente usar¨ªan para pisar el Santuario.

Y lleg¨® el d¨ªa. Un amanecer emprendieron la marcha, Ocra, ella, el jefe del clan, encargado de dirigir los reba?os, y el hijo de ¨¦ste. Ocra se puso unos pendientes de oro que eran como dos peque?as hojas aplastadas, y el jefe, su brazalete de cobre. El camino hab¨ªa que hacerlo andando, para tener tiempo de pensar durante el trayecto sobre lo que deseaban pedir y encontrar all¨ª. Todos lo hab¨ªan pensado ya una y mil veces, pero parec¨ªa ser que las lunas que los iban separando del poblado los iban preparando para saber con m¨¢s exactitud lo que esperaban de aquel peregrinaje. El equipaje era ligero, pr¨¢cticamente la ropa nueva que se pondr¨ªan al llegar, algunos adornos y un carnero que segu¨ªa al peque?o grupo.

Tardaron cuatro lunas en llegar. Ocra, de vez en cuando, aprovechaba para coger tallos y flores que le llamaban la atenci¨®n y los guardaba en un morral hecho con ra¨ªces y un cuero muy fino, este morral tambi¨¦n serv¨ªa para cargar agua en un momento dado. Al atardecer se dirig¨ªa al sol y le hablaba, algo que s¨®lo pod¨ªa hacer ella, que sab¨ªa c¨®mo hab¨ªa que hablarle. Y por la noche, antes de dormir en alg¨²n refugio improvisado con ramas, calentaba agua en el fuego y hac¨ªa una infusi¨®n con alguna corteza y hierbas que arrancaba por all¨ª mismo y se la daba a beber al grupo para dormir bien y reponer fuerzas. Y de paso les contaba c¨®mo para la construcci¨®n del Santuario hac¨ªa cientos de miles de lunas, lo que equivaldr¨ªa a dos mil a?os, hab¨ªan tenido que transportar los bloques de la arenisca m¨¢s dura del mundo (conocida m¨¢s tarde como sarsen), de un peso que equivaldr¨ªa a 45 toneladas por pieza, desde una gran distancia, equivalente a unos 40 kil¨®metros, aproximadamente. Pero la casa del padre de todos los astros no pod¨ªa estar hecha como la casa de un mortal, no se pod¨ªa regatear esfuerzo, ten¨ªa que ser un hogar apropiado para ¨¦l y extenso en el tiempo, donde Ocra, Umma y el resto entrar¨ªan como invitados de honor, de la misma forma que otros muchos elegidos por los distintos clanes. All¨ª celebrar¨ªan el inicio del verano y rogar¨ªan que la cosecha fuese abundante. El hijo del jefe pedir¨ªa fortaleza y valor para saber luchar contra otras tribus y encontrar buenos pastos para el ganado.

Umma siempre esperaba el caldo de Ocra porque la hac¨ªa dormir y olvidarse de la rodilla y encontrarse mejor al d¨ªa siguiente. En los ratos en que descansaban grab¨® en la piedra m¨¢s lisa que encontr¨® un c¨ªrculo que representaba el Santuario y cuatro incisiones rectas que los representaban a ellos y se qued¨® pensando c¨®mo reflejar en la piedra que las cuatro rectas se dirig¨ªan al c¨ªrculo grande. Y por fin, el quinto d¨ªa llegaron al r¨ªo sagrado (enti¨¦ndase el r¨ªo Avon), el r¨ªo de donde beb¨ªa el padre de todos los astros. Ahora s¨ª que estaba nerviosa, el momento se acercaba, los rostros de sus compa?eros se hab¨ªan ido alargando y los ojos parec¨ªan mirar hacia dentro de s¨ª mismos. La seriedad lo inundaba todo en medio de la alegr¨ªa del campo en verano y el ensordecedor trino de p¨¢jaros y el vuelo de las mariposas. El jefe del clan llevaba peticiones de otras personas de la tribu para el m¨¢s alto astro, y ¨¦l no pod¨ªa fallarles, deb¨ªa trasladarlas con la m¨¢xima concentraci¨®n.

Las copas de los ¨¢rboles volv¨ªan verdoso el r¨ªo en algunos puntos. Mientras se ba?aban, el hijo del jefe logr¨® pescar dos truchas. Prendieron un peque?o fuego, y cuando las piedras estaban ardiendo, lo apagaron y pusieron las truchas sobre ellas envueltas en hojas. El agua del r¨ªo estaba tan fresca y el pescado tan bueno, que despu¨¦s de comer se tumbaron desnudos sobre la hierba. El sol llegaba con una gran calidez hasta ellos, lo que era una buena se?al.

Durante estos d¨ªas de viaje se hab¨ªan alimentado con un par de conejos y una paloma que el jefe y su hijo lograron cazar, porque el carnero que llevaban con ellos era intocable, ser¨ªa sacrificado en el Santuario. El carnero tambi¨¦n se hab¨ªa echado la siesta sin sospechar el glorioso destino que le esperaba. A Umma le pareci¨® raro que Ocra no se extra?ase de que Umma no corriese a cazar, con lo que le gustaba, le gustaba casi tanto como grabar en las piedras. Le gustaba sentir que volaba por el campo y su propia fuerza.

Tumbados, Umma, que ten¨ªa 11 a?os, era tan larga, no ya como el hijo del jefe, que ten¨ªa 14, sino como el mismo jefe. A Umma muchas veces le incomodaba c¨®mo la miraban el jefe y el hijo del jefe. Umma era bastante alta y ten¨ªa el pelo y los ojos negros, la piel morena, le sacaba media cabeza a Ocra, de anchas caderas y cuyas arrugas le empeque?ec¨ªan esos ojos del color del cielo que pod¨ªan ver lo que hab¨ªa dentro de los cr¨¢neos y detr¨¢s de las piedras. Por sus ojos azules y sus rasgos, Ocra se distingu¨ªa de la mayor¨ªa de la gente, tanto de su clan como de la de otros clanes. Y se distingu¨ªa porque era una cham¨¢n, y los chamanes eran seres especiales puestos en este mundo para poder estar en contacto con todo lo que no se puede ver o no se puede tocar y para entenderse con los animales y con el cielo. Sin los chamanes, las personas ser¨ªan menos que animales.

Pasaron la tarde sentados o cogiendo moras y fresas que llevarse a la boca, porque ten¨ªan la costumbre de comer siempre que pod¨ªan, mientras que Umma prefiri¨® descansar y masajearse la rodilla de vez en cuando con el pretexto de lijar un poco m¨¢s unos brazaletes de hueso que se pondr¨ªa el d¨ªa siguiente. Y al anochecer, despu¨¦s de tomarse el caldo que hizo Ocra con agua clara del r¨ªo, ¨¦sta les cont¨® cu¨¢n lejos hab¨ªan tenido que ir aquellos hombres antiguos para traer las piedras azules, que ma?ana ver¨ªan en el Santuario, piedras sagradas hechas del color de lo sagrado y que no todo el mundo era digno de tocar. Llev¨¢ndose la imagen de las piedras azules a sus sue?os, cerraron los ojos pronto porque mucho antes del amanecer tendr¨ªan que refrescarse en el r¨ªo, ponerse la ropa y el calzado nuevos y dirigirse al Santuario.

Umma no peg¨® ojo. Oy¨® c¨®mo otros peregrinos tambi¨¦n se iban apostando en la orilla del r¨ªo. Aun as¨ª, repos¨® quieta unas dos horas y luego se entretuvo en mirar la luna, su boca, sus ojos que observaban a Umma atentamente como si s¨®lo Umma existiera en el mundo. Cu¨¢ntas cosas hab¨ªa en el cielo, qu¨¦ hermoso era. Y cuando no pudo m¨¢s se incorpor¨®, sac¨® de su bolsa de cuero la t¨²nica y los adornos y los colg¨® de la rama de un ¨¢rbol para que no se mancharan en la hierba. La t¨²nica era como todas, corta y con dos aberturas a los lados, pero a la luz de la luna le pareci¨® majestuosa. Sobre ella hab¨ªa colocado el collar de conchas, y a un lado, los dos brazaletes de asta. Fue al r¨ªo y meti¨® los pies en la orilla, se refresc¨® la cara e hizo sus necesidades, despu¨¦s regres¨® junto al ¨¢rbol y se visti¨®. Se empolv¨® la cara con tiza en polvo que llevaba en un saquito y se puso el collar y los brazaletes, a continuaci¨®n se sent¨® sobre la bolsa de cuero para no mancharse y esper¨® a que sus compa?eros despertasen y se prepararan para el gran momento.

Llegaron a¨²n de noche cuando las estrellas empezaban a desaparecer. El Santuario resultaba m¨¢s imponente de lo que Umma hab¨ªa imaginado, tal vez porque la luz y la sombra del inicio del crep¨²sculo agigantaban las piedras y las hac¨ªa poderosas y temibles. El grupo de Ocra anduvo por una avenida hasta la puerta donde hab¨ªa apostados varios chamanes de una categor¨ªa muy superior a la de Ocra, adornados con anillos de oro, a quienes cada uno de los que entraban deb¨ªa decir el nombre y la categor¨ªa que ocupaba en su clan. Estos chamanes, como la propia Ocra, lo memorizaban todo, y a Umma le inquiet¨® la idea de que si alguna vez llegaba a esta alta posici¨®n no sabr¨ªa c¨®mo podr¨ªa arregl¨¢rselas, c¨®mo podr¨ªa fingir que recordaba tanto como ellos.

Una vez dentro, Ocra se situ¨® frente a la abertura de dos de las piedras coronadas por el dintel que recorr¨ªa todo el c¨ªrculo en forma de anillo de piedra, y el jefe, el hijo del jefe y ella la imitaron. Todo el mundo sab¨ªa que hab¨ªa que mirar hacia all¨ª, entonces un sacerdote peg¨® tres golpes en el suelo con un cayado de madera labrada y un sol dorado y suave comenz¨® a entrar por aquella abertura entre las piedras, por aquella puerta sagrada. Era como polvo de oro, y Ocra sinti¨® que este polvo le acariciaba y que le penetraba la piel y la recorr¨ªa por dentro volvi¨¦ndola luminosa. Cerr¨® los ojos un instante y trat¨® de ser digna de estar all¨ª.

No pudo calcular cu¨¢nto tiempo se encontraron en esta posici¨®n y en este trance, pero cuando ya el padre de los astros se hizo tan fuerte que no se le pod¨ªa mirar cara a cara, comenz¨® la m¨²sica de los tambores, consistentes en pieles muy bien tratadas y muy finas estiradas sobre bastidores de madera. El sonido fue haci¨¦ndose m¨¢s y m¨¢s atronador y envolvente, como si saliera de las propias moles. Entonces el cham¨¢n del cayado dio otros tres golpes sobre una losa de piedra y esos tres golpes se escucharon por encima del ruido de tambores y ces¨® la m¨²sica. El cham¨¢n dijo que se sacrificar¨ªan primero los animales m¨¢s grandes, por lo que calcularon que el carnero tendr¨ªa que esperar unas tres horas. Para cada sacrificio se hac¨ªa una ceremonia en la que interven¨ªan los encargados del animal en cuesti¨®n. Se sacrificaba sobre la losa y luego se retiraba y se tumbaba a otro y comenzaba de nuevo la ceremonia acompa?ada de tambores.

El olor a sangre invad¨ªa el ambiente. Se repart¨ªa licor de miel, y Umma bebi¨® un buen trago de un cuenco de cer¨¢mica muy negra, brillante y lisa, decorado con los dos ojos de la Diosa Madre que todo lo ve y lo sabe. Ocra sac¨® de su morral un pellizco de hierbas molidas y se las tom¨®, enseguida se le entornaron los ojos como si para ver ya no necesitara mirar. Ahora los bloques de piedra donde golpeaba el sol brillaban y parec¨ªa que se acercaban unos a otros. Umma llevaba tanto rato de pie, que la rodilla le escoc¨ªa, as¨ª que la arrim¨®, primero t¨ªmidamente y luego cuanto pudo, a la piedra sarsen. Se dec¨ªa que s¨®lo hab¨ªa que tocar estos muros para notar el alivio de cualquier mal, por eso habr¨ªan transportado las piedras desde tan lejos. Estaban ardientes y cargadas de energ¨ªa. Pero lamentablemente no hicieron nada por ella, el dolor continuaba, lo que querr¨ªa decir que no era digna de estar all¨ª, que no era capaz de captar la energ¨ªa. Se sent¨ªa extra?a. Entonces Ocra le dijo con una voz m¨¢s lenta de lo habitual:

-No te preocupes por la rodilla, se te curar¨¢ en cuanto creas ciegamente que se te va a curar.

Umma sinti¨® un sobresalto, resultaba que Ocra hab¨ªa sabido todo el rato lo de su rodilla.

-Los caldos que he estado haciendo por las noches eran para aliviarte el dolor. No quer¨ªa que por una ca¨ªda tan tonta te perdieras esto.

A Umma s¨®lo se le ocurri¨® murmurar:

-Creer ciegamente.

-Se puede creer -dijo Ocra, sacando otro pellizco de hierbas molidas del morral y poni¨¦ndoselo a Umma en los labios-. Toma esto.

Volvieron a beber licor de miel y cerveza, que beb¨ªan todos del mismo cuenco, ofrecido por los chamanes y sus ayudantes mientras todos los presentes iban recorriendo uno tras otro el c¨ªrculo de las grandes piedras. Los animales chillaban y a Umma se le ocurri¨® una canci¨®n y empez¨® a tararearla. En eso, los tambores callaron, y el cham¨¢n del cayado volvi¨® a pegar otros tres golpes. Fue en ese momento cuando por la avenida que llevaba al r¨ªo entr¨® un grupo de hombres y mujeres j¨®venes con preciosos collares de unas piedras transparentes y brillantes como las estrellas que Umma no hab¨ªa visto nunca, y precedidos de un cham¨¢n recorrieron el c¨ªrculo de las piedras azules. Ni siquiera Ocra deb¨ªa de saber de qu¨¦ se trataba esta parte de la ceremonia. A Umma, los sonidos, los olores, los colores y el tama?o de las cosas le llegaban con gran intensidad. Las piedras azules parec¨ªan r¨ªos o nubes que se iban a tragar a los hombres y las mujeres, casi ni?os, de los collares transparentes.

Ocra mov¨ªa ligeramente la cabeza de un lado a otro como en trance, tal vez la misma Umma la estuviese moviendo sin darse cuenta.

-Son los elegidos para viajar a otro mundo y traer noticias y conocimientos a sus tribus -le dijo Ocra.

El hijo del jefe miraba a los elegidos con envidia y con la cabeza baja. Pero Ocra le pidi¨® que condujera ¨¦l el carnero hasta el altar y esto le content¨® un poco. Sac¨® pecho y estir¨® el cuello. Su padre, en un gesto nunca visto en un jefe, se quit¨® el brazalete de cobre y se lo ci?¨® a ¨¦l. El brazalete le daba un cierto aire altivo, el viento movi¨® su cabello rizado, que el d¨ªa anterior se hab¨ªa lavado en el r¨ªo. Y Umma sinti¨® por ¨¦l algo que no era capaz de sentir por nadie m¨¢s de los reunidos en aquel recinto, era de los suyos y eso lo hac¨ªa especial, y por eso le doli¨® que no hubiese sido uno de los elegidos.

Ocra, inclin¨¢ndose hacia ella, le dijo:

-No puede ir porque morir¨¢ dentro de noventa lunas. T¨², en cambio, vivir¨¢s m¨¢s que yo y har¨¢s el viaje a otro mundo y ver¨¢s cosas incre¨ªbles.

Cuando el carnero fue sacrificado, el olor a sangre pegajosa ya era insoportable, se mezclaba con el de la cerveza y otros cientos de aromas m¨¢s imperceptibles. Umma sinti¨® muchas ganas de canturrear, de pronto se acordaba de todas las canciones que hab¨ªa inventado, de todos los nombres que hab¨ªa escuchado alguna vez en su vida, sab¨ªa los nombres de todos los astros que pod¨ªan contemplarse en el cielo y de todos los animales y las plantas. Y vio a gente muy extra?a en este mismo lugar, cuyos cuerpos traspasaban los de los presentes sin verlos. Y luego levant¨® la cabeza y vio c¨®mo un ¨¢guila descomunal cruzaba por encima del Santuario y miraba hacia abajo asustada o intrigada con unos enormes ojos penetrantes.

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